18

Maya permaneció sentada en silencio y observando a los tres hombres. Había tardado en recuperarse de la descarga eléctrica, y todavía notaba una sensación de ardor en el pecho y en el hombro izquierdo. Mientras se hallaba inconsciente, los tres habían cortado una vieja correa de ventilador y le habían atado las piernas con ella. Además, tenía las manos esposadas detrás de la silla. En esos momentos intentaba controlar su furia y hallar un rincón de calma en su corazón. «Piensa en una piedra -solía decirle su padre-, en una piedra negra y lisa. Sácala de un torrente de la montaña y sostenla en la mano.»

– ¿Por qué no habla? -preguntó Bobby Jay-. Si yo estuviera en su lugar te estaría llamando de todo.

Shepherd observó a Maya y rió.

– Está pensando en el modo de rebanarte la garganta. Su padre le enseñó a matar cuando era pequeña.

– Qué fuerte…

– No. Es una locura -dijo Shepherd-. Esa otra Arlequín, la irlandesa que llaman Madre Bendita fue a un pueblo de Sicilia y mató a trece personas en diez minutos. Intentaba rescatar a un sacerdote católico que había sido secuestrado por unos mafiosos locales que trabajaban como mercenarios. El sacerdote recibió un balazo y murió desangrado en un coche, pero Madre Bendita escapó. Y ahora, lo juro por Dios, hay un altar en una capilla al lado de la carretera al norte de Palermo que incluye una pintura de Madre Bendita como el Ángel de la Muerte. Al diablo con eso. Es una maldita psicópata. Eso es lo que es.

Masticando chicle y rascándose, Tate se acercó a la silla y se inclinó de modo que su boca quedó a pocos centímetros de la cara de Maya.

– ¿Es eso lo que estás haciendo, encanto? ¿Pensando en cómo matarnos? Vamos, eso no es agradable.

– Mantente alejado de ella -le advirtió Shepherd-. Déjala en la silla. No abras las esposas. No le des comida ni agua. Volveré tan pronto como localice a Pritchett.

– ¡Traidor!

Maya debería haber permanecido en silencio -no se conseguía nada conversando-, pero la palabra pareció acudir por sí misma a sus labios.

– Esa palabra implica traicionar -contestó Shepherd-. Pero ¿sabes? No tengo nada que traicionar. Los Arlequines ya no existen.

– No podemos permitir que la Tabula se haga con el control.

– Tengo noticias para ti, Maya. Los Arlequines están fuera de circulación porque la Hermandad ya no persigue a los Viajeros. Van a capturarlos y utilizar su poder. Eso es lo que tendrían que haber hecho hace años.

– No mereces el nombre de Arlequín. Has traicionado la memoria de tu familia.

– Tanto a mi abuelo como a mi padre lo único que les interesaba eran los Viajeros. Ninguno de ellos se preocupó nunca de mí. Somos iguales, Maya. Ambos fuimos educados por gente que creía en una causa perdida.

Shepherd se volvió hacia Bobby Jay y Tate.

– No la perdáis de vista ni un momento -les dijo, y acto seguido salió de la estancia.

Tate fue hasta la mesa y cogió el cuchillo de lanzar de Maya.

– Mira esto -le dijo a su hermano-. Está perfectamente equilibrado.

– Vamos a quedarnos con los cuchillos y su espada Arlequín, y a llevarnos una propina cuando Shepherd regrese.

Maya flexionó ligeramente los brazos y las piernas, esperando una oportunidad. Cuando era mucho más joven, su padre la había llevado a un club del Soho donde se jugaba al billar a tres bandas. Eso le había enseñado a pensar con antelación y a organizar una secuencia de acciones. La bola blanca golpeaba la bola roja y después rebotaba en las bandas.

– Shepherd le tiene demasiado miedo. -Sosteniendo el cuchillo, Tate se acercó a Maya-. Los Arlequines tienen esa fama, pero no hay nada que la respalde. Mírala. Tiene dos brazos y dos piernas como todo el mundo.

Tate empezó a hundir la punta del arma en la mejilla de Maya. La piel se hundió y después cedió. Tate presionó un poco más, y apareció una gota de sangre.

– Mira esto. También sangra. -Con cuidado, igual que un escultor modelando barro, le hizo un corte poco profundo que le iba desde la mejilla hasta la clavícula.

Maya notó que la sangre le goteaba de la herida y le corría por la piel.

– ¿Lo ves? -dijo Tate-. Sangre roja. Igual que tú o yo.

– Deja de hacer tonterías o vas a meternos en problemas -le espetó Bobby Jay.

Tate sonrió aviesamente y volvió a la mesa. Durante unos segundos dio la espalda a Maya y la ocultó de la vista de su hermano.

Maya se dejó caer de rodillas y echó los brazos hacia atrás tanto como pudo. Cuando se liberó de la silla pasó las manos por debajo de la pelvis y las piernas hasta tenerlas delante de ella. Se puso en pie con las muñecas y los tobillos atados aún y saltó hacia la mesa, más allá de Tate. Dio una voltereta en el aire, agarró la espada y aterrizó ante Bobby Jay. Sorprendido, éste metió la mano en la chaqueta de cuero buscando un arma. Maya blandió la espada con ambas manos y le asestó un tajo en la garganta. La sangre brotó de la arteria seccionada. Bobby Jay empezó a caer, pero ella ya se había olvidado de él. Deslizó la hoja por la correa de ventilador y se liberó las piernas.

«Muévete más deprisa. ¡Ya!»

Dio la vuelta alrededor de la mesa hacia Tate mientras éste metía una mano bajo la sudadera y sacaba una automática. Cuando alzó el arma, Maya se movió hacia la izquierda, descargó un golpe con el filo de la espada y le cortó el brazo. Tate aulló y trastabilló hacia atrás, pero ella se le echó encima mientras le asestaba cortes en el cuello y en el pecho una y otra vez.

Tate cayó al suelo y Maya se incorporó sobre su cuerpo, aferrando la espada. El mundo se hizo más pequeño, concentrándose igual que una estrella negra en un pequeño punto de rabia, miedo y júbilo.

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