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Vincent Hahn se despertó a las nueve y media. Era su día de bingo. Pese a tener prisa, se entretuvo un rato con Julia y le acarició las duras nalgas. Le cambiaría las bragas por la noche. Decidió robar un par en Lindex, su lugar favorito. A poder ser oscuras, pero no negras.

A veces, el porte erguido del maniquí le molestaba, pues le daba la sensación de que lo vigilaba. Cuando se enfadaba mucho solía tumbarla en el suelo y la dejaba ahí tendida un día o dos. Después ya no era tan descarada.

Había pasado una mala noche. En realidad, los remordimientos no se hallaban en el interior del arsenal sentimental de Vincent, pero un ruido le molestó y luego le persiguió hasta el amanecer.

Comió un yogur, siempre yogur, dos platos. El yogur era limpio.

El autobús llegó con un retraso de treinta segundos, pero el conductor únicamente sonrió cuando se lo indicó. Todos los conductores de la línea lo conocían. Durante su primer año en el barrio llevó a cabo una estadística de los distintos conductores: si cumplían los horarios, si eran amables o no, cómo conducían. Envió un escrito con las cifras, dispuestas en un ingenioso sistema, a la dirección de la empresa de autobuses de Uppsala.

La respuesta que recibió le indignó. Durante algunas semanas forjó planes de venganza, pero, como tantas veces, todo quedó en nada.

Ahora se sentía más fuerte, dispuesto a llevar a cabo su idea. No comprendía en qué radicaba la diferencia; simplemente, se sentía mejor preparado. Ahora no solo tenía el derecho, sino también las fuerzas para llegar hasta el final.

Había comenzado la noche anterior. Un conejo. Los roedores no deben vivir en núcleos urbanos. Otras personas pensaban como él y, en silencio, muchas se lo agradecerían, de eso estaba seguro después del escrito enviado a la comunidad de propietarios.

¿Quizá el cambio se debía a Julia? La había conseguido en primavera. Durante mucho tiempo había deseado compartir su vida con alguien y cuando halló a Julia en un contenedor de basura supo que había encontrado a su pareja.

Estaba sucia y él dedicó un día entero a lavar las manchas y a reparar una raja en su ingle. Alguien había sido malo con ella. Ahora Julia estaba segura. Él la protegía, le cambiaba la ropa interior y le daba amor.

Se bajó en la terminal de autobuses y subió por la calle Bangårdsgatan hacia el local del bingo. Siempre miraba a su alrededor antes de entrar. Una vez dentro desaparecía parte de la excitación.

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