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Los otros ya habían entrado en el bufete de Howard Elias cuando Bosch y Chastain llegaron al quinto piso. El despacho tenía tres habitaciones: una zona de recepción con la mesa de la secretaria, una habitación de tamaño mediano con la mesa del pasante y unos archivos que cubrían dos de las paredes, y una tercera habitación, la más grande, que constituía el despacho de Elias.

Cuando Bosch y Chastain se movieron por las estancias, los otros permanecieron en silencio, evitando mirarles. Era evidente que habían oído el escándalo en el vestíbulo mientras subían en el ascensor. A Bosch le tenía sin cuidado.

Había olvidado lo ocurrido y sólo le interesaba registrar a fondo el despacho de Elias. Confiaba en hallar algo que resultara valioso para la investigación, que les marcara el rumbo a seguir. Recorrió las tres habitaciones, realizando observaciones de carácter general. Al llegar a la última habitación se percató de que a través de los ventanales situados detrás del magnífico escritorio de madera barnizada de Elias se divisaba el rostro gigantesco de Anthony Quinn.

Formaba parte de un mural en el que aparecía el actor con los brazos extendidos, pintado en la pared de ladrillo de un edificio situado al otro lado de la calle, frente al Bradbury.

Rider entró tras él en el despacho privado de Elias y se detuvo también ante el ventanal.

– Cada vez que vengo aquí y veo el rostro de ese tipo me pregunto quién es.

– ¿No lo sabes?

– ¿César Chávez?

– Anthony Quinn. El actor.

Rider no hizo ningún comentario.

– Supongo que no es de tu época -comentó Bosch-. El mural se titula «El papa de Broadway», y representa que vela por todos los vagabundos que hay en esta ciudad.

– Ah -dijo Rider cambiando de tema-. ¿Cómo quieres que nos organicemos?

Bosch seguía contemplando el mural. Le gustaba, aunque le resultaba difícil ver a Anthony Quinn como si fuera Cristo. Pero el mural captaba algo de aquel hombre, un poder viril y emotivo. Bosch se acercó a la ventana y miró hacia abajo. Vio las siluetas de dos vagabundos que dormían arrebujados debajo de unos periódicos en el aparcamiento situado junto al mural. Los brazos de Anthony Quinn se extendían sobre ellos. Bosch pensó que el mural era una de esas pequeñas cosas que hacían que le gustara el centro urbano. Como el Bradbury y Angels Flight. Uno no tenía más que fijarse para ver esos exquisitos detalles por doquier.

Bosch se volvió. Chastain y Langwiser habían entrado en la habitación, detrás de Rider.

– Yo trabajaré aquí-dijo Bosch- Kiz y Janis, ocupaos de la habitación de los archivos.

– ¿Y Del y yo qué? -preguntó Chastain-¿Registramos la mesa de la secretaria?

– Sí, y de paso a ver si me conseguís el nombre de la secretaria del pasante. Tenemos que interrogarlos hoy mismo.

Chastain asintió con un gesto, pero Bosch notó que le molestaba tener que registrar la parte menos interesante del despacho.

– ¿Sabes que? -añadió Bosch-. Sal y mira a ver si encuentras unas cajas. Vamos a tener que llevarnos un montón de archivos.

Chastain salió del despacho sin decir palabra. Bosch se volvió hacia Rider, y ésta le dirigió una mirada de reproche, como indicándole que se estaba comportando como un imbécil.

– ¿Qué?

– Nada. -Rider se marchó, dejando a Langwiser y a Bosch a solas.

– ¿Todo va bien, detective?

– Estupendamente. Manos a la obra. Haré lo que pueda hasta que sepamos lo del abogado nombrado por el juez.

– Lo siento. Pero usted me pidió que acudiera aquí para aconsejarle y eso es lo que he hecho. Sigo pensando que es lo correcto.

– Ya veremos.


Durante buena parte de la hora siguiente, Bosch registró metódicamente el escritorio de Elias, examinando sus pertenencias, su calendario de citas y sus documentos. La mayor parte del tiempo lo dedicó a leer una serie de blocs en los que Elias anotaba lo que debía hacer, y había además dibujos a lápiz y notas de llamadas telefónicas. Por lo visto Elias llenaba cada semana un bloc entero con sus numerosas notas y garabatos. Nada de lo que contenían le pareció que guardara relación con el caso. Pero Bosch se daba cuenta de que sabían tan poco sobre las circunstancias del asesinato de Elias que algo aparentemente nimio podía convertirse más tarde en importante.

Antes de empezar a hojear el último bloc, Bosch fue interrumpido por otra llamada de Edgar.

– Harry, ¿no dijiste que había un mensaje en el contestador automático?

– Así es.

– Pues ahora no hay ninguno.

Bosch se inclinó hacia atrás en el sillón de Elias y cerró los ojos.

– ¡Maldita sea!.

– Lo han borrado. He hurgado un poco en el aparato y he comprobado que no era una cinta. Los mensajes se almacenaban en un microchip. Lo han borrado del microchip.

– Bueno -replicó Bosch enojado-. Sigue registrando. Cuando termines, habla con los de seguridad y averigua quién ha entrado y salido de ese lugar. Pregúntales si tienen vídeos de seguridad en el vestíbulo o en el aparcamiento. Alguien ha tenido que entrar allí después de que yo me marchara.

– ¿Y Chastain? Él estaba contigo, ¿no?

– Chastain no me preocupa.

Bosch cerró el móvil y se acercó a la ventana. Le fastidiaba reconocer que el caso se le escapaba de las manos.

Inspiró profundamente y regresó al escritorio para examinar el último bloc de Elias. Al hojearlo vio varias notas sobre alguien a quien Elias se refería como «Parker». Bosch supuso que se trataba de un apodo, de un nombre en clave para referirse a alguien que trabajaba en el Parker Center. Las notas eran en su mayoría listas de preguntas que Elias quería hacer a Parker, aparte de unas notas sobre las conversaciones que había mantenido con esa persona. Por lo general estaban escritas de forma abreviada o en la particular versión taquigráfica del abogado, por lo que resultaban difíciles de descifrar. Pero en otros casos Bosch no tuvo ningún problema en entenderlas. Una nota indicaba que Elias tenía un muy buen informador en el Parker Center:


PARKER:

CONSEGUIR LOS 51 – SIN CORROBORAR

1. SHEEHAN

2. COBLENZ

3. ROOKER

4. STANWICK


Bosch reconoció los nombres de cuatro detectives de Robos y Homicidios que se hallaban entre los acusados en el caso del Black Warrior. Elias quería obtener los 51 expedientes (o demandas presentadas por ciudadanos) contra los detectives. Más concretamente, Elias quería conseguir los expedientes de las denuncias presentadas contra los cuatro policías que habían sido investigados por el Departamento de Asuntos Internos pero que se habían desestimado. De acuerdo con la política del departamento, esos informes desestimados eran retirados de los expedientes de los detectives y por tanto ni siquiera un abogado de la talla de Elias tenía acceso a ellos. Las notas no sólo revelaban que Elias sabía de la existencia de esos expedientes contra los cuatro detectives, sino que daban fe de que el abogado contaba con una fuente en el Parker Center con acceso a esos viejos archivos. La primera suposición no representaba ninguna novedad; a todos los policías se les abrían expedientes que posteriormente eran desestimados. Gajes del oficio.

Pero el que Elias tuviera acceso a esos informes era distinto, pues demostraba que el abogado contaba con un contacto en las altas jerarquías del departamento.

Una de las últimas referencias a Parker que figuraba en el bloc eran las notas de una conversación, al parecer de una llamada que alguien había hecho a Elias a su despacho. Por lo visto, Elias estaba perdiendo a su fuente:


PARKER SE NIEGA

RIESGO DE SER DESCUBIERTO

¿FORZAR EL TEMA?


¿A qué se había negado Parker?, se preguntó Bosch. ¿A entregarle a Elias los expedientes que quería obtener?

¿Temía Parker ser descubierto cuando entregara los expedientes a Elias? Bosch no disponía de datos suficientes para llegar a una conclusión. Tampoco comprendía lo que significaba en ese caso «forzar el tema». No estaba seguro de que esas notas tuvieran algo que ver con el asesinato de Howard Elias. No obstante, se sintió intrigado. Uno de los críticos más implacables y conocidos contra el departamento tenía un topo en el Parker Center. Era importante saber quién era el traidor que tenían en sus filas.

Bosch guardó el último bloc en su maletín, preguntándose si los hallazgos que había hecho a través de las notas, en especial sobre la fuente de Elias, violaban la confidencialidad entre abogado y cliente, como había advertido Janis Langwiser. Después de meditarlo unos instantes, el detective decidió no entrar en la sala de archivos para pedirle una interpretación y continuó registrando el escritorio de Elias.

Bosch se giró en la silla hacia una mesita lateral en la que había un ordenador y una impresora. Los aparatos estaban desconectados. La mesita tenía dos cajones. El superior contenía el teclado del ordenador, y el inferior unos objetos de escritorio y una carpeta. Bosch extrajo la carpeta y la abrió. Dentro había una impresión en color de la fotografía de una mujer semidesnuda. La hoja mostraba dos arrugas que indicaban que había sido doblada. La foto no poseía la calidad de las que publican ciertas revistas para hombres. Había sido tomada por un aficionado y estaba mal iluminada.

La mujer que aparecía en la foto era blanca, con cabello rubio y corto. Tan sólo lucía unas botas de cuero hasta los muslos, con unos tacones de diez centímetros, y un tanga. Posaba con el trasero hacia la cámara, un pie apoyado en una silla y el rostro parcialmente oculto. En la parte inferior de la espalda, en el centro, se veía el tatuaje de una cinta y un lazo. Debajo de la fotografía había una nota escrita a mano:


http://www.girlawhirl.com/gina


Bosch no entendía mucho de ordenadores pero sí lo suficiente para comprender que se trataba de una dirección de Internet.

– Kiz -dijo en voz alta.

Rider era la experta del equipo en ordenadores. Antes de trasladarse a la División de Robos y Homicidios de Hollywood había trabajado en una unidad de fraude en la División del Pacífico, donde había realizado buena parte de su trabajo con ordenadores. Rider entró en la habitación y Bosch le indicó que se acercara.

– ¿Cómo os va en la sala de los archivos?

– De momento aún los estamos clasificando. Langwiser no me deja examinar nada hasta que nos lo autorice el abogado nombrado por el juez. Espero que Chastain traiga muchas cajas, porque tenemos un montón de… ¿Qué es eso? -preguntó Rider al ver la carpeta abierta y la foto de la rubia.

– Estaba en el cajón. Mira. Tiene una dirección.

La detective rodeó el escritorio para examinar la foto de cerca.

– Es una página web.

– Exacto. ¿Cómo podemos echar un vistazo?

– La buscaré aquí mismo.

Bosch se levantó para dejar que Rider se sentara ante el ordenador. El detective se situó detrás de la silla y observó mientras su compañera encendía el aparato.

– Veamos qué proveedor de Internet tenía Elias -dijo Rider-. ¿No has visto ningún membrete?

– ¿Un qué?

– Un membrete. Del papel de cartas. A veces la gente pone ahí su dirección de correo electrónico. Si supiéramos la dirección de correo electrónico de Elias tendríamos mucho ganado.

Bosch no había visto ningún membrete al registrar el escritorio del abogado.

– Espera un momento.

El detective se dirigió a la sala de recepción y le preguntó a Chastain, que estaba sentado detrás de la mesa de la secretaria, si había visto el papel de carta de Elias. Chastain abrió uno de los cajones y señaló una caja en la que había papel de carta. Bosch tomó una hoja. Rider no se había equivocado. En el centro superior de la hoja, debajo del código postal, aparecía impresa la dirección de correo electrónico de Elias:


helias@lavvyerlink.net


Bosch regresó con la hoja al despacho de Elias. Al entrar vio que Rider había cerrado la carpeta en la que estaba la foto de la rubia. Bosch supuso que le turbaba contemplar la foto.

– Ya lo tengo -dijo.

Rider echó un vistazo a la hoja que Bosch dejó sobre la mesa junto al ordenador.

– Perfecto. Ese es el nombre del usuario. Ahora necesitamos su contraseña. Tiene la contraseña del ordenador protegida.

– ¡Mierda!

– Casi todo el mundo elige una contraseña fácil -dijo Rider mientras empezaba a teclear en el ordenador-, para no olvidarla.

Rider dejó de teclear y contempló la pantalla del ordenador. Mientras se movía, el cursor se convirtió en un reloj de arena. En la pantalla apareció un mensaje informando a Rider de que había utilizado una contraseña incorrecta.

– ¿Qué has tecleado?

– Su fecha de nacimiento. Fuiste a hablar con su familia, ¿verdad? ¿Cómo se llama la esposa?

– Millie.

Rider tecleó el nombre y al cabo de unos segundos obtuvo de nuevo el mensaje de rechazo.

– Prueba con el nombre de su hijo -sugirió Bosch-. Se llama Martin.

Rider se detuvo.

– ¿Qué pasa?

– Muchas de esas contraseñas te ofrecen tres oportunidades. Si no lo consigues a la tercera, el sistema se cierra automáticamente.

– ¿Para siempre?

– No. Durante el tiempo que hubiera dispuesto Elias. Entre quince minutos y una hora, o más. Pensemos en esto con…

– V-S-L-A-P-D.

Al volverse, Rider y Bosch vieron a Chastain en la puerta del despacho.

– ¿Qué?

– Esa es la contraseña. V-S-L-A-P-D. Elias versus LAPD, el Departamento de Policía de Los Ángeles.

– ¿Cómo lo sabes?

– La secretaria lo anotó en la parte interna de su cartapacio. Imagino que también utiliza el ordenador.

Bosch observó unos instantes a Chastain.

– ¿Qué hago, Harry? -preguntó Rider.

– Inténtalo -respondió Bosch sin dejar de mirar a Chastain.

Luego se volvió mientras su compañera tecleaba la contraseña en el ordenador. El reloj de arena parpadeó, y en la pantalla aparecieron unos iconos sobre un paisaje formado por un cielo azul y unas nubes blancas.

– ¡Listo! -exclamó Rider.

– Un punto a tu favor -dijo Bosch mirando a Chastain.

Luego clavó los ojos en la pantalla mientras Rider escribía y manejaba el ratón. A Bosch todo aquello le resultaba incomprensible y le recordaba que se había convertido en un fósil.

– Deberías aprender estas cosas, Harry -dijo Rider, como si hubiera adivinado sus pensamientos-. Es más sencillo de lo que parece.

– ¿Por qué voy a molestarme si te tengo a ti? Explícame lo que estás haciendo.

– Echar un vistazo. Tenemos que hablar con Janis sobre esto. Hay muchos nombres de archivos que se corresponden con los casos. No sé si deberíamos abrirlos antes de…

– No te preocupes por eso ahora -le espetó Bosch-. ¿Puedes entrar en Internet?

Rider hizo unos movimientos con el ratón y tecleó el nombre del usuario y la contraseña en unos espacios que aparecían en la pantalla.

– Estoy tratando de acceder a Internet -dijo Rider-. Confío en que funcione la misma contraseña y podamos acceder a la página web de esa chica.

– ¿Qué chica? -preguntó Chastain.

Bosch tomó la carpeta que reposaba sobre la mesa y se la entregó a Chastain. Este echó un vistazo a la foto y esbozó una expresiva sonrisa.

Bosch fijó de nuevo la vista en la pantalla. Rider estaba navegando por Internet.

– ¿Cuál es la dirección?

Chastain se la leyó y Rider la tecleó.

– Se trata de una página web independiente dentro de una web más grande -les explicó Rider-. Aquí conseguiremos la página Gina.

– ¿Crees que se llama Gina?

– Eso parece -contestó Rider.

En ese momento apareció en la pantalla la fotografía que ya habían visto. Debajo de ella figuraba la información sobre los servicios que proporcionaba la mujer de la foto y la forma de ponerse en contacto con ella:


Soy Regina. Un ama de alto standing experta en bondage, humillación, feminización forzada, adiestramiento de esclavos y lluvia dorada. Otros tormentos a petición del cliente. Llámame ahora.


Debajo del bloque de información había un número de teléfono, el de un busca y una dirección de correo electrónico.

Bosch los anotó en un bloc que sacó del bolsillo. Luego miró de nuevo la pantalla y vio un botón azul con la letra A sobre éste. Cuando se disponía a preguntar a Rider qué significaba aquel botón, Chastain soltó un taco. Bosch se volvió hacia él. El detective de Asuntos Internos meneó la cabeza con expresión de perplejidad.

– Ese cabrón probablemente se corría postrándose de rodillas ante esa tía -comentó Chastain-. Me pregunto si el reverendo Tuggins y sus amiguetes en el AISC estaban enterados de esto.

Chastain se refería a una organización llamada Asociación de las Iglesias de South Central, un grupo presidido por Tuggins que siempre estaba a disposición de Elias cuando éste quería mostrar a los medios una imagen de la indignación de la opinión pública en South Central por los presuntos desmanes de la policía.

– Ni siquiera sabemos si conocía a esa mujer -replicó Bosch.

– Pues claro que la conocía. ¿Por qué iba a tener su foto si no? Si Elias andaba metido en esas prácticas sadomasoquistas, cualquiera sabe adónde pudo haberle conducido. Es un asunto digno de ser investigado y tú lo sabes.

– Descuida, vamos a investigarlo todo.

– Eso espero.

– Hummm -interrumpió Rider-, eso es un botón de audio.

Bosch contempló la pantalla. Rider tenía el puntero situado sobre el botón azul.

– ¿Qué quieres decir?

– Creo que podemos escuchar a Regina.

Rider hizo clic en el ratón y el ordenador descargó un archivo de sonido y empezó a reproducirlo. A través del altavoz sonó una voz: «Soy el ama Regina. Si vienes a mí descubrirás el secreto de tu alma. Juntos revelaremos la auténtica esclavitud a través de la cual averiguarás tu verdadera identidad y obtendrás un placer inimaginable. Te moldearé a mi manera. Te poseeré. Te espero. Llámame ahora».

Los tres guardaron silencio durante unos minutos. Bosch miró a Chastain.

– ¿Crees que es ella?

– ¿A quién te refieres?

– A la mujer que oíste en la cinta del apartamento.

Chastain reparó de golpe en esa posibilidad y se quedó callado mientras reflexionaba sobre ello.

– ¿De qué cinta estáis hablando? -inquirió Rider.

– ¿Podemos volver a oírlo? -preguntó Bosch.

Rider pulsó de nuevo el botón de audio y repitió su pregunta sobre la cinta.

Cuando terminó de escuchar de nuevo la voz de Regina, Bosch respondió:

– Una mujer dejó un mensaje en el contestador automático del apartamento de Elias. No era su esposa, pero tampoco creo que fuera esta voz.

Bosch miró de nuevo a Chastain.

– No sé -dijo éste-. Es posible que lo sea. Podemos comparar ambas voces en el laboratorio.

Bosch observó a Chastain, tratando de captar algún gesto facial que indicara que sabía que el mensaje había sido borrado. Pero no vio nada sospechoso.

– ¿Qué? -preguntó Chastain, molesto ante la mirada escrutadora de Bosch.

– Nada -contestó éste.

Acto seguido se volvió hacia la pantalla del ordenador.

– Dijiste que esto formaba parte de un sitio web más grande -dijo a Rider-. ¿Podemos echarle un vistazo?

Rider se puso a teclear de inmediato. Unos instantes después contemplaron un gráfico que mostraba una pierna femenina embutida en una media, con la rodilla doblada, ocupando toda la pantalla.

El mensaje decía:


BIENVENIDO A GIRLAWHIRL


Un directorio de servicios íntimos,

sensuales y eróticos en el sur de California


Debajo aparecía un índice temático mediante el cual el usuario podía elegir a una de las mujeres incluidas en la lista que ofrecían una variada gama de prestaciones, desde un masaje sensual hasta compañía durante una noche o prácticas de dominación femenina. Rider pulsó el ratón sobre esta última especialidad y apareció una nueva imagen en la pantalla en la que figuraban los nombres de varias amas, seguidos de un código de área telefónico.

– Esto parece una casa de putas de Internet -observó Chastain.

Bosch y Rider no hicieron ningún comentario. Rider situó el puntero sobre el nombre de Ama Regina.

– Aquí tienes -dijo-, eliges la página que quieres y entras en ella.

Rider pulsó de nuevo el ratón y volvió a aparecer la página de Regina.

– Elias la eligió a ella -dijo Rider.

– Una mujer blanca -apostilló Chastain con tono de guasa-. Lluvia dorada a cargo de una mujer blanca. No creo que eso les haga mucha gracia en South Side.

Rider miró a Chastain con expresión de reproche. Abrió la boca para protestar, pero de pronto alzó la vista y se quedó desconcertada. Al observar su reacción, Bosch se volvió. En la puerta del despacho estaba Janis Langwiser. Junto a ella había una mujer que Bosch reconoció por haberla visto retratada en la prensa y en televisión. Era una mujer atractiva con el cutis terso, color café con leche, propio de las mujeres mulatas.

– Alto ahí -protestó Bosch dirigiéndose a Langwiser-. Esto es una investigación de asesinato. Ella no puede entrar aquí…

– Ya lo creo que puede, detective Bosch -repuso Langwiser-. El juez Houghton la ha designado para que revise los archivos.

La mujer a la que Bosch había reconocido entró con paso resuelto en la habitación, sonrió, aunque no de modo afable, y le tendió la mano para que el detective se la estrechara.

– Encantada de conocerle, detective Bosch -dijo la mujer-. Confío en que podamos trabajar juntos en esto. Me llamo Carla Entrenkin.

La mujer aguardó unos instantes pero nadie respondió.

– Lo primero que voy a pedirles es que desalojen este despacho.

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