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Kennard Nash se dirigió a uno de los técnicos que controlaban el ordenador cuántico y le dijo algo. A continuación, le dio una palmada en el hombro, igual que un entrenador que envía a uno de sus jugadores de nuevo al campo, y volvió junto a Michael.

– Hemos recibido un mensaje preliminar de nuestros amigos -le explicó-. Eso normalmente significa que la transmisión principal tendrá lugar dentro de cinco o diez minutos.

Ramón Vega, el guardaespaldas del general, llenó los dos vasos de vino mientras Michael Corrigan mordisqueaba una galleta salada. El Viajero disfrutaba sentado en la oscura estancia y observando el tanque de cristal lleno de helio líquido. Pequeñas explosiones se sucedían dentro del verde líquido a medida que los conmutadores de electrones del corazón del ordenador eran manipulados dentro de una jaula de energía.

Los electrones existían en ese mundo, pero la propiedad cuántica de la superposición permitía que esas partículas estuvieran activas e inactivas, arriba y abajo, girando a la izquierda y a la derecha, todo al mismo tiempo. Durante un instante imperceptible, en un sitio y en otro, cruzando a una dimensión desconocida. Y en ese otro dominio, una civilización estaba esperando con otro ordenador. La máquina capturaba los electrones, los ordenaba en fragmentos de información y los devolvía.

– ¿Está usted esperando algo en concreto? -preguntó Michael.

– Un mensaje de ellos. Y puede que también una recompensa. Hace tres días les transmitimos toda la información que conseguimos cuando usted entró en el Segundo Dominio. Eso era lo que esperaban de nosotros: que les proporcionásemos la ruta abierta por un Viajero.

Nash apretó un botón y tres televisores de plasma descendieron del techo. En el otro extremo de la sala, un técnico que contemplaba el monitor de un ordenador empezó a teclear instrucciones. Unos segundos después, una serie de puntos de luz y espacios de oscuridad aparecieron en el televisor de la izquierda.

– Eso es lo que nos están enviando. Se trata de un código binario -explicó Nash-. La luz y la ausencia de luz componen el lenguaje básico del universo.

Los ordenadores descifraron el código, y unos dígitos aparecieron en el televisor derecho. Se produjo una pausa. Luego, Michael vio un entramado de líneas que surgían en el del centro. Parecía el plano de un dispositivo complejo.

El general Nash actuaba como un creyente fervoroso que acabara de contemplar a Dios.

– Esto es lo que estábamos esperando -murmuró-. Michael, está usted viendo la próxima versión de nuestro ordenador cuántico.

– ¿Y cuánto tiempo tardarán en construirlo?

– Mi gente analizará la información y después me comunicará una fecha aproximada de finalización de los trabajos. Hasta entonces, debemos mantener contentos a nuestros amigos. -Nash sonrió confiadamente-. Estoy jugando mi propio jueguecito con esa otra civilización. Nosotros deseamos incrementar el poder de nuestra tecnología; ellos, moverse libremente entre los distintos dominios. Usted será quien les muestre cómo se hace.

Un código binario. Números. Y después los planos del diseño de una nueva máquina. Los datos de una avanzada civilización fluían por los tres televisores, y Michael se sintió arrastrado por las imágenes que contemplaba. Apenas se dio cuenta de que Ramón Vega se acercaba al general y le entregaba un teléfono móvil.

– Estoy ocupado -dijo el general al que lo había llamado-. ¿Es que no puede esperar hasta que…?

De repente, la expresión del general cambió. Con aspecto tenso, se levantó y empezó a caminar por la habitación.

– ¿Dónde está Boone? -preguntó-. ¿Se han puesto en contacto con él? Bueno, pues dese prisa y llámelo. Dígale que se presente de inmediato en el Centro de Ordenadores.

– ¿Hay algún problema? -preguntó Michael cuando Nash hubo colgado.

– Alguien ha irrumpido en el centro de investigación. Seguramente se trata de uno de esos Arlequines fanáticos de los que le he hablado.

– ¿Y ese individuo se encuentra en este edificio?

Semejante posibilidad desconcertó al general Nash. Miró a su guardaespaldas y controló su miedo.

– Claro que no. Eso es imposible. Lo tenemos todo bajo control.

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