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Maya se quitó las prendas manchadas de sangre y las metió en una bolsa de basura. Los dos cadáveres se encontraban a escasos metros de ella, e intentó no pensar en lo que acababa de suceder. «Mantente en el presente -se dijo-. Concéntrate en una sola acción a la vez.» Filósofos y poetas habían escrito acerca del pasado, pero Thorn había enseñado a su hija a evitar semejantes distracciones. La hoja de la espada era el modelo adecuado mientras centelleaba en el aire.

Shepherd se había marchado para encontrarse con alguien llamado Pritchett, pero podía regresar en cualquier momento. A pesar de que Maya deseaba quedarse y acabar con el traidor, su principal objetivo era localizar a Gabriel y Michael Corrigan. Pensó que quizá ya los hubieran capturado. También cabía que no tuvieran el poder para convertirse en Viajeros. Sólo había una forma de obtener respuesta a esas preguntas: debía encontrarlos sin demora.

Tenía prendas de repuesto en la bolsa. Sacó unos vaqueros, una camiseta y un suéter azul de algodón. Luego, se envolvió las manos con bolsas de plástico, rebuscó entre las armas de Bobby Jay y escogió una pistola automática alemana con su funda de tobillera. En una maleta de aluminio había una escopeta del calibre doce, con empuñadura de pistola y culata desplegable que también decidió llevarse. Cuando estuvo lista echó un viejo periódico al ensangrentado suelo y se mantuvo encima mientras registraba los bolsillos de los hermanos. Tate tenía cuarenta dólares y tres frasquitos de plástico llenos de cocaína. Bobby Jay llevaba encima novecientos dólares en un fajo de billetes atados con una goma. Maya cogió el dinero y dejó la droga al lado del cuerpo de Tate.

Salió por la puerta de emergencia cargada con la maleta de la escopeta y el resto del equipo, caminó unas manzanas hacia el oeste y arrojó la bolsa con la ropa ensangrentada en un contenedor de basura. En esos momentos se encontraba en Lincoln Boulevard, una avenida de cuatro carriles llena de comercios de muebles y restaurantes de comida rápida. Hacía calor y notaba como si las salpicaduras de sangre todavía se le pegaran a la piel.

Únicamente disponía de un contacto de reserva. Varios años atrás, cuando Linden había ido a Estados Unidos para conseguir pasaportes y tarjetas de crédito falsas, había establecido una dirección de contacto con un hombre llamado Thomas que vivía al sur de Los Ángeles, en Hermosa Beach.

Maya llamó un taxi desde una cabina. El conductor era un viejo sirio que apenas hablaba inglés; abrió un mapa de la ciudad que estudió un buen rato y dijo que la llevaría a la dirección en cuestión.

Hermosa Beach era una pequeña población situada al sur del aeropuerto de Los Ángeles. Tenía una zona central con bares y restaurantes dedicada a los turistas, pero la mayoría de edificios eran pequeñas casitas de una sola planta situadas a pocas manzanas de la playa. El taxista se perdió dos veces, se detuvo, ojeó el mapa y por fin logró dar con la dirección de Sea Breeze Lane. Maya pagó la carrera y vio al taxi desaparecer al doblar al final de la calle. Quizá la Tabula ya estuviera allí, esperándola en la casa.

Subió los escalones del porche y llamó a la puerta. Nadie contestó, pero ella oyó que de la parte de atrás llegaba sonido de música. Abrió una puerta lateral y se encontró en un pasadizo que discurría entre la casa y un muro vecino de cemento. Para tener las manos libres dejó su equipaje cerca de la entrada. Llevaba la automática de Bobby Jay atada al tobillo en su pistolera de apertura rápida, y al hombro la espada en su estuche. Respiró hondo, se dispuso al combate, y siguió adelante.

Cerca del muro crecían unos pocos pinos, pero el resto del jardín trasero estaba desprovisto de vegetación. Alguien había cavado un pozo poco profundo en el arenoso terreno y lo había cubierto con una bóveda de metro y medio de altura hecha de ramas y palos atados juntos. Mientras sonaba música country en una radio, un hombre con el torso descubierto iba cubriendo el receptáculo con ennegrecidas piezas de piel de vaca.

El hombre vio a Maya y dejó de trabajar. Era un indio norteamericano de largos cabellos negros y tripa flácida. Al sonreír mostró un hueco en la parte posterior de su dentadura.

– Será mañana -dijo.

– Perdón…

– He cambiado el día de la ceremonia de la cabaña del sudor. Los clientes habituales han recibido un correo electrónico, así que supongo que tú debes de ser una de las amigas de Richard.

– Estoy buscando a alguien llamado Thomas.

El hombre se agachó y apagó la radio.

– Ése soy yo. Me llamo Thomas «Camina por la Tierra». ¿Con quién estoy hablando?

– Con Jane Stanley. Acabo de llegar de Inglaterra.

– Una vez estuve en Londres dando una charla. Hubo gente que me preguntó por qué no llevaba plumas en el pelo. -Thomas se sentó en un banco y empezó a ponerse una camiseta-. Yo les dije que pertenecía a los absaroka, los hombres-pájaro. Vosotros, los blancos, nos llamáis la tribu de los crow. No necesito desplumar un águila para ser un indio auténtico.

– Un amigo me contó que sabes muchas cosas importantes.

– Puede que sí o puede que no. Eso te toca decidirlo a ti.

Maya siguió mirando el jardín trasero. No había nadie más.

– ¿Ahora construyes cabañas de sudor?

– Eso es. Normalmente organizo una cada fin de semana. Durante los últimos años he organizado fines de semana de cabañas de sudor para hombres y mujeres divorciados. Tras dos días de sudar y darle a un tambor, cualquiera decide que ya no odia a su ex. -Thomas sonrió y gesticuló-. No es gran cosa, pero ayuda al mundo. Todos nosotros luchamos una batalla cotidiana sin saberlo. El amor intenta destruir al odio. El coraje puede con el miedo.

– Mi amigo me dijo que me podrías explicar cómo la Tabula se hizo con ese nombre.

Thomas lanzó una mirada a la nevera portátil y al jersey doblado que había en el suelo. Allí estaba escondida el arma. Seguramente una pistola.

– La Tabula, sí. Creo que he oído algo al respecto. -Thomas bostezó y se rascó la barriga como si Maya le hubiera preguntado sobre un grupo de Boy Scouts-. «Tabula» proviene del latín tabula rasa, que quiere decir tabla rasa, sin relieve. La Tabula cree que la mente del hombre cuando nace es una hoja en blanco, y eso significa que los poderosos pueden llenar tu cerebro con información seleccionada. Si eso lo haces con mucha gente, podrás controlar a gran parte de la población. La Tabula odia a todo aquel que puede mostrar que existe una realidad diferente.

– ¿Como los Viajeros?

De nuevo, Thomas miró su arma oculta. Vaciló y después pareció llegar a la conclusión de que no podría cogerla a tiempo de salvarse.

– Escucha, Jane o como quiera que te llames; si quieres matarme, adelante. Me importa un pepino. Uno de mis tíos fue Viajero, pero yo no tengo el poder de cruzar a otros dominios. Cuando mi tío volvió a este mundo intentó organizar las tribus para que nos alejáramos del alcohol y tomáramos las riendas de nuestras vidas. A los hombres que estaban en el poder no les gustó eso. Había en juego terrenos, licencias petrolíferas. Seis meses después de que mi tío se lanzara a predicar, alguien lo atropelló en la carretera. Vosotros hicisteis que pareciera un accidente, ¿verdad? Un conductor fugado y ningún testigo.

– ¿Sabes lo que es un Arlequín?

– Puede…

– Hace varios años conociste a un Arlequín francés llamado Linden. Él utilizó tu dirección para conseguir pasaportes falsos. En este momento me encuentro en un apuro. Linden me dijo que me ayudarías.

– Yo no lucho al lado de los Arlequines. No es eso lo que soy.

– Necesito un coche o una camioneta, algún tipo de vehículo que no pueda ser localizado por la Gran Máquina.

Thomas Camina por la Tierra la miró largo rato, y Maya percibió el poder en sus ojos.

– De acuerdo -dijo lentamente-. Eso sí puedo hacerlo.

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