Bosch tardó casi dos horas en revisar los expedientes del caso del Black Warrior. Muchos de ellos ya los había examinado con anterioridad, pero el resto habían sido revisados por Edgar y Rider u otros detectives a quienes Irving había asignado el caso de Angels Flight hacía menos de setenta y dos horas. Bosch examinó cada expediente como si fuera la primera vez que lo hacía, en busca del dato que se le había pasado por alto, el detalle clave que le obligaría a revisar su interpretación de los hechos y que cambiaría la situación.
Ése era el problema de asignar varios equipos de investigadores a un caso. No había un solo par de ojos que revisara todas las pruebas, todas las pistas y todos los documentos.
El conjunto se distribuía por equipos. Aunque hubiera un detective a cargo de la investigación, no todos los datos eran analizados por él. Y eso era precisamente lo que Bosch debía hacer en ese momento.
Por fin dio con lo que estaba buscando -y lo que Carla Entrenkin había apuntado- en el expediente de los recibos de los mandatos judiciales, los cuales fueron enviados a la oficina de Howard Elias después de que la persona en cuestión hubiera recibido la orden de comparecer para declarar o como testigo en el juicio. El expediente contenía un gran número de esos formularios clasificados por orden cronológico.
La primera mitad del montón eran mandatos judiciales de hacía unos meses.
El resto eran citaciones judiciales para declarar en el juicio del caso Harris. Los destinatarios de dichas citaciones judiciales eran policías y otros testigos.
Bosch recordó que Edgar había revisado ese expediente y había hallado los mandatos judiciales concernientes a las facturas del taller de lavado. El hallazgo debió de impresionarle hasta el extremo de que no reparó en otros documentos. Mientras Bosch examinaba el expediente se fijó en una orden judicial dirigida al detective John Chastain, de la División de Asuntos Internos. Eso le chocó, porque Chastain no le había dicho que estuviera involucrado en la querella presentada por Elias. Chastain había dirigido la investigación interna de las declaraciones de Michael Harris, la cual había demostrado que los detectives de Robos y Homicidios no habían cometido delito alguno, por lo que el hecho de que tuviera que declarar en el juicio no tenía nada de extraño. Era lógico que se tuviera que presentar como testigo en defensa de los detectives acusados de malos tratos por Michael Harris. Lo sorprendente era que Chastain no hubiera dicho que había sido llamado a declarar en favor de los detectives. De haberse sabido ese dato, Chastain no habría sido asignado al equipo encargado de investigar los asesinatos de Angels Flight, del mismo modo que los detectives de Robos y Homicidios habían sido retirados del caso. Existía un evidente conflicto de intereses y Chastain tendría que explicar los motivos de su silencio. Bosch se sintió aún más interesado al ver que Chastain había recibido la citación judicial el martes, la víspera del asesinato de Elias. Pero su curiosidad dio paso a la sospecha cuando leyó la nota que escribió al pie del documento la persona que se lo entregó.
El detective Chastain se negó a aceptar la citación cuando se hallaba en su vehículo. La persona encargada de entregársela tuvo que colocarla debajo del limpiaparabrisas.
La nota indicaba bien a las claras que Chastain no quería saber nada del caso. Bosch centró toda su atención en ese dato. Aunque en aquellos momentos la ciudad pudiera estar ardiendo desde el estadio de los Dodger hasta la playa, él no habría reparado en las imágenes de la televisión.
Al examinar el documento, Bosch comprobó que el juez había fijado una fecha y una hora para que Chastain compareciera a declarar ante el tribunal. Cuando revisó las citaciones para declarar en el juicio, Bosch se percató de que habían sido clasificadas por orden cronológico según la fecha de entrega, no según el orden en que los citados debían comparecer para declarar. El detective dedujo que si las colocaba según la fecha y la hora de comparecencía de los testigos, podría hacerse una idea en orden cronológico del caso y de la estrategia que Elias pensaba utilizar en el juicio.
Le llevó dos minutos colocar las citaciones judiciales en el orden correcto. Cuando hubo terminado examinó los documentos uno a uno, tratando de visualizar el desarrollo del proceso. En primer lugar declararía Michael Harris, el cual daría su versión de los hechos.
Luego declararía el capitán John Garwood, que ofrecería una versión muy distinta. El siguiente testigo sería Chastain, quien corroboraría la versión de Garwood. Chastain confirmaría de mala gana -había tratado de rechazar la citación judicial- la versión del capitán de Robos y Homicidios.
¿Por qué?
De momento Bosch dejó la pregunta a un lado y comenzó a examinar las citaciones. Al parecer Elias había adoptado la vieja estrategia de alternar los testigos positivos con los negativos. Había decidido que los testimonios de los hombres de Robos y Homicidios, los acusados, se alternarían con las declaraciones de testigos que pudieran beneficiar a Michael Harris. Estaba Harris, el médico que había tratado su sordera ocasionada por los policías, Jenkins Pelfry, su patrono en el taller de lavado, y por último Kate Kincaid y Sam Kincaid. Por lo visto Elias se proponía desmentir las alegaciones de los hombres de Robos y Homicidios, revelar los malos tratos que habían inflingido a Harris y demostrar la inocencia de éste. Luego hundiría a los de Robos y Homicidios logrando que Kate Kincaid detallara la conexión entre el taller de lavado y la presencia de las huellas de Harris. Por último llamaría a declarar a Sam Kincaid. Elias lo utilizaría para poner al descubierto la web de Charlotte y las atrocidades que la pequeña Stacey Kincaid había sufrido. Era evidente que el caso que Elias iba a presentar al jurado seguía la misma línea de investigación que habían llevado Bosch y su equipo: exponer la inocencia de Harris, explicar el porqué de la presencia de sus huellas en el libro de Stacey y acusar a Sam Kincaid, o a otra persona relacionada con él y la red de pedófilos, del asesinato de la niña.
Bosch comprendió que era una buena estrategia. Estaba convencido de que Elias habría ganado el caso. El detective revisó de nuevo el orden de las comparecencias. Chastain era el tercer testigo, lo cual le colocaba en el lado positivo de la estrategia de alternancia, después de Garwood y antes de uno de los acusados de Robos y Homicidios.
Chastain sería un testigo positivo para Elias y Harris, pero había intentado rechazar la citación judicial que le obligaba a declarar en el juicio.
Bosch llamó para informarse a la compañía encargada de hacer entrega de las citaciones. Era tarde, pero la entrega de citaciones no se ajustaba a un horario de oficina.
Un hombre atendió la llamada y Bosch dijo que quería hablar con Steve Vascik, cuyo nombre figuraba en la citación que había recibido Chastain.
– Esta noche no está aquí. Se ha ido a casa.
Después de identificarse, Bosch explicó que estaba realizando una investigación criminal y que debía hablar de inmediato con Vascik. Su interlocutor se mostró reacio a facilitarle el número de teléfono del domicilio de Vascik, pero accedió a que Bosch le diera el suyo y a ponerse en contacto con Vascik para transmitirle el mensaje.
Después de colgar, Bosch comenzó a pasearse nerviosamente por la casa. No estaba seguro de lo que tenía, pero sentía el típico cosquilleo de cuando estaba a punto de descubrir algo importante. Bosch se había dejado guiar por su intuición y ésta le decía que no tardaría en conseguir algo tangible.
Cuando sonó el teléfono, lo tomó del sofá donde reposaba y pulsó el botón para hablar.
– ¿Señor Vascik?
– Soy yo, Harry.
– ¡Eleanor! ¿Cómo estás?
– Estoy bien. Afortunadamente no me encuentro en una ciudad a punto de arder. He visto las noticias en la televisión.
– Sí, la cosa no pinta nada bien.
– Lamento lo sucedido, Harry. Me habías hablado de Sheehan y sé que habíais sido muy amigos.
Bosch supuso que Eleanor ignoraba que la casa donde Sheehan se había suicidado era la suya y decidió no decir nada.
Se lamentaba de no disponer del servicio de llamada en espera en su línea.
– ¿Dónde estás?
– En Las Vegas -respondió Eleanor, soltando una risa forzada-. El coche apenas logró llegar hasta aquí.
– ¿Estás en el Flamingo?
– No, en otro local.
A Bosch le dolió que Eleanor no quisiera revelarle dónde se encontraba.
– ¿Puedo llamarte a algún número de contacto?
– No sé cuánto tiempo me quedaré aquí. Sólo quería llamarte para saber cómo estabas.
– ¿Yo? No te preocupes por mí, Eleanor. ¿Tú estás bien?
– Sí, sí.
– ¿Necesitas algo? ¿Qué tal funciona el coche?
– No necesito nada. Una vez aquí ya no me preocupa el coche.
Se produjo un largo silencio. Bosch percibió uno de esos sonidos electrónicos que según había oído decir a alguien se llamaban burbujas digitales.
– ¿Podemos hablar de esto? -preguntó por fin.
– No creo que sea el momento oportuno. Será mejor que nos demos un par de días para reflexionar antes de que hablemos. Yo te llamaré, Harry. Cuídate.
– ¿Prometes llamarme?
– Sí.
– De acuerdo, Eleanor. Espero tu llamada.
– Adiós, Harry.
Eleanor colgó antes de que Bosch pudiera despedirse de ella. Bosch permaneció un buen rato de pie junto al sofá, pensando en ella y en lo que les había ocurrido.
El teléfono sonó de nuevo mientras aún lo sostenía en la mano.
– ¿Sí?
– ¿Detective Bosch? Dejó usted un mensaje para que le llamara.
– ¿Es usted el señor Vascik?
– Sí. De Triple A Process. Mi jefe Shelley me ha dicho que usted…
– Sí, le he llamado.
Bosch se sentó en el sofá y sacó un bloc, que colocó sobre sus rodillas. Luego extrajo un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y escribió el nombre de Vascik en lo alto de la página. Por su voz dedujo que era joven y blanco. Tenía un acento del Medio Oeste.
– ¿Cuántos años tiene, Steve?
– Veinticinco.
– ¿Hace mucho que trabaja para Triple A?
– Unos meses.
– El jueves de la semana pasada entregó una citación judicial a un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles llamado John Chastain. ¿Lo recuerda?
– Desde luego. No quiso aceptarla. A la mayoría de polis no les importa. Están acostumbrados a recibir citaciones.
– De eso quería hablarle precisamente. Cuando dice usted que Chastain se negó a aceptar la citación, ¿a qué se refiere exactamente?
– La primera vez que traté de entregársela se negó a tomarla y se marchó. Luego, cuando…
– Espere un momento. ¿Cuándo fue la primera vez?
– El jueves por la mañana. Entré en el vestíbulo del Parker Center y pedí al policía que estaba en el mostrador de recepción que llamara a Chastain para que bajara. No le expliqué el motivo. En la citación sólo ponía que Chastain pertenecía al Departamento de Asuntos Internos, de modo que dije simplemente que le llevaba un documento. Cuando Chastain bajó y me identifiqué dio media vuelta y volvió a meterse en el ascensor.
– ¿Cree usted que Chastain sabía que iba a entregarle una citación judicial para que declarara, y que incluso conocía el caso del que se trataba?
– Sí.
Bosch pensó en lo que había leído en el último bloc de Elias. Su disputa con una fuente llamada «Parker».
– ¿Y luego qué ocurrió?
– Después de hacer otras gestiones regresé hacia las tres y media y me puse a observar el aparcamiento de los empleados del Parker Center. Cuando vi salir a Chastain me dirigí hacia él entre dos filas de vehículos, agachándome para que no me viera, y le abordé en el momento en que abría la puerta de su coche. Yo tenía preparado mi rollo, así que le dije que debía entregarle una citación judicial y recité el número del caso. El siguió negándose a aceptarla, pero según las leyes de California es suficiente con que…
– Sí, lo sé. Una persona no puede negarse a aceptar una citación después de habérsele informado que se trata de un documento legal firmado por un juez. ¿Qué hizo Chastain?
– Primero me pegó un susto de muerte. Metió la mano debajo de la chaqueta, como si fuera a sacar una pistola.
– ¿Y luego?
– Se detuvo. Supongo que se dio cuenta de lo que iba a hacer. Se relajó un poco, pero siguió negándose a aceptar el papel. Me dijo que le dijera a Elias que se fuera a la mierda. Luego se subió al coche y empezó a hacer marcha atrás. Yo coloqué el papel debajo del parabrisas y eso es todo. No sé lo que ocurrió después. Puede que el viento se llevara el papel. Pero yo le había entregado legalmente la citación.
Bosch reflexionó unos momentos mientras Vascik le explicaba los pormenores de su tarea, hasta que por fin le interrumpió:
– ¿Sabía usted que Elias fue asesinado el viernes por la noche?
– Naturalmente. Era cliente nuestro. Nosotros entregábamos todas las citaciones judiciales correspondientes a sus casos.
– ¿No se le ocurrió llamar al departamento después de que Elias muriera asesinado para contarle a alguien lo ocurrido con Chastain?
– Lo hice -replicó Vascik a la defensiva-. Llamé.
– ¿A quién?
– Llamé al Parker Center y dije que tenía cierta información. Me pasaron con un despacho y le dije al policía que atendió la llamada quién era yo y que tenía cierta información. Él anotó mi nombre y mi número de teléfono y dijo que me llamarían.
– ¿Y no lo hicieron?
– Llamó alguien al cabo de unos cinco minutos. Quizá menos. Enseguida. Yo se lo conté.
– ¿Cuándo ocurrió esto?
– El domingo por la mañana -contestó-. El sábado hice montañismo. Subí a las Vasquez Rocks. No me enteré del asesinato del señor Elias hasta el domingo por la mañana, cuando lo leí en el Times.
– ¿Recuerda el nombre del policía al que dio la información?
– Creo que se llamaba Edgar, pero no sé si ése era su nombre de pila o su apellido.
– ¿Y la persona que atendió su llamada? ¿Le dijo su nombre?
– Creo que sí, pero no lo recuerdo. Dijo que era un agente. Quizá fuera del FBI.
– Haga memoria, Steve. ¿A qué hora hizo usted esa llamada y cuándo le llamó Edgar? ¿Lo recuerda?
Vascik guardó silencio por unos instantes mientras pensaba en ello.
– No me levanté hasta las diez porque tenía unas agujetas tremendas. Luego me tumbé en el sofá y leí el periódico. La noticia estaba en la portada, así que seguramente la leí después de echar una ojeada a la sección de deportes. Y luego llamé. Debió de ser sobre las once. Y a los pocos minutos me llamó ese tal Edgar.
– Gracias, Steve.
Bosch colgó. Sabía que era imposible que Edgar hubiera atendido la llamada en el Parker Center el domingo a las once de la mañana.
Edgar había estado con Bosch toda la mañana del domingo y buena parte del resto de la jornada. Trabajaban en la calle, no en el despacho del Parker Center. Alguien había utilizado el nombre de su compañero. Un policía. Alguien que trabajaba en la investigación había utilizado el nombre de Edgar.
Bosch miró el número del móvil de Lindell y le llamó. Lindell aún lo tenía conectado y respondió inmediatamente.
– Soy Bosch. ¿Recuerdas que el domingo por la mañana, después de que tú y tus hombres os incorporarais al caso, os pasasteis casi toda la mañana en la sala de conferencias revisando los expedientes?
– Sí.
– ¿Quién atendía el teléfono?
– Por lo general nosotros. Y un par de policías.
– ¿Atendisteis la llamada de un tipo que trabaja para una compañía llamada Triple A?
– Me suena. Pero aquella mañana recibimos un montón de llamadas de reporteros y de personas que aseguraban saber algo. Y de chalados que proferían amenazas contra la policía.
– Se llama Steve Vascik, se dedica a entregar citaciones judiciales. Os dijo que tenía cierta información.
– Ya te he dicho que me suena. ¿Es importante, Bosch? Creí que este caso estaba cerrado.
– Lo está. Sólo quería comprobar unos cabos sueltos. ¿A quién pasaste la llamada?
– Esas llamadas de gente que decían tener información se las pasé a los de Asuntos Internos. Para que estuvieran ocupados.
– ¿A quién pasaste la llamada de Vascik?
– No lo sé. Seguramente a Chastain. Él estaba a cargo de ese grupo. No sé si la atendió él mismo o se la pasó a otro. Irving nos instaló una mierda de teléfonos. No podíamos desviar las llamadas de una línea a otra y yo no quería que la línea principal se bloqueara. De modo que tomábamos los números y los pasábamos a otro compañero.
– Vale, gracias. Buenas noches.
– Oye, ¿a qué viene…?
Bosch colgó antes de verse obligado a responder a cualquier pregunta y se puso a reflexionar sobre la información que le había dado Lindell.
Existían muchas posibilidades de que la llamada de Vascik la hubieran pasado a Chastain, quien más tarde habría llamado a Vascik -probablemente desde su despacho para que los otros no le oyeran- y se habría hecho pasar por Edgar.
Bosch tenía que hacer otra llamada. Abrió su agenda telefónica y buscó un número al que hacía varios años que no llamaba. Correspondía al domicilio particular del capitán John Garwood, jefe de la División de Robos y Homicidios.
Aunque ya era tarde, Bosch supuso que esa noche habría pocas personas durmiendo en Los Ángeles. Recordó lo que había dicho Kiz Rider, que Garwood le recordaba a Boris Karloff y que sólo salía de noche.
Garwood respondió al cabo de dos tonos.
– Soy Harry Bosch. Quiero hablar con usted. Esta noche.
– ¿Sobre qué?
– Sobre John Chastain y el caso del Black Warrior.
– No quiero hacerlo por teléfono.
– Muy bien. ¿Dónde nos vemos?
– ¿En la estrella de Frank Sinatra?
– ¿Cuándo?
– Dame media hora.
– Vale, hasta luego.