Al día siguiente Santi se despertó sintiéndose idiota. Había perdido el control sobre sus sentimientos. ¿Por qué preocuparse de con quién salía Sofía?, se preguntó. Consiguió explicarse la rabia que le había asaltado diciéndose que lo único que intentaba era protegerla como lo habría hecho un hermano, o, en su caso, como debería haberlo hecho un hermano. Pero en ese momento volvió a imaginársela retozando desnuda en los brazos de Roberto Lobito, y tuvo tantas náuseas que tuvo que sentarse. ¡Maldición! Sofía podía salir con cualquiera excepto con Roberto Lobito.
Roberto era un par de años mayor que Santi y se consideraba el mejor partido desde Rhett Butler. Se movía por la estancia como si fuera suya, y para más remate tenía un coche imponente importado de Alemania. Las tasas de importación eran tan exorbitantes que era casi imposible hacerse con un coche así, pero el padre de Roberto se las había ingeniado para conseguirlo. Odiaba a Roberto Lobito. ¿Por qué se había fijado en Sofía? Cuando por fin saltó de la cama, hacía calor y había mucha humedad en el aire. La excitación que había sentido al estar de vuelta en Santa Catalina se había disipado, y lo único que quedaba de ella era el sabor amargo dejado por la revelación de la noche anterior. Se arrastró hasta la terraza, donde encontró a María desayunando al sol. Aprovechó para preguntarle de forma despreocupada cuánto tiempo hacía que Sofía salía con Roberto, fingiendo ser de la opinión que hacían muy buena pareja.
– Hacen una pareja estupenda… los dos jugadores de polo. Pocos hombres pueden presumir de algo así -dijo con la garganta agarrotada por la rabia.
María, ajena a los verdaderos sentimientos de su hermano, le dijo que estaban muy bien juntos. De hecho, habían pasado muchos fines de semana juntos en Santa Catalina durante los últimos ocho meses. La cosa iba en serio. Santi cambió de tema; no podía seguir escuchando. Le entraron ganas de vomitar. Fue incapaz de desayunar.
Decidió ir a hablar con José para ver qué tal andaban los ponis. Quizá sacara alguno a practicar. Cualquier cosa antes que encontrar a Sofía y Roberto juntos. Podía encontrárselos riendo y, Dios no lo quisiera, besándose. Se sintió peor que nunca. Tuvo ganas de volver a Estados Unidos, huir de unos celos que no era capaz de definir.
La charla con José le distrajo momentáneamente, pero una vez que estuvo encima de un poni, galopando por el campo tras la bola blanca, Sofía le volvió a la cabeza. Golpeaba la bola con mucha fuerza, y cada vez que lo hacía imaginaba que era la cabeza de Roberto Lobito lo que golpeaba. Aunque por muy fuerte que la golpeara no conseguía llegar a hacerla pedazos.
Pasado un rato se dio cuenta de que alguien le observaba. Sofía estaba sentada en la valla, observándole en silencio. Intentó ignorarla y lo consiguió durante unos minutos, pero finalmente se acercó a ella a medio galope con el corazón acelerado. Le diría exactamente lo que pensaba de Roberto Lobito.
Ella le sonrió al ver que se acercaba. La suya era una sonrisa nerviosa. Sabía que estaba enfadado y había pasado toda la noche intentando adivinar el motivo en la sofocante humedad de su habitación. Tragó un par de veces a medida que él se le acercaba, intentando reprimir la agitación que le estaba destrozando el estómago.
– Hola -le dijo. Esperó a que fuera él quien hablara.
– ¿Qué haces? -preguntó Santi con frialdad sin desmontar. Su poni resopló acalorado y meneó la cabeza.
– Mirarte.
– ¿Por qué?
Sofía suspiró y pareció dolida.
– ¿Qué te pasa? -preguntó con tristeza en la voz.
– Nada. ¿Por qué? ¿Debería pasarme algo? -El poni pateó y a continuación volvió a resoplar con impaciencia. Santi se echó atrás sobre la silla, mirándola desde arriba con arrogancia.
– No juegues conmigo, Santi. Nos conocemos demasiado bien para andarnos con jueguecitos.
– ¿Quién está jugando? Simplemente estoy cabreado, eso es todo.
– ¿Qué te he hecho? -preguntó Sofía.
Él chasqueó la lengua como diciendo «venga ya, y ahora ¿quién es la que está jugando?».
– ¿Estás enfadado porque estoy saliendo con Roberto Lobito? -se aventuró a preguntar.
– ¿Por qué habría de importarme? -la expresión de su rostro se endureció al oír el apellido Lobito.
– Porque te importa.
– ¿Por qué tendría que afectarme con quién sales o dejas de salir?
– Bueno, al parecer te afecta y mucho -respondió Sofía. Entonces, exasperada, bajó de un salto de la verja-. Tienes razón. No tiene nada que ver contigo -dijo, y se encogió de hombros como si le diera igual.
De pronto Santi desmontó y la agarró del brazo justo cuando ella empezaba a alejarse. Soltó las riendas del poni y empujó a Sofía contra un árbol, tomó su cuello con una mano y apretó sus calientes labios sobre los de ella. Todo ocurrió tan rápido que cuando se separó de ella, tartamudeando una disculpa, Sofía se preguntó si de verdad había ocurrido. Quiso decirle que todo estaba bien, que deseaba más que nada en el mundo que él volviera a besarla.
Mientras Santi montaba en su poni, ella le sostuvo las riendas durante un instante para impedir que se alejara al galope y le dijo con voz temblorosa:
– Cada vez que Roberto me besa imagino que eres tú.
Santi la miró desde arriba. Ya no estaba enfadado sino ansioso. Meneó la cabeza y deseó no haberla oído.
– ¡Dios, no sé por qué lo he hecho! -dijo antes de alejarse a medio galope.
Sofía se quedó junto a la valla como un conejillo asustado. No podía moverse. Vio a Santi alejarse al galope hasta el centro del campo sin volver la vista atrás. Todavía dudando de que en verdad la hubiera besado, se pasó un dedo tembloroso por los labios. Todavía estaban húmedos. Tenía un terrible nudo en el estómago y apenas sentía las piernas. Quiso correr tras él pero no se atrevió. Santi la había besado. Había soñado con ese momento, aunque en sus sueños la escena duraba mucho más. Pero era un principio. Cuando por fin pudo alejarse, se fue saltando y tambaleándose entre los árboles con el corazón lleno de esperanza. Santi estaba celoso de Roberto Lobito. Se echó a reír feliz, incapaz de creer que todo era real y que no estaba soñando. ¿Era posible que Santi la correspondiera? No lo sabía con total seguridad, pero lo que sí sabía era que debía romper con Roberto Lobito lo antes posible.
Cuando Sofía llamó a Roberto Lobito a La Paz y le dijo que no podía seguir siendo su novia, se produjo un silencio tenso. A Roberto no le habían dejado nunca, nunca. Preguntó a Sofía si se encontraba bien. Seguramente no. Ella le respondió que estaba perfectamente. Habían terminado.
– Estás cometiendo un gran error -la previno Roberto-. Acuérdate de lo que voy a decirte. Cuando estés en tus cabales y quieras volver conmigo, yo ya no estaré, ¿me entiendes? Seré yo quien no querrá volver contigo.
– Muy bien -le respondió Sofía antes de colgar.
Sofía pensaba que a Santi le haría feliz saber que había roto con Roberto Lobito, pero su primo no pareció alegrarse. Seguía ignorándola y daba la impresión de que su amistad se había roto para siempre. Pero ¿y el beso? ¿Acaso lo había olvidado? Ella no. En cuanto cerraba los ojos, volvía a sentir los labios de Santi sobre los suyos. No podía confiar en María. No podía contarle cómo se sentía, así que acudió a Soledad. Soledad siempre estaba ahí. No es que su consejo fuera de mucha ayuda, pero siempre le dedicaba toda su atención y la escuchaba con una expresión de simpatía y de adoración. Sofía le dijo que Santi la ignoraba, que ya no contaba con ella como antes. Lloró sobre el pecho esponjoso de su criada porque había perdido al único amigo que tenía en el mundo. Soledad la acunó cariñosamente entre sus brazos y le dijo que los chicos de la edad de Santi querían salir por ahí con otros chicos o con la chica de la que estaban enamorados. Como Sofía no entraba en ninguna de esas dos categorías, no le quedaba más remedio que tener paciencia.
– Volverá cuando haya madurado un poco -le prometió-. No te preocupes, gorda, encontrarás otro novio y entonces dejarás de preocuparte por el señor Santiago.
Fernando estaba furioso ante el cariz que habían tomado los acontecimientos. ¿Cómo podía Sofía haber dejado plantado a Roberto Lobito? Roberto era su mejor amigo. Si Sofía había arruinado su amistad, jamás la perdonaría. ¿Acaso no se daba cuenta de que todas las mujeres que conocían a Roberto le deseaban? ¿Era consciente de lo que estaba dejando escapar? Maldita egoísta. Como siempre, sólo pensaba en sí misma.
Fernando se propuso invitar a Roberto Lobito a la estancia a la menor oportunidad por dos razones. En primer lugar, porque le preocupaba la posibilidad de que no quisiera volver por allí o, aún peor, que a causa del comportamiento de Sofía Roberto hubiera dado por finalizada su amistad con él. Y la segunda, porque le divertía ver a Sofía violenta cuando se encontraba con Roberto en la estancia. Podía considerarse como una venganza en defensa de su amigo. De hecho, se pavoneaba de Roberto en el campo de polo con la mera intención de mostrar a Sofía lo que se estaba perdiendo. Ella había rechazado a Roberto, de manera que indirectamente también le había rechazado a él. Roberto no pudo resistirse a la tentación y se aprovechó de la lealtad de Fernando para dedicarse a flirtear sin ningún disimulo delante de Sofía con el único fin de enseñarle que ya no le importaba nada. Pero no era así.
Sofía se hartó bien pronto de las payasadas de su primo y se encerró en su propio mundo. Se perdía por el campo a lomos de su poni o iba a dar largos y solitarios paseos por la pampa. María iba con ella siempre que Sofía la dejaba, consciente de que había algo que su prima le ocultaba. Eso entristecía a María, que intentaba por todos los medios congraciarse con su amiga, mostrando una radiante sonrisa cuando por dentro se sentía deprimida y excluida. En el pasado Sofía había pasado por épocas de enfurruñamiento, pero nunca tan prolongadas. María siempre había sido su cómplice, su aliada contra todos los demás. Ahora Sofía parecía desear estar sola.
En un principio, a Santi le resultó más fácil estar lejos de Sofía. Avergonzado por haberse dejado llevar por sus impulsos y haber perdido el control sobre sus emociones, había decidido no volver a ver a su prima hasta que hubiera conseguido convencerse de que estaba enfermo o de que algo le pasaba; cualquier cosa antes que admitir que estaba enamorado de Sofía. No podía estar enamorado de ella. Era como estar enamorado de María. Sería un amor incestuoso y eso no estaba bien. Cuando se acordaba del beso, se le encogía el estómago hasta que se le hacía un nudo. ¿De verdad la besé? -se preguntaba en el transcurso de las torturadas noches que siguieron-. ¡Dios mío! ¿En qué estaba pensando? ¿Qué pensará ella de mí?
Soltó un gemido. Esperaba que, al ignorar la situación, ésta desaparecería. Se convenció de que Sofía era demasiado joven para saber lo que quería. Él debería ser más responsable. Al fin y al cabo, ella le tenía por un héroe al que admiraba, y él lo sabía. Era mayor que ella y conocía perfectamente las consecuencias de una relación de ese tipo. Se repitió una y otra vez que debía superarla y olvidarla.
Solía buscar la compañía de los chicos, que iban de un lado a otro de la granja como perros en busca de cualquier novedad. Sin embargo, vivía esperando ver a Sofía en la piscina o en la pista de tenis, sólo para luchar contra la desilusión de no verla allí. Las cosas eran más sencillas cuando ella estaba a la vista. Al menos sabía dónde estaba. Santi era consciente de que no podían ser amantes. Sus familias nunca lo permitirían. Imaginaba sin demasiada dificultad la perorata que le soltaría su padre. Esa que empezaba así: «Tienes un brillante futuro por delante…» Y podía imaginar también el rostro apesadumbrado de su madre. Pero su cuerpo deseaba a Sofía a pesar de lo que su mente no hacía más que repetirle, agotándole poco a poco. Finalmente no pudo seguir luchando. Tenía que hablar con ella. Tenía que explicarse y decirle que aquel beso no había sido más que un momento de locura. Le diría que había creído que era a otra a quien besaba…, cualquier cosa antes que decirle la verdad, que el amor que sentía por ella no dejaba de atormentarle y que no veía ninguna posibilidad de que disminuyera.
María jugaba en la terraza con Panchito y con uno de sus amiguitos de la estancia cuando Santi le preguntó si había visto a Sofía. Le respondió que no tenía ni idea de dónde estaba su prima y refunfuñó añadiendo que ésta últimamente se comportaba como una perfecta desconocida. Chiquita salió de la casa con una cesta llena de juguetes y le dijo a Santi que fuera a buscar a Sofía y que hiciera las paces con ella.
– Pero si no nos hemos peleado -protestó él. Su madre le miró como diciendo: «No me tomes por tonta».
– La has ignorado desde que volviste y se moría de ganas de verte. Quizás esté mal por lo de Roberto Lobito. Ve y ayúdala, Santi.
María cogió la cesta de brazos de su madre y vació su contenido sobre las baldosas del suelo. Panchito chilló encantado.
Santi encontró a Sofía concentrada en un libro bajo el ombú. Su poni daba cabezadas en la sombra. Había mucha humedad en el aire. Al mirar al cielo, Santi pudo divisar algunas nubes negras que se acercaban desde el horizonte. Cuando Sofía le oyó acercarse, dejó de leer y le miró.
– Sabía que te encontraría aquí -dijo Santi.
– ¿Qué quieres? -preguntó agresiva. Al instante deseó no haber sonado tan enfadada.
– He venido a hablar.
– ¿De qué?
– Bueno, no podemos seguir así, ¿no crees? -dijo sentándose junto a ella.
– Supongo que no.
Se quedaron callados un rato. Sofía se acordó del beso y deseó que volviera a besarla.
– El otro día… -empezó ella.
– Lo sé -la interrumpió Santi, intentando encontrar las palabras que tanto había ensayado y que en ese momento le eludían.
– Yo quería que lo hicieras.
– Eso dijiste -respondió Santi, sintiendo que la frente se le llenaba de gotitas de sudor.
– Entonces, ¿por qué saliste huyendo?
– Porque no puede ser, Chofi. Somos primos, primos hermanos. ¿Qué dirían nuestros padres? -puso la cabeza entre las manos. Se menospreció por verse tan débil. ¿Por qué no podía decirle simplemente que lo único que sentía por ella era un amor fraternal y que sus acciones habían sido un gran error?
– ¿A quién le importa lo que digan? A mí nunca me ha preocupado. Además, ¿quién se lo diría? -dijo entusiasmada. De repente lo imposible parecía bastante posible. Él había dicho que no debían, no que él no quisiera. Sofía le rodeó con el brazo y apoyó la cabeza en su hombro-. Santi, te he querido desde hace tanto tiempo -suspiró feliz. Pronunció las palabras que tan a menudo había dicho en su cabeza desde el fondo de su alma. Él levantó la cabeza y la rodeó con sus brazos, enterrando la cara en su pelo. Se quedaron así durante un rato, fuertemente abrazados, escuchando la respiración del otro, preguntándose qué hacer.
– He intentado convencerme de que no te quiero -dijo Santi por fin, sintiéndose mucho más relajado después de haberse liberado de la carga que le oprimía la conciencia.
– Pero me quieres -dijo Sofía feliz.
– Desgraciadamente sí, Chofi -dijo, jugando con su trenza-. No he dejado de pensar en ti mientras he estado fuera.
– ¿De verdad? -susurró, ebria de satisfacción.
– Sí. No pensaba que fuera a echarte de menos, pero me sorprendí a mí mismo. Ya entonces te quería, pero no he comprendido mis sentimientos hasta ahora.
– ¿Cuándo supiste que me querías? -le preguntó ella con timidez.
– No fue hasta que te besé. No entendía por qué me importaba tanto que estuvieras saliendo con Roberto Lobito. Supongo que no quería pensar demasiado en ello. Me daba miedo la respuesta.
– Me sorprendió que me besaras -le dijo Sofía echándose a reír.
– Nadie se sorprendió más que yo mismo, te lo aseguro.
– ¿Te arrepentiste?
– Mucho.
– ¿Te arrepentirías si volvieras a besarme? -preguntó al tiempo que le sonreía disimuladamente, retándole a que probara y lo averiguara por sí mismo.
– No sé, Chofi. Es… bueno, complicado.
– Odio que las cosas sean demasiado fáciles.
– Ya lo sé. Pero creo que no entiendes lo que significa un beso entre nosotros.
– Claro que sí.
– Eres la hija de mi tío -se lamentó Santi.
– ¿Y qué? -intervino Sofía con decisión-. ¿A quién le importa? ¿Qué más da si nos gustamos, nos hacemos felices uno al otro y aprendemos a vivir el presente? ¿Qué mejor prueba que ésta?
– Tienes razón, Chofi -admitió Santi, y ella se dio cuenta de que había vuelto a ponerse serio. Se liberó de su abrazo y le miró, intentando leer la expresión de su rostro. Él alzó su tosca mano y con ella le acarició la mejilla, trazando sus trémulos labios con el pulgar.
Durante un largo instante Santi sumergió la mirada en los ojos marrones de Sofía como si intentara luchar contra sus impulsos por última vez. Momentos después se rendía a un deseo mucho más fuerte que cualquiera de sus razonamientos y, con una fuerza poco propia de él, la atrajo hacia sí y puso sus labios húmedos sobre los de ella. Sofía tomó aire como si de pronto le hubieran hundido la cabeza en el agua. Aunque había imaginado esa escena muchísimas veces, no había sido capaz de anticipar esa sensación de ligereza que le llenaba el estómago de espuma y el cosquilleo que le recorría los brazos y las piernas. Sin duda el beso de Santi nada tenía que ver con el de Roberto Lobito, cuyos esfuerzos parecían ahora artificiales en comparación con los de su primo. Sofía se separó de él para tomar aire, de pronto confundida por el ritmo enloquecido de sus emociones. En ese momento pudo reconocer el deseo en los ojos de Santi y en los latidos de su propio corazón, y volvió a ofrecerle sus labios. Fue entonces cuando entendió el mensaje de la historia de Santi y fue plenamente consciente de que existía en el momento presente, disfrutando de cada nueva sensación. Con una ternura que hizo que el estómago le diera un vuelco, él le besó las sienes, los ojos y la frente, sosteniendo su rostro entre las manos y acariciándole la piel con suavidad. Sofía se sentía consumida por él, envuelta por sus brazos, perdida en el aroma embriagador de su piel. Ninguno de los dos percibió las nubes amenazadoras que habían ido arremolinándose sobre ellos. Totalmente absorbidos el uno por el otro, ni siquiera habían sentido las primeras gotas de lluvia que no tardaron en dar paso a la fuerte tormenta que ya caía sobre sus cuerpos cuando se agazaparon contra el tronco del árbol en busca de refugio.