Capítulo 18

Lee abrió la boca para decir algo, pero cambió de opinión y la cerró.

– ¿Qué? -preguntó Ig.

Lee abrió la boca otra vez, la cerró, la volvió a abrir y dijo:

– Me gusta esa canción de Glenn Miller de rat-a-ta-tat. Un cadáver podría bailar al ritmo de esa canción.

Ig asintió sin decir nada.

Estaban en la piscina porque había llegado agosto. Adiós a la lluvia y al frío. Treinta y siete grados y ni una sola nube en el cielo. Lee se había untado crema solar en la nariz para no quemarse. Ig se había metido en un flotador y Lee estaba agarrado a una colchoneta inflable, así que los dos flotaban en agua tibia, tan clorada que les escocían los ojos. Hacía demasiado calor para hacer nada.

La cruz aún colgaba del cuello de Lee y yacía sobre la colchoneta, extendiéndose desde su garganta hacia Ig, como si la mirada de éste tuviera poder magnético y la atrajera en su dirección. El sol se reflejaba en ella y lanzaba destellos de oro hacia sus ojos, emitiendo la misma señal una y otra vez. No necesitaba saber Morse para entenderla. Era sábado y Merrin Williams estaría en la iglesia al día siguiente. Última oportunidad -decía la cruz-. Última oportunidad, última oportunidad.

Lee entreabrió ligeramente los labios. Parecía querer decir algo más, pero no sabía cómo seguir. Al fin dijo:

– El primo de Glenna, Gary, está organizando una fogata para dentro de un par de semanas. En su casa. Una especie de fiesta de final del verano. Tiene cohetes y cosas de ese tipo. Dice que incluso puede que haya cerveza. ¿Quieres venir?

– ¿Cuándo?

– El último sábado del mes.

– No puedo. Mi padre toca con John Williams y los Boston Pops. Es el estreno y siempre vamos a sus estrenos.

– Ah, vale -dijo Lee.

Se metió la cruz en la boca y la chupó, pensativo. Después se la sacó y soltó lo que llevaba un rato intentando decir:

– ¿Tú la venderías?

– ¿El qué?

– La cereza de Eva. El petardo bomba. En la casa de Gary hay un coche abandonado y dice que podemos destrozarlo. Podríamos echarle gasolina de mechero y quemarlo. -Se detuvo y después añadió-: No te he invitado por eso. Te he invitado porque estaría bien que vinieras.

– Sí, ya lo sé -dijo Ig-. Pero es que no me parece bien vendértelo.

– Pero si estás regalándome cosas todo el tiempo… Si fueras a venderlo, ¿cuánto pedirías? Tengo algo de dinero de las propinas que me saco vendiendo revistas.

También le podrías pedir veinte dólares a tu mamá, pensó Ig con una voz suave y casi maliciosa que le resultó irreconocible.

– No quiero tu dinero -dijo-. Pero te lo cambio.

– ¿Por qué?

– Por eso -dijo Ig señalando con la cabeza hacia la cruz.

Ya estaba dicho. Contuvo el siguiente aliento en los pulmones, una cápsula de oxígeno caliente con sabor a cloro, química y extraña. Lee le había salvado la vida, le había sacado del río cuando estaba inconsciente y le había ayudado a respirar otra vez e Ig estaba dispuesto a devolverle el favor, sentía que le debía a Lee cualquier cosa, todo excepto esto. La chica le había hecho señales a él, no a Lee. Comprendía que hacer un trato de este tipo con Lee no era justo, no tenía defensa moral posible, no era de personas decentes. Nada más pedirle que le devolviera la cruz se le encogió el estómago. Siempre se había visto como el bueno de la película, el héroe indiscutible. Pero los héroes no hacían algo así. En todo caso, tal vez había cosas más importantes que ser el bueno de la película.

Lee le miró mientras en las comisuras de los labios se le dibujaba una media sonrisa. Ig notó una oleada de calor en la cara pero no le dio demasiada vergüenza, le alegraba ruborizarse por ella. Dijo:

– Ya sé que no viene a cuento, pero creo que me gusta. Te lo habría dicho antes pero no quería interponerme en tu camino.

Sin dudarlo un instante, Lee se llevó las manos detrás del cuello y se soltó el broche.

– Sólo tenías que haberlo dicho. Es tuya, siempre lo ha sido. Tú la encontraste, no yo. Yo lo único que hice fue arreglarla. Y si te ayuda a llegar hasta ella me alegro de haber contribuido.

– Pensé que te gustaba. Tú no…

Lee hizo un gesto con la mano.

– ¿Me voy a pelear con un amigo por una chica que no sé ni cómo se llama? Con todas las cosas que me has dado, los CD… A pesar de que la mayoría son una mierda, no soy ningún ingrato, Ig. Si la vuelves a ver, ve a por todas. Yo te apoyo. Aunque no creo que vaya a volver.

– Sí, sí que va a volver -dijo Ig suavemente.

Lee le miró.

Toda la verdad salió a relucir sin que Ig pudiera evitarlo. Necesitaba saber que a Lee no le importaba, porque ahora eran amigos, y lo serían durante el resto de sus vidas.

Cuando vio que Lee no decía nada, sino que se quedaba allí flotando con la media sonrisa en su cara larga y estrecha, Ig siguió hablando:

– Me encontré con alguien que la conoce. El domingo pasado no estaba en la iglesia porque su familia se está mudando aquí desde Rhode Island y tenían que volver a recoger sus cosas.

Lee terminó de quitarse la cruz y se la lanzó con suavidad a Ig, quien la cogió justo cuando tocaba el agua.

– A por ella, tigre -dijo-. Tú eres quien la encontró y por la razón que sea yo no le hice tilín. Además, yo ya estoy bastante ocupado en lo que a tías se refiere. Ayer vino a verme Glenna para contarme lo del coche en casa de Gary y aprovechó para metérsela en la boca. Sólo un minuto, pero lo hizo. -Lee sonrió como un niño al que le acaban de regalar un globo-. Qué pedazo de putón, ¿no?

– Es una pasada -dijo Ig sonriendo débilmente.

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