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Crater estaba frenético. Ya era bastante descalabro que alguien hubiera intentado matarlo, y aunque sintió un gran alivio cuando las niñatas esas le devolvieron el móvil, ahora había desaparecido el portafolio con todo el dinero y sus varios pasaportes.

¡Alguien había estado en el camarote en su ausencia! Pero ¿cómo podía denunciar el robo? Si el ladrón andaba tras el dinero y había tirado el maletín, más le valía que nadie lo buscara. Cualquiera que viera los pasaportes sabría que no tramaba nada bueno. Pero lo que era más importante: ¿intentarían de nuevo matarlo?

Crater llamó a su cómplice y le explicó brevemente por qué las niñas tenían su móvil.

– ¿Todavía está previsto que llegues mañana al amanecer? -preguntó-. Yo desde luego ahora no tendría ningún problema en fingir una urgencia médica.

– Está todo listo -le aseguraron-. Hemos visto en la tele que hay problemas en el barco. ¿Crees que afectarán a nuestra misión?

– ¿Que alguien haya visto un fantasma? ¡Vamos, hombre! -estalló Crater-. Olvídalo. Es lo que menos me preocupa. Más vale que estéis listos para moveros deprisa cuando aterricéis a bordo mañana por la mañana. No tendremos mucho tiempo. Y nos conviene que nadie resulte herido. No la caguéis -advirtió.

Crater estaba bastante seguro de la lealtad de los tres hombres que llegarían en el helicóptero. Después de un momento de debate interno, decidió no decir nada del intento de asesinato. Sus cómplices no tenían ni idea de que él no era el jefe de aquel asunto. Ni siquiera conocían la existencia de la mujer que en realidad estaba al mando.

Y era lo que ella quería, se recordó Crater. Él iba a sacar una buena tajada por respetar sus deseos. Solo quería terminar el trabajo, cobrar su parte y celebrar el Año Nuevo en tierra firme.

Encendió el televisor y vio parte del reportaje sobre Bala Rápida Tony Pinto y las pistas falsas de quienes declararon haberlo visto en Canadá y México. Al ver la imagen de Pinto en la pantalla, a Crater se le secó la boca y recordó las palabras que su asesino le había susurrado al oído: «Esto es lo que te mereces».

Bala Rápida había jurado vengarse cuando Crater denunció a su padre. De pronto se dio cuenta del gran parecido que había entre Bala Rápida y el escritor aquel que aparecía en los carteles por todo el barco. ¡Un momento!, se dijo. Cuando trabajaba con Pinto padre, ¿no había oído mencionar que el hermano de su madre era un boxeador que empezó a escribir cuando se retiró?

Un torrente de pensamientos cruzaba su mente. La mujer gritando que había visto al escritor en la capilla, alguien que había intentado matarle… Bala Rápida se parecía mucho a ese escritor, y había muchas posibilidades de que estuvieran emparentados…

«Esto es lo que te mereces», recordó una vez más.

De pronto se sintió desfallecer. Los periodistas no se habían equivocado: Bala Rápida no estaba en México ni en Canadá.

Crater supo que Bala Rápida, el hombre que había jurado perseguirle, se escondía en algún rincón del barco.

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