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Michael Corrigan creía que el mundo era un campo de batalla permanente. La guerra abarcaba las campañas de alta tecnología militar organizadas por Estados Unidos y sus aliados, pero también incluía los conflictos locales entre los países del Tercer Mundo y los genocidios entre distintas tribus, razas y religiones. Estaban los bombardeos y asesinatos terroristas, los francotiradores chiflados que mataban gente por motivos absurdos, las pandillas urbanas y los cultos y contrariados científicos que enviaban virus por correo a desconocidos. Los emigrantes de los países subdesarrollados inundaban los desarrollados a través de sus fronteras con horribles virus y bacterias, y la naturaleza se veía tan alterada por el crecimiento de la población que respondía con huracanes e inundaciones. Los casquetes polares se derretían y subía el nivel del mar mientras la capa de ozono era desgarrada por los aviones a reacción. A veces, Michael perdía el rastro de una amenaza concreta, pero siempre seguía al tanto del peligro general. La guerra nunca acabaría. Simplemente se extendía y reclamaba nuevas víctimas de modo sutil.

Michael vivía en el octavo piso de unos apartamentos de alto nivel, en Los Ángeles oeste. Había tardado cuatro horas en decorarlo por completo. El día en que firmó el contrato fue a una enorme tienda de muebles de Venice Boulevard y se llevó el mobiliario que recomendaban para una sala de estar, un despacho y un dormitorio. También quiso tomar en alquiler un apartamento idéntico en el mismo edificio para su hermano y dotarlo de muebles parecidos; pero, por alguna perversa razón, su hermano menor prefería vivir en la que debía ser la casa más fea de todo Los Ángeles y respirar los humos de la autopista.

Si Michael salía a la terraza podía divisar el Pacífico en la distancia. De todas maneras, las vistas no le interesaban y normalmente mantenía las cortinas cerradas. Tras su llamada a Gabriel se preparó un poco de café, se comió una barrita de proteínas y empezó a llamar a distintas compañías de inversiones inmobiliarias de Nueva York. A causa de la diferencia horaria de tres horas, allí estaban trabajando mientras él se paseaba por el salón en ropa interior.

– ¡Tommy! Soy Michael. ¿Has recibido la propuesta que te mandé? ¿Qué opinas de ella? ¿Qué dijeron los del comité de créditos?

Habitualmente, los comités de crédito eran cobardes o insensatos; pero uno no podía permitir que eso lo detuviera. En los últimos cinco años, Michael había hallado suficientes inversores para comprar dos edificios de oficinas y estaba a punto de cerrar el trato para un tercero en Wilshire Boulevard. Michael esperaba que la gente se negara y siempre tenía listos sus contraargumentos.

Alrededor de las ocho abrió el vestidor y escogió un pantalón gris y un blazer azul marino. Mientras se hacía el nudo de la corbata de seda roja, caminó por el apartamento yendo de un televisor a otro. La noticia de la mañana eran los fuertes vientos de Santa Ana y el fuego. El incendio de Malibú amenazaba la casa de una estrella del baloncesto. En las montañas había otro incendio fuera de control, y las pantallas de televisión mostraban imágenes de gente metiendo en sus coches álbumes de fotos y ropa.

Tomó el ascensor para bajar hasta el aparcamiento y se metió en su Mercedes. En el momento en que salió de su apartamento se sintió igual que un soldado incorporándose a la batalla para ganar dinero. La única persona en la que podía confiar era Gabriel, pero estaba claro que su hermano menor nunca iba a conseguir un trabajo decente. Su madre estaba enferma, y Michael seguía pagando la quimioterapia. «No te quejes -se dijo-. Sigue luchando.»

Cuando hubiera ahorrado dinero suficiente, se compraría una isla en algún lugar del Pacífico. Ni él ni Gabriel tenían novia en esos momentos, y no sabía qué tipo de mujer sería la adecuada para un paraíso tropical. En su sueño, él y Gabriel montaban a caballo entre las olas de la orilla, y las dos esposas aparecían aún un tanto desenfocadas, de pie sobre unas rocas, vestidas de blanco. El mundo era cálido y soleado, y ellos estarían a salvo de verdad. Para siempre.

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