Capítulo 28

Por la tarde condujo por la autopista hasta una pequeña tienda de alimentación. Compró algo de queso y salchichón, mostaza, dos rebanadas de pan, dos botellas de vino tinto de mesa y un sacacorchos.

El tendero era un hombre viejo con aspecto de profesor, lentes de abuelo y una chaqueta de punto. Estaba inclinado sobre el mostrador con la barbilla apoyada en un puño hojeando The New York Review of Books. Miró a Ig sin ningún interés y empezó a marcar sus compras en la caja registradora.

Mientras pulsaba las teclas le confesó que su mujer durante cuarenta años tenía Alzheimer y que estaba empezando a pensar en llevarla hasta la puerta que daba al sótano y empujarla escaleras abajo. Estaba convencido de que se partiría el cuello y que la policía lo consideraría un accidente. Wendy le había amado con su cuerpo, le había escrito cartas cada semana mientras estaba en el ejército y le había dado dos preciosas hijas, pero estaba cansado de oírla desvariar y de tener que lavarla. Quería irse a vivir con Sally, una vieja amiga, a Boca Ratón. Cuando su mujer muriera, cobraría casi tres cuartos de millón de un seguro de vida y entonces dedicaría el resto de su vida al golf, al tenis y a compartir buenas comidas con Sally. Quería saber la opinión de Ig al respecto y éste le dijo que ardería en el infierno. El tendero se encogió de hombros y dijo que claro, que eso lo daba por hecho.

Le hablaba en ruso e Ig le contestó en este mismo idioma, aunque no sabía ruso, nunca lo había estudiado. Sin embargo, su fluidez a la hora de hablarlo no le sorprendió en absoluto. Después de hablar a Terry con la voz de su madre, esto era una minucia. Y además, el lenguaje del pecado es universal, el esperanto original.

Se alejó de la caja registradora recordando cómo había engañado a Terry, cómo algo en su interior le había permitido invocar la voz que precisamente su hermano necesitaba oír. Se preguntó sobre los límites de ese nuevo poder suyo, si lograría engañar con él a alguna otra mente. Se detuvo en la puerta y volvió la vista, examinando con interés al tendero, que estaba sentado detrás del mostrador leyendo otra vez el periódico.

– ¿No contesta al teléfono? -le preguntó.

El tendero levantó la vista y frunció el entrecejo extrañado.

– Está sonando -dijo Ig. Los cuernos le palpitaban transmitiéndole una sensación del todo placentera.

El tendero miró perplejo el teléfono. Lo descolgó y se llevó el auricular a la oreja. Incluso desde la puerta Ig oía el tono de llamada.

– Roben, soy Sally -dijo Ig, pero la voz que salió de su garganta no era la suya. Era una voz ronca y profunda pero inconfundiblemente femenina y con acento del Bronx, una voz que le era por completo desconocida y que sin embargo estaba convencido de que correspondía a Sally Comosellame.

El tendero hizo una mueca de confusión y dijo al auricular vacío:

– ¿Sally? Pero si hemos hablado hace unas horas. Creía que estabas intentando ahorrar en teléfono.

Los cuernos le latían con un placer sensual.

– Empezaré a ahorrar en teléfono cuando no tenga que llamarte todos los días -dijo Ig con la voz de Sally desde Boca Ratón-. ¿Cuándo piensas venir a verme? Esta espera me está matando.

El tendero dijo:

– Ya sabes que no puedo. ¿Tienes idea de lo que me costaría meter a Wendy en una residencia? ¿De qué viviríamos?

Seguía sin haber nadie al otro lado del teléfono.

¿Quién ha dicho que tengamos que vivir como Rockefeller? No necesito comer ostras, me basta con una ensalada de atún. Quieres esperar a que se muera, pero ¿qué pasa si lo hago yo antes? ¿Qué harás entonces? Ya no soy joven, y tú tampoco. Métela en un sitio donde la cuiden y después coge un avión para que yo pueda cuidarte a ti.

– Le prometí que no la metería en una residencia mientras estuviera viva.

Ya no es la misma persona a la que le prometiste eso y tengo miedo a lo que puedas hacer si sigues con ella. Lo que te pido es que te decidas por un pecado que nos permita estar juntos. Después, cuando tengas el billete de avión, llámame e iré a recogerte al aeropuerto.

Ig cortó la conexión. La agradable sensación de presión en los cuernos fue desvaneciéndose. El tendero se separó el auricular de la oreja y se quedó mirándolo con la boca entreabierta por el asombro. Pero no levantó la vista; se había olvidado ya por completo de Ig.


* * *

Encendió la chimenea, abrió la primera botella de vino y bebió a grandes tragos, sin dejarlo respirar. Los vapores del alcohol se le subieron a la cabeza envolviéndole en su suave mareo y una dulce asfixia le invadió, como si unas manos amantes le rodearan el cuello. Sabía que debería estar urdiendo un plan, decidiendo qué hacer con Lee Tourneau, pero era difícil concentrarse mirando el fuego. El movimiento hipnótico de las llamas le transfiguraba. Miraba fascinado el remolino de chispas y el baile de brasas anaranjadas, se regocijaba en el regusto áspero del vino, que le arrancaba los pensamientos como cuando se raspa la pintura vieja de una pared para pintarla de nuevo. Se tironeaba inquieto de la perilla, disfrutando de su tacto, contento de tenerla, sintiendo que le compensaba por su incipiente calvicie. Cuando era un niño todos su héroes habían sido hombres barbados: Jesús, Abraham Lincoln, Dan Haggerty.

– Barbas -musitó-. Qué bendición el vello facial.

Iba por la segunda botella de vino cuando escuchó al fuego murmurarle, sugiriéndole planes, estrategias, animándole en un bisbiseo suave, proponiendo argumentos teológicos. Inclinó la cabeza y escuchó con atención, fascinado. De vez en cuando asentía con la cabeza. La voz del fuego era la voz de la sensatez y, en la hora siguiente, aprendió muchas cosas.


* * *

Cuando hubo oscurecido, abrió la puerta del horno y descubrió a su nutrida congregación de fieles esperando a oír la Palabra. Salió de la chimenea y la interminable alfombra de serpientes -había al menos mil, unas encima de las otras o enredadas en nudos imposibles- abrió un camino para dejarle llegar hasta el montón de ladrillos que había en el centro del suelo. Se subió al pequeño montículo y tomó asiento armado con su horca y la segunda botella de vino. Allí encaramado, les habló:

– Que el alma debe ser protegida para que no se arruine o consuma es una cuestión de fe -dijo-. Cristo en persona aconsejó a los apóstoles que desconfiaran de aquel que terminaría por destruir sus almas en el infierno. Yo ahora os digo que evitar un destino así es una imposibilidad matemática. El alma es indestructible y eterna. Como el número pi, ni cesa ni termina. Como pi, es una constante. Pi es un número irracional que no se puede fraccionar, indivisible. Del mismo modo el alma es una ecuación irracional e indivisible que expresa a la perfección una sola cosa: uno mismo. El alma no tendría valor para el diablo si pudiera ser destruida. Y cuando Satán la toma bajo sus cuidados, no se pierde, como muchos afirman. Satán sabe muy bien qué hacer con ella.

Una serpiente de grueso tronco marrón empezó a reptar por la pila de ladrillos. Ig la sintió deslizarse sobre sus pies desnudos pero al principio no le prestó atención, concentrado en las necesidades espirituales de su rebaño de fieles.

– Siempre se ha dicho que Satán es el enemigo, pero Dios teme a las mujeres más incluso que al demonio, y hace bien. La mujer, con su poder de engendrar vida, es quien fue hecha a la imagen y semejanza del Creador, no el hombre, y ha demostrado ser, con mucho, más digna de la adoración del hombre que Cristo, ese barbudo fanático que disfrutaba anunciando el fin del mundo. Dios salva, pero no aquí ni ahora. Sus promesas de salvación son sólo eso, promesas. Como todos los charlatanes, nos pide que paguemos ahora y tengamos fe en que más tarde recibiremos. Las mujeres, en cambio, ofrecen otra clase de salvación, más inmediata y satisfactoria. No posponen su amor a una eternidad lejana e improbable, sino que nos lo brindan en el momento, al menos a aquellos que lo merecen. Así ocurrió conmigo y con muchos otros. El demonio y la mujer han sido aliados frente a Dios desde el principio, desde el mismo momento en que Satán se presentó ante Adán en forma de serpiente y le susurró que la verdadera felicidad no residía en la oración, sino en el coño de Eva.

Las serpientes se retorcieron y sisearon excitadas, disputándose un lugar a sus pies. Se mordían las unas a las otras en un estado próximo al éxtasis.

La de tronco grueso y marrón empezó a enroscarse alrededor de uno de los tobillos de Ig, quien se agachó y la levantó con una mano, mirándola por fin. Era del color de las hojas secas y muertas de otoño y su cola terminaba en un cascabel corto y polvoriento. Ig nunca había visto una serpiente con cascabel excepto en las películas de Clint Eastwood. El animal se dejó levantar por los aires sin intentar escapar. Le miró con sus ojos dorados y arrugados, que parecían recubiertos de una tela metálica y tenían pupilas ranuradas. Sacó una lengua negra, catando el aire. Su piel fría cubría holgadamente su anatomía, como un párpado cerrado sobre un ojo. La cola -aunque quizá no tenía sentido hablar de cola, ya que toda ella era una cola con una cabeza pegada a uno de los extremos- pendía inerme junto al brazo de Ig. Transcurrido un instante, éste se la colocó sobre los hombros como si fuera una bufanda o una corbata sin anudar, con el cascabel apoyado en el pecho desnudo.

Miró fijamente a su audiencia; había perdido el hilo de su discurso. Inclinó la cabeza hacia atrás y dio un sorbo de vino que le quemó agradablemente al bajar por la garganta, como si fuera una brasa encendida. Cristo, al menos, tenía razón al amar el vino, bebida del demonio que, al igual que la fruta prohibida, traía consigo la libertad, la sabiduría y también una cierta decadencia. Exhaló humo y recordó lo que estaba diciendo.

– Pensad por ejemplo en la chica a la que yo amaba y en cómo acabó. Llevaba la cruz de Jesús colgada del cuello y fue siempre fiel a la Iglesia, que jamás hizo nada por ella salvo quedarse con su dinero de la colecta dominical y llamarla pecadora a la cara. Llevaba a Jesús en su corazón cada día y cada noche le rezaba. Y ya veis de qué le sirvió. Cristo en su cruz. Son muchos los que han llorado por Jesús en su cruz. Como si nadie hubiera sufrido más que él. Como si millones de personas no hubieran padecido muertes peores y no hubieran sido relegadas después al olvido. Si yo hubiera vivido en tiempos de Pilatos habría hundido con gusto mi lanza en su costado, él, tan orgulloso siempre de sus padecimientos.

»Merrin y yo éramos como esposo y esposa. Pero ella quería algo más, quería libertad, una vida, la oportunidad de descubrirse a sí misma. Quería tener otros amantes y que yo los tuviera también. La odié por eso y también Dios. Sólo por imaginar que pudiera abrirse de piernas ante otro hombre. Dios le dio la espalda y cuando ella le llamó, cuando la estaban violando y asesinando, hizo como que no la oía. Sin duda pensó que estaba recibiendo un merecido castigo. Yo veo a Dios como a un escritor de novelas populares, alguien que construye historias con argumentos sádicos y sin talento, narraciones cuyo único fin es expresar su terror hacia el poder de la mujer de elegir a quién amar y cómo amar, de redefinir el amor como mejor considere y no como Dios cree que debería ser. El autor es indigno de los personajes que crea. El demonio es, antes que nada, un crítico literario cuya misión es exponer a este escriba sin talento al merecido escarnio de sus lectores.

La serpiente que tenía alrededor del cuello dejó caer la cabeza hasta abrazar uno de sus muslos en amoroso gesto. Ig la acarició con suavidad mientras llegaba al argumento central, al punto álgido de su encendido sermón.

– Sólo el demonio ama a los hombres por lo que verdaderamente son y se regocija con las astutas estratagemas que traman los unos contra los otros, con su desvergonzada curiosidad, su falta de autocontrol, su tendencia a infringir una regla en cuanto saben de su existencia, con su disposición a renunciar a la salvación de sus almas por un simple polvo. El diablo, a diferencia de Dios, sabe que sólo aquellos que tienen el valor suficiente de arriesgar su alma por el amor tienen derecho a tener alma.

»¿Y qué pinta Dios en todo esto? Dios ama al hombre, nos dicen, pero el amor ha de ser probado con hechos, no con razones. Si estamos en un barco y dejamos ahogarse a un hombre es seguro que arderemos en el infierno. Y sin embargo, Dios, en su inmensa sabiduría, no siente la necesidad de utilizar sus poderes para salvar a ningún hombre del sufrimiento, y a pesar de su inacción se le celebra y reverencia. Decidme: ¿dónde está la lógica moral en esto? No podéis decírmelo porque no existe. Sólo el diablo opera dentro de los límites de la razón, prometiendo castigar a aquellos que osan hacer de la tierra un infierno para aquellos que osan amar y sentir.

»Yo no digo que Dios esté muerto. Afirmo que está vivo, pero que es incapaz de ofrecer la salvación, ya que él mismo está condenado por su indiferencia criminal. Se perdió en el momento mismo en que exigió lealtad y adoración antes siquiera de ofrecer su protección. Un trato propio de un gánster. En cambio el diablo es cualquier cosa menos indiferente. Siempre está disponible para aquellos deseosos de pecar, que es otra manera de decir «deseosos de vivir». Sus líneas de teléfono están siempre abiertas, con los operadores en sus puestos.

La culebra que llevaba en los hombros agitó su cascabel con un castañeteo de aprobación. Ig la levantó con una mano y besó su fría cabeza; después la dejó en el suelo. Se volvió hacia la chimenea mientras las serpientes abrían paso a sus pies. Cogió la horca, que descansaba contra una pared, junto a la escotilla del horno, y entró en éste, aunque no descansó. Estuvo un tiempo leyendo su «Biblia Neil Diamond» a la luz del fuego e hizo una pausa, tironeándose nervioso de la perilla, reflexionando sobre la ley del Deuteronomio que prohíbe vestir ropas de fibras combinadas. Un pasaje problemático que requería de especial consideración.

– Sólo el demonio quiere que el hombre pueda elegir entre una amplia gama de estilos de vestir ligeros y confortables -murmuró por fin, ensayando una nueva sentencia-. Aunque tal vez no deba haber perdón para el poliéster. Sobre este asunto Dios y Satán coinciden plenamente.

Загрузка...