– Pero ¿es posible que no se pueda encontrar el menor indicio en esta historia de mierda?
Christopher Marsalis se levantó del escritorio de su despacho y se quedó de pie como si no supiera qué epílogo dar a su inesperado arrebato. Se había remangado, por lo que podían verse sus robustos antebrazos, y llevaba el cuello de la camisa desabrochado. La corbata era una mancha de color sobre la chaqueta oscura, que estaba arrojada descuidadamente sobre el respaldo de la silla.
Se pasó una mano por el pelo blanco y miró a los dos hombres que lo observaban en silencio sentados frente a él. Volvió a sentarse, con expresión afligida.
– Disculpadme. Creo que estoy un poco nervioso.
Jordan no dijo nada. Nunca había oído a su hermano pedir disculpas por nada. Era bastante significativo que lo hiciera justo en aquel momento.
El detective James Burroni, en cambio, se sintió aludido.
– Señor alcalde, le garantizo que hemos seguido todos los caminos posibles. Desde que Jordan tuvo esa intuición en cuanto a Chandelle Stuart, hemos dado un pequeño paso adelante. Algunos hombres del departamento están interrogando discretamente a los profesores que formaban parte del cuerpo docente del Vassar College en la época de los hechos. Estamos investigando incluso en la United Feature Syndicate, la editorial de Snoopy. Gracias a ellos hemos iniciado una investigación entre los herederos de Charles Schulz, para ver si hay algo útil entre las notas y cartas que ellos tienen.
Christopher apartó la silla del escritorio para ponerse más cómodo. Estaba ojeroso. Jordan se dio cuenta de que no debía de haber dormido mucho desde que había empezado aquel asunto.
– Detective, estoy seguro de que están ustedes haciendo todo lo posible. Lo que me enfurece es que no hagamos más que girar los pulgares mientras hay un maldito asesino en serie que está planeando otro homicidio.
Jordan hizo oír al fin su voz, al tiempo que se levantaba de la silla.
– Quizá tengas razón, pero no me convence del todo. A los asesinos en serie les gusta la publicidad, quieren que sus actos se hagan públicos, para obtener de los medios la gratificación que buscan. En nuestro caso no hay la menor señal de un intento de romper el secreto que hasta ahora hemos conseguido mantener sobre estos delitos.
– Tal vez sea como tú dices, pero no logro encontrar una definición mejor para alguien que anda por ahí matando a personas inspirándose en tiras cómicas que se hicieron para divertir a la gente.
– La clave de todo está precisamente ahí, en mi opinión. Solo que no logro comprender cómo.
Al usar el verbo en singular había cargado sobre sí la responsabilidad de ese estancamiento, y Burroni se lo agradeció. Desde el momento en que entró en esa habitación no había podido quitarse de encima cierta incomodidad. No todos los días un simple policía era admitido en el sanctasanctórum del alcalde, lo cual, además de la falta de resultados, era el principal causante de su estado de ánimo.
Jordan empezó a andar por la sala, en ese modo suyo de reflexionar en voz alta que Burroni ya reconocía y valoraba. Escuchó en silencio su frío análisis de los hechos, que era impersonal como si una de las víctimas no hubiera sido su sobrino ni se hallara en presencia del padre. El detective solo entendía instintivamente aquella capacidad de concentración.
– Razonemos. Tenemos a una persona que comete crímenes inspirándose en una historieta. La primera víctima es alguien importante. Es un pintor famoso, pero es también el hijo del alcalde de Nueva York. Por algún motivo, podría ser incluso una venganza contra él, pero la forma en que se cometió el delito lo excluye. Después llega una segunda víctima. Esta vez es una mujer, que también pertenece a una familia importante de la ciudad. El nuevo homicidio tiene la misma inspiración que el anterior. Una tira de historietas, popular en todo el mundo, que se ha publicado en este país entre las tiras diarias y dominicales de por lo menos ciento cincuenta periódicos: Snoopy.
Jordan hizo una pausa, como si siguiera una idea que se había asomado un instante y había desaparecido de pronto.
– En las dos ocasiones hemos encontrado un indicio sobre la persona que será atacada a continuación, pero siempre es distinto y no parece contener nada digno de tener en cuenta. El primer asesinato se vincula con la figura de Linus, neurótico y cerebral, siempre con su manta pegada a la oreja en los momentos de pánico. Cerca de la escena del crimen se observa a un hombre que lleva un chándal y que cojea un poco de la pierna derecha. En el segundo crimen se trata de Lucy, la hermana de Linus, que está loca por Schroeder, un pequeño genio de la música. También en su caso sucede lo mismo, en lo que concierne a la posición del cuerpo. Después se averigua que las dos víctimas estudiaron en el mismo lugar y que es probable que las dos conocieran a la persona que las mató. Lo cual nos lleva a preguntarnos si también la tercera víctima, a la que se ha señalado como Snoopy, ha sido alumno o alumna del Vassar College y si conoce a un hombre que lleva un chándal, cojea un poco de la pierna derecha y del cual, no lo olvidemos, poseemos un elemento importantísimo. Gracias a su descuido y al azar tenemos una muestra de ADN.
Jordan miró a Burroni y a Christopher como si acabara de darse cuenta de su presencia en la habitación.
– Pero sobre todo debemos tener muy presente que ahora contamos con otra ventaja, aunque pequeñísima, sobre el asesino, ínfima, pero la tenemos.
Christopher mostró una esperanza que se había introducido como una cuña en el rigor del razonamiento de su hermano.
– ¿Cuál?
– Tenemos un nombre. Pig Pen. Otro personaje de Snoopy, menos popular que los otros tres. Y la persona a la que buscamos no sabe que lo tenemos. Repito: es muy pequeña, pero teniendo en cuenta la oscuridad en la que nos encontrábamos, al menos es una luz.
Guardó silencio durante unos segundos, una pausa durante la cual cada uno de ellos tuvo tiempo de asimilar y pensar en todo lo que Jordan acababa de decir.
Burroni fue el primero en reaccionar; se levantó de la silla, como hipnotizado.
– Señor alcalde, si me lo permite, quisiera pasar por la central para mirar los informes de mis hombres en el college y ver si hay novedades con respecto a lo que hemos dicho.
Christopher le tendió la mano.
– Se lo agradezco, detective. A pesar de todo, sé que están ustedes haciendo un buen trabajo y no lo olvidaré cuando llegue el momento.
Mientras Burroni le estrechaba la mano, Jordan volvió la cabeza hacia la ventana para ocultar su instintiva reacción ante aquellas palabras. Nadie mejor que él sabía qué endeble era la memoria de su hermano. Pero que ahora se lo hubiera dicho a Burroni era un cambio importante. Esta vez sería él quien le recordaría las promesas.
– Hasta luego, Jordan. Nos vemos.
– Sí. Mantenme al corriente.
El detective salió de la habitación y cerró con suavidad la puerta a sus espaldas. Jordan y Christopher se quedaron a solas. No habían tenido tiempo de intercambiar ni siquiera una sílaba cuando la puerta volvió a abrirse y apareció en el umbral Ruben Dawson, el impecable factótum y asesor del alcalde.
– ¿Qué sucede, Ruben?
A Jordan le sorprendió notar cierta indecisión en el comportamiento de Dawson, que se acercó al escritorio antes de dar una respuesta precisa a la pregunta.
– Ha ocurrido algo extraño. Acaba de llamarme el guarda de la entrada. Dice que hay una mujer que quiere hablar con usted. Se ha presentado como una comisario de la policía italiana.
– ¿Y qué quiere?
Las palabras de Ruben Dawson los llenaron de asombro.
– Ha dicho que podría tener novedades sobre el homicidio de su hijo.