Veintitrés

Las maniobras de Wild me parecían rudas y barbáricas, pero a pesar de su enorme torpeza yo no era capaz de adivinar su juego. No faltaban hombres que me empujaran hacia la Compañía de los Mares del Sur, y sospechar que todos estaban juntos en esta conspiración significaba decir que mi tío era parte de la conspiración. Esta posibilidad me llenaba de temor, pero a la luz de la información que había obtenido, no podía desecharla por completo. ¿Por qué había querido mi tío mantenerme alejado de Bloathwait, cuya participación en estos asuntos resultaba cada vez más evidente? ¿Andaba Sarmento en negocios con Bloathwait, con o sin conocimiento de mi tío? ¿Y por qué mantenía mi tío la amistad con Adelman, un hombre tan importante dentro de la Compañía de los Mares del Sur, si parecía innegable que la Compañía había desempeñado un papel en la muerte de mi padre?

Por el momento, no había pregunta que me preocupase más que el interés de Wild. No podía imaginar qué podía ganar un ratero venido a más como Wild con el desenmascaramiento de la Compañía. Pese a sus afirmaciones acerca de la importancia de castigar el asesinato, mi éxito en estas materias sería quizá la mayor amenaza posible para los intereses de Wild, porque muchos hombres de Londres, con Sir Owen como ejemplo principal, estaban dispuestos a pagar más a un hombre honrado por recuperar sus bienes, que al ladrón que se los robó, aunque les cobrase un precio más moderado. Sólo se me ocurrían dos explicaciones posibles para el comportamiento de Wild: o bien pretendía, a través de todas sus maniobras, apartarme de algún modo de su camino; o bien, por razones que aún no alcanzaba a comprender, la Compañía de los Mares del Sur le resultaba tan peligrosa que se arriesgaba a que yo le hiciese daño en el futuro desenmascarando a la Compañía ahora. No podía ni especular acerca de la relación entre la Compañía y un diablo zalamero como Wild, pero si efectivamente Wild temía a la Mares del Sur, ¿por qué no me daba más información con la que perjudicarla?

Exhausto y resentido por los golpes recibidos de manos de los hombres de Wild, entré en casa de la señora Garrison, preparado por fin para dormir. Faltaría a la verdad si dijera que el dolor se había aliviado; si acaso me dolía de manera más aguda, aunque se hubiese pasado el ardor. Creía poder distinguir, debido a mi experiencia, si las heridas eran serias o no, y, aunque sabía que iba a estar incómodo algunos días, creía estar fuera de peligro. Ya pensaría en estos asuntos mejor cuando hubiese descansado, pero el descanso no iba a ser tan fácil de conseguir. La señora Garrison me estaba esperando en el recibidor, con las manos enrojecidas de tanto frotárselas.

– Señor Weaver, ¿está usted ileso?

Me pareció casi preocupada, incluso, me aventuraría a decir, contenta de verme, pero yo sabía bien lo que significaba que chasquease la lengua. Lo había oído muchas veces, a menudo cuando era hora de cobrar el alquiler.

– Sí, señora Garrison -le dije con voz suave, haciendo todo lo que podía para tranquilizarla. No olvidaría pronto el horror de haber tenido a esos hombres desalmados en su casa-. No había por qué alarmarse. Eran unos hombres estúpidos, pero absolutamente inofensivos.

– Me alegro de que esté usted bien -me dijo-. Pensé que le habían herido de gravedad.

Hubo una pausa.

– ¿Hay algo que quiera añadir, señora?

– Señor Weaver. Yo no puedo tener rufianes en mi casa. Mi casa es respetable, señor. He pasado por alto el hecho de que sea usted judío y todo lo demás, señor. Hay mucha gente que no lo hubiera hecho -añadió apresuradamente-. Pero no puedo permitir que esos rufianes, armados con espadas y pistolas y Dios sabe qué clase de armas, entren en mi casa y me amenacen y nos asusten a mí y a los criados, señor.

– La comprendo perfectamente, señora Garrison -le dije intentando calmarla-. No volverá a ocurrir. Ha sido todo un desafortunado malentendido que podría haberle pasado a cualquier caballero.

– ¿A cualquier caballero? -preguntó-. Perdone que le diga, señor, que me temo que no le creo.

Hizo una pausa.

– Señor Weaver, debo pedirle que se marche. Debo hacerlo. No puedo dejar que vengan hombres así a mi casa a darme un susto de muerte y a hacerme no sé qué ruindades a mí y a mis inquilinos. Necesito que se vaya antes de la puesta del sol, señor Weaver.

– ¿Antes de la puesta del sol? -casi grito-. Entiendo muy bien su preocupación, señora Garrison, y no se la reprocho, pero antes de la puesta del sol no me parece razonable. No voy a tener tiempo de encontrar otro alojamiento. Y puedo recordarle que he pagado por adelantado hasta el fin del trimestre.

– Le devolveré el dinero. No se preocupe por eso. Pero debo insistir en que se marche, señor.

Se quedó allí de pie, frotándose las manos. Supongo que la podría haber seducido o asustado hasta que cambiara de opinión, pero no podía negar que mis aventuras la habían comprometido. No sentía un gran aprecio por mi casera, pero me hubiese puesto furioso si le hubiese hecho daño cualquier enemigo mío. Lo que me pedía era inconveniente, pero no imposible, y lo correcto era ceder.

– Muy bien, señora -le dije-. No le causaré más problemas.

Suspiró con alivio.

– Gracias, señor Weaver. De verdad siento mucho tener que hacer esto.

Pensé que aquél podía ser el principio de una dilatada disculpa, y alcé una mano.

– Basta, señora Garrison. La entiendo muy bien. Tiene usted que ser justa consigo misma.

– Gracias, señor. Ah, y señor Weaver, señor, debo decirle también que hay otro caballero esperándole en su habitación. Le dije que no sabía si quería usted que subiese nadie y que no sabía cuándo regresaría, pero no me hizo caso y…

Sin cruzar otra palabra me volví y corrí escaleras arriba como pude, llevándome la mano mientras corría a la pistola que acababa de volver a meterme en el bolsillo del abrigo. No tenía forma de saber quién podía ser. Quizá el engaño de Wild no había terminado aún. Quizá ahora iba a tener que enfrentarme con la Compañía de los Mares del Sur, o incluso con un agente de Bloathwait. Me quedé fuera de la puerta un momento, con la pistola en alto, y con un movimiento rápido abrí la puerta de un empujón y di un audaz paso al frente, apuntando el arma a la figura que estaba sentada cara a mí.

– Has tenido un día agitado, ¿no? -dijo Elias con calma-. La vieja estaba atacada. La he relajado un poco haciéndole una sangría. ¿Le envío la factura a Balfour? -Elias hizo una pausa-. Ya puedes bajar la pistola, ¿sabes?

Hice lo que me decía y me derrumbé en el sillón.

– No hay condición que no mejore con una sangría -murmuré-. Es un misterio cómo los hombres a quienes se les amputan los miembros no están más sanos que nosotros, que aún los tenemos todos.

– Tú te ríes -dijo Elias jovialmente-, pero si yo te sangrara ahora, pronto descubrirías una considerable mejora en tu estado de ánimo. ¿Me vas a decir qué te ha pasado? Tienes un aspecto espantoso.

Le conté brevemente mi aventura con Wild, intentando no omitir ningún dato que pudiera ser de valor. Elias me escuchaba boquiabierto.

– Este giro en los acontecimientos es impenetrable. ¿Por qué iba a querer Wild ponerte en guardia contra la Compañía de los Mares del Sur? ¿Qué relación puede haber entre una compañía comercial y un hombre como Wild?

Sacudí la cabeza, sintiendo de pronto mucha sed. Deseé tener en mis habitaciones cosas como agua potable, pero ése era un lujo que no solía permitirme.

– No lo sé -di un suspiro que hizo que me dolieran las costillas-. Mencionó el fraude, pero si Wild estuviese involucrado en una trama para falsificar acciones, ¿por qué me iba a dirigir a mí contra la Compañía? Mi investigación no haría sino arriesgar el desenmascaramiento de esa trama.

Elias asintió pensativamente.

– A lo mejor lo que quiere es alejarte de la Compañía.

No era capaz de seguir su razonamiento, y mis ojos se desenfocaban.

– Wild es astuto -continuó Elias-. ¿Y si te está diciendo que investigues a la Compañía porque sabe que no te fías de él? A lo mejor dice ser enemigo de la Compañía precisamente porque es su aliado.

Cerré los ojos.

– Es un asunto muy extraño, pero no puedo creer que aun cuando la Compañía fuese tan despiadada como para verse mezclada en el asesinato de dos importantes hombres de negocios, fuese tan inconsciente como para arriesgarse a tramar algo con Wild. Estos hombres puede que sean villanos, pero no son tontos.

– He conocido a varios que son tan dados a convertirse en bufones como los hombres de cualquier otra profesión.

– Si Wild estuviese relacionado con la Compañía, ¿por qué iba a desenmascararse ahora? ¿Por qué involucrarme a mí? Ciertamente, llamarme a mí es un riesgo. No veo lo que ganan ni él, ni la Compañía de los Mares del Sur, ni Bloathwait, ni nadie dándome estas minúsculas informaciones y pidiéndome que las investigue. Si acaso, tales acciones nos sugieren que no trabajan juntos, que cada individuo que me proporciona información considera que al menos uno de los demás es su enemigo. No puedo decir que lo entienda en absoluto, Elias, pero si esta investigación se basa más en la probabilidad que en los hechos, me parece probable que quienquiera que matase a mi padre y a Balfour tenía otros enemigos, y que todos esos enemigos están intentando utilizar esta investigación en su propio interés.

– Quizá estos hombres hayan formado parte de una camarilla que ahora se ha roto. Quizá los distintos elementos hayan ido cada uno en una dirección para ordenar sus propios asuntos como les parezca. No sé decirte. ¿Qué sacaste en claro de tu visita a la Casa de los Mares del Sur?

Le conté a Elias mi encuentro con Cowper, el oficial.

– Hasta que no me diga lo que ha descubierto, no sé cómo podemos proceder en ese terreno. Me pregunto si no irá siendo hora de hacerle una visita al señor Balfour. Después de todo, es quien me paga. Debería mantenerle informado.

– Selectivamente, me parece a mí -dijo Elias.

– Oh, estoy completamente de acuerdo. Nadie está libre de sospecha, Elias, y Balfour es un pájaro muy raro. Quizá si le presiono un poco veamos alguna grieta en su fachada.

– Espléndido.

– Mientras tanto, tengo preocupaciones más urgentes, como por ejemplo dónde voy a dormir esta noche. La señora Garrison me ha echado con cajas destempladas por algo tan nimio como que los rufianes de Wild se hayan colado a la fuerza en su sala de visitas.

– Ésa sí que es una mala noticia. ¿Adónde irás?

– Quizá vaya a molestar a mi tío durante una temporada, hasta que tenga tiempo de buscar otro sitio. Ha mostrado estar a favor de que las familias se ayuden entre sí.

No le dije nada a Elias acerca de la inquietud que sentía con respecto a mi tío. Apenas puedo explicar por qué la sola idea de que hubiese vileza en el seno de mi propia familia me resultaba tan vergonzosa, pero si mi tío no había sido del todo claro conmigo, ¿qué mejor manera de descubrir su engaño que mudarme a su casa?

Elias me examinó entonces las heridas infligidas por los soldados de Wild, sin dejar de mencionar que mi recuperación se vería acelerada por la extracción de una pequeña cantidad de sangre, pero me negué. Cuando hubo terminado las curas, me apreté las clavijas resuelto a soportar el dolor y salí en busca de mi tío. Lo encontré en el almacén, revisando unos libros mayores en el despacho, y me acerqué a él con nerviosismo para hacerle la petición, temiendo que sospechase que me estaba aprovechando de su buen talante. Pero no fue así.

– Te quedarás en la habitación de Aaron -me dijo tras considerarlo un momento. Luego bajó la mirada hacia sus libros, haciéndome saber que la conversación había terminado.

– Gracias, tío -dije después de un momento.

Levantó la mirada del libro.

– Te veré esta noche entonces.

De modo que, habiendo recibido el favor como si fuera un castigo, regresé a casa de la señora Garrison a poner en orden mis pertenencias, recoger todo aquello que no podía esperar que me enviase su criado, y marcharme de su casa.

Esta partida definitiva me llevó más tiempo de lo que había previsto, y su sabor fue mucho más amargo de lo que había podido imaginar. Supongo que fue tonto por mi parte no tener más cuidado, no guardarlo bajo llave en una caja fuerte, no haberlo escondido, no haber disimulado su naturaleza. Deslizarlo simplemente entre una pila de papeles sobre mi escritorio me había parecido suficiente, pero resultó que había estado muy equivocado. Me fui, por tanto, con una especie de vergüenza ignominiosa, hacia la generosidad de casa de mi tío para informarle de que el panfleto de mi padre, posiblemente la prueba más convincente de que su muerte había sido orquestada por los poderes de la calle de la Bolsa, había desaparecido y no estaba ya en mi poder.

Загрузка...