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Mientras Eric arrastraba a Alvirah escalera abajo y la sacaba a cubierta, Bala Rápida se arrancó la barba para ponérsela en la boca a modo de mordaza. Highbridge le ató las manos a la espalda con el gorro de Santa Claus. Luego Eric la tiró al suelo, contra una pared cubierta de redes y equipo de pesca.

– Tengo que marcharme. No puedo llegar tarde a la ceremonia. Lo que menos me hace falta ahora es que se pongan a buscarme. Vigiladla -gruñó-. Es demasiado entrometida. Y encima fue culpa suya que tuviéramos que marchamos de mi camarote.

Menudo cobarde, pensó Alvirah con desdén. Ni siquiera se atrevía a matarla. Eso se lo dejaba a los dos criminales.

Bala Rápida la apuntó con la pistola.

– Si es tan entrometida, dígame qué está haciendo el canalla de Crater en este barco. Está aquí por una razón, y desde luego no es por sus buenas obras. Traicionó a mi padre. ¿Qué tiene ahora planeado?

– Ojalá lo supiera -contestó Alvirah.

– Le voy a dar un minuto para pensarlo, antes de que la liquide.

El ruido de un helicóptero los sobresaltó a los tres.

– Podría ser la policía -exclamó Highbridge con voz de pánico.

Tanto él como Bala Rápida entraron de inmediato en acción. Mientras tiraban la balsa por la borda, Alvirah empezó a retorcer las manos frenética. Notaba un anzuelo o algo afilado de metal clavándosele en el costado. Giró un poco el cuerpo y se movió lo justo para cubrirlo con las manos. Si pudiera desgarrar el gorro, pensó ansiosa. Era una tela fina y barata. El cascabel de la punta tintineaba débilmente, pero Bala Rápida y Highbridge estaban demasiado distraídos para oírlo.

Bala Rápida metió una maleta en una bolsa de lona y la ató con un doble nudo.

Intentando no perder la calma, Alvirah fue moviendo el gorro sobre el metal hasta hacer un agujero. Recordó de sus tiempos de limpiadora, cuando solía rasgar toallas viejas para hacer trapos, y logró por fin romper la tela y liberarse las manos.

Miró la baja barandilla de la borda. «Puedo hacerlo -pensó-. Tengo que hacerla. No estoy dispuesta todavía a dejar solo a Willy. Me necesita. Levantarme va a ser un problema. Tardo tanto tiempo que tal vez no tenga ocasión de saltar. Pero al menos debo intentarlo.»

Highbridge subió a la borda en popa, de cara al mar, y agarró con firmeza la bolsa de lona y el remo que le tendía Bala Rápida.

– Que no se te caiga nada. Y menos la bolsa. Yo voy detrás de ti.

– No soy un descuidado con mi dinero -contestó Highbridge, mientras ya se tiraba al vacío. Bala Rápida se lo quedó mirando con la pistola en la mano.

Alvirah oyó el ruido que hizo Highbridge al caer al agua.

Toda la atención de Bala Rápida estaba centrada en la bolsa de lona; quería asegurarse de que llegaba a la balsa.

«Es ahora o nunca.» Alvirah se levantó de un brinco, apenas sentía las punzadas de las rodillas, corrió al costado del barco, subió a la borda y mientras Bala Rápida volvía sobresaltado la cabeza hacia ella, se tapó la nariz y se tiró. Justo antes de caer al agua oyó una bala rozándole la oreja. Había faltado muy poco, pensó, pero la bala no fue bastante rápida.

Se hundió por completo y empezó a bucear hacia la proa del barco.

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