Cuando un estadounidense intenta escribir una novela ambientada en Londres, entran en juego diversas fuerzas y personalidades. Para este libro, un pequeño tomo llamado City Secrets editado por Robert Kahn me sirvió de punto de partida para encontrar lugares adecuados para desarrollar la acción de esta historia. Mi editor de Hodder and Stoughton en Londres y mis publicistas en esta ciudad -Sue Fletcher y Karen Geary- también me aportaron muchas sugerencias útiles, y mi colega escritora Courttia Newland me introdujo personalmente en los alrededores de West Kilburn. Al sur del río, Fairbridge me abrió sus puertas, y allí vi el trabajo que realiza esta organización para cambiar la vida de los jóvenes en situación de riesgo. Mis esfuerzos por captar el ambiente del tipo de trabajo policial que se lleva a cabo en la investigación de unos asesinatos en serie recibieron la ayuda de David Cox, de la policía metropolitana, y de Pip Lane, agente jubilado de la policía de Cambridge. Bob's Magic, Novelties y Gags en el mercado de Stables, en Camden Lock, sustituyeron el tenderete de magia de Barry Minshall, y el propio Bob fue de lo más amable conmigo al hablarme del mercado y la magia. Mind Hunter, de John Douglas y Mark Olshaker, y The Gates of Janus, de -asombrosamente- Ian Brady me sirvieron para documentar mi creación y comprensión del asesino en serie de esta novela. Y Swati Gamble, de Hodder and Stoughton, con su paciencia infinita y sus recursos, me proporcionó información sobre cualquier tema, desde escuelas a horarios de autobuses y forros para el suelo de las furgonetas.
En Estados Unidos, mi editora de Harper Collins, Carolyn Marino, me apoyó y animó a lo largo de todo el largo proceso de creación de esta novela. Mi lectora de tantos años, Susan Berner, aportó al segundo borrador una crítica estupenda. Mi colega, la escritora Patricia Fogarty, tuvo la deferencia de leer un tercer borrador. Mi ayudante Danniclle Aoulay hizo de todo, desde investigar a sacar a pasear al perro para que yo pudiera escribir. Mi marido, Tom McCabe, soportó heroicamente durante meses y meses que el despertador sonara a las cinco de la mañana -y también viajes para esquiar, paseos por los Great Smokies y escapadas a Seattle- sin quejarse ni una sola vez. Mis estudiantes me mantuvieron perspicaz y honrada. Y mi perro siempre me mantuvo humana.
Con todas estas personas, tengo una deuda de gratitud. Los errores que haya en el libro no se deben a ellos, sino a mí.
Además, debo dar las gracias al hombre que hay detrás de mi carrera: mi agente literario Robert Gottlieb. Cada vez que comienza una frase diciendo «A ver, Elizabeth…», me doy cuenta de que es hora de escuchar atentamente.