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Bosch se había ido a casa a ver las ruedas de prensa por la televisión. Había colocado su máquina de escribir portátil en la mesita de café y estaba inclinado sobre ella, tecleando con dos dedos el último informe de la investigación. Podía haberle pedido a Rider que lo escribiera en su ordenador portátil y ésta lo habría terminado en la mitad de tiempo, pero Bosch quería redactar el resumen del caso él mismo. Había decidido escribirlo exactamente tal como había sucedido, sin eliminar ningún detalle ni proteger a nadie, ni a la familia Kincaid ni a sí mismo. Cuando lo tuviera terminado se lo entregaría a Irving, y si el subdirector quería reescribirlo, omitir algunas cosas o romperlo en mil pedazos, allá él.

Bosch pensó que relatar la historia tal cual y ponerla sobre papel, en cierto modo le restituía su integridad.

Bosch dejó de escribir y fijó la vista en el televisor cuando el locutor dejó de informar sobre los disturbios callejeros que se habían producido esporádicamente y pasó a resumir los acontecimientos de la jornada. En la pantalla aparecieron unas imágenes de la rueda de prensa; Bosch se vio de pie junto a la pared, detrás del jefe de la policía, desmintiendo con la expresión de su rostro todo cuanto éste decía. A continuación aparecieron unas imágenes de la rueda de prensa convocada por Carla Entrenkin en el vestíbulo del Bradbury. Entrenkin anunció su inmediata dimisión como inspectora general. Dijo que después de consultarlo con la viuda de Howard Elias había decidido hacerse cargo del bufete del abogado que había muerto asesinado en Angels Flight.

– Creo que este nuevo papel me ofrecerá la posibilidad de reformar el departamento de policía de esta ciudad y expulsar a los elementos corruptos que hay en él -dijo Entrenkin-. Para mí será un honor a la vez que un reto el continuar con la labor de Howard Elias.

Cuando los periodistas le preguntaron sobre el caso Black Warrior, Entrenkin respondió que se proponía seguir con el caso sin más dilación. Por la mañana solicitaría al juez que lo presidía que aplazara la vista hasta el próximo lunes para que ella pudiera ponerse al corriente de los pormenores del caso y la estrategia que Howard Elias había decidido seguir. Cuando un reportero apuntó que los ciudadanos querían que el caso se resolviera cuanto antes en vista de los últimos acontecimientos, Entrenkin respondió mirando directamente a la cámara:

– Al igual que Howard, no estoy dispuesta a contemporizar. Este caso merece ser aireado públicamente. Iremos a juicio.

Genial, pensó Bosch cuando terminó el informe ofrecido por la televisión. No lloverá eternamente. Si logramos evitar que toda la ciudad se eche a la calle, Carla Entrenkin estará preparada para ir a juicio la semana próxima.

El locutor pasó a informar sobre la reacción de los líderes de la comunidad ante los hechos de la jornada y el comunicado del jefe de la policía. Cuando Bosch vio aparecer al reverendo Preston Tuggins en la pantalla cambió de canal. Contempló en otros dos canales un reportaje sobre las vigilias pacíficas realizadas a la luz de las velas, y al concejal Royal Sparks en otro antes de ver un reportaje que mostraba una panorámica desde un helicóptero del cruce de Florence y Normandie. En el lugar donde habían estallado los disturbios de 1992 se habían congregado numerosos manifestantes. Se trataba de una protesta pacífica, pero Bosch sabía que la situación no tardaría en cambiar. La lluvia y la mortecina luz del día no conseguirían reprimir la ira de los ciudadanos. Bosch pensó en lo que le había dicho Carla Entrenkin el sábado por la noche de que la rabia y la violencia venían a llenar el vacío que quedaba cuando desaparecía la esperanza. Bosch pensó en el vacío que sentía en su interior y que no sabía cómo llenar.

El detective bajó el volumen del televisor y siguió con el informe. Cuando hubo terminado lo guardó en una carpeta.

Lo entregaría a la mañana siguiente, a primera hora. Al cerrarse la investigación, sus compañeros y él habían asumido el régimen de doce horas de trabajo y doce de descanso, como el resto del personal del departamento. A la mañana siguiente debían presentarse de uniforme en las oficinas centrales de South Side. Los próximos días los pasarían en las calles, recorriendo la zona de guerra en patrullas de ocho policías distribuidos en dos coches.

Bosch se dirigió al armario para comprobar el estado de su uniforme. Hacía cinco años que no se lo ponía, desde el terremoto y el último plan de emergencia decretado por el departamento. Mientras lo sacaba de la bolsa de plástico sonó el teléfono. Bosch se apresuró a responder, confiando en que Eleanor lo llamara para comunicarle que estaba bien. Descolgó el teléfono de la mesita de noche y se sentó en la cama. Pero no era Eleanor, sino Carla Entrenkin.

– Tiene usted mis expedientes -dijo ésta.

– ¿Qué?

– Los expedientes. Del caso del Black Warrior. Voy a asumir el caso. Necesito que me los devuelva.

– De acuerdo. He visto unas imágenes de su rueda de prensa en la televisión.

Se produjo un silencio que hizo que se sintiera incómodo. Había algo en aquella mujer que le gustaba, aunque no sintiera un gran interés en su causa.

– Creo que ha tomado una sabia decisión -dijo Bosch-. Me refiero a hacerse cargo del caso. Supongo que lo habrá hablado con la viuda, ¿no?

– Sí. Pero no le he contado mi historia con Howard. No me ha parecido justo destrozar los buenos recuerdos que tuviera de él. La pobre lo ha pasado muy mal.

– Muy noble por su parte.

– Detective…

– ¿Qué?

– Nada. A veces no le comprendo.

– Ni yo mismo me comprendo.

Otro silencio.

– Tengo los expedientes aquí, en la caja. He terminado el informe sobre la investigación. Se lo entregaré todo mañana. Pero no sé cuándo, porque estaré con la patrulla hasta que las cosas se calmen en South Side.

– De acuerdo.

– ¿Va a hacerse cargo también del bufete de Elias? ¿Quiere que le lleve las cosas allí?

– Sí. Ese es el plan. Muchas gracias.

Bosch asintió, aunque Entrenkin no podía ver su gesto.

– Le agradezco su ayuda -dijo el detective-. No sé si Irving le habrá dicho algo, pero la pista que condujo a Sheehan salió de los expedientes. Un caso antiguo. Supongo que habrá oído hablar de él.

– En realidad… no. Pero me alegro de haberle sido útil, detective Bosch. Me sorprende lo de Sheehan. Fue compañero suyo, ¿no?

– Así es.

– ¿Le parece a usted lógico que Sheehan matara a Howard y que luego se suicidara? ¿Y a la mujer del funicular?

– Si me lo hubiera preguntado ayer habría contestado rotundamente que no. Pero hoy no soy capaz de comprenderme a mí mismo, y menos aún a los demás. Cuando los policías no podemos explicar algo decimos «los hechos son los hechos». Dejémoslo así.

Bosch se repantigó en la cama y fijó la vista en el techo, con el teléfono todavía en la mano.

– Pero es posible que exista otra interpretación de los hechos, ¿no? -preguntó Entrenkin tras un breve silencio, con voz pausada y precisa. Era abogada y sabía elegir las palabras.

– ¿Adonde quiere ir a parar, inspectora?

– Llámeme Carla.

– ¿A qué se refiere, Carla? ¿Qué es lo que me pregunta?

– Comprenda que ahora mi papel es muy distinto. Estoy condicionada por la ética que rige la relación abogado-cliente. Michael Harris es ahora mi cliente en una querella contra el jefe de usted y varios colegas suyos. Debo ser prudente…

– ¿Existe alguna prueba que demuestre la inocencia de Sheehan? ¿Algo que usted no me haya contado?

Bosch se incorporó, con los ojos muy abiertos pero sin contemplar ningún objeto determinado. En su mente bullían un sinfín de conjeturas mientras trataba de recordar algún detalle que se le hubiera pasado por alto. Entrenkin no había querido entregarle el expediente en el que figuraba la estrategia que iba a utilizar Elias en el caso Harris. Sin duda contenía algo importante.

– No puedo responder a su…

– El expediente de la estrategia -le interrumpió Bosch-. Hay algo en él que desmiente la teoría de que Sheehan es el asesino. Es…

Bosch se detuvo. Lo que Entrenkin insinuaba -o lo que él había creído adivinar en sus palabras- no tenía sentido. La pistola reglamentaria de Sheehan había sido identificada por balística como el arma utilizada en los asesinatos de Angels Flight. Las tres balas que habían sido extraídas del cadáver de Howard Elias habían sido comparadas con los tres proyectiles disparados con el arma de Sheehan, y concordaban. Fin del caso. Los hechos son los hechos.

El hecho era incontrovertible, pero algo decía a Bosch que Sheehan no había cometido aquellos asesinatos. Sheehan no habría dudado en bailar sobre la tumba de Elias, pero no le habría llevado a ella. Existía cierta diferencia. Y la intuición de Bosch -aunque la había dejado de lado en vista de las pruebas- le decía que Frankie Sheehan, al margen de lo que le hubiera hecho a Michael Harris, era un buen hombre incapaz de cometer aquellos asesinatos. Había matado, sí, pero no era un asesino.

– Mire -dijo Bosch-, ignoro lo que usted sabe o cree saber, pero tiene que ayudarme. No puedo…

– Está ahí, detective. Busque en los expedientes y lo encontrará. Yo me abstuve de entregarle algo que no podía revelar. Pero una parte de ello está en los expedientes públicos. No afirmo que su ex compañero sea inocente. Sólo digo que esos expedientes contienen un dato que ustedes debieron haber tenido en cuenta. Y no lo hicieron.

– ¿No va a decirme nada más?

– Es cuanto puedo decirle… Incluso le he contado demasiado.

Bosch guardó un breve silencio. No sabía si enojarse con ella por no decirle claramente lo que sabía, o alegrarse de que le hubiera proporcionado una pista.

– De acuerdo -dijo Bosch-. Si está ahí lo encontraré.

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