25

Victory Fraser contempló a Hollis y a Gabriel levantar la moto y meterla en la furgoneta.

– Tú conduces -dijo Hollis lanzando las llaves a Vicki.

Él y Gabriel se agacharon al lado de la moto mientras Maya permanecía en el asiento del pasajero con la escopeta sobre las piernas.

Giraron al oeste y se perdieron por las estrechas carreteras que serpenteaban por las colinas de Hollywood. Entretanto, Gabriel no dejaba de hacer preguntas a Maya acerca de sus antecedentes familiares. Parecía ansioso por averiguarlo todo lo antes posible.

Vicki, que apenas sabía nada de los Viajeros y los Arlequines, escuchó atentamente la conversación. El don de cruzar a otros mundos parecía tener un origen genético y se heredaba de padres o parientes. Sin embargo, se había dado el caso de Viajeros que habían surgido sin ese vínculo familiar. Los Arlequines llevaban un detallado registro de los árboles genealógicos de los Viajeros del pasado. De ese modo Thorn había tenido noticia del padre de Gabriel.

Hollis vivía a pocas manzanas de su escuela de artes marciales. Las viviendas unifamiliares de la zona tenían jardines en la parte delantera y parterres de flores, pero las paredes aparecían manchadas de pintadas chorreantes. Cuando dejaron Florence Avenue, Hollis avisó a Maya para que fuera a la parte de atrás de la furgoneta, se sentó delante y advirtió a Vicki de que frenara si veía grupos de chavales vestidos con ropa muy ancha y pañuelos azules. Cada vez que se detenían al lado de aquellos pandilleros, Hollis les estrechaba la mano y los llamaba por sus apodos de la calle.

– Puede que aparezca gente preguntando por mí -les dijo-. Si los veis, decidles que se han equivocado de barrio. ¿Vale?

El camino de acceso a la vivienda de dos dormitorios de Hollis se hallaba bloqueado por una puerta de malla de alambre. Una vez hubieron aparcado dentro la furgoneta y cerrado la verja, el vehículo quedó oculto a la vista de la calle. Hollis abrió la puerta de atrás y todos entraron en la casa. Las habitaciones estaban limpias y ordenadas y Vicki no vio señales de ninguna posible novia. Las cortinas habían sido confeccionadas con sábanas, había unas naranjas dentro de un tapacubos de coche muy limpio, y uno de los cuartos había sido convertido en gimnasio y estaba lleno de pesas.

Vicki se sentó a la mesa de la cocina con Gabriel y Maya. Hollis sacó un rifle de asalto de un armario, introdujo el cargador y dejó el arma en el mostrador.

– Aquí estaremos a salvo -dijo-. Si alguien asalta la casa, le daré con qué entretenerse y vosotros podéis saltar la valla hasta el jardín del vecino.

Gabriel hizo un gesto negativo con la cabeza.

– No quiero que nadie arriesgue su vida por mí.

– A mí me pagan por esto -contestó Hollis-. Es Maya quien lo hace gratis.

Todos miraron mientras Hollis ponía agua a hervir para el té. A continuación abrió la nevera y sacó pan, queso, fresas y dos mangos muy maduros.

– ¿Alguien tiene hambre? -preguntó-. Creo que hay comida suficiente.

Vicki se puso a preparar una ensalada de frutas mientras Hollis hacía unos emparedados de queso en la plancha. Le gustaba estar de pie ante la encimera cortando las fresas. Se sentía incómoda al lado de Maya. La Arlequín daba la impresión de estar agotada, pero no parecía capaz de relajarse. Vicki pensó que no debía de ser agradable pasarse la vida dispuesto a matar, siempre pendiente de un posible ataque. Recordó una carta que Isaac T. Jones había dirigido a su congregación hablando del infierno. Había un infierno de verdad, naturalmente. El Profeta lo había visto con sus propios ojos, pero: «Hermanos y hermanas, vuestra mayor preocupación debería ser el infierno que creáis en vuestros propios corazones».

– Mientras estábamos en la furgoneta me hablaste de los Viajeros -le dijo Gabriel a Maya-. Pero ¿qué hay de lo demás? Cuéntame algo de los Arlequines.

Maya se ajustó la cinta del estuche portaespadas.

– Los Arlequines protegen a los Viajeros. Eso es todo lo que necesitas saber.

– ¿Hay líderes y normas? ¿Te ordenó alguien que vinieras a Estados Unidos?

– No. Fue decisión propia.

– ¿Y por qué no ha venido tu padre contigo?

Maya tenía los ojos fijos en el salero que había en el centro de la mesa.

– Mi padre fue asesinado hace una semana, en Praga.

– ¿Lo hizo la Tabula?

– Exacto.

– ¿Qué pasó?

– No es asunto tuyo. -El tono de voz de Maya era controlado, pero casi tenía el cuerpo rígido de rabia. Vicki tuvo la impresión de que la Arlequín estaba a punto de saltar y acabar con todos ellos-. He aceptado la obligación de protegeros, a ti y a tu hermano. Cuando haya cumplido con mi tarea mataré al hombre que asesinó a mi padre.

– ¿Tuvimos algo que ver Michael y yo en la muerte de tu padre?

– En realidad, no. La Tabula llevaba toda la vida persiguiendo a mi padre. Estuvieron a punto de acabar con él hace dos años, en Pakistán.

– Lo siento.

– No malgastes tus emociones -dijo Maya-. No sentimos nada especial hacia el resto del mundo, y no esperamos nada a cambio. Cuando yo era una cría, mi padre solía decirme: «Verdammt durch das Fleisch. Gerettet durch das Blut». Condenado por la carne, salvado por la sangre. Los Arlequines están condenados a librar una eterna batalla, pero quizá los Viajeros nos libren del infierno.

– ¿Y cuánto tiempo hace que libras esta batalla?

Maya se apartó el cabello del rostro.

– Mi padre decía que somos una dinastía de guerreros que ha sobrevivido durante miles de años. Durante la pascua judía solía encender velas y leer el capítulo 18 del Evangelio de san Juan, el que explica que después de que Jesús pasara la noche en el huerto de Getsemaní, Judas lo delató a los soldados romanos enviados por el Sumo Sacerdote.

– Conozco ese pasaje de la Biblia -intervino Hollis-. Lo cierto es que tiene un detalle curioso. Se supone que Jesús es el príncipe de la paz. A lo largo del Nuevo Testamento no se hace ninguna mención de armas o guardaespaldas; pero, de repente, uno de los discípulos…

– Fue Pedro -terció Vicki.

– Eso es. Ahora lo recuerdo. El caso es que Pedro desenvaina una espada y le corta la oreja a un sirviente del Sumo Sacerdote, a un tal… -Esta vez, Hollis miró a Vicki seguro de que ella sabría la respuesta.

– Un tal Malco.

– Aciertas de nuevo -prosiguió Hollis, asintiendo-. Así pues, el malo se quedó en medio del jardín con sólo una oreja.

– Algunos eruditos creen que Pedro era miembro de la secta de los zelotes -comentó Maya-, pero mi padre opinaba que fue el primer Arlequín del que se tuvo constancia documental.

– ¿Nos estás diciendo que Jesucristo era un Viajero? -preguntó Vicki.

– Los Arlequines son guerreros, no teólogos. No nos pronunciamos acerca de qué Viajero ha sido la verdadera encarnación de la Luz. El Viajero más importante lo mismo pudo ser Jesús, Mahoma o Buda. También pudo tratarse de algún oscuro rabino muerto en el Holocausto. Defendemos a los Viajeros, pero no juzgamos su santidad. Eso queda para los fieles.

– Pero tu padre citaba la Biblia.

– Yo procedo de una rama europea de Arlequines que tiene estrechos lazos con la cristiandad. La verdad es que algunos Arlequines van más lejos en el libro de Juan. Después de que Jesús fuera apresado, Pedro…

– Negó conocer a Jesús. -Hollis se apartó de los fogones-. Era su discípulo, pero negó al Maestro tres veces.

– La leyenda dice que los Arlequines arrastran una maldición por ese motivo. Los Arlequines debemos defender a los Viajeros por toda la eternidad precisamente porque Pedro no permaneció fiel a Jesús en esos momentos.

– Suena como si no acabaras de creerlo -comentó Hollis.

– No es más que un relato de la Biblia. No lo hago mío, pero sí creo que existe una historia secreta del mundo. Siempre ha habido guerreros que han defendido a los peregrinos o los buscadores espirituales. Durante las cruzadas, un grupo de caballeros cristianos empezó a proteger a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa. Balduino II, el rey cruzado de Jerusalén, permitió que esos caballeros ocuparan parte del antiguo templo. No tardaron en adoptar el nombre de Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén.

– ¿No los llamaban habitualmente Templarios? -preguntó Gabriel.

– Sí. Ése es su nombre más conocido. Los Templarios se convirtieron en una orden rica y poderosa que controlaba iglesias y castillos por toda Europa. Poseían barcos y enviaban dinero a los reyes europeos. Al final, los Templarios dejaron de ocupar Tierra Santa y empezaron a proteger a cualquiera que hiciera un viaje espiritual. Establecieron vínculos con grupos heréticos como los bogomiles de Bulgaria o los cátaros en Francia. Se trataba de gnósticos que creían que el alma se halla atrapada dentro del cuerpo. Únicamente los individuos a los que les ha sido concedido un conocimiento secreto son capaces de escapar de la prisión del cuerpo y cruzar a otros dominios.

– Y entonces los Templarios fueron destruidos -dijo Gabriel.

Maya asintió lentamente, como si estuviera recordando la historia que había aprendido tiempo atrás.

– El rey Felipe el Hermoso de Francia temía su poder y deseaba hacerse con sus posesiones. En 1307 envió sus tropas contra el cuartel general de los Templarios y los detuvo por herejía. El gran maestre de la orden fue quemado en la hoguera, y la orden dejó de existir, al menos públicamente. La verdad es que sólo murieron unos pocos. La mayoría de ellos se ocultó y pasó a la clandestinidad, donde continuó con sus actividades.

– Hora de comer -anunció Hollis dejando un plato con emparedados calientes en la mesa mientras Vicki acababa de preparar la ensalada de frutas.

Todos se sentaron y empezaron a comer. Maya se había relajado un poco, pero el ambiente seguía siendo incómodo. La Arlequín contempló a Gabriel como si intentara averiguar si poseía el don de cruzar, y éste pareció leerle el pensamiento, clavó la mirada en el plato y se dedicó a la comida.

– ¿Y por qué os llaman Arlequines? -pregunto Hollis a Maya-. ¿Los Arlequines no son una especie de actores con la cara pintada, como los payasos?

– Adoptamos ese nombre en el siglo XVII. El Arlequín es uno de los personajes de la Commedia dell'arte italiana, por lo general un sirviente muy listo. Siempre va vestido con un conjunto de rombos. A veces toca el laúd o tiene una espada de madera. Los Arlequines siempre llevan una máscara que oculta su identidad.

– Pero se trata de un nombre italiano -repuso Hollis-. Me habían dicho que los Arlequines solían estar en Japón, en Persia o en cualquier lugar del planeta.

– En el siglo XVII, los Arlequines europeos empezaron a entrar en contacto con guerreros de otras culturas que también defendían a los Viajeros. Nuestra primera alianza fue con los sijs del Punjab. Al igual que los Arlequines, los sijs más devotos llevan encima un cuchillo ritual llamado kirpan. Más o menos por la misma época, también establecimos contacto con guerreros budistas y sufíes. En el siglo XVIII se nos unió una orden de luchadores judíos de Rusia y el este de Europa dedicada a proteger a los rabinos que estudiaban la Cábala.

Vicki se volvió hacia Gabriel.

– León del Templo, el Arlequín que defendió al Profeta provenía de una familia judía.

Hollis parecía divertirse.

– ¿Sabéis?, he estado en esa ciudad de Arkansas donde lincharon a Isaac Jones. Hace treinta años, los de la NAACP y algún grupo judío se juntaron y levantaron una placa en recuerdo de Zachary Goldman. Hacen que parezca un asunto de amor y fraternidad porque ese Arlequín se cargó a dos cabrones racistas con una palanqueta.

– ¿Ha habido alguna vez una reunión de Arlequines? -preguntó Gabriel-. ¿Se han encontrado alguna vez los distintos grupos bajo un mismo techo?

– Eso no ocurrirá nunca. Los Arlequines aceptan el azar de la batalla. No nos gustan las normas. Las familias Arlequín están unidas mediante vínculos matrimoniales, de tradición y amistad. Algunas han sido aliadas durante siglos. No hemos elegido líderes ni tenemos una regla fundacional. Ésa es la manera Arlequín de ver el mundo. Algunos Arlequines luchamos porque ése es nuestro destino. Otros lo hacemos para defender la libertad. Y no me refiero a la facultad de poder elegir entre catorce marcas distintas de dentífrico ni a la locura que lleva a un terrorista a volarse dentro de un autobús. La verdadera libertad es tolerante. Da a la gente la posibilidad de que piensen y vivan de otra manera.

– Sigo queriendo saber más de «Condenado por la carne, salvado por la sangre» -dijo Hollis-. ¿A qué sangre te referías? ¿A la de la Tabula, los Arlequines o los Viajeros?

– Escoge la que quieras -repuso Maya-. Puede que me refiriera a todas.

Únicamente había un dormitorio en toda la casa. Hollis propuso que las dos mujeres compartieran la cama. Él y Gabriel dormirían en el salón. Vicki se dio cuenta de que a Maya no le gustaba la idea. Una vez encontrado Gabriel, parecía hallarse incómoda si no lo tenía a la vista.

– No pasará nada -le susurró-. Gabriel estará apenas a unos metros. Si quieres, podemos dejar la puerta abierta. Además, Hollis tiene un rifle.

– Hollis es un mercenario. No estoy segura de hasta qué punto está dispuesto a sacrificarse.

Maya repitió varias veces el trayecto del salón al dormitorio, como si pretendiera memorizar la situación de puertas y paredes. Luego pasó al dormitorio y deslizó sus dos cuchillos entre el colchón y el somier. Ambos mangos sobresalían. Si dejaba caer la mano podía desenvainar al instante cualquiera de los dos. Por fin se metió en la cama. Vicki se estiró a su lado.

– Buenas noches -le dijo, pero Maya no contestó.

Vicki había compartido cama con su hermana mayor y distintas primas en vacaciones y estaba acostumbrada a que no dejaran de moverse. Maya le resultaba completamente distinta. La Arlequín yacía boca arriba, con las manos apretadas en puños. Parecía como si un peso gigantesco le presionara el cuerpo.

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