A Sinatra le habían jugado una mala pasada. Hacía unas décadas, la Cámara de Comercio de Hollywood decidió colocar su estrella en la acera de Vine Street en lugar de hacerlo en Hollywood Boulevard. Sin duda pensaron que la estrella de Sinatra constituiría una atracción turística, que la gente bajaría del bulevar para contemplarla y tomar fotografías. Pero ese plan no dio resultado. Frank se hallaba a solas en un lugar al que acudían más fanáticos que turistas. Su estrella estaba situada en un cruce entre dos aparcamientos y junto a un hotel donde uno tenía que convencer al guarda de seguridad para que le abriera la puerta del vestíbulo si quería entrar.
Hace años, cuando Bosch trabajaba en Robos y Homicidios, la estrella de Sinatra constituía un lugar de encuentro entre los detectives que hacían trabajos de campo y entre los detectives y sus soplones. A Bosch no le había sorprendido que Garwood le citara allí, en terreno neutral.
Cuando Bosch llegó a la estrella, Garwood le estaba esperando. Bosch vio su Ford LTD en el aparcamiento.
Garwood le hizo una señal con los faros. Bosch aparcó junto a la acera, frente al hotel, y se apeó del coche. Atravesó Vine hasta el aparcamiento y se sentó en el asiento junto al conductor. Garwood iba con traje, aunque Bosch le había llamado a su casa. Bosch pensó que siempre había visto a Garwood impecablemente vestido, con el nudo de la corbata en su sitio, el botón superior de la camisa siempre abrochado, y recordó de nuevo el comentario de Rider sobre su parecido con Boris Karloff.
– Esos malditos coches -dijo Garwood observando el sedán de Bosch-. Me enteré de que te habían tiroteado.
– Sí. No fue muy divertido.
– ¿De qué querías hablarme, Harry? ¿Cómo es que sigues investigando un caso que el jefe de la policía y todo el mundo da por cerrado?
– Porque hay muchos cabos sueltos, capitán. Y cuando hay tantos cabos sueltos, la madeja acaba por deshacerse.
– Ya veo que no has cambiado. Recuerdo que cuando trabajabas para mí, no podías dejar las cosas en paz. Tú y tus cabos sueltos.
– Hábleme de Chastain.
Garwood se quedó callado, mirando a través del parabrisas. Bosch imaginó que su antiguo capitán no estaba seguro de qué responder.
– Esto es confidencial, capitán. Como acaba de decir, el caso está cerrado. Pero hay algo sobre Chastain y Frankie Sheehan que me preocupa. Hace un par de noches Frankie me lo contó todo. Me dijo que él y unos compañeros suyos perdieron el control y maltrataron a Michael Harris. Me dijo que lo del Black Warrior era cierto. Pero yo cometí un error. Le dije que sabíamos que Harris era inocente, que yo podía demostrar que él no había matado a la niña. Frankie se desesperó al oír eso y más tarde hizo lo que hizo. Hoy, cuando se han conocido los resultados de balística y han dicho que Frankie era el responsable de todo, incluso de los asesinatos de Angels Flight, yo lo he aceptado sin protestar. Pero ahora tengo mis dudas. Quiero comprobar esos cabos sueltos, y Chastain es uno de ellos. Chastain tenía que declarar en el juicio. Eso no tiene nada de extraño puesto que había dirigido la investigación interna de la acusación de Harris. Pero fue llamado a declarar por Elias, cosa que no nos dijo. Además procuró por todos los medios no tener que ir a declarar, lo cual resulta muy chocante. Eso, indica que no quería comparecer en el juicio. No quería subir al estrado y responder a las preguntas que le hiciera Elias. Quiero averiguar por qué. No hay nada en los expedientes de Elias, al menos los que yo he revisado, que indique el motivo. No puedo preguntárselo a Elias y no quiero preguntárselo a Chastain. De modo que se lo pregunto a usted.
Garwood sacó del bolsillo un paquete de tabaco. Después de encender un cigarrillo le ofreció el paquete a Bosch.
– No, gracias. Lo he dejado.
– Pues yo he decidido que soy un fumador y punto. Alguien me dijo hace muchos años que era como el destino o la suerte. Uno es fumador o no lo es, y no hay vuelta de hoja. ¿Sabes quién me lo dijo?
– Sí, yo.
Garwood soltó un bufido y sonrió. Luego dio un par de caladas al cigarrillo y el coche se llenó de humo. Bosch sintió deseos de fumar. Recordó que años atrás había largado a Garwood un sermón sobre el tabaquismo, cuando un compañero suyo se quejó de que el despacho estaba siempre invadido por una nube de humo. Bosch bajó un poco el cristal de la ventanilla.
– Lo siento -dijo Garwood-. Sé cómo te sientes. Todo el mundo fuma y tú no puedes.
– No es problema. ¿Quiere hablarme de Chastain o no?
El capitán dio otra calada al pitillo.
– Chastain investigó la acusación de Harris. Eso ya lo sabes. Antes de presentar una querella, Harris tuvo que hacer una denuncia. Chastain se encargó de investigar el asunto. Y por lo que recuerdo, confirmó las alegaciones de Harris. Rooker tenía en su mesa un lápiz con la punta rota y manchado de sangre. Lo guardaba como una especie de recuerdo. Chastain lo requisó mediante una orden de registro e iba a analizar las manchas de sangre para comprobar si pertenecían a Harris.
Bosch meneó la cabeza, asombrado de la estupidez y la arrogancia de Rooker. De todo el departamento.
– Así es -dijo Garwood como si le adivinara el pensamiento-. Lo último que supe fue que Chastain iba a presentar una denuncia contra Sheehan, Rooker y los otros dos, y que luego pediría al fiscal del distrito que presentara cargos contra ellos. Ese lápiz manchado de sangre era una prueba contundente que demostraba cuando menos la culpabilidad de Rooker.
– ¿Y qué ocurrió?
– Que nos enteramos de que todos ellos habían sido exonerados. Chastain había alegado que el caso no tenía fundamento.
Bosch asintió.
– Alguien le obligó a hacerlo.
– Exacto.
– ¿Quién?
– Yo creo que fue Irving. Pero quizá fuera alguien por encima de él. El caso era muy delicado. Si la acusación prosperaba y se producían despidos y cargos por delito criminal, se iniciaría una nueva ronda de acusaciones en la prensa contra el Departamento de Policía de Los Ángeles en South Side, encabezada por Tuggins y Sparks. Como recordarás, ocurrió hace un año. El nuevo jefe de la policía acababa de ocupar su cargo. No habría sido un buen comienzo. De modo que alguien utilizó su influencia para tapar el caso. Irving siempre ha sido el que ha resuelto todos los problemas del departamento. Probablemente fue él. Pero es posible que para un asunto tan grave pidiera la autorización del jefe. Así es como Irving ha logrado sobrevivir. Consigue la autorización del jefe y no pueden tocarlo porque conoce demasiados secretos. Como J. Edgar Hoover y el FBI.
Bosch asintió.
– ¿Qué cree que ocurrió con el lápiz manchado de sangre? -preguntó.
– ¿Quién sabe? Es probable que Irving lo utilice para redactar sus informes sobre el personal, aunque imagino que le habrá quitado las manchas de sangre.
Ambos guardaron silencio mientras observaban a una docena de jóvenes que se dirigían por el norte de Vine hacia el Boulevard. En su mayoría eran blancos. A la luz de las farolas Bosch vio que lucían unos tatuajes en el brazo. Tenían pinta de matones y probablemente se dirigían hacia los comercios de Boulevard para reproducir los sucesos de 1992.
Bosch recordó el penoso aspecto de Frederick’s of Hollywood, la tienda que fue asaltada por una pandilla de gamberros.
Al pasar junto al coche de Bosch, los jóvenes se detuvieron como si quisieran volcarlo o prenderle fuego, pero cambiaron de parecer y siguieron adelante.
– Menos mal que no nos hemos encontrado en tu coche -dijo Garwood.
Bosch no respondió.
– Esta noche la ciudad va a estallar -continuó Garwood-. Lo presiento. Lástima que haya dejado de llover.
– Alguien le cerró la boca a Chastain -dijo Bosch para retomar el tema-. Resulta que la acusación de Harris no tenía fundamento. Luego Elias interpone la demanda y obliga a Chastain a declarar en el juicio. Pero Chastain no quiere declarar, ¿por qué?
– Quizá se toma muy en serio lo del juramento y no quería mentir.
– Hay algo más.
– Pregúntaselo.
– Elias tenía una fuente en el Parker. Un soplón. Sospecho que era Chastain. La fuente no sólo le filtró información sobre este caso, sino que en realidad era su acceso directo a todo tipo de documentos y archivos policiales. Estoy convencido de esa fuente era Chastain.
– Es curioso. Un policía que odia a los policías.
– Ya.
– Pero si Chastain era la fuente de Elias, ¿por qué quería Elias obligarle a subir al estrado y ponerlo al descubierto?
Bosch no tenía respuesta a esta pregunta. Permaneció en silencio, reflexionando sobre el asunto. Al poco rato consiguió hilvanar una hipótesis y comentó en voz alta:
– Elias no habría sabido que alguien le había tapado la boca a Chastain a menos que éste se lo hubiera dicho, ¿no es así?
– Efectivamente.
– De modo que al obligar a Chastain a subir al estrado e interrogarle sobre ello habría revelado que Chastain era su fuente.
– Así es -dijo el capitán.
– Aunque Chastain lo hubiera negado todo, Elias podría haberle formulado las preguntas de forma que el jurado adivinara la verdad.
– También lo hubieran adivinado en el Parker Center -dijo Garwood-. Chastain habría quedado al descubierto. Pero ¿por qué habría querido Elias denunciar a su fuente, a alguien que venía ayudándole desde hacía varios años? ¿Por qué iba a renunciar a esa ayuda?
– Porque éste iba a ser el remate de su brillante carrera. El caso de más envergadura que Elias había abordado. El que lo colocaría en el mapa nacional y le llevaría a Court TV, Sixty Minutes, Larry King y a todos los programas de televisión más importantes. Elias estaba dispuesto a quemar a su fuente con tal de conseguir ese triunfo. Cualquier abogado lo habría hecho.
abogado lo habría hecho.
– Estoy de acuerdo.
Pero ninguno de los dos policías respondió a la pregunta de qué haría Chastain para impedir que le quemaran públicamente en el estrado. Sin embargo, para Bosch la cosa estaba clara. Si Elias demostraba no sólo que era su fuente sino que el detective había comprometido la investigación interna de la acusación presentada por Michael Harris, Chastain sería vilipendiado dentro y fuera del departamento.
Fuera donde fuera le señalarían con el dedo, lo que le colocaría en una posición insostenible. Bosch creía que Chastain estaría dispuesto incluso a matar para evitar que eso ocurriera.
– Gracias, capitán -dijo Bosch-. Tengo que irme.
– Nada de esto importa, ¿sabes? Bosch se volvió hacia Garwood.
– ¿Qué? -preguntó.
– Se ha emitido un comunicado, se ha celebrado una rueda de prensa, la historia es del dominio público y la ciudad
está a punto de arder. ¿Crees que a los ciudadanos de South les importa qué policía mató a Elias? Les importa una mierda. Ya tienen lo que querían. Chastain, Sheehan, qué más da… Lo que importa es que lo matara un policía. Hagas lo que hagas, sólo conseguirás echar más leña al fuego. Si denuncias a Chastain descubrirás todo el pastel. Muchos saldrán perjudicados, perderán su trabajo, simplemente por querer evitar este follón. Piénsalo, Harry. A nadie le importa un carajo.
Bosch había captado el mensaje: calla y traga.
– A mí me importa.
– ¿Crees que eso basta?
– ¿Y qué hacemos con Chastain?
Garwood esbozó una breve sonrisa mientras sostenía el cigarrillo entre sus dedos.
– Algún día Chastain recibirá su merecido, no te quepa duda.
Ése era un nuevo mensaje que Bosch también captó.
– ¿Y Frankie Sheehan? ¿Quién restituirá su buen nombre?
– Sí, eso sí que es importante -reconoció Garwood-. Frankie Sheehan era uno de mis hombres…, pero ha muerto y su familia ya no vive aquí.
Bosch guardó silencio, pero la respuesta le pareció inaceptable. Sheehan era su amigo y compañero. Dejar que alguien manchara su honor era mancharse a sí mismo.
– ¿Sabes lo que me preocupa? -preguntó Garwood-. Quizá puedas aclararme una duda que tengo, puesto que tú y Sheehan fuisteis compañeros.
– ¿Qué es lo que le preocupa?
– La pistola que utilizó Sheehan. Tuya no era, ¿verdad? Ya sé que te lo han preguntado.
– No, no era mía. Habíamos pasado por su casa de camino a la mía, para que Frankie recogiera algunas cosas. Debió de recogerla entonces. Por lo visto los del FBI no la encontraron cuando registraron su casa.
Garwood asintió.
– Tengo entendido que tú le comunicaste la noticia a su mujer. ¿Le preguntaste por la pistola?
– Sí. Me dijo que no sabía nada de esa pistola, pero eso no…
– No tenía número de serie -le interrumpió Garwood-. Era una pistola ilegal.
– Ya.
– Y eso es justamente lo que me preocupa. Sheehan trabajó para mí durante muchos años y lo conocía bien. No era de esos tipos que se pasean por ahí con una pistola ilegal. Se lo pregunté a algunos de sus compañeros con los que trabajó después de que tú te trasladaras a Hollywood, y ninguno sabía nada de esa pistola. ¿Y tú, Harry? Tú trabajaste con él durante mucho tiempo. ¿Sabes si aparte de la pistola de reglamento tenía un arma ilegal?
De pronto Bosch lo comprendió todo. Fue como si hubiera recibido un mazazo de esos que le obligan a uno a permanecer inmóvil y mudo hasta recuperar el resuello.
Él sabía que Frank Sheehan no salía a trabajar con un arma ilegal. Era demasiado íntegro para hacer eso. De modo que si era demasiado íntegro para portar un arma ilegal, ¿por qué iba a tener una en casa? Bosch había tenido todo el rato, ante sus narices, tanto la pregunta como su lógica respuesta. Pero él no había reparado en ello.
Recordó entonces que cuando estaba sentado en el coche frente a la casa de Sheehan vio reflejado en el retrovisor el destello de unos faros y un vehículo aparcado junto a la acera a una manzana de distancia. Chastain. Él les había seguido. Para Chastain, Sheehan era el único cabo suelto que permitiría desenredar el ovillo.
Bosch recordó el testimonio de su vecina, quien había afirmado que oyó tres o cuatro disparos. Entonces comprendió que el suicidio de un policía ebrio había sido en realidad un asesinato premeditado.
– Hijo de puta -murmuró Bosch.
Garwood asintió. Había guiado a Bosch hasta el punto en el que se encontraba en ese momento.
– ¿Comprendes ahora cómo lo hizo? -preguntó.
Bosch se afanó en poner en orden sus pensamientos para llegar a una conclusión lógica.
– Sí -respondió por fin.
– Bien. Voy a hacer una llamada. Voy a ordenar al agente que esté de guardia en el sótano que te deje echar un vistazo al registro de salidas. Sin hacer preguntas. Así tendrás la certeza.
Bosch abrió la puerta del coche, se apeó sin decir palabra y echó a andar hacia el suyo. Poco antes de alcanzarlo echó a correr. Ignoraba el motivo. No llevaba prisa y había dejado de llover. Lo único que sabía era que si se paraba se pondría a gritar.