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Una de las razones que hacía que Michael disfrutara viviendo en el centro de investigación era el modo en que el personal parecía anticiparse a sus necesidades. Cuando regresó por primera vez de las barreras se había sentido confuso y vulnerable, inseguro de la realidad de su propio cuerpo. Tras unas cuantas pruebas médicas, el doctor Richardson y Lawrence Takawa lo llevaron a la sala de observación privada de la galería para que se reuniera con el general Nash. Michael pidió entonces un zumo de naranja, y a los cinco minutos volvieron con un tetrabrik de un cuarto de litro que seguramente habían sacado de la fiambrera de algún conserje.

En esos momentos acababa de regresar de su segunda experiencia cruzando las barreras y todo había sido dispuesto para su comodidad. En una mesa auxiliar de la galería había una jarra de zumo de naranja helado, y al lado tenía una bandeja de plata con galletas de pepitas de chocolate recién hechas, como si un ejército de matronas con delantales hubiera estado haciendo preparativos para su regreso.

Kennard Nash se encontraba sentado en un sillón de cuero negro mientras daba sorbos a un vaso de vino. Desde el primer momento en que habían iniciado sus conversaciones, a Michael le había extrañado que Nash no tomara notas; pero en ese instante comprendió que las cámaras de vigilancia nunca dejaban de funcionar. A Michael le complacía que todo lo que hiciera o dijera tuviera la importancia suficiente para ser grabado y analizado. Todo el complejo de investigación dependía de su poder.

Nash se inclinó hacia delante y habló en tono sosegado.

– ¿Y entonces empezó el fuego?

– Sí. Los árboles comenzaron a arder. Fue entonces cuando encontré el camino que me condujo al pequeño pueblo en mitad de la nada. El pueblo también estaba en llamas.

– ¿Había alguien allí o estaba usted solo? -preguntó Nash.

– Al principio pensé que el pueblo estaba desierto. Entonces entré en aquella pequeña iglesia y vi a mi hermano, a Gabriel. No llegamos a hablar porque él se metió por un paso que seguramente lo condujo de vuelta a su mundo.

Nash sacó el móvil, marcó un número y habló con Lawrence Takawa:

– Copie los últimos cinco segundos de nuestra conversación y mándeselos al señor Boone lo antes posible.

El general cerró el móvil con un gesto seco y volvió a coger el vaso de vino.

– Su hermano sigue prisionero de un grupo terrorista llamado los Arlequines. Obviamente lo han entrenado para cruzar a otros mundos.

– Gabriel llevaba la espada japonesa de nuestro padre. ¿Cómo puede ser?

– Nuestras investigaciones nos dicen que los Viajeros pueden llevar con ellos ciertos objetos llamados «talismanes».

– No me importa cómo se llamen. Encuéntreme uno. Quiero llevar un arma la próxima vez que cruce.

El general Nash asintió rápidamente, como si dijera: «Lo que usted quiera, señor Corrigan. No hay problema, nosotros nos encargaremos». Michael se recostó en su asiento. Se sentía con la confianza necesaria para plantear su siguiente demanda.

– Eso suponiendo que decida visitar los distintos dominios.

– Claro que los visitará -le contestó Nash.

– No me amenace, general. No sirvo en su ejército. Si quiere matarme, adelante. Perderá el elemento más importante de su proyecto.

– Si lo que quiere es dinero, Michael…

– Claro que quiero dinero, pero ése es un asunto trivial. Lo que realmente quiero es información. La primera vez que nos encontramos, usted me dijo que yo iba a ayudarles a culminar un gran adelanto tecnológico. Me dijo que entre los dos íbamos a cambiar la historia. Pues bien, ahora soy un Viajero. ¿Por qué debo soportar todos estos cables en mi cabeza? ¿Qué sentido tiene todo este esfuerzo?

Nash se acercó a la mesita auxiliar y cogió una galleta de chocolate.

– Venga conmigo, Michael. Tengo algo que enseñarle.

Los dos hombres salieron de la galería y caminaron hacia el ascensor.

– Todo esto comenzó hace ya varios años, cuando yo trabajaba en la Casa Blanca y desarrollé el programa Freedom from Fear. Todo el mundo en Estados Unidos iba a llevar un dispositivo conocido como «Enlace de Protección». Gracias a él habríamos acabado con el crimen y el terrorismo.

– Pero no funcionó -objetó Michael.

– En aquellos momentos, nuestra tecnología no era lo suficientemente sofisticada. Carecíamos del sistema informático capaz de manejar tanta información.

Cuando salieron del edificio, dos guardias de seguridad los siguieron a través del cuadrilátero del complejo de investigación. El aire era frío y húmedo, y densas nubes encapotaban el cielo nocturno. A Michael le sorprendió ver que se dirigían al Centro de Ordenadores porque allí únicamente se autorizaba la entrada a los técnicos especializados.

– Cuando asumí la dirección de la Hermandad -prosiguió Nash-, lo hice insistiendo en el desarrollo del ordenador cuántico. Sabía que sería lo bastante potente para resolver problemas complejos y manejar ingentes cantidades de información. Con una batería de ordenadores cuánticos podríamos controlar y monitorizar literalmente las actividades cotidianas de todos los habitantes del planeta. Puede que haya quien ponga objeciones, pero la mayoría de nosotros cederíamos parte de nuestra privacidad a cambio de mayor seguridad. Piense en las ventajas, Michael. Se acabaron las conductas desviadas. Se acabaron las sorpresas desagradables.

– No más Viajeros -añadió Michael.

El general Nash rió.

– Sí. Debo admitirlo. Deshacerse de la gente como los Viajeros formaba parte del plan. Pero todo eso ha cambiado. Ahora está usted en nuestro equipo.

Los guardias de seguridad permanecieron fuera del edificio cuando Michael y Nash entraron en el vestíbulo del Centro de Ordenadores.

– Un ordenador corriente funciona según el sistema binario -siguió explicando el general-. Al margen de su tamaño o potencia, sólo conoce dos estados de conciencia: 0 o 1. Los ordenadores tradicionales pueden trabajar a gran velocidad si se conectan en serie unos con otros. No obstante siguen limitados a esas dos posibilidades.

»Un ordenador cuántico está basado en la mecánica cuántica. Parece lógico que un átomo pueda girar arriba o abajo, es decir, 0 o 1. De nuevo estamos ante un sistema binario; pero la mecánica cuántica nos dice que un átomo puede estar arriba, abajo o en ambos estados al mismo tiempo. Por esta razón se podrían efectuar distintos cálculos simultáneamente y a gran velocidad. Dado que un ordenador cuántico utiliza conmutadores cuánticos en lugar de los convencionales, su potencia es inmensa.

Entraron en un cubículo desprovisto de ventanas, y una puerta de acero se cerró tras ellos. Nash apoyó la palma de la mano en un panel de cristal y una segunda puerta se descorrió con un siseo. Entraron en una estancia débilmente iluminada.

En su centro había un tanque de cristal sellado de unos dos metros de altura colocado sobre un recio pedestal de acero. Gruesos cables serpenteaban por el suelo desde el pedestal hasta una batería de ordenadores binarios situados contra la pared. Tres técnicos de bata blanca se afanaban alrededor del tanque de cristal como acólitos ante un altar. Sin embargo, cuando el general Nash los miró, salieron inmediatamente.

El tanque estaba lleno de un líquido espeso y verdoso que se movía y giraba lentamente formando remolinos. Pequeñas explosiones, como relámpagos, destellaban en distintas zonas del líquido. Michael percibió un zumbido y, en el aire, un olor como si alguien hubiera quemado hojas muertas.

– Éste es nuestro ordenador cuántico -dijo Nash-. Es un conjunto de electrones flotando en helio líquido ultracongelado. La energía que atraviesa el helio fuerza a los electrones a interactuar y a llevar a cabo procesos lógicos.

– Parece una pecera.

– En efecto. Sólo que los peces de colores aquí son partículas subatómicas. La teoría cuántica nos ha demostrado que, durante un brevísimo período de tiempo, las partículas de materia pasan a otra dimensión y después regresan.

– Igual que un Viajero.

– Y eso fue lo que ocurrió, Michael. Durante nuestros primeros experimentos con el ordenador cuántico empezamos a recibir mensajes de otra dimensión. Al principio no sabíamos qué ocurría. Pensamos que se trataba de un error en el software. Entonces, uno de nuestros científicos se dio cuenta de que habíamos recibido versiones binarias de ecuaciones matemáticas estándar. Cuando nos decidimos a enviar mensajes similares, empezamos a recibir otros que nos mostraron cómo crear un ordenador aún más potente.

– ¿Y fue así como construyeron esta máquina?

– Lo cierto es que ésta es nuestra tercera versión. El proceso de evolución ha sido continuo. Cada vez que mejorábamos el diseño, recibíamos información más avanzada. Fue como construir una serie de radios cada vez más potentes. Los sucesivos modelos nos permitieron escuchar más y mejor y recibir más información. Además, hemos aprendido otras cosas aparte de ordenadores. Nuestros nuevos amigos nos han enseñado el modo de manipular cromosomas y crear nuevas especies híbridas.

– ¿Y qué quieren? -preguntó Michael.

– Esa otra civilización lo sabe todo acerca de los Viajeros, y me parece que tienen un poco de envidia. -A Nash parecía hacerle gracia-. Están atrapados en su propio dominio, pero les gustaría visitar nuestro mundo.

– ¿Y eso es posible?

– El ordenador cuántico lo ha estado siguiendo a usted mientras cruzaba las barreras. Por eso le colocamos los electrodos en el cerebro. Usted es el explorador que nos proporcionará el mapa que nuestros nuevos amigos necesitan. Nos han prometido que, si usted logra cruzar a otro dominio, nos entregarán el diseño de un ordenador aún más potente.

Michael se acercó al ordenador cuántico y contempló los pequeños relampagueos. Nash creía comprender el poder en todas sus formas; pero de repente, Michael se dio cuenta de las limitaciones de la visión del general. La Hermandad estaba tan obsesionada por controlar la humanidad que no miraban más allá.

«Yo soy el guardián de la puerta -pensó Michael-. Soy yo quien controla lo que sucede. Si esa otra civilización quiere entrar en nuestro mundo, seré yo el que decida el modo en que vaya a ocurrir.»

Respiró profundamente y se alejó del ordenador cuántico.

– Muy impresionante, general. Juntos vamos a realizar grandes cosas.

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