Capítulo 43

Ig se sentó en el fondo de la chimenea, en un charco de cálida luz de tarde, sosteniendo en alto la brillante placa de la mamografía de Merrin. Iluminados desde detrás, por el cielo de agosto, los tejidos radiografiados parecían un sol negro, una nova formándose. Parecía el Fin de los Días y el cielo era una arpillera. El demonio echó mano de su Biblia, no del Viejo Testamento ni del Nuevo, sino de la última página donde años atrás había copiado el alfabeto Morse de las enciclopedias de su hermano. Antes siquiera de haber descifrado los papeles que contenía el sobre supo que era un testamento de otra clase, uno definitivo. La última voluntad de Merrin.

Empezó con los puntos y las rayas de la parte delantera del paquete, una secuencia sencilla que decía: «Ig, vete a tomar por culo».

Se rió, una carcajada fea y convulsa como el graznido de un cuervo.

Sacó las hojas arrancadas de un bloc de notas y cubiertas de puntos y rayas por ambas caras, el trabajo de meses, de todo un verano. Con ayuda de la Biblia se puso a traducirlas, en ocasiones llevándose la mano a la cruz que colgaba de su cuello, la cruz de Merrin. Se la había vuelto a poner en cuanto dejó a Dale. Le hacía sentir que ella estaba a su lado, lo suficientemente cerca como para rozarle la nuca con sus dedos fríos.

Fue un trabajo laborioso, convertir aquella sucesión de puntos y rayas en letras y después en palabras, pero no le importó. Si algo tenía el diablo era tiempo.


Querido Ig:

Nunca leerás esto mientras yo esté viva. E incluso cuando haya muerto no estoy segura de que quiera que lo leas.

Guau, escribir así lleva tiempo, pero supongo que no me importa. Me distrae mientras estoy sentada en alguna sala de espera aguardando a que me den el resultado de alguna prueba. Además me obliga a ceñirme a lo estrictamente necesario, y nada más.

El tipo de cáncer que tengo es el mismo que mató a mi hermana, uno de tipo genético. No te aburriré con los detalles. Todavía no está muy avanzado y estoy segura de que si lo supieras querrías que luchara. Sé que debería hacerlo, pero no va a ser así. He decidido que no quiero pasar por lo que pasó mi hermana. No quiero esperar a volverme fea, a herir a la gente que quiero y me ha querido, y ésos sois tú, Ig, y mis padres.

La Biblia dice que los suicidas van al infierno, pero el infierno es por lo que pasó mi hermana cuando se estaba muriendo. Esto tú no lo sabes, pero cuando le diagnosticaron el cáncer, mi hermana estaba prometida. Su novio la dejó pocos meses antes de morir. Ella le alejó de su lado poco a poco. Quería saber cuánto tiempo sería capaz de esperar antes de acostarse con otra chica una vez que ella hubiera muerto. No hacía más que preguntarle si se aprovecharía de su tragedia para ganarse la compasión de las chicas. Se portó de forma horrible, hasta yo la habría abandonado.

Así que, si no te importa, prefiero saltarme esa parte, pero aún no sé cómo hacerlo, cómo morir. Ojalá Dios encontrara la forma de hacerlo por mí, en el momento más inesperado. Hacerme entrar en un ascensor y después cortar los cables. Veinte segundos de caída libre y después todo habría acabado. Y ya de paso podría desplomarme sobre alguien que se lo merezca, un técnico de reparación de ascensores pederasta o algo así. Estaría bien.

Tengo miedo de que, si te cuento que estoy enferma, renuncies a tus planes de futuro y me pidas que me case contigo, temo no tener fuerzas para negarme, y entonces estarás atrapado conmigo, viendo cómo me cortan en pedazos y me encojo, me quedo calva y te hago pasar un infierno para terminar muriéndome después de haberte arruinado la vida. Tienes tanta fe en que el mundo es un lugar bueno, Ig, en que las personas son buenas… Y yo sé que cuando esté verdaderamente enferma no seré buena, seré como mi hermana. Es algo que llevo dentro, sé cómo hacer daño a las personas y es posible que no pueda controlarme. Quiero que recuerdes las cosas buenas de mí y no las malas. La gente a la que quieres debería poder siempre guardarse para sí lo peor de sí misma.

No sabes cómo me cuesta hablar de estas cosas contigo, por eso te estoy escribiendo esto, supongo. Porque necesito hablarte y ésta es la única manera. Aunque resulta una conversación un tanto unilateral, ¿no te parece?

Te hace tanta ilusión lo de Inglaterra, conocer mundo… ¿Te acuerdas de aquella historia que me contaste sobre la pista Evel Knievel y el carro de supermercado? Ése eres tú de verdad, siempre dispuesto a lanzarte desnudo por la pendiente de tu vida y perderte en la marea de los seres humanos. A salvar a quienes se ahogan por la injusticia.

Puedo hacerte el daño suficiente para alejarte de mi lado. No es algo que me apetezca, pero siempre será mejor que dejar que las cosas sigan su curso.

Quiero que conozcas a una chica con acento cockney, que te la lleves a tu apartamento y te la folles de arriba abajo. Una chica atractiva, a la que le vaya la marcha y le guste la literatura. No tan guapa como yo, mi generosidad no llega a tanto, pero que tampoco sea fea. Y después espero que te deje y que pases página hasta conocer a otra. A alguien mejor, alguien sincero y cariñoso, sin antecedentes de cáncer en la familia, tampoco de enfermedades cardiacas, de Alzheimer o de cualquier otra de esas cosas tan feas.

También espero para entonces llevar tanto tiempo muerta que no tenga que saber absolutamente nada de ella.

¿Sabes cómo me gustaría morir? En la pista Evel Knievel, bajando despendolada en mi propio carro. Cerraría los ojos e imaginaría que estás conmigo, abrazándome. Después me estamparía contra un árbol. Muerte instantánea, eso es lo que quisiera. Me gustaría poder creer en el evangelio de Mick y Keith, según el cual no puedo conseguir lo que quiera -y lo que quiero eres tú, Ig, y nuestros hijos y nuestras ridículas fantasías- pero al menos sí lo que necesito, que es una muerte rápida y repentina, y la seguridad de que tú no has salido perjudicado.

Encontrarás una mujer valiente, cariñosa y maternal que te dará hijos y serás un padre maravilloso, feliz y lleno de energía. Conocerás cada rincón del mundo, verás sufrimiento y ayudarás a paliarlo. Tendrás nietos y bisnietos. Enseñarás. Darás largos paseos por el bosque y en uno de ellos, cuando seas muy viejo ya, te encontrarás debajo de un árbol sobre cuyas ramas habrá una casa. Yo te estaré esperando allí, a la luz de las velas, en la casa del árbol de nuestra imaginación.

Son un montón de líneas y puntos. Dos meses de trabajo, nada menos. Cuando empecé a escribir, el tumor era sólo un nódulo en un pecho y otro más pequeño aún en la axila. Ahora, como diría Bruce Springsteen, de las cosas pequeñas, mamá, nacerán cosas grandes.

No estoy segura de si en realidad necesitaba escribir tanto. Probablemente podría haberme ahorrado todo este esfuerzo y limitarme a copiar el primer mensaje que te envié, haciendo destellos con mi cruz: «Nosotros». Eso lo dice casi todo. Y el resto es eso: Te quiero, Iggy Perrish.

Tu chica,

Merrin Williams

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