Bosch decidió que se sentiría demasiado nervioso si esperaba hasta después de la rueda de prensa y se dirigió a la estación del metro en la esquina de la Primera y Hill. Estaba a tres minutos de distancia y tenía la seguridad de que le daría tiempo de regresar al Parker Center para cuando comenzara la rueda de prensa. Aparcó en un lugar prohibido, frente a la boca del metro. Una de las ventajas de conducir un sedán de la policía era que no te ponían multas por aparcar en un lugar no autorizado. Antes de apearse sacó la porra que guardaba en la bolsa de la puerta del coche.
Bajó por la escalera mecánica y divisó el primer contenedor de basura junto a la puerta automática en la entrada de la estación. Bosch supuso que Rooker y su compañero habrían abandonado la escena del crimen en Angels Flight con los objetos sustraídos y se habrían detenido en el primer lugar donde sabían que hallarían un contenedor de basura.
Seguramente uno aguardó en la calle sentado en el coche, mientras el otro bajaba la escalera apresuradamente para desembarazarse de la cartera y el reloj, y los arrojaría en el primer contenedor que encontrara. Era un receptáculo voluminoso, blanco y rectangular con el símbolo del metro pintado en sus costados. Bosch levantó la tapadera azul y miró en el interior. El contenedor estaba lleno, pero no vio ningún sobre en el montón de desperdicios.
Bosch depositó la tapadera en el suelo y removió con la porra el montón de papeles, envoltorios de comida rápida y basura. El contenedor apestaba como si no lo hubieran vaciado desde hacía muchos días ni lo hubieran limpiado en varios meses. El detective encontró un bolso vacío y un zapato viejo. Mientras utilizaba la porra como un remo para hurgar más profundamente, empezó a temer que alguno de los vagabundos que poblaban la ciudad se le hubiera adelantado y se hubiera apropiado de la cartera y el reloj de Elias.
En el fondo, cuando Bosch estaba a punto de abandonar y ponerse a registrar otro contenedor situado a unos metros, vio un sobre manchado de ketchup y lo pescó con los dedos. Lo abrió apresuradamente, rompiéndolo por la parte manchada de tomate. En su interior había una cartera de cuero marrón y un reloj Cartier de oro.
Bosch subió por la escalera automática, pero esta vez se dejó transportar por ella mientras contemplaba satisfecho el sobre. La cadena del reloj también era de oro, de ésas expandibles. Bosch sacudió el sobre ligeramente para mover el reloj sin tocarlo. Buscaba algún fragmento de piel que hubiera quedado prendido en la cadena del reloj, pero no vio ninguno.
Cuando volvió a montarse en el sedán, Bosch se puso unos guantes, sacó la cartera y el reloj del sobre roto y arrojó éste al suelo de la parte trasera del coche. Luego abrió la cartera y la registró. Elias llevaba seis tarjetas de crédito, aparte de su documento de identidad y tarjetas de seguros. Había unas fotos pequeñas de estudio de su esposa y su hijo.
La división reservada a los billetes de banco contenía tres recibos de compras efectuadas con tarjeta y un cheque personal en blanco. No había dinero.
El maletín de Bosch reposaba en el asiento junto a él. El detective lo abrió y halló el informe de las pertenencias de la víctima en el sujetapapeles. Detallaba todos los objetos hallados en el cuerpo de Elias. Cuando el ayudante del forense registró los bolsillos sólo había hallado una moneda de veinticinco centavos.
– ¡Desgraciados! -exclamó en voz alta al percatarse de que se habían quedado con el dinero que contenía la cartera.
No era probable que Elias se dirigiera a su apartamento llevando sólo la moneda de veinticinco centavos que le costaba el billete del funicular de Angels Flight.
Bosch se preguntó de nuevo si realmente merecía la pena arriesgarse por semejantes capullos. Trató de desechar ese pensamiento, sabiendo que era demasiado tarde para remediarlo, pero no lo consiguió. Se había convertido en un cómplice. Bosch sacudió la cabeza, enojado consigo mismo, metió el reloj y la cartera en dos bolsas de plástico y las etiquetó, anotando el número del caso, la fecha y la hora, 6.45 de la mañana. A continuación hizo una breve descripción de cada objeto y del cajón del escritorio de Elias donde los había hallado, puso una inicial en la esquina de cada etiqueta y guardó las bolsas en el maletín.
Antes de partir miró la hora. Disponía de diez minutos para llegar a la sala de conferencias. Tiempo más que suficiente.
La sala estaba tan atestada que muchos periodistas habían tenido que quedarse de pie en la puerta. Bosch se abrió paso a codazos, pidiendo disculpas. Al fondo estaban instaladas las cámaras de televisión sobre unos trípodes; los cámaras aguardaban de pie junto a ellas. Bosch contó hasta doce, lo que significaba que el caso sería transmitido por todas las cadenas nacionales. En Los Ángeles había ocho cadenas de televisión que emitían las noticias locales, una de ellas en español. Todos los policías sabían que más de ocho cámaras de televisión en la escena de un crimen o en una rueda de prensa quería decir que se trataba de un caso de grandes proporciones, peligroso, que había suscitado el interés de todas las cadenas nacionales.
Todas las sillas plegables instaladas en el centro de la sala estaban ocupadas por periodistas. Había casi cuarenta. Los de televisión eran claramente identificables por sus elegantes trajes y el maquillaje; la gente de la prensa y la radio lucían vaqueros y corbata con el nudo flojo.
Bosch observó una gran actividad en torno al estrado, que ostentaba la divisa del jefe de la policía de Los Ángeles.
Los técnicos de sonido conectaban sus aparatos al inmenso árbol de micrófonos situado sobre la tarima. Uno de ellos estaba de pie haciendo una prueba de voz. Irving se hallaba en un extremo de la sala, detrás del estrado, charlando en voz baja con dos hombres de uniforme que lucían los galones de teniente. Bosch reconoció a uno de ellos, Tom O’Rourke, que trabajaba en la unidad de relaciones con la prensa. Al segundo no lo conocía pero supuso que era el ayudante de Irving, Michael Tulin, quien le había despertado hacía unas horas. Al otro lado del estrado vio a un cuarto hombre, solo. Vestía un traje gris, y Bosch no tenía ni remota idea de quién era. El jefe del departamento aún no había hecho acto de presencia; no esperaba a que los periodistas y cámaras estuvieran preparados, sino que éstos le aguardaran a él.
Al ver a Bosch, Irving le indicó que se acercara. Bosch subió los tres peldaños e Irving le puso una mano en el hombro para conducirlo a un lado de la tarima, donde no pudieran oírlos.
– ¿Dónde están sus hombres?
– No sé nada de ellos.
– Esto es inaceptable, detective. Le dije que les ordenara presentarse aquí.
– Imagino que estarán realizando una entrevista delicada y no querrán interrumpirla para devolver mis llamadas. Han ido a hablar de nuevo con la esposa y el hijo de Elias. Es una situación que requiere mucho tacto, especialmente en un caso como éste…
– No me interesa. Quiero que estén aquí y punto. En la próxima rueda de prensa, o les obliga a asistir o les enviaré a tres divisiones tan alejadas una de otra que tendrán que tomarse unas vacaciones para almorzar juntos.
Bosch observó durante unos momentos el rostro de Irving.
– De acuerdo, jefe.
– Bien. Téngalo presente. Estamos a punto de comenzar la rueda de prensa. O’Rourke irá a buscar al jefe y lo acompañará hasta la tarima. Descuide, detective, no tendrá que responder a ninguna pregunta.
– Entonces ¿qué pinto aquí? ¿Puedo irme?
Irving miró a Bosch como si estuviera a punto de soltar una palabrota por primera vez en su vida. Tenía las mejillas encendidas y los músculos de su poderosa mandíbula completamente tensos.
– Está aquí para responder a las preguntas que le formulemos el jefe o yo. Podrá marcharse cuando yo se lo indique.
Bosch alzó los brazos en un gesto de resignación, dio un paso atrás y se apoyó en la pared mientras aguardaba a que se iniciara la rueda de prensa. Irving se alejó y, tras intercambiar unas palabras con su ayudante, se dirigió hacia el hombre del traje gris. Bosch contempló el público de la sala. Era difícil ver con claridad debido a los potentes focos de la televisión. No obstante logró identificar algunas caras que conocía personalmente o había visto en televisión. Al divisar a Keisha Russell trató de desviar la mirada antes de que la periodista del Times le viera a él, pero fue demasiado tarde. Sus miradas se cruzaron durante unos instantes. Keisha lo saludó con una breve inclinación de la cabeza; Bosch no le devolvió el saludo. Temía que alguien le viera hacerlo. No convenía saludar a un periodista en público. Keisha lo observó durante unos momentos y luego apartó la vista.
Se abrió la puerta lateral de la sala de conferencias y apareció O’Rourke, que mantuvo la puerta abierta para que pasara el jefe de la policía. Lucía un traje gris marengo y su expresión era sombría. O’Rourke subió a la tarima y se inclinó sobre el árbol de micrófonos. Era mucho más alto que el jefe de la policía, a cuya altura habían instalado los micrófonos.
– ¿Todos preparados?
Un par de cámaras respondieron desde el fondo «¡no!» y «¡todavía no!», pero O’Rourke no les hizo caso.
– El jefe del Departamento de Policía de Los Ángeles desea efectuar una breve declaración sobre los hechos ocurridos hoy, y a continuación responderá a sus preguntas. Sólo se informará sobre los detalles generales del caso, para no entorpecer la investigación. El subdirector Irving también responderá a unas preguntas. Procuremos que todo vaya discurriendo en orden y sin altercados para que todos puedan hacer su trabajo. ¿Jefe?
O’Rourke se apartó y el jefe de la policía subió al estrado. Era un hombre alto, de raza negra y bien plantado, que imponía respeto. Había trabajado durante treinta años en el cuerpo de policía de la ciudad y tenía una gran habilidad para tratar a los medios de comunicación. No obstante, hacía poco que ocupaba el cargo de jefe del departamento.
Había sido nombrado el verano anterior, cuando su predecesor, un hombre de fuera, obeso y sin la menor sensibilidad hacia los problemas del departamento y de la comunidad, fue apartado del cargo y sustituido por un nativo de Los Ángeles lo bastante apuesto como para protagonizar una película en Hollywood. El jefe de la policía escrutó en silencio los rostros de los asistentes. Las vibraciones que Bosch captó indicaban que este caso y la forma en que se llevara a cabo la investigación del mismo serían el bautismo de fuego del jefe. Bosch estaba seguro de que éste también había percibido esas vibraciones.
– Buenos días -dijo el jefe-. Hoy tengo malas noticias que darles. Anoche fueron asesinados dos ciudadanos de Los Ángeles. Catalina Pérez y Howard Elias viajaban por separado en el funicular de Angels Flight cuando alguien disparó contra ellos. Murieron poco antes de las once. Casi toda la gente de esta ciudad ha oído hablar de Howard Elias. Admirado o denostado, era un hombre que formaba parte de nuestra ciudad y que contribuyó a moldear nuestra cultura.
»Por otra parte, Catalina Pérez, como muchos de nosotros, no era una persona conocida ni una celebridad. Era simplemente un ama de casa que trataba de ganarse un sueldo para que ella y su familia (un marido y dos niños de corta edad) pudieran vivir y salir adelante. Trabajaba de asistenta durante muchas horas, de día y de noche. Se dirigía a su casa para reunirse con su familia cuando cayó asesinada. Esta mañana comparezco ante ustedes para asegurar a nuestros ciudadanos que estos dos asesinatos no quedarán impunes ni caerán en el olvido. Pueden estar seguros de que trabajaremos sin descanso en esta investigación hasta hacer justicia para Catalina Pérez y Howard Elias.
Bosch no pudo por menos de admirar el estilo del jefe. Había unido los asesinatos de ambas víctimas en un único paquete, haciendo que pareciera poco plausible que Elias fuera el único objetivo del asesino y Catalina Pérez una desdichada viajera en el funicular, que había quedado atrapada en el fuego cruzado. Hábilmente había conseguido presentar a ambos, al margen de las diferencias sociales, como víctimas de la absurda y salvaje violencia que constituía el cáncer de la ciudad.
– En estos momentos no podemos entrar en muchos detalles porque la investigación está en marcha. Pero sí podemos afirmar que estamos siguiendo varias pistas y confiamos en identificar al asesino o a los asesinos y conducirlos ante la justicia. Pedimos entretanto a los ciudadanos de Los Ángeles que no perdáis la calma y nos permitáis llevar a cabo nuestro trabajo. En este momento es importante no llegar a conclusiones precipitadas. No queremos que nadie resulte perjudicado. El departamento, a través de mi persona, del subdirector Irving o de la oficina de relaciones con la prensa, os mantendrá informados de la investigación. Dispondréis de toda la información que podamos ofreceros sin que ello entorpezca la investigación o el consiguiente enjuiciamiento de los sospechosos.
El jefe de la policía retrocedió un paso y se volvió hacia O’Rourke, una señal de que había concluido. O’Rourke se acercó a la tarima pero antes de que pudiera alzar un pie se oyó un sonoro coro de periodistas que gritaban «¡jefe!». Y a través del tumulto llegó la estentórea voz de un reportero, una voz reconocible para Bosch y todos los demás, perteneciente a Harvey Butrón, del Canal Cuatro.
– ¿Mató un policía a Howard Elias?
La pregunta provocó un silencio momentáneo, seguido por el coro de gritos de los periodistas. El jefe de la policía volvió a subir al estrado y alzó las manos como si tratara de aplacar a una jauría de mastines.
– Alto, alto. De uno en uno…
– ¿Creen que el asesino es un policía? ¿Puede usted responder a esta pregunta?
Era Button de nuevo. Esta vez los otros periodistas guardaron silencio como si le secundaran, exigiendo que el jefe de la policía respondiera a la pregunta. A fin de cuentas, era una pregunta crucial. Toda la rueda de prensa reducida a una pregunta y una respuesta.
– En estos momentos no puedo responder a esta pregunta. Estamos investigando el caso. Por supuesto, todos conocemos el historial de Howard Elias en este departamento. No ejerceríamos nuestro trabajo de forma responsable si no nos miráramos a nosotros mismos. Y lo haremos. Lo estamos haciendo. Pero en estos momentos…
– Señor, ¿cómo puede este departamento investigarse a sí mismo y seguir manteniendo la credibilidad ante la comunidad?
La pregunta había sido formulada por Butrón.
– Una buena pregunta, señor Button. En primer lugar, la comunidad puede estar segura de que esta investigación logrará esclarecer el caso, caiga quien caiga. Si el responsable de los asesinatos es un agente de policía, les garantizo que será juzgado. Segundo, el departamento cuenta con la ayuda de la inspectora general, Carla Entrenkin, quien como saben es una observadora civil que informa directamente a la Comisión de Policía, el consejo municipal y el alcalde.
El jefe de la policía alzó la mano para interrumpir a Button, que se disponía a hacer una nueva pregunta.
– Aún no he terminado, señor Button. Por último, deseo presentarles al agente especial Gilbert Spencer, de la oficina del FBI en Los Ángeles. El señor Spencer y yo hemos hablado largo y tendido sobre este crimen y esta investigación y nos ha prometido que el FBI nos ayudará. A partir de mañana, agentes del FBI trabajarán con los detectives del Departamento de Policía de Los Ángeles en un esfuerzo conjunto para llevar esta investigación a una rápida y satisfactoria conclusión.
Bosch trató de disimular la más mínima reacción al oír al jefe de la policía anunciar la participación del FBI en el caso. No le sorprendió. Comprendía que era un gesto hábil por parte del jefe que le granjearía muchas simpatías entre la comunidad. Quizá se consiguiera con ello resolver el caso, aunque esa consideración seguramente había desempeñado un papel secundario en la decisión del jefe. Su objetivo primordial era apagar el fuego antes de que prendiera, y el FBI constituía una excelente manguera. Lo que más irritó a Bosch fue que le hubieran dejado en la inopia, que se hubiera enterado de la participación del FBI en el caso al mismo tiempo que Harvey Button y el resto de los presentes. Bosch miró a Irving, quien captó la mirada con su radar y se volvió hacia el detective. Los dos hombres se miraron fijamente hasta que Irving dirigió la vista hacia el estrado en el preciso momento en que Spencer se situaba detrás de los micrófonos.
– Todavía no tengo mucho que decir -dijo el agente del FBI-. Designaremos un equipo para que trabaje en esta investigación. Los agentes colaborarán con los detectives del Departamento de Policía de Los Ángeles y creemos que juntos lograremos resolver rápidamente este caso.
– ¿Investigarán a todos los agentes implicados en el caso del Black Warrior? -preguntó un periodista.
– Lo investigaremos todo, pero de momento no vamos a informar sobre nuestra estrategia. A partir de ahora, todas las preguntas de los medios y los comunicados de prensa serán competencia del Departamento de Policía de Los Ángeles. El FBI…
– ¿Con qué autoridad interviene el FBI en el caso? -preguntó Button.
– Según las leyes de los derechos civiles, el FBI está autorizado a abrir una investigación para determinar si los derechos de un individuo han sido violados bajo el color de la ley.
– ¿El color de la ley?
– Por un agente de la ley. Dejo esto en manos de…
Spencer se retiró de la tarima sin terminar la frase. Era evidente que no le gustaba ser el centro de atención de los medios. El jefe de la policía ocupó de nuevo su lugar y presentó a Irving, quien se colocó detrás del estrado y empezó a leer un comunicado de prensa que contenía más detalles del crimen y de la investigación. Pero seguía siendo una información escueta. El comunicado mencionaba a Bosch como el detective a cargo de la investigación. Explicaba que un conflicto de intereses con la División de Robos y Homicidios y problemas de personal en la División Central habían hecho necesario que un equipo de la División de Hollywood se ocupara del caso. Irving añadió que estaba dispuesto a responder a algunas preguntas, pero recordó de nuevo a la prensa que no comprometería la investigación revelando datos vitales.
– ¿Puede aclararnos algo más sobre el punto central de la investigación? -preguntó un periodista, adelantándose a los demás.
– El foco es muy amplio -contestó Irving-. Lo investigamos todo, desde agentes de policía que pudieran guardar rencor a Howard Elias, hasta la posibilidad de que el móvil de los asesinatos sea el robo. Nosotros…
– A propósito -gritó otro periodista, sabiendo que para hacerse oír en medio de aquel tumulto tenía que hacer la pregunta antes de que el compañero concluyera la última-. ¿Han encontrado algo en la escena del crimen que haga pensar en un robo?
– No vamos a comentar los detalles referentes a la escena del crimen.
– Según mis informaciones, el cadáver no llevaba reloj ni cartera.
Bosch miró al periodista. No era de la televisión, a juzgar por su descuidado atuendo. Y la presencia en la sala de Keisha Russell excluía la posibilidad de que perteneciera a la redacción del Times. Bosch no lo conocía, pero era evidente que alguien le había filtrado la información sobre el reloj y la cartera.
Irving se detuvo, como si estuviera indeciso respecto a lo que debía revelar.
– Su información es correcta pero incompleta. Al parecer, el señor Elias se dejó el reloj y la cartera en su escritorio cuando anoche salió de su despacho. Hoy han sido encontradas esas pertenencias allí. Esto no excluye la posibilidad de un intento de robo como móvil del crimen, desde luego, pero aún no disponemos de suficientes datos para asegurarlo.
Keisha Russell, que jamás perdía la compostura, no se había unido al coro de gritos reclamando atención.
Permanecía sentada tranquilamente, con la mano alzada, esperando a que se acabaran las preguntas e Irving le concediera el turno. Cuando Irving hubo respondido a algunas preguntas reiterativas formuladas por los reporteros de la televisión, concedió a Russell la palabra.
– Usted ha dicho que las pertenencias del señor Howard Elias han sido halladas hoy en su despacho. ¿Significa eso que han registrado su despacho? Y en caso afirmativo, ¿se han tomado las medidas pertinentes para salvaguardar la confidencialidad que el señor Elias compartía con sus clientes, los cuales han presentado una demanda contra el departamento que ha llevado a cabo el registro del despacho?
– Buena pregunta -replicó Irving-. Nosotros no hemos llevado a cabo un registro en toda regla del despacho de la víctima precisamente por la razón que usted acaba de mencionar. Aquí es donde interviene la inspectora general, Carla Entrenkin. Ella misma se está encargando de revisar los archivos que se encuentran en el despacho de la víctima y los entregará a los investigadores después de que haya comprobado que no contienen ninguna información comprometida que pudiera violar la confidencialidad entre el abogado y su cliente. Este proceso de revisión ha sido ordenado hace unas horas por el juez que firmó las órdenes autorizando el registro del despacho de Howard Elias. Según tengo entendido, el reloj y la cartera fueron hallados en el escritorio de la víctima, lo que indica que el señor Elias se los olvidó anoche cuando abandonó su despacho. Bien, creo que con esto podemos dar por concluida esta rueda de prensa. Tenemos que centrarnos en la investigación. Cuando dispongamos de más datos…
– Una última pregunta -dijo Russell-. ¿Por qué ha implantado el departamento turnos de doce horas?
Irving se disponía a responder, pero de pronto miró al jefe del departamento. Este asintió y subió de nuevo a la tarima.
– Queremos estar preparados para cualquier contingencia -dijo-. Los turnos de doce horas colocan a más policías en las calles. Confiamos en que los ciudadanos de Los Ángeles conservarán la calma y nos concederán el tiempo suficiente para llevar a cabo esta investigación, pero como medida de precaución he dispuesto un plan de emergencia que prevé que todos los agentes cumplan turnos de doce horas y descansen otras doce hasta nueva orden.
– ¿Es éste el mismo plan de respuesta que implantaron con motivo de los últimos disturbios callejeros, cuando los hechos pillaron al departamento por sorpresa y éste no disponía de un plan para atajar la situación? -preguntó Russell.
– Efectivamente, se trata del mismo plan que fue esbozado en 1992.
El jefe de la policía se disponía a retirarse de la tarima cuando Russell le lanzó otra pregunta envenenada.
– ¿Teme por tanto que se produzcan disturbios?
La frase sonaba más como una afirmación que como una pregunta. El jefe volvió a situarse ante los micrófonos.
– No, señorita… Russell. No temo que se produzcan disturbios. Ya he dicho que se trata de una medida de precaución. Confío en que los ciudadanos de esta comunidad se comporten de forma civilizada y responsable. Al igual que los medios de comunicación.
El jefe de la policía aguardó otra pregunta por parte de Russell pero ésta permaneció en silencio. O’Rourke avanzó unos pasos y se inclinó delante del jefe para hablar por los micrófonos.
– La rueda de prensa ha concluido. Dentro de aproximadamente quince minutos dispondrán de copias de la declaración del subdirector Irving en la sala de relaciones con la prensa.
Mientras los periodistas iban saliendo lentamente de la sala de conferencias, Bosch no apartó la vista del hombre que había formado la pregunta sobre la cartera y el reloj. Sentía curiosidad por saber quién era y para qué medio trabajaba.
Durante el atasco que se produjo en la puerta, el hombre coincidió con Button y ambos se pusieron a charlar. A Bosch le chocó, porque nunca había visto que un periodista de prensa le diera siquiera la hora a uno de la televisión.
– ¿Detective?
Bosch se volvió. El jefe de la policía se hallaba frente a él, con la mano extendida. Bosch se la estrechó. Llevaba veinticinco años en el departamento y el jefe treinta, pero jamás habían tenido ocasión de cruzar una sola palabra, y menos aún de saludarse.
– Celebro conocerle. Quiero que sepa que contamos con usted y su equipo. Si necesita algo no dude en ponerse en contacto con mi oficina o acudir al subdirector Irving. Sea lo que fuere.
– De momento no necesitamos nada, pero le agradezco que se me haya informado de la participación del FBI.
El jefe de la policía vaciló unos segundos, pero enseguida respondió al agrio comentario de Bosch restándole importancia.
– Lo lamento. Hasta poco antes de iniciarse la rueda de prensa no tuve la certeza de que el FBI iba a participar en el caso.
Entonces se volvió para buscar con la mirada a los hombres del FBI. En aquellos momentos Spencer hablaba con Irving. El jefe les indicó que se acercaran y presentó a Bosch a Spencer. A Bosch le pareció vislumbrar una leve expresión de desdén en el rostro de Spencer. Bosch no tenía un historial favorable en su relación con el FBI a lo largo de los años. Nunca había tratado directamente con Spencer, pero si éste era el ayudante del agente especial a cargo de la oficina de Los Ángeles, seguramente habría oído hablar de Bosch.
– ¿Cómo vamos a organizar esto, caballeros? -preguntó el jefe de la policía.
– Si usted quiere, haré que mi gente se presente aquí a las ocho de la mañana -respondió Spencer.
– Estupendo. ¿Irving?
– Sí, estoy de acuerdo. Estaremos trabajando en la sala de conferencias junto a mi despacho. Haré que nuestro equipo esté aquí a las ocho de la mañana. En primer lugar repasaremos los datos con que contamos hasta ahora y luego ya veremos.
Todos asintieron excepto Bosch. Sabía que no tenía poder de decisión.
El grupo se dispersó, y cada uno se dirigió hacia la puerta por la que había entrado el jefe de la policía. Bosch coincidió con O’Rourke y aprovechó para preguntarle quién había formulado la pregunta sobre el reloj y la cartera.
– Tom Chainey.
A Bosch ese nombre le resultaba familiar, pero no recordaba por qué.
– ¿Es un periodista?
– No. Trabajó muchos años con el Times pero ahora está en la televisión. Es el productor de Harvey Button. No es lo bastante guapo para aparecer ante las cámaras. De modo que le pagan un montón de pasta para que consiga noticiones para Harvey y le diga lo que debe decir y lo que no debe decir. O sea, para que haga un buen papel. Harvey pone el rostro y la voz. Chainey es el cerebro en la sombra. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te puedo ayudar en algo?
– No. Tenía curiosidad, nada más.
– ¿Te choca la pregunta sobre la cartera y el reloj? Bueno, Chainey tiene muchos contactos y fuentes. Más que la mayoría de los periodistas.
Al salir Bosch se encaminó hacia la izquierda, de nuevo a la sala de conferencias de Irving. Deseaba abandonar el edificio, pero no quería bajar en un ascensor repleto de periodistas.
Irving le aguardaba en la sala de conferencias.
Estaba sentado en el mismo lugar que había ocupado antes.
– Lamento lo del trato con el FBI -dijo-. No lo supe hasta poco antes de comenzar la rueda de prensa. Fue idea del jefe.
– Eso he oído. Probablemente ha sido una jugada maestra.
Bosch guardó silencio, esperando a que Irving moviera ficha.
– Pida a su gente que concluya las entrevistas que están llevando a cabo, para que todos puedan irse a dormir, porque mañana comienza de nuevo la función.
Bosch estuvo a punto de protestar, pero se contuvo.
– ¿Se refiere a que debemos aparcar la investigación hasta que aparezca el FBI? Se trata de un homicidio, jefe, de un doble asesinato. No podemos suspenderlo todo y empezar mañana de nuevo.
– No le he dicho que suspenda nada. He dicho que ordene a su equipo que termine el trabajo que está realizando ahora. Mañana nos retiraremos a las trincheras y nos reagruparemos para idear un mejor plan de batalla. Quiero que sus hombres estén descansados y dispuestos a lanzarse al ataque.
– Muy bien. Lo que usted diga.
Pero Bosch no tenía la menor intención de esperar a que aparecieran los del FBI, prefería continuar con la investigación, agilizarla y seguir las pistas que ésta les proporcionara. Lo que Irving pudiera decir le traía sin cuidado.
– ¿Puede darme la llave de esta sala? -preguntó Bosch-. Dentro de un rato Entrenkin nos enviará la primera partida de archivos. Debemos ponerlos a buen recaudo.
Tras vacilar unos instantes, Irving se metió la mano en el bolsillo. Sacó una de las llaves del llavero y la deslizó por encima de la mesa. Bosch la colocó en su propio llavero.
– ¿Cuántas personas tienen una copia de esta llave? -preguntó-. Es para saberlo.
– No se preocupe, detective. Nadie que no forme parte del equipo y no tenga mi autorización entrará en esta sala.
Bosch asintió, aunque Irving no había respondido a su pregunta.