22

Cuando Victory From Sin Fraser tenía ocho años, una prima que había ido a visitarla a Los Ángeles le habló de un valiente Arlequín que se había sacrificado por el Profeta. La historia la impresionó tanto que se sintió inmediatamente atraída por aquel misterioso grupo de defensores. A medida que Vicki fue creciendo, su madre, Josetta, y su predicador, el reverendo J. T. Morganfield, intentaron apartarla de la creencia en la Deuda No Pagada. Normalmente, Vicki era una obediente servidora de su congregación, pero en ese punto se negó a cambiar de opinión. La Deuda No Pagada se convirtió en su sustituto del alcohol o de las salidas nocturnas a escondidas. Fue su único y verdadero acto de rebelión.

Josetta se enfureció cuando su hija le confesó que se había reunido con un Arlequín en el aeropuerto.

– Debería darte vergüenza -le dijo-. El Profeta dijo que es pecado desobedecer a los padres.

– El Profeta también dijo que uno puede desobedecer un mandato menor si es para seguir la voluntad de Dios.

– ¡Los Arlequines no tienen nada que ver con la voluntad de Dios! -exclamó Josetta-. Te rebanarán el cuello y después se enfadarán porque tu sangre les ha manchado los zapatos.

Al día siguiente de que Vicki hubiera ido al aeropuerto, un camión de la compañía eléctrica apareció en su calle. Un negro y sus dos ayudantes empezaron a trepar a los postes de la luz y a comprobar las líneas; sin embargo, Josetta no se dejó engañar. Los falsos operarios tardaban dos horas en almorzar y no parecían acabar nunca la tarea. Uno de ellos se pasaba el día observando la casa de los Fraser. Josetta ordenó a su hija que no saliera y que se mantuviera alejada del teléfono. El reverendo Morganfield y otros miembros de la congregación se vistieron con su mejor ropa y empezaron a pasarse por la casa para reunirse y rezar. Nadie iba a irrumpir y a secuestrar a aquella criatura del Señor.

Vicki estaba en apuros por haber ayudado a Maya, pero no lo lamentaba. La gente casi nunca le hacía caso, pero en esos momentos toda la congregación hablaba de lo que había hecho. Dado que no podía salir, pasaba la mayor parte del tiempo pensando en Maya. ¿Se encontraría a salvo la Arlequín? ¿La habría matado alguien?

Tres días después de su acto de desobediencia, estaba mirando por la ventana de atrás cuando vio a Maya saltar la valla del jardín. Por un momento, Vicki tuvo la impresión de haber conjurado a la Arlequín en sus sueños.

Mientras cruzaba el patio, Maya sacó una pistola automática del bolsillo de su abrigo. Vicki abrió la puerta corredera de cristal y agitó la mano.

– Ten cuidado -le dijo-. Hay tres hombres trabajando en la calle. Hacen ver que son de la compañía eléctrica, pero creemos que pertenecen a la Tabula.

– ¿Han entrado en la casa?

– No.

Maya se quitó las gafas oscuras al pasar del salón a la cocina. La pistola desapareció en el bolsillo, pero su mano derecha rozó la punta del estuche portaespadas que llevaba al hombro.

– ¿Tienes hambre? -le preguntó Vicki-. ¿Puedo prepararte algo para desayunar?

La Arlequín permaneció al lado del fregadero, escrutando cada objeto y rincón de la estancia, y por primera vez en su vida Vicki vio la cocina de forma distinta. Los cacharros y las sartenes de color verde pálido, el negro reloj de pared, la linda figurita de cerámica de la caja de galletas. Todo era normal y denotaba seguridad.

– Shepherd es un traidor -dijo Maya-. Trabaja para la Tabula, y tú lo ayudaste, así que también tú puedes ser una traidora.

– Yo no te traicioné, Maya. Lo juro en el nombre del Profeta.

La Arlequín parecía cansada y vulnerable y no dejaba de mirar a su alrededor, como si alguien pudiera atacarla en cualquier momento.

– La verdad es que no confío en ti, pero en este instante no me quedan muchas más opciones. Estoy dispuesta a pagar por tu colaboración.

– No quiero dinero Arlequín.

– Garantiza cierta lealtad.

– Te ayudaré a cambio de nada, Maya. Simplemente, pídemelo.

Al mirar los ojos de Maya comprendió que le estaba pidiendo algo muy difícil tratándose de una Arlequín. Solicitar la ayuda de otra persona significaba cierto grado de humildad y el reconocimiento de la propia debilidad. Los Arlequines se apoyaban en el orgullo y en su inquebrantable confianza en ellos mismos.

Maya murmuró unas palabras. Luego lo volvió a intentar, hablando lentamente.

– Quiero que me ayudes.

– Sí. Me encantará hacerlo. ¿Tienes algún plan?

– He de encontrar a esos dos hermanos antes de que la Tabula los capture. No tendrás que empuñar ni un cuchillo ni una pistola. No tendrás que hacer daño a nadie. Basta con que me ayudes a contratar a un mercenario que no me traicione. La Tabula es muy poderosa en este país y Shepherd los está ayudando. No puedo hacerlo sola.

– Vicki… -Su madre había oído las voces-. ¿Qué ocurre? ¿Tenemos visita?

Josetta era una mujer grandota con un ancho rostro. Esa mañana llevaba un traje de chaqueta y pantalón color verde oscuro y un relicario donde guardaba la foto de su difunto esposo. Entró en la cocina y se detuvo al ver a la desconocida. Las dos mujeres se miraron fijamente. De nuevo, Maya alzó la mano hasta el estuche de la espada.

– Madre, ella es…

– Ya sé quién es: una pecadora y asesina que ha traído la muerte a nuestras vidas.

– Estoy intentando localizar a dos hermanos -dijo Maya-. Puede que sean Viajeros.

– Isaac T. Jones fue el último Viajero. No ha habido otros.

Maya apoyó la mano en el brazo de Vicki.

– La Tabula está vigilando la casa. A veces cuentan con equipos que les permiten ver a través de las paredes. No puedo quedarme más tiempo. Sería peligroso para todos nosotros.

Vicki se interpuso entre su madre y la Arlequín. Hasta ese momento, la mayor parte de su vida se le antojaba difusa y sin sentido, igual que una fotografía desenfocada donde unas figuras borrosas se alejaran de la cámara. Sin embargo se le presentaba la oportunidad de escoger. El Profeta había dicho que caminar resultaba fácil, pero que hallar el verdadero camino exigía fe.

– Voy a ayudarla.

– No -contestó Josetta-. No te doy mi permiso.

– No necesito permiso, madre.

Vicki cogió el bolso y salió al patio de atrás. Maya la atrapó cuando llegaba al final del césped.

– Recuerda sólo una cosa: trabajamos juntas, pero todavía no me fío de ti.

– De acuerdo. No te fías de mí. ¿Qué es lo primero que tenemos que hacer?

– Saltar la valla.

Thomas «Camina por la Tierra» había facilitado a Maya una furgoneta Plymouth de reparto. No tenía ventanillas laterales, de modo que podía dormir en la parte de atrás si era necesario. Cuando Vicki subió a la furgoneta, Maya le ordenó que se desvistiera.

– ¿Y por qué?

– ¿Tu madre y tú os habéis quedado en casa los últimos dos días?

– No todo el tiempo. Fuimos a ver al reverendo Morganfield.

– La Tabula habrá entrado y registrado en vuestra casa. Probablemente habrán colocado cuentas rastreadoras en vuestra ropa y equipaje. Tan pronto como os alejéis de la zona, un satélite seguirá vuestro rastro.

A pesar de sentirse bastante incómoda, Vicki fue a la parte de atrás y se quitó los zapatos, la blusa y el pantalón. Un estilete apareció en la mano de Maya, y ésta lo utilizó para registrar cada costura y dobladillo.

– ¿Has hecho arreglar los zapatos hace poco? -preguntó.

– No. Nunca.

– Pues alguien ha utilizado un martillo con uno de ellos.

Maya metió la punta de la hoja bajo el tacón y lo desprendió. En su interior habían tallado una oquedad. Le dio la vuelta, y una bolita rastreadora le cayó en la palma de la mano.

– Estupendo. Ahora ya saben que has salido de la casa.

Maya arrojó el rastreador por la ventanilla y se dirigió a un barrio cercano en la Western Avenue. Compraron un par de zapatos nuevos para Vicki y después pasaron por una iglesia adventista del séptimo día y cogieron unos cuantos folletos religiosos. Haciéndose pasar por representante de dicha congregación, Vicki fue hasta la casa de Gabriel, al lado de la autopista, y llamó a la puerta. No había nadie en la vivienda, pero aun así se sintió observada.

Las dos mujeres condujeron hasta el aparcamiento de unos almacenes y se sentaron en la parte de atrás de la furgoneta. Mientras Vicki observaba, Maya conectó un ordenador de bolsillo a un teléfono vía satélite y marcó un número.

– ¿Qué estás haciendo?

– Entrando en internet. Es peligroso a causa de Carnivore.

– ¿Y qué es eso?

– Un programa de vigilancia desarrollado por vuestro FBI. La Agencia de Seguridad Nacional tiene herramientas todavía más poderosas, pero mi padre y sus amigos Arlequines han seguido utilizando el nombre «Carnivore» porque les recordaba que debían tener cuidado al utilizar internet. Carnivore es un programa sabueso que olfatea todo lo que pasa por una red determinada. Está pensado para páginas particulares y direcciones de correo electrónico, pero también detecta ciertas palabras clave y frases.

– ¿Y la Tabula conoce ese programa?

– Tienen un acceso no autorizado a través de sus sistemas de vigilancia de internet. -Maya empezó a teclear en el ordenador-. Uno puede evitar Carnivore utilizando un lenguaje neutro que no contenga palabras clave.

Vicki se instaló en el asiento de delante y observó el aparcamiento mientras Maya localizaba a otro Arlequín. La gente salía del almacén llevando enormes carros de la compra cargados con comida, ropa y equipos electrónicos. Los carros pesaban mucho con tantos artículos, y aquellos ciudadanos se inclinaban hacia delante para empujarlos hasta sus vehículos. Vicki recordó una lectura del colegio sobre Sísifo, un rey griego condenado a empujar eternamente una gran roca montaña arriba.

Tras mirar en distintas páginas web e introducir distintas contraseñas, Maya encontró a Linden. Vicki miró por encima del hombro de Maya mientras ésta enviaba mensajes con el lenguaje neutro. Shepherd, el Arlequín traidor, se convirtió en «el nieto de un buen hombre» que se había unido a «una empresa de la competencia» y estropeado «un negocio conjunto».

– «¿Estás sana?» -preguntó Linden.

– «Sí.»

– «¿Problemas en la negociación?»

– «Dos veces el plato frío.»

– «¿Suficientes herramientas?»

– «Las justas.»

– «¿Estado físico?»

– «Cansada, pero sin daños.»

– «¿Tienes ayuda?»

– «Un empleado local de Jones & Company. Hoy contrataré un profesional.»

– «Bien. Hay fondos disponibles.»

La pantalla quedó en blanco unos segundos. Luego, Linden escribió:

– «Hablé con mi amigo hace cuarenta y ocho horas. Me dijo que miraras en…»

El informador de Linden en la Fundación Evergreen le había proporcionado seis direcciones para localizar a Michael y a Gabriel Corrigan. Eran breves notas que decían: «Juega al golf con M» o «Amigo de G».

– «Gracias.»

– «Intentaré buscar más información. Buena suerte.»

Maya anotó las direcciones y apagó el ordenador.

– Tenemos unas direcciones más que comprobar -dijo a Vicki-, pero necesito contratar un mercenario, alguien que me cubra las espaldas.

– Conozco a una persona.

– ¿Está en una tribu?

– ¿Qué quieres decir?

– Algunos de los que rechazan la Gran Máquina se unen en grupos que viven en distintos niveles de ocultación. Algunas tribus rechazan la comida de la Gran Máquina; otras, la música o el estilo de vestir. Algunas tribus intentan vivir de acuerdo con una fe y rechazan el miedo y el fanatismo de la Máquina.

Vicki se echó a reír.

– Entonces, la Iglesia de Isaac T. Jones es una tribu.

– Exacto. -Maya puso en marcha la furgoneta y empezó a salir del enorme aparcamiento-. Una tribu luchadora es la que se puede defender físicamente de la Máquina. Los Arlequines las usan como mercenarios.

– Hollis Wilson no forma parte de ningún grupo, pero sin duda sabe luchar.

Mientras conducían hacia Los Ángeles sur, Vicki le explicó que su congregación era consciente de que los seguidores más jóvenes podían resultar tentados por el deslumbrante materialismo de la Nueva Babilonia. A los adolescentes se los animaba para que se convirtieran en misioneros en África del Sur o en el Caribe. Se consideraba una buena manera de canalizar las energías juveniles.

Hollis Wilson era miembro de una familia de la congregación, pero no había querido convertirse en misionero y se había dedicado a salir con las pandillas del barrio. Sus padres rezaron por él y lo encerraron en su habitación. En una ocasión en que regresaba a casa a las dos de la madrugada se encontró con un predicador Jonesie que lo esperaba para exorcizarle los demonios del cuerpo. Cuando Hollis fue detenido cerca de un coche robado, el señor Wilson cogió a su hijo y lo matriculó a clases de kárate en la Liga Deportiva de la policía creyendo que un profesor de artes marciales quizá fuera capaz de aportar algo de sentido a la desordenada vida de Hollis.

El disciplinado mundo de las artes marciales fue la verdadera fuerza que apartó a Hollis de la Iglesia. Tras convertirse en cinturón negro de cuarto Dan, Hollis se fue a Sudamérica con uno de sus profesores. Acabó en Río de Janeiro y vivió allí durante seis años, en los que llegó a ser un experto en capoeira, el arte marcial brasileño.

– Luego volvió a Los Ángeles -dijo Vicki-. Lo conocí en la boda de su hermana. Ha abierto una escuela de artes marciales en South Central.

– Descríbemelo. ¿Qué aspecto tiene? ¿Es alto, bajo?

– Ancho de hombros pero delgado, cabello a lo rasta.

– ¿Y en cuanto a personalidad?

– Seguro de sí y vanidoso. Se considera un regalo del cielo para todas las mujeres.

La escuela de Hollis Wilson estaba en Florence Avenue, encajada entre un videoclub y una tienda de licores. Alguien había pintado en la ventana que daba a la calle con llamativos caracteres amarillos y rojos: «¡Defiéndete!». «Kárate, kickboxing y capoeira brasileña.» «¡Nada de matrícula!» «Se aceptan principiantes.»

Oyeron un tambor al acercarse a la escuela, y el sonido se hizo más fuerte cuando abrieron la puerta de la entrada. Hollis había construido una recepción con su escritorio y sillas plegables hechas con tablones de madera. Pinchados en un gran corcho figuraban los horarios de clase y los carteles que anunciaban los torneos locales de kárate. Vicki y Maya pasaron ante dos pequeños vestidores con cortinas en lugar de puertas y entraron en una amplia estancia sin ventanas.

Un hombre mayor tocaba los bongos en un rincón, y el sonido rebotaba en las paredes. Vestidos con camiseta y pantalón blanco de algodón, los capoeiristas formaban un círculo y batían palmas al ritmo del tambor mientras observaban pelear a dos de ellos. Uno era un joven hispano en cuya camiseta se leía el lema «Piensa críticamente» y que intentaba defenderse de un negro de unos veinte años mientras éste le daba instrucciones entre golpe y golpe. El negro miró a las dos mujeres, y Vicki tocó el brazo de Maya. Hollis Wilson tenía largas piernas y musculosos brazos. El trenzado cabello le caía sobre los hombros. Tras observarlo unos minutos, Maya se volvió y susurró a Vicki:

– ¿Es ése Hollis Wilson?

– Sí. El del pelo largo.

Maya asintió.

– Servirá.

La capoeira es una curiosa mezcla de elegancia y violencia, con cierto parecido con una danza ritual. Cuando Hollis y el hispano acabaron de entrenar, otros dos luchadores entraron en el círculo y empezaron a lanzarse el uno contra el otro en un alarde de volteretas, patadas y puñetazos. Si uno de ellos caía, sabía cómo lanzar una patada hacia arriba apoyándose con las manos en el suelo. El movimiento era continuo y todos tenían las camisetas empapadas de sudor.

Fueron entrando uno tras otro, mientras Hollis intervenía para atacar o defender. El percusionista aumentó el ritmo, y todos los alumnos lucharon un segundo turno y por último una serie final que hacía hincapié en rapidísimas patadas de costado. Hollis hizo un gesto al hombre de los bongos y la lucha finalizó.

Agotados, los alumnos se sentaron en el suelo estirando las piernas y aspirando grandes bocanadas de aire. Hollis no parecía en absoluto cansado. Caminaba ante ellos hablándoles con el tono de un predicador Jonesie.

– Hay tres tipos de respuesta humana: la deliberada, la instintiva y la automática. La deliberada es cuando piensas en tus acciones. La instintiva es cuando simplemente reaccionas, y la automática es cuando haces algo porque ya lo has hecho antes. -Hizo una pausa y contempló a los alumnos que tenía delante. Parecía estar sopesando sus puntos fuertes y sus debilidades-. En la Nueva Babilonia, mucha gente que creéis que actúa deliberadamente está siendo simplemente automática. Al igual que una panda de robots, conducen sus coches por las autopistas, van a trabajar, les dan una nómina a cambio de sudor, dolor y humillaciones y después vuelven a sus casas para escuchar las falsas risas de la televisión. Ya están muertos o se están muriendo, pero no lo saben.

»Hay otro grupo de gente, los chicos y chicas que van de fiesta en fiesta. Fuman hierba, beben alcohol, se enrollan para un poco de sexo rápido. Creen que están conectando con sus instintos, con su fuerza natural, pero ¿sabéis una cosa? También funcionan en automático.

»El guerrero es diferente. El guerrero utiliza la fuerza de su mente y de su corazón para ser instintivo. Los guerreros nunca son automáticos salvo cuando se lavan los dientes.

Hollis hizo una pausa y extendió las manos.

– Intentad pensar, sentir, ser reales. -Entrelazó las manos-. Eso es todo por hoy.

Los alumnos se inclinaron ante su maestro, cogieron sus bolsas de gimnasia, calzaron sus desnudos pies con sandalias y abandonaron la escuela. Hollis limpió un poco de sudor del suelo con una toalla y se volvió para sonreír a Vicki.

– ¡Vaya, esto sí que es una sorpresa! ¡Si eres Victory From Sin Fraser, la hija de Josetta Fraser!

– Yo era una cría cuando dejaste la congregación.

– Lo recuerdo. Los rezos del miércoles por la noche. El grupo de jóvenes los viernes por la noche. El club de los domingos. Siempre me gustó cantar. Había buena música en la iglesia, pero todos aquellos rezos no eran para mí.

– Estaba claro que no eras un creyente.

– Creo en muchas cosas. Isaac T. Jones fue un gran profeta, pero no el definitivo. -Hollis caminó hacia la salida-. Bueno, ¿para qué has venido y quién es tu amiga? Las clases para principiantes son los miércoles, jueves y viernes por la tarde.

– No hemos venido a aprender a luchar. Ella es mi amiga, Maya.

– ¿Y tú qué eres? -le preguntó a Maya-, ¿una blanca convertida?

– Ése es un comentario idiota -terció Vicki-. El Profeta acepta todas las razas.

– Sólo estoy intentando ajustarme a los hechos, señorita Victory From Sin Fraser. Si no has venido por las clases, será para invitarme a alguna reunión de la iglesia. Supongo que el reverendo Morganfield habrá pensado que conseguirá mejores resultados enviándome dos monadas para que hablen conmigo. Puede que tenga razón, pero no va a salir bien.

– Esto no tiene nada que ver con la congregación -intervino Maya-. Quiero contratarte como luchador. Supongo que tendrás armas o acceso a ellas.

– ¿Y quién demonios eres tú?

Vicki miró a Maya pidiendo permiso. La Arlequín movió ligeramente los ojos: «Adelante, díselo».

– Ella es Maya. Es una Arlequín que ha venido a Los Ángeles para buscar a dos Viajeros no nacidos.

Hollis pareció sorprenderse y después rió ruidosamente.

– ¡Claro, y yo soy el rey del mundo! ¡No me vengáis con estas chorradas! Ya no quedan Viajeros ni Arlequines. Los han perseguido y matado a todos.

– Confío en que todo el mundo piense igual -dijo Maya con calma-. Las cosas serán más fáciles para nosotros si nadie cree que existimos.

Hollis miró fijamente a Maya y alzó una ceja, como si pusiera en duda el derecho de la joven a estar allí. De repente separó las piernas en posición de combate y lanzó un puñetazo a media velocidad. Vicki gritó, pero Hollis continuó el ataque con otro golpe y una patada cruzada. Mientras Maya retrocedía a trompicones, el estuche portaespadas se le cayó del hombro y rodó por el suelo.

Hollis dio una voltereta que terminó con otra patada cruzada que Maya consiguió bloquear. El karateca se movió más deprisa, atacándola con toda su fuerza y velocidad. Con patadas y puñetazos empujó a Maya contra la pared. Ella paró los golpes con manos y antebrazos, cambió el peso al pie derecho y lanzó una patada dirigida a la entrepierna de Hollis que cayó hacia atrás, rodó por el suelo y volvió a ponerse en pie de un salto con otra combinación.

En ese momento luchaban de verdad y con la intención de hacerse daño. Vicki les gritó que pararan, pero ninguno parecía escucharla. Una vez repuesta de la sorpresa inicial, Maya había recobrado el dominio de la situación, y sus ojos mostraban calma y concentración. Se aproximó lanzando patadas y golpes con la intención de hacer todo el daño posible.

Hollis se alejó de ella brincando a su alrededor. Incluso en una situación así, tenía que demostrar a todos que era un luchador elegante e imaginativo. Con giros y volteretas empujó a Maya por la sala. La Arlequín se detuvo cuando tocó la funda de la espada con el pie.

Fingió lanzar un puñetazo a la cabeza de Hollis, bajó la mano y cogió el estuche. La espada surgió al instante con el guardamanos en posición, mientras Maya se lanzaba contra su atacante. Hollis perdió el equilibrio, cayó hacia atrás y Maya se detuvo. La punta de la hoja se hallaba a cinco centímetros del cuello de Hollis.

– ¡No! -gritó Vicki rompiendo el encantamiento.

La violencia y la furia se esfumaron de la sala. Maya apartó el arma mientras Hollis se ponía en pie.

– ¿Sabes? Siempre había deseado ver una de estas espadas Arlequín.

– La próxima vez que luchemos así acabarás muerto.

– Pero no volveremos a luchar. Estamos en el mismo bando. -Hollis se volvió e hizo un guiño a Vicki-. Bueno, guapas, ¿y cuánto habíais pensado pagarme?

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