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Maya evitó la entrada principal de Resurrection Auto Parts. Entró en el aparcamiento y empezó a rodear el edificio. En la parte de atrás había una puerta de emergencia sin identificar con un dibujo de un diamante garabateado en el oxidado metal. La abrió y entró. Olió a aceite y disolventes y le llegó el distante sonido de unas voces. Se hallaba en una estancia ocupada por estanterías llenas de carburadores usados y tubos de escape. Todo aparecía ordenado por marca y modelo. Desenfundando ligeramente la espada se acercó a la zona de luz. Había una puerta entreabierta, y, al observar por la rendija, vio a Shepherd y a otros dos hombres de pie alrededor de una pequeña mesa.

Parecieron sorprendidos cuando Maya apareció. Shepherd metió la mano en el bolsillo de la chaqueta en busca de un arma, pero entonces la reconoció y sonrió.

– ¡Pero si está aquí! ¡Crecida y muy guapa! Ésta es la famosa Maya de quien os he estado hablando.

Maya había conocido a Shepherd seis años antes, cuando éste fue a Londres a visitar a su padre. El norteamericano tenía un plan para hacerse multimillonario pirateando películas de Hollywood, pero Thorn se negó a financiarle la idea. A pesar de que Shepherd se acercaba a la cincuentena, parecía mucho más joven. Llevaba el rubio cabello cortado en punta y vestía una camisa gris de seda y una chaqueta deportiva a medida. Al igual que Maya, llevaba la espada en un estuche colgado del hombro.

Los otros dos hombres parecían hermanos. Ambos rondaban los veinte años, tenían malas dentaduras y el pelo teñido de rubio. El más mayor lucía tatuajes en los brazos. Maya llegó a la conclusión de que eran «corruptos» -el término Arlequín para designar a los mercenarios de peor clase- y decidió hacer caso omiso de ellos.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó a Shepherd-. ¿Quién te ha estado siguiendo?

– Eso es un tema de conversación para más tarde -contestó Shepherd-. En este momento quiero presentarte a Bobby Jay y a Tate. Tengo tu dinero y documentación, pero Bobby Jay es quien proporciona las armas.

Tate, el hermano más joven, la observaba. Vestía pantalón de chándal y una sudadera muy holgada bajo la que seguramente escondía un arma.

– Lleva una espada como la tuya -le dijo a Shepherd.

El Arlequín sonrió con indulgencia.

– Es un trasto que no sirve de nada, pero es como formar parte de un club.

– ¿Cuánto vale tu espada? -le preguntó Bobby Jay a Maya-. ¿Quieres venderla?

Molesta, ella se volvió hacia Shepherd.

– ¿De dónde has sacado esta escoria?

– Relájate. Bobby Jay compra y vende armas de todo tipo. Siempre anda a la caza de la ganga. Recoge tu material. Yo lo pagaré y ellos se irán.

Sobre la mesa había una maleta metálica. Shepherd la abrió y mostró cinco pistolas encajadas en un molde de espuma. Al acercarse, Maya vio que una de ellas era de plástico negro y tenía un cilindro montado encima de la carcasa.

Shepherd la cogió.

– ¿Habías visto alguna vez una de éstas? Es una Taser que produce descargas eléctricas. Siempre puedes llevar una pistola de verdad, pero esto te daría la opción de no matar a la otra persona.

– No me interesa.

– Lo digo en serio. Te juro por Dios que llevo una Taser. Si disparas a alguien con una pistola la policía acabará metiendo las narices. Esto te da más alternativas.

– La única opción es atacar o no atacar.

– De acuerdo. Como quieras. Hazlo a tu modo.

Shepherd sonrió, apuntó a Maya y apretó el gatillo. Antes de que ella pudiera reaccionar, dos dardos conectados a unos cables salieron por el cañón y le dieron en el pecho. Una tremenda descarga eléctrica la arrojó al suelo. Mientras luchaba por incorporarse, sufrió una segunda descarga y después una tercera que la sumió en la oscuridad.

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