El arma sobre la mesa actuaba como un imán. Una y otra vez entraba en la cocina solo para estudiar el revólver. Nunca había tenido un arma de fuego. Había llevado un cuchillo encima en muchas ocasiones. A Lennart nunca le había gustado pasearse con revólver o pistola. Cuando uno está borracho nunca se sabe qué puede pasar. La pena por un crimen con arma de fuego era siempre mayor. Los jueces encontraban más peligroso a un ladrón que andaba por ahí con una pipa bajo la ropa que a un borrachuzo con un cuchillo.
El bielorruso al que se la había comprado no mostró sorpresa alguna. Había oído lo que le había pasado a Johny y comprendió perfectamente la necesidad de Lennart. La compró a plazos, lo que normalmente no era posible. «Procura sobrevivir -había dicho el ruso lacónico-. Para poder pagarme.»
Sergei llevaba viviendo en Suecia cuatro años. Había llegado a través de Estonia y había pedido asilo político. Si hubiera estado en sus manos, Lennart habría deportado al bielorruso de inmediato, pero ahora sentía cierta gratitud hacia él.
Lennart nunca había querido matar a nadie, pero ahora necesitaba un arma poderosa. Con un revólver podía mostrar que iba en serio.
No podía dejar de toquetearla. Era bonita y terrible, metálicamente amenazadora, y le llenaba de excitación e interés, como si su propia importancia hubiera crecido. Deseaba tenerla a la vista para acostumbrarse a la idea de que estaba armado.
Hacía treinta y seis horas que no había probado ni una gota de alcohol, ni siquiera una cerveza de baja graduación. No podía recordar cuándo fue la última vez que estuvo sobrio tanto tiempo. Quizá cuando lo detuvo la pasma. Entonces estuvo a punto de confesar, solo para poder tomarse una cerveza.
Se sentía como una persona nueva, como si el viejo Lennart hubiera salido de su cuerpo y observara desde fuera el viejo caparazón. Se vio a sí mismo pasear por el apartamento, acercarse a la ventana y observar cómo caía la nieve al otro lado, coger el revólver y vestirse.
Aquella noche obtendría la respuesta. Eso sentía. Estaba convencido de que Berit estaba implicada de alguna manera. Ahora la verdad saldría a la luz. No deseaba hacerle daño. Sencillamente, él no podía hacerle daño. Era la mujer de John y la madre de Justus.
Deseaba de buena gana creer su alegato de que había sido fiel, pero las palabras de Mossa resonaban incesantemente en la cabeza de Lennart. «Puta», había dicho el iraní, y era una palabra muy fuerte. Siempre había confiado en Mossa, ¿por qué iba a mentir sobre eso?
¿Sería Dicken, el de los dientes? No lo había visto desde hacía tiempo. Alguien había dicho que estaba en Holanda. «Si es así -pensó Lennart-, puedo ir tras él. Se ha equivocado si piensa que se puede escapar. Lo perseguiré hasta el fin del mundo.»
Salió a la nieve, sobrio como un dios y purificado de su vida anterior. Sintió una gran tranquilidad y extrañamente pensó en su padre. ¿Fue la breve estancia trabajando con Micke en las labores de la nieve lo que hacía que cada vez con más frecuencia retornara a los recuerdos de antaño? Albin había sido bueno, no únicamente como chapista sino también como padre. Esa noción se había introducido en Lennart con el paso de los años, sobre todo cuando veía a John y a Justus juntos.
Suspiró profundamente. Se encontraba de nuevo en la plaza Brantings. Ningún tractor, nada de escandalosos adolescentes, solo nieve en abundancia y él mismo. El deseo de alcohol hizo que su interior se contrajera como si albergara un cable de acero en su cuerpo, un cable que se retorcía lentamente alrededor de un delicado núcleo de ansiedad. En cualquier momento todo podía quebrarse. Podía correr de vuelta a casa y tomar un trago, pero eso significaría abandonar la caza del asesino de Johny para siempre.
Prosiguió adelante con serenidad. Estrellas de adviento y lámparas de colores parpadeantes en las barandillas de los balcones ribeteaban su camino por Skomakarberget. «Albin y John», murmuró al ritmo de sus pasos. Era como si su padre lo acompañara, como si Albin hubiera bajado de su tejado y su cielo para prestarle ayuda. En silencio su padre caminaba a su lado. De vez en cuando señalaba arriba a una casa y Lennart comprendía que Albin había estado en el tejado.