Treinta y cinco

Al día siguiente Elias fingía que se negaba a dirigirme la palabra, culpándome del fracaso de su obra, que los empresarios del teatro de Drury Lane habían decidido no representar por segunda vez. Elias no iba a tener ni una sola representación en su beneficio. Su obra no le había hecho ganar ni un solo penique.

Después de algunas penosas horas de explicaciones, súplicas y promesas pecuniarias, Elias reconoció que yo probablemente no había aparecido en el teatro con la intención de tirar a nadie al escenario, pero exigió el derecho a mantener su espantoso estado de ánimo. Exigió también un préstamo inmediato de cinco guineas. Me había preparado para una petición de este tipo, conociendo el extremo hasta el cual Elias había estado aguardando las ganancias de su representación benéfica. Y como yo también me recriminaba en alguna medida por el fracaso de El amante confiado, y deseaba enmendar mi falta de la mejor manera posible, le entregué un sobre a mi amigo.

Lo abrió y se quedó mirando el contenido.

– No has sufrido poco a causa de esta investigación -le dije-. Pensé que era justo que compartiésemos los beneficios. Adelman me ha sobornado con un paquete de acciones por valor de mil libras, así que ahora tú te quedas con la mitad y juntos compartiremos las venturas y desventuras de la Compañía de los Mares del Sur.

– Creo que te odio considerablemente menos de lo que te odiaba esta mañana -dijo Elias, mientras examinaba las acciones-. Nunca habría ganado tanto dinero aunque mi obra hubiera durado hasta la representación benéfica. ¿No te olvidarás de que necesitamos transferir esto a mi nombre?

– Creo que estoy lo suficientemente familiarizado con el procedimiento -le quité las acciones de las manos para captar su atención-. Sin embargo, aún me hace falta tu opinión acerca de algunos puntos sin resolver. Me han utilizado con saña, me temo, y no sé quién ha sido.

– Yo creía que tus aventuras habían terminado -dijo Elias distraídamente, fingiendo que se sentía perfectamente cómodo aunque sus acciones estuvieran en mi poder-. El villano está muerto. ¿Qué más podrías desear?

– No puedo evitar tener dudas -le dije. Procedí a explicarle que me había visitado una mujer que decía ser Sarah Decker, y que había desenmascarado a Sir Owen a través de una serie de mentiras-. Fue en ese momento cuando concluí que Sir Owen era el villano que estaba detrás de estos crímenes.

– Y ahora sientes incertidumbre.

– Incertidumbre, exactamente, ésa es la palabra -respondí.

– ¿No es ésa la mejor palabra para describir esta época? -preguntó Elias con intención.

– Me gustaría que no fuera la mejor palabra para describir este mes, la verdad. La mujer me dijo que ella era Sarah Decker para que yo quedase convencido de que Sir Owen era Martin Rochester. Pero si mintió acerca de su identidad y de sus motivos, ¿cómo puedo saber que Sir Owen era verdaderamente Rochester?

– ¿Por qué habría sido asesinado si no fuera culpable? Seguramente habrás llegado a la conclusión de que o bien la Compañía de los Mares del Sur o bien otra persona, igualmente implicada en estos crímenes, lo eliminó con objeto de impedir que hablase de lo que sabía.

– Es cierto -convine-, pero quizá este asesino cometió el mismo error que yo. Quizá al asesino de Sir Owen le tendieron una tram pa, como a mí. Porque si la Compañía de los Mares del Sur hubiese sabido que Sir Owen era Martin Rochester, ¿por qué no ocuparse de él mucho antes?

El enigma atrapó su atención. Entornó los ojos y hundió los zapatos en el polvo.

– Si alguien deseaba que creyeses que Sir Owen era Martin Rochester, ¿por qué no enviarte una simple nota diciéndotelo en lugar de enviarte pistas en forma de bella heredera? ¿Por qué preocuparse por una representación elaborada con la esperanza de que llegues a la conclusión que desea el intrigante?

Yo también había reflexionado sobre esta cuestión.

– De haber recibido simplemente un mensaje diciendo que Sir Owen era Martin Rochester, sin duda habría investigado el asunto, pero tal y como organizaron las cosas, no que Sir Owen fuera el villano, lo descubrí. ¿Entiendes? Fue el descubrimiento lo que provocó mis acciones. De haber investigado simplemente la acusación, lo hubiera hecho de manera callada y discreta. Creo que alguien deseaba verme recurrir a la violencia. El intrigante conocía el verdadero nombre de Rochester desde el principio pero necesitaba que fuera otra persona quien se deshiciese de Sir Owen. Sólo quiero saber quién es el intrigante.

– Puede que nunca sepas quién es -dijo Elias, recuperando sus acciones de mi mano-. Pero apuesto a que puedes adivinarlo, con toda probabilidad, evidentemente.

Tenía razón. Podía adivinarlo.


Me llevó algunos días reunir fuerzas para hacerlo, pero sabía que tenía que comprender los acontecimientos que han ocupado estas páginas, y sabía que sólo había un hombre que podía aclarar gran parte de lo que había visto. No tenía ningún deseo de verle, de tratar con él más de lo necesario, pero debía conocer la verdad, y nadie más me la podía contar. De modo que hice de tripas corazón y decidí visitar a Jonathan Wild en su casa. No me tuvo esperando apenas nada, y cuando entró en la sala me saludó con una sonrisa que podía significar tanto diversión como ansiedad. La verdad es que él sentía tanta incertidumbre con respecto a mí como yo con respecto a él, y su falta de certeza me hizo sentirme más tranquilo.

– Qué amable por su parte venir a verme.

Me sirvió un vaso de oporto y luego cojeó por la habitación para sentarse frente a mí sobre su trono principesco, con plena confianza en sus poderes. Como siempre, Abraham Mendes hacía de silencioso centinela detrás de su amo.

– Confío en que haya venido por un asunto de negocios -una sonrisa se extendió por el rostro ancho y cuadrado de Wild.

Yo le ofrecí una sonrisa falsa en respuesta.

– Más o menos. Deseo que me ayude a aclarar algunas cosas, porque mucho de lo ocurrido aún me resulta confuso. Sé que usted estaba involucrado hasta cierto punto con el difunto barón, y que intentaba controlar mis acciones entre bastidores. Pero no comprendo del todo el alcance o los motivos de su implicación.

Tomó un largo trago de oporto.

– ¿Y por qué iba a contárselo, señor?

Pensé en esto por un momento.

– Porque yo se lo he pedido -respondí-, y porque usted me trató mal, y siento que está en deuda conmigo. Después de todo, si las cosas hubieran salido a su manera, yo estaría en Newgate en este momento. Pero a pesar de sus esfuerzos por impedir que contactara con nadie mientras estuve en el calabozo, como ve he salido victorioso.

– No sé de qué me habla -me dijo de forma poco convincente. No deseaba convencerme.

– Sólo pudo ser usted quien me impidió enviar mensajes durante mi noche en el calabozo. Si el Banco de Inglaterra se hubiese implicado tan pronto, sin duda Duncombe me habría dado un veredicto desfavorable. Usted no hubiera llegado a los extremos del Banco, pero no le hubiera costado mucho convencer a los carceleros de ese lugar de que le hicieran tan pequeño favor. De modo que, como le digo, señor Wild, siento que usted está en deuda conmigo.

– Puede que sea franco con usted -repuso tras una larga pausa-, porque a estas alturas no tengo ya nada que perder si lo soy. Después de todo, cualquier cosa que le diga no podrá ser nunca utilizada contra mí ante la ley, porque usted será el único testigo de lo que voy a decirle.

Echó un vistazo a Mendes, supongo que para que yo lo viese. Quería dejar muy claro que las conversaciones amistosas entre judíos no iban a servirme de nada.

– En cualquier caso -contestó-, como es usted tan listo, quizá pueda decirme qué es lo que sospecha.

– Le diré lo que sé, señor. Sé que tenía usted interés personal en que continuase con mi investigación, y sólo me queda asumir que era porque deseaba ver la destrucción de Sir Owen, quien, como usted sabe, era la misma persona que Martin Rochester. Su razón para hacerlo era que usted, en algún momento del pasado, fue el socio del señor Rochester.

Los bordes de la boca de Wild temblaron ligeramente.

– ¿Por qué cree usted eso?

– Porque no se me ocurre ninguna otra manera de relacionarle con Sir Owen, y porque si Sir Owen hubiera deseado vender y distribuir estas acciones falsas, debió de necesitar su ayuda. Después de todo, en determinados trabajos uno no puede evitar tener tratos con el señor Wild más tarde o más temprano. ¿No es eso cierto?

Miré a Mendes, y me satisfizo bastante su ligerísimo asentimiento.

– Sigue siendo sólo una conjetura -me dijo Wild.

– ¡Ah, pero es tan probable! Usted envió al desgraciado de Quilt Arnold a espiarme cuando puse mi anuncio en el Daily Advertiser. Él me dijo que hubo un tiempo en que usted se fiaba más de él, y que usted quería ver si era capaz de reconocer a cualquiera que viniera a entrevistarse conmigo, y que si no era así, que les describiese. ¿No es probable, pues, que, como el señor Arnold había gozado de su confianza en el pasado, hubiera tenido más conocimiento de sus trapicheos en acciones falsas? Así podría haber reconocido a algún comprador, e incluso si no lo era, usted podría hacerlo, a partir de la descripción de Arnold. Ninguno de estos detalles son condenatorios por sí solos, pero en combinación creo que no ofrecen otra manera de interpretarlos.

Wild asintió.

– Quizá tenga usted más talento del que le atribuía, señor Weaver. Y sí, tiene usted toda la razón. Hace más de un año, Sir Owen vino a verme porque deseaba poner en marcha una trama para producir acciones falsas de la Mares del Sur. En el pasado había estado involucrado con la organización madre de la Mares del Sur, la Compañía Sword Blade, y como resultado de ello conocía bien sus mecanismos internos. Pero deseaba reclutar a aquellos que conocían bien los bajos fondos, y necesitaba contactos para que su plan funcionase, de modo que, sabiamente, recurrió a mí. Me ofreció un porcentaje que me pareció generoso, y pronto llegamos a un acuerdo. Era una operación compleja, como comprenderá. Él deseaba de todo corazón que nadie supiera quién era, porque tenía miedo, con razón, del poder de la Compañía. Así que creó la identidad de Martin Rochester. Con ayuda de mis hombres en la calle, y un agente infiltrado dentro de la Compañía.

– Virgil Cowper -especulé.

– El mismo -reconoció Wild-. Y así, con todas estas piezas en su sitio, teníamos el negocio a punto.

– Pero más tarde usted quiso desentenderse de ese negocio -dije-. Le dijo a Quilt Arnold que estuviera ojo avizor con los hombres de la Mares del Sur. Sabía lo suficiente acerca de su capacidad de decisión como para temerles, ¿verdad?

Asintió.

– Me llevó algún tiempo, pero llegué a darme cuenta de los peligros que esta operación me presentaba, porque me dejaba a merced de otro hombre, una situación a la que no estoy acostumbrado. Cuando por fin comprendí lo que era la Compañía de los Mares del Sur, me di cuenta de que era peligroso tener un enemigo así. Al principio de meterme en la operación, supuse que los directores no eran más que una pandilla de caballeros perezosos e hinchados, pero pronto vi que iba a ser mucho mejor para mí que la Compañía no tuviera na da que ver conmigo, porque si decidían destruirme tenía poca confianza en ser capaz de igualar su poder. Y así tuve que encontrar la forma de liberarme de mis ataduras.

– Sí -reflexioné-. Sir Owen conocía llegados a este punto demasiadas cosas acerca de sus operaciones, y, si le delataba usted, tenía que temer su venganza.

– Precisamente -Wild resplandecía con el placer que le proporcionaba su propia inteligencia-. Necesitaba encontrar el modo de deshacerme de él sin que él sospechara mi implicación. Fue más o menos por las mismas fechas en que Sir Owen y yo separamos nuestros caminos cuando él se dio cuenta de que su padre y el señor Balfour habían descubierto la verdad acerca de las acciones falsas. Por lo que yo he deducido, Balfour descubrió que tenía acciones falsas en su poder, y fue a pedirle consejo a su padre. Cuando Sir Owen supo que su padre deseaba sacar esa información a la luz pública, se revolvió con saña, con excesiva saña para mi gusto, porque en mi negocio, señor, la discreción lo es todo. Sabía que él había organizado el asesinato de su padre, de Balfour, y del librero. Sabía también que Sir Owen llevaba siempre sobre su persona un documento escrito por su padre detallando las pruebas de la falsificación. No sé por qué guardaba esas cartas: quizá pensase que le daría ventaja sobre la Compañía en caso de necesitarla. En cualquier caso, le di instrucciones a Kate Cole de que le robara este documento, sabiendo que sería fácil, ya que su afición por las putas era legendaria. E hice circular algunos rumores que le hiciesen creer que era posible que yo estuviera detrás del robo, sólo posible, como comprenderá. Simultáneamente hice circular rumores de que yo no tenía nada que ver. No podía dejar que él supiera que yo era su enemigo. Me limité a hacer circular información que le hiciera sentirse incómodo con la idea de confiar en mí, pero no lo suficiente como para arriesgarme a que actuase en mi contra. Bien, señor Weaver, si a un hombre se le pierde algo y desea recuperarlo en esta ciudad, en caso de no poder confiar en Jonathan Wild para que se lo devuelva, ¿a quién se dirigirá? Parece que no tenía más que una alternativa.

– Dios mío -balbuceé-, ¿las cartas que me mandó recuperar de manos de Kate Cole eran los papeles de mi padre?

– Efectivamente. También solía llevar encima unas cartas sentimentales a su difunta esposa, pero éstas me importaban mucho menos. Ahora, tras haberle robado este documento incriminador, le obligué a colocarse en una posición en la que necesitaba contratar al hijo de su víctima para recuperar la prueba misma del crimen. No tenía razón para creer que él supiera que usted era el hijo de Samuel Lienzo, así que ahí no había causa para alarmarse, y no podía sino sospechar que para obtener el botín tendría usted que leer lo recuperado, pero las cosas no salieron así.

Todavía no entendía por qué Wild me había puesto tan difícil el conocer la verdadera identidad de Sir Owen y su responsabilidad en la muerte de mi padre.

– ¿Por qué no hizo que su gente abriera el paquete? -pregunté-. ¿Por qué hizo que todo fuera tan endiabladamente complicado?

– Era necesario que no supieran que tenían un papel que representar en este asunto, ya que apenas podía tener confianza en esos villanos. No podía confiar en que mis propios faltreros no me delatarían ante Sir Owen en caso de encontrarse en una posición difícil. Así que tuvo algunos problemas a la hora de recuperar los documentos. La muerte de Jemmy fue un detalle desafortunado, ¿pero qué le vamos a hacer? De todas maneras, debido a que tenía que enfrentarme a la posibilidad de que usted mostrara tantos malditos escrúpulos en sus servicios a Sir Owen, tomé una segunda precaución: le pedí al bobo de Balfour, a cambio de la ridícula, por lo exagerada, cantidad de cincuenta libras, que le involucrase en el asunto. Usted quizá se preguntase por qué perdió todo el interés en encontrar al asesino de su padre, pero era sólo porque desde el principio le importó un comino su padre, y su muerte. Y así, espoleado por la insistencia de Balfour en que la muerte de su padre estaba relacionada con alguna espantosa conspiración, por fin mordió el anzuelo. Intenté dirigirle en la dirección correcta, cosa que era extremadamente difícil, pero ahora comprende por qué tuve que tratarle con tan pocos miramientos públicamente, ya que debía hacer creer a Sir Owen que yo buscaba disuadirle, no animarle, y tenía también que protegerme contra la posibilidad de que algún día usted se viera forzado a desandar el camino recorrido. Sabía que no había podido dejar de descubrir la conexión con la Compañía de los Mares del Sur, así que no había ningún peligro en que yo se lo mencionase.

Las estratagemas que se me habían escapado durante tanto tiempo ahora estaban claras.

– Es por la misma razón, entonces -especulé-, por la que Sir Owen hizo sus tratos conmigo en el parque de St. James, con el objeto de que todo el mundo viera que teníamos algún negocio entre manos. Deseaba que le llegara a usted el rumor de que había alcanzado algún tipo de acuerdo con su rival más importante, con la esperanza, supongo, de hacerle ver a usted que con él no se jugaba.

Wild asintió.

– Tanto Sir Owen como yo nos vimos obligados a involucrarle a usted por más o menos las mismas razones. Naturalmente, él cometió más errores que yo, y a medida que usted se iba acercando, se vio obligado a intentar quitarle de en medio.

– Y cuando usted se enteró por el señor Mendes de que yo me desalentaba, me envió usted a una falsa Sarah Decker para ponerme tras la pista de Sir Owen.

– ¿Y cómo sabe usted que yo hice tal cosa?

– ¿Quién sino Jonathan Wild tiene una compañía entera de actrices a su disposición?

– ¿Quién, efectivamente? -soltó una risotada.

Guardé silencio durante un rato tras esta narración.

– Es asombroso -dije por fin-. Pero ciertamente ha salido usted victorioso.

– Por supuesto -añadió-, existía otra posibilidad, y era que en el transcurso de su investigación usted fuera destruido por Sir Owen, y mientras que yo no habría perdido a mi enemigo actual, sí habría logrado eliminar a un enemigo futuro.

– Me pregunto si fue usted quien organizó la muerte de Sir Owen -dije-. Quizá usted lo organizara de forma que pareciese que él era el cerebro detrás de las falsificaciones y luego lo ha asesinado para que no pudiera negarlo.

– Con seguridad ha visto usted demasiado como para creer que yo solo pueda haber orquestado esa vileza en particular. La muerte de Sir Owen me parece muy del estilo de estas compañías, que atacan atrevida pero secretamente. No es mi estilo en absoluto. Yo lo prefiero callada y secretamente.

– Como ha intentado tratar conmigo -observé.

– Precisamente. Verá, señor Weaver, en mi opinión yo no le debo nada. Y cuando le dije que creía que podíamos coexistir, se lo dije sólo para que usted bajara la guardia. No creo que podamos coexistir, y llegaremos a darnos batalla antes o después. Sin embargo me gustaría añadir una cosa más, porque siento que es usted demasiado estricto en sus nociones de la justicia. Los tres hombres a sueldo de Sir Owen, los que mataron a Michael Balfour, están, mientras nosotros hablamos, en Newgate esperando un juicio. No por asesinato, sino por otros delitos de horca que pude reunir. Estos hombres son un peligro para nuestra ciudad, creo que convendrá en eso conmigo, y aunque yo me beneficie de su destrucción, todo Londres se beneficia también.

Hizo una pausa para lanzar una ligera risita.

– Al final, supongo, ha resultado que la Compañía de los Mares del Sur y yo hemos trabajado juntos, aunque no de manera intencionada. Pero compartíamos los mismos propósitos, y cada uno a nuestro modo, luchábamos por los mismos fines. Yo organicé el desenmascaramiento de Sir Owen, sirviéndome de usted como instrumento. Y ellos, por su parte, organizaron su destrucción. De hecho, yo en cierta medida dependía de su deseo de deshacerse de él, ya que ni yo ni la Compañía podíamos correr el riesgo de que desvelase las cosas que sabía.

Wild se acarició la barbilla pensativo.

– Pero puede que esté otorgando demasiado crédito a la Compañía cuando digo que trabajábamos por el mismo fin, ya que creo que les guié de manera bastante eficaz. Sí, lo cierto es que manipulé a la Compañía con tanta habilidad como le manipulé a usted.

Sabía que lo qué decía era verdad, pero me di cuenta de que yo, contra todas las pruebas, había querido creer que lo había hecho Wild, había querido creer que no había entendido bien los guiños y los codazos de Adelman. Wild era poderoso, pero era un hombre solo, y podía ser destruido en un instante. La Compañía de los Mares del Sur era una abstracción: podía matar, pero no podía ser matada. En su deseo voraz de hacer circular riqueza de papel, era todo lo que Elias había dicho que era: despiadada, asesina, invisible, y tan ubicua como los propios billetes bancarios.

Descubrí que no me gustaba pensar en aquel villano abstracto y que lo que necesitaba era concentrarme en el villano de carne y hueso que tenía enfrente.

– Creo -dije tras reflexionar un momento- que sentiré júbilo el día que suba al cadalso.

Pude ver que había sorprendido a Wild. A lo mejor había llegado a creer que era capaz de predecir cada uno de mis actos, cada una de mis palabras.

– Es usted atrevido, señor. Pensaba que habría usted aprendido a no tomarme tan a la ligera. ¿Cree usted que puede acabar conmigo de alguna manera, Weaver? Es usted un hombre solo -me dijo- y mis fuerzas son legión.

– Eso es verdad -dije mientras abandonaba la habitación-, pero le odian, y serán su perdición.

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