Cuando llegaron a Santa Catalina, se metieron en la piscina. El sol de la tarde colgaba bajo en el oeste, ardiendo como un carbón encendido en la claridad del cielo. Los mosquitos revoloteaban entre los árboles y la hierba, y la fragancia de las rosas y la madreselva de Antonio lo llenaban todo. Con los brazos apoyados en el bordillo de la piscina, Sofía y Santi miraban los campos y hablaban de las cosas que habían ido cambiando con los años desde que se habían separado.
– ¿Sabes?, echo de menos a José -dijo Sofía-. Pablo es un encanto, pero en cierto modo me sentía conectada con José.
– Era un tipo muy sabio.
– ¿Quién es este Javier? Es muy guapo.
– Es el hijo de Antonio y Soledad. ¿Acaso no te lo ha dicho ella? -preguntó sorprendido.
– ¿El hijo de Soledad? ¿Estás seguro?
– Claro que estoy seguro. No puedo creer que no te lo haya dicho. Probablemente pensó que ya lo sabías.
– Qué horror. No he hecho más que hablar de mí desde que llegué.
– Javier es todo un héroe.
– ¿Sí? ¿Por qué?
Santi le contó que Javier estaba ayudando a su padre con las plantas que rodeaban la piscina hacía ya unos años mientras la familia estaba sentada tomando el sol y charlando en la terraza que rodeaba el agua. Clara y Félix habían estado jugando en silencio sobre la hierba con el resto de sus primos. Nadie se dio cuenta de que
Félix había ido a gatas hasta el bordillo de la piscina para tocar el agua con las manos. Dio la casualidad que Javier miró dentro de la piscina y vio lo que parecía ser un pequeño bulto, borroso y gris, en el fondo. No lo pensó dos veces. Se tiró al agua y descubrió que aquel pequeño bulto era Félix. Sacó al niño del agua, que empezó a jadear y a farfullar intentando tomar aire. Javier le salvó la vida. Si no hubiera sido por él, Félix se habría ahogado. Paco le regaló una silla nueva con sus iniciales grabadas en una placa de plata como recompensa por haber salvado la vida de su nieto. Nadie había olvidado lo que hizo Javier. Paco siempre le había tenido un cariño muy especial.
Cuando salieron de la piscina Sofía fue a su casa. Entró directamente en la cocina, donde Soledad estaba preparando la cena.
– Soledad, no me has dicho que tienes un hijo -dijo entusiasmada, intentando compensar su anterior falta de interés-. Además, es guapísimo.
– Igualito que Antonio -se rió Soledad.
– Bueno, se parece más a ti, Soledad -dijo Sofía-. Me siento fatal. Llevo días viéndole en el campo y nunca le he dicho nada.
– Pensaba que lo sabía.
– Bueno, ahora sí. Santi me contó que le salvó la vida a Félix. Debes de estar muy orgullosa de él.
– Lo estoy, sí. Los dos lo estamos. Javier le saca brillo a su silla todos los días. Es su pequeño tesoro. El señor Paco es un hombre muy generoso -dijo con reverencia.
– Javier merece con creces esa generosidad -le dijo Sofía.
Sofía se fue a su habitación, donde empezó a prepararse un baño de agua fría. Mientras se desnudaba, pensaba en Santi y se preguntaba lo que el futuro iría a depararle. También pensó en David, en cómo la había rescatado en un momento en que se sentía vulnerable y perdida. Había sido muy bueno con ella. Se sintió aliviada cuando Soledad llamó a la puerta. Necesitaba distraerse de las preguntas que invadían su cabeza en cuanto se quedaba sola.
Soledad entró a toda prisa. Sofía se quedó sorprendida al ver que estaba pálida, parecía haber estado llorando y no paraba de retorcerse las manos, presa de la angustia. La llevó de inmediato a la cama y se sentó con ella, rodeándola con el brazo para consolarla.
– ¿Qué pasa? -le preguntó, y vio cómo el voluminoso cuerpo de Soledad se veía sacudido por violentos sollozos. La criada intentaba hablar, pero cada vez que lo hacía rompía a llorar de nuevo. Por fin, después de engatusarla durante largo rato, dijo que tenía un secreto que había jurado no desvelar.
– Pero tú eres mi Sofía -sollozó-. No puedo ocultarte nada.
A Sofía no le interesaba demasiado su secreto. Había guardado muchos secretos de Soledad en el pasado y ninguno de ellos había tenido el menor interés. Pero odiaba ver tan preocupada a su vieja amiga, de manera que decidió escuchar su secreto para consolarla.
– Es sobre Javier -empezó Soledad con timidez.
– Está bien, ¿verdad? -preguntó Sofía preocupada, imaginando que quizás estaba enfermo.
– No es eso, señorita. Antonio y yo le queremos mucho. Le hemos dado un buen hogar y hemos hecho de él todo un hombre. Estamos orgullosos de él.
– Entonces, ¿por qué lloras? Es un buen hijo. Tienen que considerarse muy afortunados.
– Oh, ya lo sé, señorita Sofía. Usted no lo entiende -dijo, y se quedó unos segundos en silencio. Luego dio un profundo suspiro y se estremeció-. El señor Paco nos hizo prometer que no se lo diríamos a nadie. Cumplimos nuestra promesa. Hemos guardado el secreto durante veinticuatro años. Pensábamos que usted volvería antes. Siempre nos hemos dicho que sólo somos sus guardianes. Usted siempre ha sido su madre.
– ¿De qué estás hablando? -susurró Sofía.
– Por favor, no me culpe. Yo sólo hice lo que me pidió el señor Paco. Trajo a su bebé de Suiza. Dijo que quería que tuviera un buen hogar, que usted volvería y se arrepentiría de lo que había hecho. No quería que su nieto creciera entre desconocidos.
– ¿Javier es mi hijo? -dijo Sofía muy despacio. Se sentía extrañamente separada de su propio cuerpo, como si sus palabras estuvieran saliendo de otros labios.
– Sí, Javier es su hijo -repitió Soledad, y empezó a gemir como una bestia herida.
Sofía se levantó y se quedó de pie junto a la ventana mirando a la pampa oscura.
– ¿Javier es Santiaguito? -preguntó, todavía sin querer creerlo. Vio en el reflejo del cristal las manitas y los piececitos de su niño, la naricilla que tantas veces había besado. Volvió a notar el sabor a sal en la boca. Vio su propio reflejo en la ventana retorciéndose de dolor hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas y ya no pudo ver nada más.
– El señor Paco y yo… y, naturalmente, Antonio, somos los únicos que lo sabemos. No quiso que la señora Anna lo supiera. Pero usted tiene derecho a enterarse. Es su madre. Si quiere decírselo a Javier, yo no puedo impedírselo. Quizá debería saber quiénes son sus verdaderos padres. Que es un Solanas.