26

Cuando Maya se despertó a la mañana siguiente vio un gato negro con el cuello blanco sentado sobre la cómoda.

– ¿Qué quieres? -le susurró, aunque no consiguió respuesta alguna.

El gato saltó al suelo, se deslizó por la puerta entreabierta y la dejó sola.

Maya escuchó voces y se asomó a la ventana del dormitorio. Hollis y Gabriel se encontraban en el camino de acceso, inspeccionando la moto averiada. Comprar un neumático nuevo suponía una transacción económica y entrar en contacto con un comercio conectado a la Gran Máquina. En esos momentos, la Tabula ya sabría lo de la moto y habría activado sus programas de búsqueda para rastrear las ventas de neumáticos de moto en la zona de Los Ángeles.

Mientras reflexionaba sobre cuál debía ser su siguiente movimiento, fue al baño y se dio una ducha rápida. Las fundas dactilares que le habían permitido pasar todos los controles de inmigración se le estaban empezando a desprender de las yemas de los índices igual que piel muerta. Se vistió, se ató los cuchillos a los antebrazos y comprobó el resto de armas. Al salir del baño, el gato negro reapareció y la acompañó fuera del cuarto. Vicki estaba lavando platos en el fregadero de la cocina.

– Veo que has conocido a Garvey -le dijo.

– ¿Así se llama?

– Sí. No le gusta que lo toquen y tampoco ronronea. No creo que eso sea normal.

– No sabría decírtelo -contestó Maya-. Nunca he tenido una mascota.

En la encimera había una cafetera eléctrica. Maya se sirvió un poco en una taza amarilla y le añadió leche.

– He preparado un poco de pan de maíz. ¿Tienes hambre?

– Desde luego.

Vicki cortó una gruesa rebanada y la depositó en un plato. Las dos mujeres se sentaron a la mesa. Maya extendió un poco de mantequilla en la rebanada y le añadió mermelada de arándanos. El primer bocado le resultó delicioso y experimentó un instante de inesperado placer. En la cocina todo aparecía limpio y ordenado. En el suelo de linóleo brillaban rectángulos de sol. A pesar de que Hollis se había distanciado de su congregación, de la pared de al lado de la nevera colgaba una foto de Isaac T. Jones.

– Hollis va a ir a comprar unos recambios para la moto -anunció Vicki-, pero quiere que Gabriel se mantenga fuera de la vista y se quede aquí.

Maya asintió mientras masticaba.

– Me parece buena idea.

– Bueno, y tú, ¿qué piensas hacer?

– No estoy segura. Tengo que ponerme en contacto con mi amigo en Europa.

Vicki recogió los platos sucios y los dejó en el fregadero.

– ¿Crees que la Tabula sabe que era Hollis quien conducía ayer?

– Puede ser. Dependerá de lo que vieron los tres motoristas cuando los adelantamos.

– ¿Y qué ocurrirá si se enteran de que fue Hollis?

– Intentarán capturarlo. -La voz de Maya sonaba inexpresiva-. Luego lo torturarán en busca de información y lo matarán.

Vicki se dio la vuelta con un trapo en las manos.

– Eso fue lo que le dije, pero Hollis se lo tomó a broma y me contestó que siempre está buscando gente nueva con la que entrenar.

– Creo que Hollis puede cuidar perfectamente de sí mismo, Vicki. Es un magnífico luchador.

– Es demasiado confiado. Creo que debería…

La puerta de rejilla se abrió con un chirrido, y Hollis entró.

– Bueno, ya tengo mi lista de la compra. -Sonrió a Vicki-. ¿Por qué no vienes conmigo? Compraremos un neumático nuevo y algo de provisiones para la hora de comer.

– ¿Necesitas dinero? -preguntó Maya.

– ¿Tienes un poco?

Maya se metió la mano en el bolsillo y sacó unos cuantos billetes de veinte.

– Paga en efectivo. Cuando hayas comprado el neumático lárgate de allí enseguida.

– No tengo motivo para entretenerme.

– Evita las tiendas con cámaras de vigilancia en los aparcamientos. Esas cámaras pueden fotografiar las matrículas.

Hollis y Vicki salieron juntos, y Maya los observó alejarse. Gabriel seguía fuera, desmontando el neumático de la llanta. Maya se aseguró de que la verja estuviera cerrada y que ocultara a Gabriel de la vista de quien pudiera pasar por la calle. Pensó en discutir el siguiente paso con él, pero decidió que era mejor hablar primero con Linden. Gabriel parecía abrumado por todo lo que ella le había contado la víspera. Seguramente necesitaba tiempo para asimilarlo.

Maya volvió al dormitorio, conectó su portátil y entró en internet mediante su teléfono vía satélite. Linden debía de estar durmiendo o desconectado porque tardó más de una hora en localizarlo y seguirlo hasta una zona de chat segura. Utilizando un lenguaje neutro para no alertar a Carnivore, le describió lo acontecido.

– «La competencia ha respondido con agresivas tácticas de mercado. En estos momentos me encuentro en casa de nuestro empleado con nuestro nuevo socio.»

Maya utilizó un código de números primos aleatorios para dar a Linden la dirección de la casa. El Arlequín francés no respondió, de modo que al cabo de unos minutos Maya tecleó: «¿Comprendido?».

– «¿Puede nuestro nuevo socio viajar a otros países?»

– «Por el momento, no.»

– «¿Has visto algún indicio de esa habilidad?»

– «No. No es más que un ciudadano cualquiera.»

– «Debes presentárselo a un maestro que pueda evaluar su poder.»

– «No es responsabilidad nuestra» -contestó Maya.

Se suponía que el deber de los Arlequines terminaba en el hallazgo y salvaguarda de los Viajeros. No se inmiscuían en los viajes espirituales de nadie.

De nuevo se produjo una pausa de varios minutos mientras Linden parecía meditar su respuesta. Al fin, sus palabras aparecieron en la pantalla del ordenador.

– «Nuestros competidores se han hecho con el control del hermano mayor y lo han llevado a unas instalaciones de investigación de Nueva York. Su intención es evaluar sus posibilidades y entrenarlo. En estos momentos desconocemos sus objetivos a largo plazo, pero debemos poner en marcha todos nuestros recursos para oponernos.»

– «¿El nuevo socio es nuestro recurso principal?»

– «En efecto. La carrera ha empezado, y por el momento la competencia nos lleva la delantera.»

– «¿Y si no quiere cooperar?»

– «Utiliza todos los medios necesarios para que cambie de idea. En el sudoeste de Estados Unidos vive un maestro protegido por un grupo de amigos. Lleva a nuestro nuevo socio allí antes de tres días. Durante ese tiempo me pondré en contacto con nuestros amigos y les diré que estás en camino. Tu destino será…»

Se produjo otra pausa y acto seguido una serie de números aparecieron en pantalla. «Confirma transmisión», tecleó Linden.

Maya no respondió.

Las palabras aparecieron de nuevo exigiendo respuesta, pero esta vez en mayúsculas: «CONFIRMA TRANSMISIÓN».

«No le contestes», se dijo Maya.

Sopesó la posibilidad de salir de la casa y cruzar la frontera de México con Gabriel. Eso sería lo más seguro. Transcurrieron unos segundos. Al fin, puso los dedos sobre el teclado y escribió: «Información recibida».

La pantalla se oscureció, y la presencia de Linden se desvaneció. Maya decodificó los números con el ordenador y descubrió que se suponía que debía dirigirse a una ciudad en el sur de Arizona llamada San Lucas. ¿Qué los esperaría allí? ¿Nuevos enemigos? ¿Otro enfrentamiento? Sabía que la Tabula los estaba buscando utilizando todos los recursos de la Gran Máquina.

Ella volvió a la cocina y abrió la puerta mosquitera. Gabriel se encontraba en el camino junto a una motocicleta. Había encontrado una percha y la había desarmado para convertirla en una varilla de alambre con el gancho en un extremo. Ahora utilizaba la herramienta improvisada para asegurarse de que el eje de la rueda trasera estuviese alineada correctamente.

– Gabriel, me gustaría echar un vistazo a la espada que llevas.

– Adelante. Está en mi mochila, y la he dejado en el salón.

Maya permaneció en el umbral de la puerta sin saber qué decir. Gabriel no parecía percatarse de la falta de respeto que manifestaba hacia su arma; al final, dejó lo que estaba haciendo.

– ¿Qué pasa?

– Esa espada en concreto es muy especial. Sería mejor si me la entregaras personalmente.

Él pareció sorprendido, pero sonrió y se encogió de hombros.

– Claro. Si eso es lo que quieres… Dame un minuto.

Maya llevó su maleta al salón y se sentó en el sofá. Oyó correr el agua por las cañerías mientras Gabriel se lavaba la grasa de las manos en la cocina. Cuando entró en la sala miró a Maya como si fuera una lunática capaz de agredirlo. Ella comprendió que la silueta de sus cuchillos debía de resultar visible bajo las mangas de su suéter de algodón.

Thorn la había prevenido acerca de las incómodas relaciones que se establecían entre Arlequines y Viajeros. El hecho de que los Arlequines arriesgaran sus vidas para defender a los Viajeros no significaba que entre ellos se llevaran bien. Con frecuencia, los que cruzaban a otros dominios se volvían más espirituales. Sin embargo, los Arlequines permanecían con los pies en la tierra, mancillados por la muerte y la violencia del Cuarto Dominio.

Cuando Maya tenía catorce años había viajado a través de Europa Oriental con Madre Bendita. Cada vez que la Arlequín irlandesa daba una orden, tanto ciudadanos como zánganos se apresuraban a obedecer. «Sí, señora», «Desde luego, señora», «Esperamos que no tenga problemas». Madre Bendita había traspasado cierto límite, y la gente lo percibía al instante. Maya era consciente de que todavía no era lo bastante fuerte para tener semejante poder.

Gabriel fue hacia su mochila, sacó la espada -que se hallaba todavía dentro de su vaina de laca negra- y la presentó a Maya sosteniéndola con ambas manos.

Ella notó su perfecto equilibrio y supo de inmediato que se trataba de un arma especial. La empuñadura de piel de raya tenía una envoltura de cuerda y una incrustación de jade verde oscuro.

– Mi padre entregó esta espada al tuyo cuando tú aún eras un niño.

– No lo recuerdo -contestó Gabriel-. Para mí siempre estuvo en casa.

Sujetando la vaina entre las rodillas, Maya desenfundó la hoja lentamente, la mantuvo en alto y la examinó en toda su longitud. Se trataba de una espada de estilo Tachi, un arma que había que llevar con el filo hacia abajo. Su forma era perfecta, pero la verdadera belleza se ponía de manifiesto en el hamon, el borde de unión entre el filo templado y el resto de hoja sin templar. Las zonas claras del metal -llamadas nie- formaban un perlado contraste. A Maya le recordó las zonas de tierra de un camino entre la ligera nieve de la primavera.

– ¿Por qué es tan importante esta espada? -preguntó Gabriel.

– Fue utilizada por Sparrow, un Arlequín japonés, el último que había en Japón, el último superviviente de una larga tradición. Sparrow era famoso por su valor y sus recursos, pero entonces abrió su vida a la debilidad.

– ¿Qué debilidad?

– Se enamoró de una joven universitaria. La yakuza, que trabajaba para la Tabula, la encontró y la secuestró. Cuando Sparrow intentó rescatarla, lo mataron.

– Entonces, ¿de qué modo llegó la espada a Estados Unidos?

– Mi padre localizó a la estudiante. Estaba embarazada y se escondía de la yakuza. Él la ayudó a emigrar aquí, y ella le permitió quedarse con la espada.

– Pues si es tan importante, ¿por qué no se la quedó tu padre?

– Se trata de un talismán. Eso significa que es muy antigua y que cuenta con su propio poder. Un talismán puede ser un amuleto o un espejo. Los Viajeros pueden llevar con ellos talismanes cuando cruzan a otros dominios.

– Entonces por eso acabó en nuestro poder…

– No puedes poseer un talismán, Gabriel. Su poder existe más allá de la avaricia o el deseo humano. Sólo podemos utilizarlo o entregarlo a otra persona. -Maya volvió a admirar el filo de la espada-. Este talismán en concreto necesita ser aceitado y limpiado. Si no te importa…

– Claro que no. Adelante. -Gabriel parecía avergonzado-. No he dedicado tiempo a limpiarla.

Maya había llevado con ella el material necesario para la conservación de su espada. Metió la mano en la maleta y sacó un trozo de hosho, un papel hecho con el interior de la corteza de una morera. Willow, el Arlequín chino, le había enseñado cómo tratar con respeto un arma. Inclinó la espada levemente y empezó a frotar la suciedad y las marcas de mugre de la hoja.

– Tengo malas noticias, Gabriel. Hace unos minutos me he puesto en contacto con otro Arlequín a través de internet. Mi amigo tiene un espía en la Tabula, y me ha confirmado que han capturado a tu hermano.

Gabriel se inclinó hacia delante en su asiento.

– ¿Qué podemos hacer? -preguntó-. ¿Dónde lo retienen?

– Se encuentra en un centro de investigación vigilado, cerca de Nueva York. Incluso aunque supiera el lugar exacto resultaría muy difícil liberarlo.

– ¿Por qué no podemos avisar a la policía?

– Puede que el policía corriente sea honrado, pero eso no ayuda a nuestra causa. Nuestros enemigos son capaces de manipular la Gran Máquina, el sistema mundial de ordenadores que supervisa y controla el funcionamiento de nuestra sociedad.

Gabriel asintió.

– Mis padres lo llamaban la «Red».

– La Tabula puede entrar en los ordenadores de la policía e introducir informes falsos. Seguramente ya habrán colado algún mensaje diciendo que a ti y a mí se nos busca por asesinato.

– De acuerdo. Olvida a la policía. Vayamos a donde tienen encerrado a Michael.

– Yo sólo soy una, Gabriel. He contratado a Hollis para que luche a nuestro lado, pero no sé si es de fiar. Mi padre solía llamar «espadas» a los luchadores. No es más que otra manera de contar a la gente que está de tu lado. En estos momentos no cuento con bastantes espadas para asaltar un centro de investigación de la Tabula.

– Tenemos que ayudar a mi hermano.

– No creo que lo maten. La Tabula tiene un plan relacionado con algo llamado ordenador cuántico y la intervención de un Viajero. Desean entrenar a tu hermano para que cruce a otros dominios. Todo esto es nuevo. No sé de qué modo pretenden conseguirlo. Normalmente, los Viajeros son instruidos por individuos llamados «Rastreadores».

– ¿Qué es eso?

– Dame un minuto y te lo explicaré.

Maya examinó la hoja de nuevo y vio unas rozaduras y hendiduras en el metal. Sólo un experto japonés, un togishi, era capaz de afilarla. Lo más que podía hacer ella era engrasarla para que no se oxidase. Cogió un pequeño frasco ambarino y vertió un poco de aceite de clavo en un paño de algodón. El dulce aroma de la especia llenó la estancia mientras Maya frotaba la hoja cuidadosamente. Durante un segundo supo algo con absoluta certeza: aquella espada era muy poderosa. Había matado antes y volvería a hacerlo.

– Un Rastreador es una clase especial de maestro. Normalmente se trata de una persona con cierto entrenamiento espiritual. Los Rastreadores no son Viajeros, no pueden cruzar a otros dominios, pero saben cómo ayudar a quien posea ese don.

– ¿Y dónde se los encuentra?

– Mi amigo me ha dado la dirección de uno que vive en Arizona. Esa persona averiguará si tienes ese poder.

– Lo que realmente quiero hacer es arreglar mi moto y salir de aquí.

– Eso sería una locura. Sin mi protección, la Tabula acabaría encontrándote.

– No necesito la protección de nadie, Maya. Me he mantenido al margen de la Red casi toda mi vida.

– Pero ahora te están buscando con todas sus armas y recursos. No comprendes lo que son capaces de hacer.

Gabriel parecía enfadado.

– Vi lo que le pasó a mi padre. Los Arlequines no nos salvaron. Nadie lo hizo.

– Creo que deberías venir conmigo.

– ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene?

Maya habló lentamente, sosteniendo todavía la espada y recordando lo que Thorn le había enseñado.

– Algunos filósofos creen que la tendencia natural de la humanidad es la intolerancia, el odio y la crueldad. Los poderosos desean aferrarse a su poder y destruirán a cualquiera que los desafíe.

– Eso está bastante claro.

– La necesidad de controlar a los demás es muy fuerte, pero el deseo de libertad y la capacidad para demostrar compasión todavía sobreviven. La oscuridad está por todas partes, pero la luz subsiste.

– ¿Y tú crees que es gracias a los Viajeros?

– Aparecen en cada generación. Los Viajeros dejan este mundo y después regresan para ayudar al prójimo. Inspiran a la humanidad, nos aportan nuevas ideas y nos conducen hacia delante.

– Quizá mi padre fuera uno de ellos, pero eso no significa que Michael o yo tengamos su mismo don. No pienso ir a Arizona para ver a ese maestro. Quiero encontrar a Michael y ayudarlo a escapar.

Gabriel miró la puerta como si ya hubiera decidido marcharse. Maya intentó hallar la frialdad que experimentaba cuando luchaba. Tenía que hallar las palabras oportunas; de lo contrario, Gabriel se marcharía.

– Quizá puedas localizar a tu hermano en otros dominios…

– Eso es algo que no sabes.

– No puedo prometerte nada. Si los dos sois Viajeros, podría suceder. La Tabula va a enseñar a Michael a cruzar.

Gabriel la miró fijamente a los ojos, y, por un instante, Maya se sorprendió de su coraje y determinación. Luego, bajó la cabeza y de nuevo se convirtió en un joven como los demás, vestido con vaqueros y una camiseta desteñida.

– Puede que me estés mintiendo -dijo en voz baja.

– Es un riesgo que tendrás que correr.

– ¿Estás segura de que encontraremos a ese Rastreador si vamos a Arizona?

Maya asintió.

– Vive cerca de una ciudad llamada San Lucas.

– Está bien. Iré y me reuniré con ese individuo. Luego decidiré qué hacer.

Se levantó en silencio y salió del cuarto. Maya permaneció en el sofá con la espada de jade. La hoja estaba perfectamente engrasada, y el acero centelleó cuando lo blandió en el aire.

«Guárdalo -se dijo-. Oculta su poder en la oscuridad.»

De la cocina le llegaron voces. Caminando suavemente de modo que el suelo de madera no crujiera, Maya entró en el salón y miró por una rendija de la puerta. Hollis y Vicki habían vuelto a la casa y estaban charlando de su congregación mientras preparaban el almuerzo. Según parecía, dos ancianas habían discutido sobre cuál de ellas preparaba la mejor tarta nupcial, y la congregación había tomado partido.

– Entonces, cuando mi prima escogió a la señorita Anne para que le hiciera la tarta, la señorita Grace se presentó en el banquete y fingió ponerse enferma al comerla.

– Eso no me extraña. Lo que me sorprende es que no metiera un puñado de cucarachas muertas en la masa.

Ambos se echaron a reír al mismo tiempo. Hollis sonrió a Vicki, pero apartó la mirada rápidamente. Maya dejó que el suelo crujiera para que ellos supieran que estaba en la habitación contigua, esperó unos segundos y entró en la cocina.

– He estado hablando con Gabriel. Montará el neumático nuevo, y nos marcharemos mañana por la mañana.

– ¿Adónde vais? -preguntó Hollis.

– Lejos de Los Ángeles. Eso es cuanto necesitas saber.

– De acuerdo. Es tu decisión. -Hollis se encogió de hombros-. ¿No me vas a dar ninguna otra información?

Maya se sentó a la mesa de la cocina.

– Utilizar cheques o hacer transferencias bancarias pone en riesgo la seguridad. La Tabula se ha vuelto muy hábil a la hora de rastrear ese tipo de operaciones. Dentro de unos días recibirás una revista o un catálogo en un sobre con matasellos alemán. Dentro de las páginas habrá escondidos billetes de cien dólares. Puede que hagan falta dos o tres entregas, pero te pagaremos tus cinco mil.

– Eso es demasiado dinero -dijo Hollis-. Se trataba de mil dólares al día, y sólo os he ayudado dos días.

Maya se preguntó si Hollis habría dicho lo mismo de no haber estado Vicki mirándolo. Cuando a uno le gustaba otra persona se hacía débil y vulnerable. Hollis quería demostrar nobleza delante de aquella joven.

– Me ayudaste a encontrar a Gabriel. Te pago por tus servicios.

– ¿Y eso es todo?

– Sí. El contrato queda cancelado.

– ¡Venga ya, Maya! La Tabula no va a abandonar. Os seguirán buscando a ti y a Gabriel. Si de verdad quieres despistarlos deberías darles alguna información falsa. Haz que parezca que sigues aquí, en Los Ángeles.

– ¿Y cómo lo harías?

– Tengo unas cuantas ideas. -Hollis lanzó una mirada a Vicki-. Si vosotros, los Arlequines, estáis dispuestos a pagarme cinco de los grandes, yo estoy dispuesto a daros tres días más de trabajo.

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