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Un grueso cable eléctrico iba desde el generador eólico hasta el silo de los misiles. Sophia Briggs siguió el cable por la losa de cemento hasta una rampa que conducía a una zona protegida y dotada de un suelo de acero.

– Cuando guardaban los misiles, la entrada principal se hacía a través de un montacargas, pero el gobierno lo desmontó cuando vendió el terreno al condado. Las serpientes se cuelan de distintas maneras, pero nosotros tendremos que usar la escalera de emergencia.

Sophia dejó la lámpara en el suelo y prendió el queroseno con una cerilla de madera. Cuando la mecha ardió con una llama al rojo blanco, tiró con ambas manos de una compuerta del suelo revelando una escalera metálica que se hundía en la oscuridad. Gabriel sabía que las serpientes reales eran inofensivas para los humanos; aun así no le agradó ver un enorme ejemplar deslizándose peldaños abajo.

– ¿Adónde va?

– A cualquier sitio. Debe de haber entre tres y cuatro mil splendida en el silo. Es su zona de cría. -Sophia bajó un par de escalones y se detuvo-. ¿Le molestan las serpientes?

– No. Pero se me hace raro.

– Todas las nuevas experiencias se hacen raras. El resto de la vida consiste en dormir y en reuniones de comité. Sígame y cierre la puerta tras usted.

Gabriel vaciló unos segundos y a continuación cerró la compuerta. Se hallaba en los primeros peldaños de una escalera de hierro que descendía en espiral alrededor del túnel de un ascensor protegido por una tela metálica. Había dos serpientes reales delante de él y varias más dentro del túnel, moviéndose arriba y abajo por las viejas tuberías como si fueran los ramales de una autopista para serpientes. Los reptiles se deslizaban unos por encima de otros, olfateando el aire con sus lenguas. Siguió a Sophia hacia abajo.

– ¿Ha guiado usted a alguna persona que creyera ser un Viajero?

– En los últimos treinta años he tenido dos alumnos: una chica joven y un hombre mayor. Ninguno de los dos consiguió cruzar, pero puede que fuera mi culpa. -Sophia miró por encima del hombro-. Uno no puede enseñar a nadie a ser un Viajero. Es más un arte que una ciencia. Todo lo que un Rastreador puede hacer es intentar dar con la técnica adecuada para que la gente pueda descubrir su propio poder.

– ¿Y cómo hace eso?

– El padre Morrissey me ayudó a memorizar los Noventa y nueve caminos. Se trata de un libro escrito a mano con noventa y nueve técnicas y ejercicios desarrollados durante años por visionarios de distintas religiones. Para los que no están familiarizados, se trata sólo de magia y espiritismo, de un montón de bobadas explicadas por santos cristianos, judíos estudiosos de la cábala, monjes budistas y todo eso. Sin embargo, los Noventa y nueve caminos no es algo místico. Se trata de una lista de ideas prácticas con un único objetivo: liberar la Luz del cuerpo.

Llegaron al final del túnel del ascensor y se detuvieron ante una formidable puerta de seguridad que seguía colgando de un gozne. Sophia conectó dos cables eléctricos, y una bombilla se encendió cerca de un generador eléctrico abandonado. Abrieron la puerta, se adentraron por un corredor y entraron en un túnel que era lo bastante ancho para que pasara un vehículo de transporte. Las paredes estaban cubiertas de oxidadas y arqueadas vigas que parecían las costillas de un animal. El suelo estaba formado por planchas de hierro. Por encima de sus cabezas colgaban viejos conductos de ventilación y cañerías de agua. Los tubos fluorescentes habían sido desmontados, y la única claridad provenía de seis bombillas corrientes conectadas al mismo cable.

– Éste es el túnel principal -dijo Sophia-. Tiene kilómetro y medio de longitud de punta a punta. Toda la zona es como un enorme lagarto enterrado. En estos momentos nos encontramos en medio del lagarto. Si caminamos hacia el norte, hacia la cabeza, llegaremos al silo nº 1. Las patas delanteras del lagarto son el silo nº 2 y el silo nº 3. Las patas traseras son el centro de control y la zona de alojamiento. Si caminamos hacia el sur, hasta el final de la cola, encontraremos la antena de radio que estaba instalada bajo tierra.

– ¿Dónde están todas las serpientes?

– Bajo el suelo o en las zonas por encima de su cabeza donde pueden reptar. -Sophia lo guió por el túnel-. Resulta muy peligroso explorar este lugar si uno no sabe adónde va. El suelo es hueco por todas partes y está montado sobre amortiguadores para absorber el impacto de una explosión. Hay niveles construidos dentro de otros niveles. En algunos lugares, se puede caer desde muy alto.

Se adentraron por un pasillo lateral hasta llegar a una amplia y redonda estancia. Las paredes estaban hechas de bloques de cemento pintados de blanco, y cuatro tabiques dividían el espacio en zonas de dormir. Una de ellas disponía de un camastro con un saco de dormir, una almohada y un colchón de espuma. A pocos metros de distancia había una segunda lámpara de queroseno, un cubo tapado y tres botellas de agua.

– Esto era el dormitorio del personal. Estuve aquí abajo casi cinco semanas la primera vez que hice un cálculo aproximado de la población de splendida.

– ¿Y se supone que voy a instalarme aquí?

– Sí. Durante ocho días.

Gabriel contempló la desnuda estancia a su alrededor. Le recordaba una prisión.

«Nada de quejas -se dijo-. Haz simplemente lo que te dicen.»

Dejó la mochila en el suelo y se sentó en la cama plegable.

– De acuerdo. Manos a la obra.

Sophia fue de un lado para otro de la estancia recogiendo pedazos de hormigón y tirándolos en un rincón.

– Empecemos por lo básico. Todas las criaturas vivientes llevan en sí un tipo especial de energía que llamamos La Luz. Si quiere puede llamarla «alma». No me preocupan las cuestiones teológicas. Cuando la gente muere, la Luz retorna a la energía que nos rodea, pero en el caso de los Viajeros es diferente: su Luz puede salir y después regresar a sus cuerpos vivientes.

– Maya me dijo que la Luz viaja a otros mundos.

– Sí. La gente los llama dominios o mundos paralelos. De nuevo puede utilizar la acepción que más le guste. Las escrituras de las principales religiones han descrito distintos aspectos de esos dominios. Son la fuente de todas las visiones místicas. Muchos santos y profetas han escrito sobre esos dominios, pero los monjes budistas del Tíbet fueron los primeros que intentaron comprenderlos. Antes de que los chinos lo invadieran, el Tíbet era una teocracia con mil años de existencia. Los campesinos mantenían a los monjes y a las religiosas, que así podían estudiar los relatos de los Viajeros y sistematizar la información. Los seis dominios no son un concepto tibetano o budista. Ocurre simplemente que los tibetanos fueron los primeros en describirlos.

– ¿Y cómo llego hasta allí?

– La Luz se libera del cuerpo, y usted debe moverse ligeramente para que se produzca el proceso. La primera vez resulta sorprendente, casi doloroso. Entonces su Luz tendrá que cruzar cuatro barreras para alcanzar cada uno de los distintos dominios. Las barreras están compuestas de agua, fuego, tierra y aire. No hay un orden concreto para cruzarlas. Una vez su Luz haya encontrado el camino, ya siempre lo recordará.

– Y luego uno entra en los seis dominios. ¿Cómo son?

– Nosotros vivimos en el Cuarto Dominio, Gabriel. Ésa es la realidad de los humanos. ¿Podría decirme cómo es nuestro mundo? ¿Hermoso, horrible, doloroso, emocionante? -Sophia recogió un fragmento de hormigón y lo arrojó a la otra punta de la estancia-. Cualquier realidad con serpientes reales y helado con pepitas de chocolate tiene su lado bueno.

– Pero… ¿y los otros lugares?

– Cada persona puede encontrar vestigios de los demás dominios en su propio corazón. Los dominios están caracterizados por una cualidad en particular. En el Sexto Dominio de los dioses, el pecado es el orgullo. En el Quinto Dominio de los semidioses, el pecado son los celos. Ha de comprender que no estamos hablando de Dios, del poder creador del universo. Según los tibetanos, los dioses y los semidioses son parecidos a seres humanos de otra realidad.

– Y nosotros vivimos en el Cuarto Dominio…

– Donde el pecado es el deseo. -Sophia se dio la vuelta y observó una serpiente real reptando por una cañería-. Los animales del Tercer Dominio son completamente ajenos unos de otros. El Segundo Dominio está habitado por fantasmas hambrientos que nunca llegan a estar satisfechos. El Primer Dominio es una ciudad de odio y furia gobernada por gente sin compasión. Hay otros nombres para ese lugar: Sheol, Hades, el Infierno.

Gabriel se puso en pie igual que un condenado dispuesto a enfrentarse al poste de ejecución.

– Usted es la Rastreadora. Dígame qué debo hacer.

A Sophia Briggs pareció hacerle gracia.

– ¿Está usted cansado, Gabriel?

– Ha sido un largo día.

– Entonces debería irse a dormir.

Sacando un rotulador del bolsillo, Sophia se acercó a una de las paredes.

– Tiene que marcar la diferencia entre este mundo y el de sus sueños. Voy a enseñarle el camino número ochenta y uno. Fue descubierto por un cabalista judío que vivió en la ciudad de Safed, al norte de Galilea.

A continuación, y con ayuda del rotulador, escribió cuatro letras hebreas en la pared.

– Esto es el Tetragrámaton, el nombre de cuatro letras de Dios. Intente mantener esas cuatro letras en la mente cuando se duerma. No piense en usted ni en mí ni en las splendida. Tres veces durante el sueño debe preguntarse: «¿Estoy dormido o soñando?». No abra los ojos, quédese en el mundo del sueño y observe qué ocurre.

– ¿Eso es todo?

Ella sonrió y se dispuso a marcharse de la estancia.

– Es el comienzo.

Gabriel se quitó las botas, se estiró en el camastro y se quedó mirando las cuatro letras hebreas. Era incapaz de pronunciarlas o de leerlas, pero sus formas empezaron a flotar en su mente. Una letra parecía un refugio en caso de tormenta. Un bastón. Otro refugio. Y después una pequeña línea curvada que parecía una serpiente.

Cayó en un profundo sueño y, luego, quedó en una especie de duermevela. No estaba seguro. Contemplaba el Tetragrámaton escrito con arena de color rojo sobre un suelo de pizarra gris. Mientras lo observaba, una ráfaga de viento borró el nombre de Dios.

Gabriel se despertó cubierto de sudor. Algo le había ocurrido a la bombilla del techo, y el dormitorio estaba a oscuras. Una débil claridad provenía del corredor que conducía al túnel principal.

– ¿Hola? -gritó-. ¿Sophia?

– Ya voy.

Gabriel oyó pasos que entraban en el dormitorio. Incluso en la oscuridad, Sophia parecía saber por dónde iba.

– Esto ocurre a menudo. La humedad se filtra por entre el hormigón y estropea las conexiones eléctricas. -Sophia dio un golpecito a la bombilla, y el filamento brilló de nuevo-. Ya está.

Fue hasta el camastro y cogió la lámpara de queroseno.

– Aquí tiene su lámpara. Si se apagan las luces o desea ir a explorar llévela con usted. -Estudió la expresión del rostro de Gabriel-. ¿Qué tal ha dormido?

– Bastante bien.

– ¿Fue consciente de su sueño?

– Casi, pero no pude permanecer en él más rato.

– Todo lleva su tiempo. Venga conmigo y traiga esa espada suya.

Gabriel siguió a Sophia por el túnel principal. No sabía cuánto tiempo había dormido. ¿Era de día o de noche? Se dio cuenta de que la intensidad de las bombillas no dejaba de cambiar. A cincuenta metros por encima de sus cabezas, el viento agitaba las hojas de las yucas y hacía girar la hélice del generador. A veces, el viento soplaba con fuerza y las luces brillaban. Cuando el viento remitía, la única energía provenía de baterías, y los filamentos de las bombillas brillaban con un color naranja oscuro, como las ascuas de un fuego moribundo.

– Quiero que practique el camino diecisiete. Ha traído con usted su espada, así que me parece buena idea. Este camino lo inventaron en China o en Japón, en una cultura de espadas. Enseña a concentrarse sin pensar.

Se detuvieron al final del túnel, y Sophia señaló una mancha de agua en las planchas de metal del suelo.

– Vamos a empezar.

– ¿Qué tengo que hacer?

– Mire hacia arriba, Gabriel, justo encima de usted.

Alzó la vista y vio que una gota de agua se estaba formando en una de las arqueadas vigas del techo. Tres segundos después, la gota cayó y salpicó el suelo de metal ante él.

– Desenfunde su espada y corte la gota en dos antes de que caiga al suelo.

Durante un instante, Gabriel creyó que Sophia se burlaba de él proponiéndole una tarea imposible, pero la mujer no sonreía. Desenfundó la espada de jade. Su pulida hoja destelló en las sombras. Sosteniendo el arma con ambas manos, Gabriel se colocó en una posición kendo y esperó para atacar. La gota del techo se hizo más grande, tembló y cayó. Gabriel blandió la espada y falló el golpe.

– No se adelante -dijo Sophia-. Simplemente esté listo.

La Rastreadora lo dejó solo bajo la viga. Una nueva gota de agua se estaba formando. Iba a caer en dos segundos. Un segundo. Ya. La gota cayó, y Gabriel, lleno de esperanza y ganas, le asestó un tajo.

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