Bosch no dejaba de pensar en aquellos instantes en que se había quedado ciego y había sentido unas manos que trataban de sacarlo del vehículo. Pese al terror, una lúcida tranquilidad se había apoderado de él y casi gozaba recordando aquel momento. Había experimentado una extraña paz. En aquellos instantes había hallado una verdad esencial. De algún modo había comprendido que se salvaría, que un hombre justo estaba más allá del alcance de los caídos.
Bosch pensó en Chastain y en el último grito que había proferido, un grito tan potente y desgarrador que casi parecía inhumano. Era el alarido de los ángeles caídos cuando vuelan hacia el infierno. Bosch sabía que jamás se permitiría olvidarlo.