31

Michael estaba encerrado en una suite de cuatro habitaciones desprovistas de ventanas. De vez en cuando escuchaba ruidos apagados y el sonido del agua corriendo por las cañerías, de modo que suponía que había más gente en el edificio. Había un dormitorio, un cuarto de baño, una sala de estar y un cuarto de guardia donde dos tipos silenciosos y vestidos con americanas azul marino le impedían la salida. Ignoraba si se hallaba en Estados Unidos o en un país extranjero. No había reloj en ninguna de las habitaciones, de modo que tampoco sabía si era de día o de noche.

La única persona que hablaba con él era Lawrence Takawa, un norteamericano de origen japonés que siempre vestía camisa blanca y corbata negra. Lawrence estaba sentado al lado de su cama cuando se había despertado de su sueño narcótico. Unos minutos más tarde había aparecido un médico que le hizo un rápido examen físico, susurró algo a Lawrence y no volvió a aparecer.

Michael no había dejado de hacer preguntas desde el primer momento: «¿Dónde estoy?». «¿Por qué me retienen aquí?» Lawrence sonreía amablemente y siempre respondía lo mismo: «Éste es un lugar seguro. Somos sus nuevos amigos. En estos momentos estamos buscando a Gabriel para que también él pueda estar a salvo».

Michael sabía que estaba prisionero y que ellos eran el enemigo. Sin embargo, Lawrence y los guardias pasaban el día asegurándose de que se sintiera a gusto. La sala de estar disponía de un estupendo televisor y de un amplio surtido de películas en DVD. Los cocineros debían de hacer turnos las veinticuatro horas del día porque siempre le preparaban lo que le viniera en gana comer. Cuando se había levantado de la cama por primera vez, Lawrence le mostró un vestidor lleno de miles de dólares en ropa, zapatos y accesorios. Las camisas de vestir eran de algodón egipcio o de seda y tenían sus iniciales discretamente bordadas en el bolsillo. Los jerséis eran del más suave cachemir. Había zapatos de vestir, zapatillas de deporte y pantuflas, todas de su talla.

Pidió un equipo de gimnasia, y en el salón aparecieron pesas y una cinta estática para correr. Si deseaba leer determinada revista o libro, no tenía más que pedírselo a Lawrence y los recibía unas horas después. La comida resultaba excelente, y podía escoger entre una lista de vinos locales y franceses. Takawa le aseguró que en el futuro también habría mujeres. Tenía todo lo que podía desear salvo la libertad de marcharse. Lawrence le dijo que el objetivo a corto plazo era que se recuperara y se pusiera en forma después de lo ocurrido. No tardaría en reunirse con cierto poderoso personaje que sería quien le explicaría todo lo que deseara saber.

Al salir de la ducha, Michael vio que alguien le había recogido la ropa y se la había dejado encima de la cama. Zapatos y calcetines, pantalón de lana gris de pinzas y un polo negro que le sentaban perfectamente. Pasó a la otra habitación de la suite y se encontró con Lawrence, que bebía una copa de vino y escuchaba un CD de jazz.

– ¿Qué tal está, Michael? ¿Ha dormido bien?

– Normal.

– ¿Algún sueño?

Michael había soñado que volaba por encima de un océano, pero no veía razón para describir lo que había ocurrido. No quería que ellos supieran lo que le pasaba por la cabeza.

– Nada de sueños. Por lo menos que yo recuerde.

– Ha llegado el momento que estaba esperando. Dentro de unos minutos se va a reunir con Kennard Nash. ¿Sabe quién es?

Michael recordaba un rostro de los noticiarios de la televisión.

– ¿No estaba en el gobierno?

– Era brigadier general. Después de retirarse del ejército, trabajó como asesor de dos presidentes. Todo el mundo lo respeta. En estos momentos, es el director ejecutivo de la Fundación Evergreen.

– «Para todas las generaciones» -dijo Michael citando el lema de la Fundación cuando patrocinaba programas de televisión. El logotipo era muy característico: en él se veía a dos niños regando un brote de abeto y a continuación todo se fundía y se transformaba en el estilizado símbolo de un árbol.

– Son las seis de la tarde. Se encuentra usted en las dependencias administrativas de nuestro centro de investigación nacional. El edificio se halla en el condado de Westchester, a unos cuarenta y cinco minutos en coche de la ciudad de Nueva York.

– ¿Y por qué me han traído aquí?

Lawrence dejó su vaso de vino y sonrió. A Michael le resultaba imposible saber lo que pensaba.

– Vamos a subir a ver al general Nash. Estará encantado de responder a todas sus preguntas.

Los dos hombres de seguridad lo esperaban en la sala de guardia. Sin decir palabra escoltaron a Michael fuera de la suite y por un pasillo hasta una fila de ascensores. A pocos metros de donde se hallaban había una ventana, y Michael comprobó que era de noche. Cuando llegó el ascensor, Lawrence le indicó que entrara; luego pasó la mano ante el sensor y apretó el botón del último piso.

– Escuche atentamente al general Nash, Michael. Es un hombre muy bien informado.

Lawrence volvió al pasillo, y Michael subió solo hasta la última planta.

El ascensor se abrió directamente a un despacho. Se trataba de una espaciosa estancia decorada igual que la biblioteca de un club privado inglés. Las paredes estaban cubiertas por estanterías de roble llenas de libros encuadernados en piel, y había butacones y lámparas de lectura con la pantalla de color verde. El único detalle que no encajaba eran las tres cámaras de vigilancia montadas en las esquinas del techo y que se movían lentamente a un lado y a otro, barriendo todo el despacho.

«Me están vigilando -pensó Michael-. Siempre hay alguien vigilando.»

Pasó por entre el mobiliario y las lámparas intentando no tocar nada. En un rincón, unos focos iluminaban una maqueta arquitectónica montada en un pedestal. Estaba formada por dos elementos: una torre central y un edificio en forma de anillo que la rodeaba. La estructura exterior estaba dividida en habitaciones idénticas, todas con una ventana de barrotes en el muro exterior y otra en la mitad superior de la puerta de entrada.

Parecía como si la torre fuera un monolito macizo; pero, cuando Michael se desplazó hasta el otro lado del pedestal, vio un corte vertical de la edificación. Era un laberinto de entradas y escaleras. Listones de madera de balsa cubrían las ventanas a modo de estores.

Michael oyó que una puerta se abría y vio a Kennard Nash entrando en la habitación. Cabeza calva. Anchos hombros. Cuando Nash sonrió, Michael se acordó de las veces que lo había visto en los programas de la televisión.

– Buenas noches, Michael. Soy Kennard Nash.

Nash cruzó rápidamente la habitación y estrechó la mano de Michael. Una de las cámaras dio un casi imperceptible giro, como si pretendiera captar la escena.

– Veo que ha visto el Panóptico -comentó acercándose a la maqueta.

– ¿Qué es? ¿Un hospital?

– Supongo que podría ser un hospital e incluso un bloque de oficinas, pero en realidad se trata de una cárcel diseñada en el siglo XVIII por Jeremy Bentham. Aunque envió los planos a todos los miembros del gobierno británico, nunca fue construida. Esta maqueta se basa en el diseño original de Bentham. -Nash se acercó y la examinó más de cerca-. Cada habitación es una celda cuyos muros son lo bastante gruesos para que no pueda haber comunicación entre los reclusos. La luz proviene del exterior, de manera que el prisionero siempre está iluminado y resulta visible.

– ¿Y los guardias están en la torre?

– Bentham la llamó bloque de inspección.

– Parece un laberinto.

– Ahí reside lo ingenioso del Panóptico. Está diseñado para que no se pueda ver la cara del vigilante ni oírlo acercarse. Piense en las implicaciones, Michael. En la torre puede haber un vigilante, veinte o ninguno. No hay ninguna diferencia. El prisionero supone que está siendo vigilado constantemente; y, al cabo de un tiempo, dicha suposición se convierte en parte de su conciencia. Cuando el sistema funciona a la perfección, los guardias pueden salir de la torre a comer o a pasar el fin de semana. Poco importa. Los prisioneros han aceptado su condición.

El general Nash se acercó a la librería y corrió una de las falsas paredes para mostrar un bar con copas, hielo y diversas botellas de licor.

– Son las seis y media. A esta hora suelo tomarme un whisky. Tengo bourbon, escocés, vodka y vino, pero también puedo pedir algo más sofisticado.

– Tomaré un malta con un poco de agua.

– Excelente. Buena elección. -Nash empezó a abrir botellas-. Yo formo parte de un grupo llamado la Hermandad. Hace bastante tiempo que existimos, pero durante cientos de años no hemos hecho más que reaccionar ante los sucesos para intentar reducir el caos. El Panóptico fue una revelación para nuestros miembros. Cambió nuestro modo de pensar.

»Hasta el estudiante de historia menos interesado sabe que el ser humano es avaricioso, impulsivo y cruel. Sin embargo, la prisión de Bentham nos enseñó que, con la tecnología adecuada, el control social es posible. No hace falta un policía en cada esquina. Lo único necesario es un Panóptico virtual que controle a la población. No es necesario observar literalmente a todo el mundo siempre. Lo que las masas han de asimilar es la posibilidad y la inevitabilidad del castigo. Se necesita la estructura, que la amenaza implícita se convierta en un hecho más de la vida. Cuando la gente deja a un lado su noción de privacidad da pie a una sociedad pacífica.

El general llevó dos vasos a una baja mesa de madera en torno a la que había un sofá y un par de sillones. Dejó la copa de Michael encima de un posavasos y ambos hombres se sentaron frente a frente.

– Por el Panóptico. -Nash alzó su copa brindando por la maqueta del pedestal-. Fue un invento fallido pero una gran intuición.

Michael tomó un sorbo de su whisky. No sabía a narcótico, pero tampoco podía estar seguro.

– Puede disertar de filosofía tanto como quiera, pero no me importa. Lo único que sé es que soy un prisionero.

– Lo cierto es que sabe mucho más que eso. Su familia ha vivido durante años bajo un nombre supuesto, hasta que un grupo de hombres armados asaltó su casa en Dakota del Sur. Fuimos nosotros, Michael. Aquellos hombres eran gente que obedecía nuestra antigua estrategia.

– Ustedes mataron a mi padre.

– ¿De verdad? -Kennard Nash enarcó las cejas-. Nuestros hombres registraron lo que quedó de la casa, pero no encontraron el cuerpo.

El tono de indiferencia de Nash resultaba intolerable. «Hijo de puta -pensó Michael-. ¿Cómo puedes estar ahí sentado y sonriendo?» Una oleada de furia lo invadió de la cabeza a los pies y pensó en saltar sobre Nash y agarrarlo por el pescuezo. Así, por fin, pagaría con la misma moneda por la destrucción de su familia.

El general no parecía percibir que se hallaba a punto de ser agredido. Cuando sonó su móvil, dejó el vaso y sacó el teléfono del bolsillo.

– He dicho que no se me molestara -espetó a su interlocutor-. ¿Sí? ¿De veras? Qué interesante. Bueno, ¿por qué no se lo preguntan a él?

Nash bajó el móvil y miró a Michael con el ceño fruncido. Parecía un empleado de banca que hubiera descubierto un problema en la solicitud de un préstamo.

– Lawrence Takawa está al teléfono. Dice que piensa usted atacarme o intentar escapar.

Michael aferró los brazos del sillón y contuvo la respiración unos segundos.

– No… No sé de qué me está hablando.

– Por favor, Michael. No malgaste su tiempo intentando engañarme. En estos momentos está usted siendo controlado por un escáner de infrarrojos. Lawrence Takawa dice que muestra un nivel cardíaco acelerado, alta sudoración y señales de calor alrededor de los ojos. Todo ello muestra evidente de una reacción de «lucha o escapa», lo cual me lleva a mi primera pregunta: ¿piensa atacarme o escapar?

– Dígame simplemente por qué quería matar a mi padre.

Nash escrutó el rostro de Michael y optó por proseguir con la conversación.

– No se preocupe -dijo por teléfono a Takawa-. Creo que vamos progresando. -Desconectó el móvil y se lo guardó en el bolsillo.

– ¿Acaso era mi padre un criminal? -preguntó Michael-. ¿Había robado algo?

– ¿Recuerda el Panóptico? El modelo funciona perfectamente si toda la humanidad vive en un edificio, pero no sirve si un solo hombre puede abrir la puerta y salirse del sistema.

– ¿Y mi padre podía hacer eso?

– Sí. Es lo que llamamos un Viajero. Su padre era capaz de proyectar su energía neural fuera del cuerpo y viajar a otras realidades. Nuestro mundo es el Cuarto Dominio. Existen barreras inamovibles que uno ha de franquear para entrar en otros dominios. Desconocemos si su padre los exploró todos. -Nash miró fijamente a Michael-. La habilidad para salir de este mundo parece tener un origen genético. Quizá usted podría tenerla. Usted y Gabriel podrían tener ese don.

– ¿Y ustedes son la Tabula?

– Ése es el nombre que nos han dado nuestros enemigos. Como le he dicho, nos llamamos la Hermandad. La Fundación Evergreen es nuestra institución cara al público.

Michael bajó la vista y la clavó en su bebida mientras intentaba pensar en una estrategia. Si seguía vivo era porque querían algo. «Quizá podría tenerla.» Sí. Eso era. Su padre había desaparecido y necesitaban un Viajero.

– Todo lo que sé de su fundación es lo que he visto en los anuncios de la televisión.

Nash se levantó y fue hasta la ventana.

– Los de la Hermandad son verdaderos idealistas. Lo que deseamos es lo mejor para el mundo: paz y prosperidad para todos. Y la única manera de conseguirlo es mediante la paz política y social.

– ¿Metiendo a todo el mundo entre rejas?

– ¡Usted no lo entiende, Michael! En la actualidad la gente está asustada del mundo que la rodea, y ese miedo es fácilmente detectable y mantenible. La gente desea estar en nuestro Panóptico virtual. Allí la vigilaremos como buenos pastores. Será monitorizada, controlada y protegida de lo desconocido.

»Por otra parte, en contadas ocasiones reconoce esa prisión como tal. Siempre hay alguna distracción: una guerra en Oriente Próximo, un escándalo que salpica a celebridades, la Copa del Mundo o la Superbowl; drogas, legales e ilegales; publicidad, nuevas canciones, cambios en la moda… Es posible que el miedo induzca a la gente a entrar en nuestro Panóptico, pero nosotros la mantenemos entretenida mientras se encuentra dentro.

– Y entretanto se dedican a matar Viajeros.

– Tal como le he dicho, esa estrategia se ha quedado anticuada. En el pasado respondíamos igual que un cuerpo sano que rechaza un virus. Todas las leyes básicas están escritas y en una multitud de idiomas. Las reglas son claras. La humanidad únicamente tiene que aprender a obedecer, pero siempre que una sociedad ha estado a punto de alcanzar cierto grado de estabilidad ha aparecido un Viajero con nuevas ideas y deseos de cambiarlo todo. Mientras los poderosos y los sabios se dedicaban a levantar catedrales, los Viajeros no dejaban de socavar los cimientos ocasionando todo tipo de problemas.

– ¿Y qué ha cambiado? -preguntó Michael-. ¿Por qué no han acabado conmigo?

– Nuestros científicos empezaron a trabajar en el llamado ordenador cuántico y consiguieron resultados inesperados. No voy a darle todos los detalles esta noche, Michael. Lo único que necesita saber es que un Viajero puede ayudarnos a dar un fantástico salto adelante en materia tecnológica. Si el Proyecto Crossover funciona, la historia cambiará para siempre.

– Y usted quiere que me convierta en Viajero…

– Sí. Exactamente.

Michael se levantó del sillón y se acercó al general Nash. En esos momentos se había recobrado de su reacción al escáner de infrarrojos. Cabía la posibilidad de que aquella gente pudiera leerle el ritmo cardíaco y la temperatura de la piel, pero eso no iba a cambiar nada.

– Hace un momento dijo que su organización asaltó la casa de mi familia.

– Yo no tuve nada que ver en eso, Michael. Fue un lamentable accidente.

– Incluso suponiendo que decidiera olvidarme del pasado y ayudarlo, no significa que automáticamente vaya a convertirme en Viajero. No sé cómo «viajar» a ninguna parte. Mi padre no nos enseñó nada aparte de esgrima con espadas o cañas de bambú.

– Sí. Estoy al corriente de eso. ¿Ha visto nuestro centro de investigación? -Nash hizo un gesto con la mano abarcando el complejo, y Michael miró por la ventana. Luces de seguridad iluminaban las vigiladas instalaciones. El despacho de Nash se hallaba en el último piso de un moderno edificio conectado con los demás mediante pasillos cubiertos. En mitad del cuadrilátero había una quinta edificación con el aspecto de un cubo de color blanco. Las paredes exteriores de mármol eran lo bastante delgadas para hacer que la luz de su interior lo hiciera resplandecer-. Si usted tiene el don de ser un Viajero, nosotros contamos con el personal y la tecnología para ayudarlo a conseguirlo. En el pasado, los Viajeros eran instruidos por sacerdotes herejes, ministros de Dios disconformes o rabinos atrapados en el gueto. La fe religiosa y el misticismo dominaban todo el proceso. En ocasiones no funcionaba. Como podrá ver no hay desorganización en nuestro sistema.

– De acuerdo. Está claro que tienen grandes edificios y mucho dinero, pero eso no significa que yo sea un Viajero.

– Si lo consigue, nos ayudará a cambiar la historia. Incluso aunque fracase le proporcionaremos un entorno confortable. Nunca más tendrá que trabajar.

– ¿Y qué pasa si me niego a cooperar?

– No creo que ocurra tal cosa. No lo olvide: lo sé todo de usted, Michael. Nuestro personal lleva semanas investigándolo. A diferencia de su hermano, usted es ambicioso.

– Deje a Gabriel fuera de esto -repuso Michael en tono cortante-. No quiero que nadie lo persiga.

– No necesitamos a Gabriel: lo tenemos a usted. Y ahora le estoy ofreciendo una gran oportunidad. Usted es el futuro, Michael. Usted va a ser el Viajero que traerá la paz al mundo.

– La gente seguirá peleándose.

– ¿Recuerda lo que le he dicho? Todo se reduce a miedo y distracción. El miedo hará que la gente quiera entrar en nuestro Panóptico virtual; y, una vez allí, nosotros la mantendremos feliz y contenta. La gente será libre para tomar drogas antidepresivas, endeudarse y ponerse a régimen mientras contempla la televisión. La sociedad podrá parecer desorganizada, pero será muy estable. Cada equis años escogeremos un muñeco diferente para que nos haga discursos desde el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca.

– Pero ¿quién tendrá realmente el control?

– La Hermandad, naturalmente. Y usted formará parte de la familia y nos guiará hacia delante.

Nash apoyó una mano en el hombro de Michael. Fue un gesto amistoso, como si fuera un tío cariñoso o un nuevo padrino. «Formará parte de la familia y nos guiará hacia delante», pensó Michael. Contempló por la ventana el blanco edificio.

El general Nash se apartó de él y fue hacia el bar.

– Deje que le sirva otra copa. Pediremos la cena: solomillo o sushi, lo que prefiera. Luego, hablaremos. La mayoría de la gente pasa por la vida sin conocer la verdad de los acontecimientos capitales de su época. Contemplan una farsa que se representa al borde del escenario mientras el verdadero drama tiene lugar tras el telón.

»Esta noche levantaré ese telón y nos daremos una vuelta entre bambalinas para ver cómo funciona la tramoya y cómo se comportan los actores en la sala de maquillaje. La mitad de lo que le enseñaron en el colegio no eran más que ficciones. La historia no es más que un teatro de marionetas para mentes infantiles.

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