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Jordan y Maureen bajaron del taxi y avanzaron por el camino que llevaba a la verja de entrada de Gracie Mansion. Jordan prefirió que fueran al parque Carl Schurtz en transporte público, para no obligar a Maureen a un desplazamiento en el asiento posterior de una moto, que podía ser peligroso si durante el trayecto tenía otro de sus encuentros. Y, después de lo que acababa de suceder, no le pareció conveniente que se enfrentara sola a un recorrido en coche.

Hicieron gran parte del trayecto en silencio. Maureen miró por la ventanilla, como hipnotizada por las imágenes de la ciudad que le llegaban filtradas por las gafas oscuras. Jordan la observó varias veces, tratando de que ella no lo notara. Quizá, teniendo en cuenta lo que le ocurría, pensaba que en alguna parte existía un mundo auténtico, mientras que ahora todo lo que los rodeaba era solo apariencia, salvo lo que ella veía a veces con sus ojos.

Fue Maureen quien rompió primero el silencio.

– Hay algo, Jordan.

Le habló sin mirarlo, con los ojos vueltos hacia las imágenes que corrían por la ventanilla del coche como en una pantalla de televisión.

– ¿A qué te refieres?

– Hay algo dentro de mí. Algo que siento que debería saber y no consigo ver. Es como si estuviera mirando a una persona detrás del cristal esmerilado de una ducha. Sé que está allí, pero no logro verla con claridad.

Maureen se quitó un momento las gafas y enseguida se las volvió a poner, acomodándoselas sobre la nariz con un exceso de cuidado. Jordan intentó tranquilizarla, antes de que se hundiera en las arenas movedizas.

– El mejor sistema es no pensar en ello. Ya saldrá solo.

– No quisiera decirlo, pero es exactamente eso lo que temo.

Maureen volvió a sumirse en el silencio y Jordan aprovechó para llamar al Saint Vincent. Pidió a la operadora de la centralita que le pusiera con el doctor Melwyn Leko. En cuanto oyó su voz, el cirujano lo reconoció.

– Buenos días, señor Marsalis.

– Buenos días. ¿Cómo está la señorita Guerrero?

– Su estado es bueno tendiendo a óptimo, teniendo en cuenta lo que le ha pasado. Todavía está un poco aturdida, pero creo que ya podemos arriesgar un pronóstico favorable.

Jordan dejó que un suspiro de satisfacción inundara libremente su voz.

– ¿Hay algo que yo pueda hacer?

– Por ahora no.

– Se lo agradezco, y si no es mucha molestia le rogaría que me mantuviera informado de cualquier novedad.

– Por supuesto. Si surge algo se le comunicará.

Cortó la comunicación justo en el momento en que el coche se detenía junto al bordillo; habían llegado.

Ahora pasaban delante del banco donde Maureen se sentó el día que fue a Gracie Mansion, antes de reunir el valor suficiente para presentarse ante unos desconocidos y pedirles que aceptaran como verdadero algo que ni siquiera ella se atrevía a aceptar como tal.

Todo lo que la rodeaba parecía una repetición de aquel día.

Los árboles, las manchas luminosas que dibujaba en la hierba el sol que se filtraba entre las ramas; los gritos de los niños en la zona de juegos y en la plazoleta; más allá, la estatua de bronce de Peter Pan, que ningún polvo mágico lograría jamás hacer volar.

También el agente que estaba de servicio en la caseta era el mismo, ese que tenía el andar de sheriff. Los hizo pasar sin preguntar nada pero, por la ojeada que le echó, Maureen vio que su actitud no había cambiado.

Todo parecía igual; solo ellos ya no eran los mismos.

El mayordomo de Gracie Mansion los recibió en la puerta y los dejó entrar, después de haberles advertido que en aquel momento el alcalde estaba reunido en su despacho con dos miembros de su partido.

Al fondo del pasillo, Jordan y Maureen doblaron a la izquierda y llegaron a la habitación donde Ruben Dawson estaba sentado ante los ordenadores en compañía de otro hombre. El secretario del alcalde, como de costumbre, los acogió con una actitud impecable e impasible. Jordan estaba convencido de que ese hombre no necesitaba nunca aire acondicionado, pues llevaba el frío dentro de sí.

– Ruben, tenemos que buscar algo en internet…

Jordan dejó la frase en suspenso y echó una mirada significativa a la otra persona presente en la sala, un hombre robusto, de unos treinta años, que les daba la espalda, sentado ante la pantalla de cristal líquido de un Macintosh.

Ruben lo cogió al vuelo, pero su expresión no cambió.

– Martin, ¿puedes excusarnos un momento, por favor?

– Por supuesto, señor Dawson.

Mientras esperaban que Martin se levantara y saliera de la habitación, Jordan fue a la máquina fotocopiadora y, escondiendo con el cuerpo lo que hacía, extrajo del bolsillo de la chaqueta el cheque que había encontrado en el cadáver de Lord. Hizo una copia, la puso en el fax y se la envió a Burroni.

Luego se volvió hacia Dawson, que ya estaba sentado frente al ordenador.

– Ruben, ¿recuerdas si en la ciudad de Troy hay un periódico local?

– No lo sé, pero podemos averiguarlo en un segundo.

Ruben abrió el Explorer y tras una rápida búsqueda se apoyó contra el respaldo de la silla y señaló la pantalla.

– Aquí está. The Troy Record.

– Llama y pregunta si tienen un archivo en formato digital. Y si es así, si se puede consultar. No creo que nos pongan problemas si se lo piden de la oficina del alcalde. Diles que es muy importante.

Ruben se levantó y se dirigió hacia el teléfono. Antes de marcar el número se detuvo un momento, con el auricular en la mano.

– Te recuerdo que se trata de un periódico. Si es algo sobre lo que hay que ser discretos, acudir a ellos no es buena idea.

Jordan se vio obligado a admitir que Christopher, al elegir a Ruben como colaborador, había depositado su confianza en la persona adecuada.

– No importa. No es tan importante, a estas alturas.

Ruben Dawson marcó el número y pidió que le pusieran con el director del periódico. Mientras hablaba, Maureen se sentó al escritorio y buscó el sitio web del Troy Record. Jordan se colocó detrás, con las manos apoyadas en el respaldo de la silla.

Ruben se despidió de la persona con la que hablaba y cortó.

– Listo. El archivo está digitalizado en parte, hasta doce años atrás. La contraseña es «Connor Slave».

Jordan sintió que Maureen se ponía tensa, pero no comentó nada acerca de la coincidencia. Una vez más podía comprobar que el azar es despiadado cuando decide recordar a los seres humanos sus sufrimientos.

Maureen abrió el enlace señalado como «Archivo» y cuando se le pidió tecleó la contraseña. Bajo el logo del periódico apareció en la pantalla un motor de búsqueda interna.

Oyó la voz de Jordan que le llegaba desde atrás.

– El hecho sucedió el 14 de septiembre de 1993, así que pienso que nos conviene buscar en la edición del día 15.

Maureen escribió la fecha y apareció en la pantalla la edición del Troy Record que Jordan había pedido. En un silencio lleno de ansiedad, el ordenador comenzó a pasar las páginas sin el familiar crujido del papel. En la pantalla se sucedían palabras que ya se han escrito y dicho muchas veces, pero que volverán a repetirse incansablemente; solo cambiarán los nombres y los lugares. Así de repetitiva es la monótona vida de los seres humanos.

Solo el mal tiene una fantasía sin límites.

Encontraron la noticia en la crónica de sucesos. El artículo, firmado por un periodista llamado Rory Cardenas, ocupaba toda la página.


DÓLARES CON CACAHUETES

Charlie Brown roba un banco


En la jornada de ayer se perpetró un robo en la sede del Troy Savings Bank, en Columbia Turnpike, East Greenbush. Tres sujetos con el rostro oculto por máscaras que reproducían las caras de algunos personajes de Snoopy entraron en el banco y amenazando con pistolas y escopetas a los clientes y al personal se apropiaron de todo el dinero de la caja, que en ese momento sumaba treinta mil dólares. Linus, Lucy y Pig Pen huyeron en un Ford blanco que esperaba fuera con el motor en marcha, conducido por un individuo que llevaba la máscara de Snoopy. Al parecer los asaltantes tuvieron mala suerte, porque se encontró el Ford abandonado a unos diez kilómetros al sur, con el motor averiado. A pesar de ello, lograron huir sin dejar rastro. No hubo heridos que lamentar entre las personas que se encontraban en el banco en el momento del atraco. Solo una mujer anciana, Mary Hallbrooks, de 72 años, probablemente a causa del susto, sufrió una indisposición y fue internada de inmediato en el hospital Samaritan, donde se encuentra todavía en observación, aunque su estado no es grave. Es la primera vez que una sede del Troy Savings Bank es el objetivo de…

El artículo incluía la foto del director y algunas imágenes del banco, mientras los agentes realizaban la inspección. Maureen sintió que se aflojaba la presión de las manos de Jordan y se aligeraba su peso en el respaldo de la silla. Vio que se alejaba de la pantalla, a la que se había acercado para leer mejor el artículo.

– Todo esto ya lo sabemos. Si lo que has visto es cierto, es probable que sucediera casi al mismo tiempo que el atraco. Si es así, la noticia debería figurar en la edición del mismo día.

Dos páginas más adelante, abajo, a la derecha, encontraron la nota que buscaban.

Jordan señaló el lugar con el dedo y Maureen lo rodeó con un recuadro y utilizó el zoom, para ampliar la parte marcada. En la pantalla del ordenador apareció parcialmente una página con dos fotografías. En una se veía a una mujer negra, con la piel bastante clara, el pelo corto y un bonito rostro, que sonreía. En la otra aparecía un niño con ojos oscuros y la piel un poco más clara que la de la madre. Tenía un aire despierto y los miraba con expresión divertida.

Aunque la había visto en una situación muy distinta, Maureen reconoció enseguida a la mujer. Sintió que ese momento era una repetición del día en que descubrieron la identidad de Snoopy, tras aparecer en la pantalla la cara de Alistair Campbell. Apoyó una mano en la muñeca de Jordan y le dio un leve apretón, sin hablar.


A PESAR DE SU EXPERIENCIA, UNA ENFERMERA NO LOGRA SALVAR LA VIDA DE SU HIJO


Thelma Ross, enfermera profesional del hospital Samaritan de Troy, ha sido víctima de una trágica serie de fatalidades que han costado la vida de su hijo, el pequeño Lewis, de cinco años. El niño, mientras jugaba en el jardín de su casa, fue picado por una considerable cantidad de avispas. El violento choque anafiláctico que sufrió, le provocó un edema faríngeo que en poco tiempo le obstruyó por completo las vías respiratorias. Ni siquiera la rapidez de la madre, que gracias a su larga práctica en el quirófano efectuó una traqueotomía al pequeño Lewis, logró salvarle la vida. Cuando llegó la ayuda, el médico de la ambulancia solo pudo certificar la muerte del niño. Expresamos a Thelma Ross el afecto solidario de una comunidad a la cual ha dado mucho y que en estos tristes momentos se siente profundamente conmovida.

Jordan apoyó una mano en el hombro de Maureen, con un entusiasmo que su voz no conseguía disfrazar.

– Aquí hay algo que no encaja. La noticia, como se cuenta aquí, no corresponde en absoluto a lo que…

Se interrumpió antes de terminar la frase. Aunque Ruben no entendió a qué se refería, Maureen lo comprendió perfectamente.

Sintió que los dedos de Jordan ejercían una pequeña presión en su hombro.

– Búscame el número del hospital Samaritan de Troy.

Maureen abrió el sitio de las Páginas Amarillas y a los pocos instantes aparecieron en la pantalla los números de teléfono y la dirección del hospital.

Poco después Jordan cogió el teléfono y marcó un número. La operadora respondió inmediatamente.

– Hospital Samaritan, ¿en qué puedo ayudarlo?

– Necesitaría hablar con el departamento de personal.

– Aguarde un momento, por favor.

Tras unos instantes con la habitual musiquilla de espera, se oyó una voz decidida.

– Michael Stills.

– Buenos días, señor Stills. Soy Jordan Marsalis; llamo en nombre del alcalde de Nueva York.

– Ya. Disculpe si lo he hecho esperar, pero tenía en la línea al presidente de Estados Unidos.

Jordan admiró la rapidez de reflejos de la respuesta y no se lo tomó a mal. Se esperaba una reacción como aquella, aunque en tono menos irónico.

– Señor Stills, comprendo su escepticismo. Habría ido en persona, pero se trata de algo de máxima urgencia. Le ruego que pida en la centralita que le den el número de Gracie Mansion y pregunte por mí. Soy el hermano del alcalde.

– No, está bien. Su tono me ha convencido. Dígame.

– Necesito una información sobre una empleada. Una enfermera que se llama Thelma Ross. Quisiera saber si todavía trabaja ahí y, de ser así, si puedo hablar con ella, o pueden facilitarme su dirección.

Del otro lado hubo una pausa y un ligero suspiro.

– Ah, Thelma. Esa pobre chica…

Jordan intervino para impedir que le contara los hechos que acababa de leer.

– Estoy al corriente de lo que les ocurrió a ella y a su hijo. Quisiera saber dónde puedo encontrarla.

En su mente dio un rostro provisional a Michael Stills, a quien lo imaginó perdido en sus recuerdos personales.

– Aquí todos le teníamos mucho cariño. Era una persona muy dulce y una enfermera extraordinaria. Pero después de la desgracia no se recuperó. Cayó en una depresión que se agravó día tras día hasta dejarla en un estado catatónico. Actualmente está internada en un hospital para enfermos mentales.

– ¿Recuerda cómo se llama?

– No estoy seguro, pero me parece que es The Cedars o The Oaks, algo así. Sé, por sus compañeros que de vez en cuando van a verla, que queda cerca de Saratoga Springs, hacia el norte. Creo que es la única clínica de ese tipo que hay en la zona.

– ¿No podría hablar con el marido?

– Thelma no está casada. O por lo menos cuando llegó aquí ya no lo estaba.

– Se lo agradezco, señor Stills. Ha sido de gran ayuda.

Jordan colgó y se quedó en silencio con la mano apoyada en el auricular, como si no quisiera despegarse de aquella conversación hasta haberla asimilado.

– Thelma Ross está internada en un hospital para enfermos mentales cerca de Saratoga Springs. No sé si servirá, pero creo que debemos ir a hacerle una visita.

Por el tono de Jordan, Maureen dedujo que la visita a Gracie Mansion había terminado. Christopher todavía estaba ocupado y la idea de marcharse sin verlo ni tener que explicarle el motivo de su presencia no molestaba a ninguno de los dos.

Se despidieron de Ruben, abrieron la puerta y avanzaron en silencio por el pasillo, hacia la entrada.

Dawson se quedó solo en la sala, de pie en el umbral, mirándolos mientras se alejaban hasta verlos desaparecer. Después volvió a entrar, cogió el móvil del bolsillo y marcó un número que correspondía al nombre de una asociación de beneficencia.

Cuando descolgaron, ni siquiera se molestó en decir su nombre. Pese a su proverbial frialdad, bajó un poco la voz.

– Dile al señor Whong que tengo un par de noticias que podrían interesarle mucho…

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