21

Cuando Bosch entró en el despacho de Irving empujando el carrito cargado con las cajas de los expedientes, se llevó una sorpresa. Eran las ocho menos cuarto del domingo por la mañana. En la habitación había seis agentes del FBI, sentados y esperando. La sorpresa era el jefe del equipo, quien se dirigió hacia Bosch y le tendió la mano sonriendo.

– Harry Bosch -dijo.

– Roy Lindell -respondió Bosch.

Bosch acercó el carrito a la mesa y estrechó la mano del agente del FBI.

– ¿Te han asignado este caso? Pero ¿no estabas en Crimen Organizado?

– El crimen organizado se ha vuelto muy aburrido. Sobre todo después del caso de Tony Aliso. ¿Te acuerdas? Todos los demás resultan sosos comparados con ése.

– Ya.

Hacía un par de años habían trabajado juntos en el asesinato de Aliso. Bosch y Lindell habían comenzado como adversarios, pero cuando el caso concluyó en Las Vegas ambos habían llegado a respetarse mutuamente, un respeto que no compartían los dos organismos para los cuales trabajaban. Bosch interpretó como una buena señal el hecho de que hubieran asignado a Lindell el caso Elias.

– Escucha -dijo Lindell-, disponemos de unos minutos. ¿Quieres que nos tomemos un café y cambiemos impresiones?

– Buena idea.

Mientras se dirigían por el pasillo hacia el ascensor se toparon con Chastain, que iba a la sala de conferencias. Bosch le presentó a Lindell.

– ¿Vais a tomar café? Os acompaño.

– Mejor que no -replicó Bosch-. Vamos a hablar de ciertas cosas y no quiero que más tarde Harvey Button las suelte en el informativo de la tele, ¿comprendes?

– No sé de qué coño hablas, Bosch.

Bosch guardó silencio. Chastain miró a Lindell y luego a Bosch.

– Vale, en realidad será mejor que no tome un café -dijo-. Me altera los nervios.

Una vez a solas, mientras esperaban el ascensor, Bosch previno a Lindell sobre Chastain.

– Es un bocazas -dijo-. ¿Viste anoche las noticias en Canal Cuatro?

– ¿Lo de la red de prostitución en Internet?

– Sí. Sólo lo sabíamos seis personas. Mis dos compañeros, Chastain, Carla Entrenkin, Irving y yo. Estoy dispuesto a poner la mano en el fuego por mis compañeros y dudo de que Entrenkin filtrara a la prensa un dato negativo sobre Elias. De modo que Harvey Button debió de enterarse a través de Irving o de Chastain. Yo más bien me inclino a pensar que fue este último. Irving ha puesto todo su empeño desde un principio para que no se filtre información a la prensa.

– Pero ¿es cierta esa historia?

– Eso parece. No hemos podido hallar el vínculo entre Elias y esa red. Quienquiera que filtrara la noticia a Button lo hizo para manchar el buen nombre de Elias, para vengarse de él.

Lindell subió al ascensor en cuanto se abrió la puerta. Bosch se quedó allí plantado, pensando en Irving y en la posibilidad de que fuera él quien hubiera filtrado la noticia.

– ¿Vienes o no? -preguntó Lindell.

Bosch entró en el ascensor y pulsó el botón del tercer piso.

– ¿Has leído las noticias esta mañana? -preguntó Lindell-. ¿Cómo está la situación?

– Bastante tranquila. Anoche se produjeron un par de incendios, pero nada grave. No hubo saqueos. Dicen que mañana lloverá. Esperemos que eso contribuya a calmar los ánimos.

Bosch y Lindell entraron en la cafetería y se sentaron a una mesa para tomar café. Bosch consultó su reloj y vio que eran las ocho menos cinco.

– ¿Y bien? -preguntó a Lindell.

Éste se echó a reír.

– Pero bueno, ¿es que vamos a pelearnos para ver quién lleva este caso?

– Mira, te propongo un trato, Roy. Un trato justo.

– Veamos.

– Te lo cedo. Me mantendré en un discreto segundo plano y dejaré que dirijas el espectáculo. Sólo te pido una cosa. Quiero que mi equipo se ocupe del caso original. Stacey Kincaid. Nos llevaremos el expediente y revisaremos todo lo que hicieron los de Robos y Homicidios.

Lindell achicó los ojos mientras meditaba sobre lo que eso suponía.

– Por lo visto Elias planeaba comparecer esta semana ante el tribunal y demostrar que Michael Harris no mató a la niña -continuó Bosch-. Iba a revelar la identidad del asesino y…

– ¿Quién fue?

– Esa es la pregunta del millón de dólares. No lo sabemos. En los expedientes no encontramos nada. Elias guardaba celosamente el nombre del asesino en su cabeza. Por eso quiero ocuparme del caso. Porque si Elias había logrado descubrir al culpable, ése es precisamente el principal sospechoso de los asesinatos que han sido cometidos en Angels Flight.

Lindell clavó la vista en su humeante taza de café y permaneció en silencio.

– A mí me suena a los típicos tejemanejes de los abogados -dijo por fin-. Para darse importancia. ¿Cómo iba a descubrir al asesino cuando vosotros no lo habíais conseguido? Esto suponiendo que el asesino no sea Michael Harris, como creen todos los policías y personas de raza blanca en esta ciudad.

Bosch se encogió de hombros.

– Aunque estuviera equivocado, aunque fuera a revelar la identidad de alguien a modo de cortina de humo, el asesino iría a por él.

Decidió no contarle todos los detalles a Lindell, en especial lo de las notas misteriosas. Quería que el agente del FBI pensara que el equipo de Bosch iría dando palos de ciego mientras él dirigía la auténtica investigación.

– De modo que tú te ocupas de ese caso mientras yo me dedico a perseguir a policías corruptos, ¿no?

– Más o menos. Chastain te será de gran ayuda. Conoce bien el asunto del Black Warrior. Él se encargó de la investigación que llevó a cabo Asuntos Internos. Y…

– Sí, pero los exculpó a todos.

– Quizá le ordenaron que lo hiciera. O tal vez se equivocó.

Lindell asintió para indicar que lo había captado.

– Por otra parte, ayer su equipo examinó los expedientes de Elias y confeccionaron una lista. Yo he traído otras cinco cajas llenas de expedientes. Ese material te proporcionará una relación de tipos a los que debes entrevistar. Es pan comido.

– Si es pan comido, ¿por qué me endilgas a mí esta parte de la investigación?

– Porque me caes bien.

– Tú me ocultas algo, Bosch.

– No, es que tengo una corazonada.

– ¿De que a Harris le montaron una encerrona?

– No lo sé. Pero hay algo aquí que no encaja y quiero averiguar qué es.

– Y entretanto yo tendré que bregar con Chastain y su equipo.

– Sí. Ese es el trato.

– ¿Y se puede saber qué tengo que hacer con ellos? Acabas de decirme que Chastain es un bocazas.

– Mándalos a por café y sal corriendo.

Lindell se echó a reír.

– Te diré lo que haría yo -agregó Bosch, poniéndose serio-. Encargaría a dos de ellos que se ocupen de Elias y a otros dos que investiguen a Pérez. Ya sabes, el papeleo, las pruebas, el resultado de las autopsias; probablemente las harán hoy. Eso los mantendrá ocupados y te quedarán las manos libres. Al margen de si fueron ellos o no, tendrás que encomendar a un policía que investigue a Pérez. Hasta ahora la hemos tratado como una víctima accidental. Pero si no nos esmeramos en investigar todos los aspectos del caso y éste llega a los tribunales, el abogado nos preguntará por qué no consideramos a Pérez el objetivo principal del asesino.

– De acuerdo. Lo investigaremos a fondo.

– Bien.

Lindell asintió pero no dijo nada más.

– Entonces, ¿trato hecho? -preguntó Bosch.

– Sí. Me parece una buena idea. Pero quiero saber en todo momento lo que tú y tu equipo estáis haciendo. Mantenme informado.

– Vale. A propósito, uno de los chicos de Asuntos Internos habla español. Se llama Fuentes. Encárgale que investigue a Pérez.

Lindell hizo un gesto afirmativo y se levantó dejando su café sobre la mesa, sin probar. Bosch se lo llevó consigo.

Al entrar en la sala de conferencias de Irving, Bosch observó que el ayudante del subdirector no estaba sentado a su mesa en la antesala. Al pasar frente a ella vio un bloc para anotar los mensajes telefónicos y se lo guardó apresuradamente en el bolsillo. Luego entró en la sala de conferencias.

Los compañeros de Bosch y los hombres de Asuntos Internos ya estaban esperando, al igual que Irving. Después de una breve introducción, el subdirector cedió la palabra a Bosch, quien informó a los recién llegados y a Irving del desarrollo de la investigación. Omitió algunos detalles sobre la visita al apartamento del Ama Regina, para dar la impresión de que el asunto no tenía demasiada importancia. También se abstuvo de mencionar la conversación que había mantenido con Frankie Sheehan en el bar. Cuando hubo terminado hizo un gesto con la cabeza a Irving, el cual tomó la palabra. Bosch se fue acercando a la pared hasta situarse junto a un tablero de anuncios que Irving había mandado instalar para uso de los investigadores.

Irving empezó por referirse a las tensiones políticas que rodeaban el caso como una tormenta a punto de estallar.

Aludió a las manifestaciones de protesta que iban a producirse aquel día frente a tres comisarías en el distrito sur y en el Parker Centér. Dijo que el concejal Royal Sparks y el reverendo Preston Tuggins iban a aparecer aquella mañana en un programa local de televisión llamado Talk of L. A. en el que se comentaban las noticias más relevantes del día. Dijo que el jefe de la policía se había entrevistado con Tuggins y con otros líderes religiosos en South Central la noche anterior para rogarles que pidieran calma y serenidad a los ciudadanos desde los pulpitos durante los oficios matutinos.

– Señores, estamos sentados sobre un polvorín -dijo Irving-. Y la forma de desactivar la situación es resolviendo este caso de un modo u otro…, rápidamente.

Mientras Irving se dirigía a los presentes, Bosch sacó el bloc de mensajes telefónicos y escribió algo en él. Luego echó un vistazo alrededor de la sala para cerciorarse de que todos tenían los ojos puestos en Irving y arrancó la primera hoja. A continuación la clavó en el tablón de anuncios y se alejó poco a poco de la pared. En la nota que había clavado en la tabla aparecía el nombre de Chastain. El mensaje decía: «Harvey Button ha llamado para darte las gracias por la información. Volverá a llamar más tarde».

Irving concluyó su alocución refiriéndose a la historia emitida por Canal Cuatro.

– Alguien de esta sala filtró ayer información a un reportero de la televisión. Os advierto que no lo toleraré. Si vuelve a producirse otra filtración a la prensa, seréis vosotros los que estaréis sometidos a investigación.

Irving escrutó los rostros de los policías para cerciorarse de que habían captado el mensaje.

– Bien, esto es todo -dijo-. Seguid con vuestra labor. ¿Detective Bosch, agente Lindell? Quiero que esta tarde me informen sobre el desarrollo de la investigación.

– Muy bien, subdirector -contestó Lindell antes de que Bosch pudiera responder-. Nos veremos entonces.

Quince minutos más tarde Bosch se dirigió de nuevo por el pasillo hacia el ascensor, seguido por Edgar y Rider.

– ¿Dónde vamos, Harry? -preguntó Edgar.

– Trabajaremos desde la comisaría de Hollywood.

– ¿Cómo? ¿Trabajar en qué? ¿Quién dirige esto?

– Lindell. Hice un trato con él. Él dirigirá el cotarro. Nosotros nos ocuparemos de otra cosa.

– Me parece bien -dijo Edgar-. Aquí sobran agentes y mandamases.

Al llegar a los ascensores, Bosch pulsó el botón.

– ¿Qué es exactamente lo que vamos a hacer, Harry? -preguntó Rider.

Bosch se volvió para mirar a sus compañeros.

– Empezar de cero -respondió.

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