13

Bosch llegó al Parker Center veinticinco minutos antes de su reunión con Irving para ponerle al corriente de la investigación. Estaba solo. Había confiado a los otros seis miembros del equipo del caso Elias los interrogatorios de los vecinos del edificio de apartamentos que había junto a Angels Flight. Después de detenerse ante la mesa de recepción para mostrar su placa al agente uniformado, le informó de que dentro de una media hora posiblemente llamarían para dejarle un mensaje anónimo en el mostrador de recepción. Bosch solicitó al agente que le transmitiera el mensaje de inmediato a la sala de conferencias privada del subdirector Irving.

Seguidamente tomó el ascensor hasta el tercer piso, y no hasta el sexto, donde estaba ubicado el despacho de Irving. Echó a andar por el pasillo hacia la sala de la División de Robos y Homicidios, en la que sólo se encontraban los cuatro detectives a los que había llamado anteriormente. Se trataba de Bates, O’Toole, Engersol y Rooker, los cuatro detectives que habían acudido a la escena del crimen de Angels Flight en cuanto el encargado del funicular llamó para comunicar lo sucedido. Lógicamente tenían aspecto cansado, pues habían pasado media noche en vela, hasta que Bosch y su equipo se hicieron cargo del caso. Bosch les había despertado y les había dado sólo media hora para que se reunieran con él en el Parker Center. No le había resultado demasiado difícil obligarles a acudir rápidamente. Bosch les había dicho que sus carreras dependían de ello.

– No dispongo de mucho tiempo -dijo Bosch mientras atravesaba el pasillo central entre los escritorios, mirando a los cuatro.

Tres de los detectives se hallaban de pie en torno a Rooker, que estaba sentado ante su mesa. Esto era un claro indicio de que Rooker era responsable de cualquier decisión que hubieran tomado en la escena del crimen, cuando sólo estaban presentes los cuatro. Él era el jefe del grupo.

Bosch permaneció de pie, a pocos pasos de los cuatro detectives. Comenzó a relatarles la historia, utilizando las manos con espontaneidad, casi como un reportero de televisión, como si simplemente estuviera exponiendo un caso.

– Los cuatro recibís la llamada del encargado del funicular -dijo Bosch-. Os presentáis allí, obligáis a los policías a retirarse y registráis el lugar. Alguien examina los cadáveres y, mira por dónde, el carné de conducir de uno de ellos indica que se trata de Howard Elias. Entonces…

– No encontramos ningún carné de conducir, Bosch -le interrumpió Rooker-. ¿No te lo dijo el capitán?

– Sí, claro que me lo dijo. Pero soy yo el que te está contando la historia. De modo que escúchame y calla, Rooker. Estoy tratando de salvarte el culo y no dispongo de mucho tiempo.

Bosch esperó a ver si alguno quería añadir algo.

– Como iba diciendo -continuó el detective-, el carné de conducir demuestra que uno de los cadáveres es Elias. Así que los cuatro os ponéis a rumiar el asunto y llegáis a la conclusión de que lo hizo un poli. Pensáis que Elias se lo tenía merecido y que el poli que se lo cargó nos hizo un favor a todos. Ése fue vuestro error. Decidisteis echarle una mano al asesino montando lo del robo. Le quitasteis…

– Esto son patrañas, Bosch…

– ¡Cállate, Rooker! No tengo tiempo de escuchar tus memeces cuando tú sabes que ocurrió tal como yo lo cuento. Le quitasteis el reloj y la cartera. Pero la cagasteis, Rooker. Al quitarle el reloj le arañasteis en la muñeca. Una herida post mortem. Eso lo verificará la autopsia, lo que significa que los cuatros vais a tener serios problemas.

Bosch se detuvo, esperando a que Rooker dijera algo. Pero no lo hizo.

– Bien, me alegro de haber conseguido que me prestéis atención. ¿Alguno de vosotros quiere indicarme dónde están la cartera y el reloj?

Otra pausa mientras Bosch consultaba su reloj. Eran las diez menos cuarto. Los cuatro hombres de Robos y Homicidios guardaron silencio.

– Ya me lo había imaginado -dijo Bosch, mirando a cada uno de los detectives-. Veréis lo que vamos a hacer. Dentro de quince minutos voy a reunirme con Irving para ponerle al corriente de la investigación. A continuación él ofrecerá una rueda de prensa. Si no recibo una llamada en el mostrador de recepción informando del lugar donde se encuentra el sumidero, cubo de basura o cualquier otro sitio donde arrojasteis esos objetos, le diré a Irving que el robo lo montasteis los agentes que acudisteis antes que nosotros a la escena del crimen, y ya veremos lo que pasa entonces. Os deseo buena suerte.

Bosch observó de nuevo sus rostros, que sólo mostraban rabia y obstinación. No esperaba otra cosa.

– Personalmente me importa un bledo lo que os ocurra. Pero me preocupa que esto perjudique la investigación, que represente un obstáculo. Así que por motivos egoístas quiero daros la oportunidad de enmendar vuestra estupidez.

Bosch consultó su reloj.

– Disponéis de catorce minutos.

Dicho esto dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Quién eres tú para juzgarnos, Bosch? -soltó Rooker-. Ese tipo era un perro, y merecía morir como un perro. Me importa una mierda que le hayan matado. Cumple con tu obligación. Déjalo correr.

Bosch le dio la espalda, rodeó una mesa que estaba vacía y regresó por un pasillo más estrecho hacia el lugar donde se hallaban los cuatro detectives. Había reconocido el estilo del mensaje que le había dejado Rooker en el contestador automático. Se acercó al grupo, obligó a los tres hombres que estaban de pie a apartarse y apoyó las palmas de las manos en la mesa de Rooker.

– Escúchame, Rooker. Si vuelves a llamar a mi casa (ya sea para amenazarme o para transmitirme el parte meteorológico) vendré por ti. ¿Te enteras?

Rooker pestañeó y alzó las manos como si no supiera a qué venía todo aquello.

– No sé de qué coño me estás hablando…

– Ahórrate las explicaciones. A mí no me vengas con rollos. Al menos pudiste comportarte como un hombre y ahorrarte el numerito del celofán. Eres un mierda y un cobarde.


Bosch confiaba en que al llegar a la sala de conferencias dispondría de unos pocos minutos para repasar sus notas y poner en orden sus pensamientos, pero halló a Irving sentado ante la mesa circular, con los codos apoyados en la reluciente superficie y las yemas de los dedos unidas frente a la barbilla, como si estuviera rezando.

– Siéntese, detective -dijo cuando Bosch abrió la puerta-. ¿Dónde están los otros?

– Aún no han terminado -respondió Bosch, depositando el maletín sobre la mesa-. Iba a dejar esto aquí e ir a buscar un café. ¿Le apetece uno?

– No, no tenemos tiempo para cafés. La prensa ha empezado a llamar. Saben que se trata de Elias. Alguien les filtró la noticia. Seguramente desde la oficina del forense. Esto va a ser una locura. De modo que quiero que me explique ahora mismo cómo va la investigación. Tengo que informar al jefe de la policía, que va a presidir una rueda de prensa fijada para las once. Siéntese.

Bosch se sentó frente a Irving.

En cierta ocasión había resuelto un caso en esa misma sala de conferencias. Hacía mucho tiempo de eso, pero lo recordaba como el momento en que se había ganado el respeto de Irving, y tanta confianza como el subdirector estaba dispuesto a depositar en cualquiera que llevase una placa. Bosch fijó la vista en el tablero de la mesa y observó la vieja quemadura de una colilla que él mismo había dejado durante la investigación del caso de la Rubia de Hormigón. Había sido un caso complicado pero si lo comparaba con la investigación del asesinato de Elias casi le parecía una cuestión rutinaria.

– ¿Tardarán mucho? -preguntó Irving.

Seguía con las puntas de los dedos unidas, como formando un campanario. Bosch había leído en un manual sobre interrogatorios que ese lenguaje corporal denotaba una sensación de superioridad.

– ¿Quién?

– Los miembros de su equipo, detective. Le dije que quería que se reunieran aquí para ponerme al corriente de la investigación y asistir a la rueda de prensa.

Bosch observó que Irving tenía las mejillas encendidas de ira.

– Parece que tenemos un problema de comunicación o que sigue usted sin comprender quién da las órdenes. Le indiqué claramente que reuniera aquí a su equipo.

– No le entendí, jefe -mintió Bosch-. Pensé que lo importante era la investigación. Recuerdo que me dijo que quería que le pusiera al corriente, pero no que reuniera a mi gente aquí. En realidad, dudo de que en este sitio haya suficiente espacio para…

– El caso es que yo quería que estuvieran todos presentes. ¿Sus compañeros tienen móviles?

– ¿Se refiere a Edgar y Rider?

– Naturalmente.

– Sí, pero las baterías deben de estar agotadas. Los hemos utilizado toda la noche. El mío tampoco funciona.

– Entonces localícelos con el busca. Ordéneles que se presenten aquí.

Bosch se levantó lentamente y se dirigió hacia el teléfono que descansaba sobre un armario bajo pegado a una pared de la habitación. Llamó a los buscas de Rider y Edgar, pero al pulsar el número al que debían llamar ellos añadió un siete. Era una vieja clave. El siete adicional -como en el caso del «código siete», el término clave para indicar que un policía está fuera de servicio- significaba que no debían apresurarse en devolver la llamada, suponiendo que decidieran hacerlo.

– De acuerdo, jefe -dijo Bosch-. No creo que tarden en llamar. ¿Quiere que avise a Chastain y a sus hombres?

– No, déjelo. Lo que sí quiero es que su equipo esté aquí a las once para asistir a la rueda de prensa.

Bosch volvió a sentarse.

– ¿Cómo es eso? -preguntó, aunque conocía perfectamente el motivo-. Me pareció oírle decir que el jefe iba a…

– El jefe presidirá la rueda de prensa, pero queremos demostrar nuestra eficacia. Queremos que el público sepa que hemos encomendado el caso a nuestros mejores investigadores.

– Querrá decir los mejores investigadores negros, ¿no?

Bosch e Irving se miraron durante unos instantes.

– Su obligación es resolver este caso lo antes posible, detective. Despreocúpese de todo lo demás.

– Es un poco difícil, jefe. ¿Cómo quiere que resuelva el caso rápidamente cuando usted obliga a mi gente a abandonar su trabajo para asistir a cada circo que monten para satisfacer a los medios de comunicación?

– Basta, detective.

– Sí, tengo un equipo de investigadores de primera, y quiero utilizarlos precisamente como investigadores, no como carne de cañón para las relaciones públicas del departamento. Ellos tampoco quieren que se les utilice de este modo. Lo cual ya es una…

– ¡Silencio! No tengo tiempo para discutir sobre el problema racial, detective Bosch. Estamos hablando de lo que piensa la opinión pública. Si metemos la pata con este caso, o nos equivocamos en cuanto a la reacción de la gente, esta ciudad volverá a estallar en llamas a medianoche. -Irving se detuvo para consultar su reloj-. Dentro de veinte minutos me reúno con el jefe del departamento. Le agradeceré que me informe sobre los pormenores de la investigación hasta el momento.

Bosch extendió la mano y abrió el maletín. Antes de que le diera tiempo a sacar su bloc, empezó a sonar el teléfono que había sobre el armario. Bosch se levantó para contestar.

– Recuerde que los quiero aquí a las once -dijo Irving.

Bosch descolgó el teléfono. Tal como suponía, no era Edgar ni Rider.

– Soy Cormier, le llamo desde el vestíbulo. ¿Es usted Bosch?

– Sí.

– Acaban de dejar un mensaje para usted. El tipo no quiso dar su nombre. Me encargó que le dijera que lo que necesita está en un contenedor de basura en la estación de metro de la Primera y Hill. Dentro de un sobre. Nada más.

– Vale, gracias.

Bosch colgó el teléfono y miró a Irving.

– Era una llamada referente a otro asunto.

Bosch volvió a sentarse, abrió el maletín y sacó el bloc y la tabla con pinza a la que iban sujetos los informes, bocetos de la escena del crimen y los recibos conforme se había llevado pruebas. No necesitaba nada de eso para resumir el caso, pero supuso que a Irving le tranquilizaría ver el montón de papeles que había comenzado a generar el caso.

– Estoy esperando, detective -dijo el subdirector.

Bosch alzó la vista de los papeles.

– Nos encontramos todavía en el punto de partida. Tenemos una idea bastante aproximada de lo que tenemos, pero no sabemos quién ni por qué.

– Entonces ¿qué es lo que tenemos, detective?

– Estamos convencidos de que Elias era el objetivo principal en lo que parece ser un asesinato.

Irving inclinó la cabeza, de forma que sus manos unidas ocultaron su rostro.

– Ya sé que no es lo que desea escuchar, pero si quiere los hechos, éstos son los hechos. Tenemos…

– Según el último parte del capitán Garwood parece que se trata de un robo. Elias llevaba un traje de mil dólares y caminaba por el centro a las once de la noche. Le quitaron el reloj y la cartera. ¿Puede usted excluir la posibilidad de un robo?

Bosch se inclinó hacia atrás y aguardó unos instantes a que Irving terminara de desahogarse. La noticia que acababa de darle el detective le produciría otra úlcera de estómago en cuanto los medios la publicaran.

– Hemos localizado el reloj y la cartera. No se los habían robado.

– ¿Dónde?

Bosch dudó en responder, aunque ya había previsto la pregunta. Dudó porque iba a mentir a un superior para hacerles un favor a cuatro hombres que no merecían el riesgo al que se exponía.

– En el cajón de su escritorio. Elias debió olvidarse esos objetos cuando acabó de trabajar y se fue a su apartamento. O quizá los dejara adrede por si le atracaban.

Bosch comprendió que tendría que ofrecer una buena explicación en su informe cuando la autopsia de Elias revelara los rasguños post mortem que éste presentaba en la muñeca. Tendría que achacarlos a un accidente mientras los investigadores manipulaban o movían el cadáver.

– Entonces quizá fue un ladrón armado quien disparó contra Elias cuando éste se negó a entregarle la cartera -comentó Irving, ajeno a los apuros que estaba pasando Bosch-. A lo mejor fue un ladrón que primero disparó y luego miró a ver si llevaba algo de valor.

– La secuencia de los disparos y el modo en que fueron efectuados excluye esa hipótesis. La secuencia revela una estrecha relación entre la víctima y el agresor, una profunda rabia contra Elias. La persona que lo mató conocía a Elias.

Irving apoyó las manos en la mesa y se inclinó unos centímetros hacia el centro de la misma.

– Lo único que digo es que no podemos desechar por completo esas posibilidades -afirmó con tono irritado.

– Es posible, pero no investigamos ese tipo de posibilidades. Creo que sería una pérdida de tiempo y no dispongo de la gente suficiente.

– Le dije que quería que investigara el caso a fondo. No deben pasar por alto ningún detalle.

– Bien, ya investigaremos esa posibilidad más adelante. Mire, jefe, si lo que pretende es decirles a los medios de comunicación que fue un robo, allá usted. Yo me limito a informarle sobre lo que hemos conseguido hasta ahora y lo que vamos a investigar.

– De acuerdo. Continúe. -Irving hizo un gesto con la mano para indicar al detective que fuera al grano.

– Tenemos que examinar los archivos de Elias y confeccionar listas de posibles sospechosos. Los policías a quienes Elias crucificó en los tribunales o humilló en los medios de comunicación. O ambos. Los que le guardan rencor. Y los policías que Elias iba a intentar crucificar el lunes próximo.

Irving no mostró ninguna reacción. A Bosch le pareció que ya estaba pensando en la rueda de prensa que iba a celebrarse al cabo de una hora, cuando él y el jefe de la policía se situaran al borde de un precipicio para informar a los medios sobre un caso tan peliagudo como el asesinato de Howard Elias.

– Trabajamos con gran desventaja -continuó Bosch-. Carla Entrenkin ha sido designada por el juez que autorizó los registros para que proteja el derecho de confidencialidad de los clientes de Elias.

– ¿No acaba de decirme que encontró la cartera y el reloj de Elias en su despacho?

– Efectivamente, pero eso fue antes de que se presentara Carla y nos echara de allí.

– ¿Cómo es que el juez la designó a ella?

– Dice que el juez la llamó porque pensó que era la persona idónea. En estos momentos ella y una ayudante del fiscal del distrito se encuentran en el despacho de Elias. Espero conseguir la primera partida de archivos esta misma tarde.

– De acuerdo, ¿qué más?

– Hay algo que debe usted saber. Antes de que Carla nos obligara a marcharnos, hallamos un par de cosas interesantes. La primera son unas notas que Elias tenía en su escritorio. Al leerlas llegué a la conclusión de que el abogado tenía una fuente aquí, en el Parker Center. Una excelente fuente, alguien que sabía cómo acceder a los archivos antiguos sobre casos que habían sido desestimados. Y había indicios de una disputa entre ellos. O la fuente no podía, o se había negado a complacer a Elias en algo referente al asunto del Black Warrior.

Irving permaneció en silencio mientras observaba a Bosch, asimilando lo que éste acababa de decir.

– ¿Ha podido identificar a esa fuente? -preguntó por fin con un tono de voz aún más distante.

– Por ahora no. Estaba escrito en clave.

– ¿Qué pretendía Elias? ¿Puede estar relacionado con los asesinatos?

– No lo sé. Si quiere que dé preferencia a esta vía, lo haré. Creí que había otras prioridades. Los policías que Elias había llevado a los tribunales, los que iba a llevar el próximo lunes. Hallamos una segunda cosa en el despacho, antes de que Carla nos echara de allí.

– ¿Qué cosa?

– A decir verdad, abre otras dos vías de investigación.

Bosch explicó escuetamente a Irving lo de la foto del ama Regina y la indicación de que Elias podía estar involucrado en lo que Chastain había denominado asuntos sucios. El subdirector se mostró interesado en ese aspecto de las pesquisas y preguntó a Bosch cómo se proponía investigarlo.

– Quiero localizar y entrevistar a esa mujer, comprobar si Elias tuvo algún contacto con ella. Luego ya veremos.

– ¿Cuál es la otra vía de investigación que abre este asunto?

– La familia. Tanto si tuvo contacto con esa tal Regina como si no, al parecer Elias era un mujeriego. Existen suficientes indicios en su apartamento para afirmarlo. Si su mujer estaba al corriente de esas aventuras, ya tenemos un móvil. Por el momento no tenemos nada que indique que la esposa lo sospechara siquiera, y menos aún que encargara a alguien la ejecución del crimen o que lo cometiera ella misma. Por otro lado, esa tesis desmiente los aspectos psicológicos de los asesinatos.

– Expliqúese.

– No parece el trabajo aséptico de un asesino a sueldo. Yo creo que el asesino conocía y odiaba a Elias, al menos en el momento en que éste disparó contra él. También me atrevería a afirmar que se trata de un hombre.

– ¿Por qué?

– Por el disparo en el culo. Fue una salvajada, una violación. Los hombres violan, las mujeres no. De modo que mi intuición me dice que la viuda es inocente, aunque a veces mi intuición me ha fallado. Pero no deja de ser una posibilidad que debemos investigar. Luego está el hijo. Ya le dije que reaccionó de forma bastante violenta cuando le comunicamos la noticia. Pero desconocemos qué relación mantenía con su padre. De lo que no cabe duda es de que sabe manejar armas de fuego; vimos una foto suya practicando el tiro al blanco.

– Mucho ojo con esa familia -advirtió Irving a Bosch, apuntándole con el dedo-. Este asunto requiere un gran tacto.

– Descuide.

– No quiero que nos estalle en la cara.

– De acuerdo.

Irving consultó de nuevo su reloj.

– ¿Por qué no han respondido sus compañeros a las llamadas?

– Lo ignoro. Yo estaba pensando lo mismo.

– Pues llámelos otra vez. Tengo que reunirme con el jefe de la policía. Quiero verles a usted y su equipo a las once en la sala de conferencias.

– Preferiría continuar trabajando en el caso. Tengo que…

– Es una orden, detective -dijo Irving, levantándose-. No admite discusión. Usted no tendrá que responder a ninguna de las preguntas, pero quiero que su equipo esté presente.

Bosch recogió los papeles y volvió a guardarlos en el maletín.

– Allí estaré -dijo, aunque Irving ya había salido de la habitación.

Bosch permaneció sentado unos minutos, pensando. Sabía que Irving transmitiría al jefe del departamento su propia versión de la información que Bosch le había dado. Luego se pondrían a cavilar y refundirían de nuevo esa información para transmitírsela a los medios de comunicación.

Bosch miró su reloj. Disponía de media hora hasta que se celebrara la rueda de prensa. Se preguntó si podría llegarse a la estación de metro, recoger la cartera y el reloj de Elias y regresar luego, a tiempo de asistir al acto. Tenía que recuperar las pertenencias del abogado asesinado, sobre todo porque había dicho a Irving que las tenía él.

Al fin comprendió que no disponía de tiempo para ir a buscar las cosas de Elias y decidió utilizar los minutos que le sobraban para ir a buscar un café y hacer una llamada. Volvió a dirigirse al teléfono y llamó a casa. De nuevo le respondió el contestador automático. El detective colgó después de oír su propia voz diciendo que no había nadie en casa.

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