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Los faros de la camioneta barrían la carretera mientras Hollis conducía colina abajo desde el campamento de la congregación.

Maya estaba apoyada contra la portezuela con la espada en el regazo. Desde su llegada a Estados Unidos no había dejado de luchar o huir, y en ese momento se sentía una completa fracasada. Vicki y Gabriel estaban siendo conducidos a la Costa Este en un reactor privado. Al fin, la Tabula había conseguido capturar a los dos Viajeros.

– Tenemos que asaltar el centro de investigación de la Fundación Evergreen -dijo-. Vamos al aeropuerto y allí tomaré un avión hasta Nueva York.

– Eso no es buena idea -respondió Hollis-. Yo no tengo una identificación falsa, y no podremos llevar nuestras armas. Fuiste tú quien me previno contra la Gran Máquina. Lo más seguro es que la Tabula tenga pinchados todos los ordenadores de la policía y haya colgado nuestras fotografías en la categoría de «Fugitivos».

– ¿Podríamos ir en tren?

– Estados Unidos no tiene un sistema ferroviario de alta velocidad como los de Europa o Japón. En tren tardaríamos cuatro o cinco días en llegar.

Maya replicó en tono enojado, mostrando su enfado.

– Entonces, ¿qué se supone que vamos a hacer, Hollis? Tenemos que dar una réplica inmediata.

– Cruzaremos el país en coche. Ya lo he hecho antes. Tardaremos unas setenta y dos horas.

– Eso es demasiado tiempo.

– Supongamos que una alfombra mágica nos llevara hasta el centro de investigación. Aun así tendríamos que averiguar el mejor modo de entrar. -Miró a Maya y sonrió intentando parecer optimista-. Lo único que se necesita para atravesar el país es cafeína, gasolina y un poco de buena música. Mientras estemos en la carretera dispondrás de tres días para idear un plan.

Maya miró al frente sin pestañear. Al cabo de un momento, asintió con un leve movimiento de cabeza. Le molestaba que sus emociones se interpusieran en su capacidad de análisis. Hollis tenía razón, razonaba igual que un Arlequín.

Entre los asientos delanteros había cajas de zapatos llenas de compactos de música. La camioneta tenía dos grandes altavoces y dos reproductores de CD. Cuando entraron en la autopista, Hollis metió un compacto y apretó «Play». Maya esperaba una avalancha de rítmica música house, pero lo que oyó de repente fue al guitarrista gitano Django Reinhardt tocando Sweet Georgia Brown.

Hollis halló ocultas relaciones entre el jazz, el rap, la música clásica y la étnica. Mientras circulaban por las autopistas, sujetaba el volante con la mano izquierda y con la derecha iba pasando de un compacto a otro. Así fue creando una ininterrumpida banda sonora para el viaje, empalmando canción tras canción de modo que un solo del saxo de Charlie Parker se fundía con cánticos de monjes rusos y a continuación con María Callas interpretando un aria de Madame Butterfly.

Los desiertos del oeste y las montañas pasaron ante sus ojos igual que sueños de espacio y libertad. La realidad no formaba parte del paisaje estadounidense; solamente se la hallaba en la presencia de los enormes camiones-remolque que viajaban por las carreteras transportando gasolina, madera o docenas de aterrorizados cerdos que asomaban los hocicos por entre los barrotes de sus jaulas.

Mientras Hollis conducía durante la mayor parte del trayecto, Maya utilizó su teléfono inalámbrico vía satélite y su ordenador portátil para entrar en internet. Localizó a Linden en un chat y le explicó en lenguaje discreto adónde se dirigía. El Arlequín francés estaba en contacto con las nuevas tribus que se estaban formando en Estados Unidos, Europa y Asia, en su mayoría compuestas por jóvenes contrarios a la Gran Máquina. Uno de aquellos grupos se reunía en una página web rebelde llamada el «Club Social de Stuttgart». Aunque ninguno de aquellos piratas informáticos vivía realmente en Stuttgart: el club proporcionaba una cobertura a su identidad y les facilitaba una comunicación instantánea. Linden les pidió que averiguaran todo lo que pudieran acerca del centro de investigación que la Fundación Evergreen tenía en Purchase, cerca de Nueva York.

Lo primero que el Club Social de Stuttgart envió a Maya fueron artículos y reportajes sobre la Fundación Evergreen extraídos de los diarios. Algunas horas después, los miembros del club empezaron a introducirse en los ordenadores de las grandes compañías y las bases de datos del gobierno. Un hacker español llamado Hércules pinchó el ordenador del despacho de arquitectos que había diseñado el proyecto del centro, y los planos originales no tardaron en aparecer en la pantalla de Maya.

– Se trata de un amplio complejo situado en un entorno campestre -explicó Maya pasando las páginas de la información-. Hay cuatro grandes edificios que se levantan alrededor de un cuadrilátero central. En su zona central tiene un bloque sin ventanas.

– ¿Y qué hay de los sistemas de seguridad? -preguntó Hollis.

– Es como una moderna fortaleza. Está rodeada de un muro de tres metros de altura y tiene cámaras de seguridad.

– Nosotros contamos con una ventaja. Apuesto a que la Tabula está confiada y tan orgullosa de sí misma que no espera un asalto. ¿Hay alguna manera de entrar sin hacer saltar las alarmas?

– El edificio destinado a la investigación genética tiene cuatro plantas subterráneas. Hay cañerías, cables eléctricos y conductos de aire acondicionado que se meten por túneles bajo el suelo. Uno de los puntos de mantenimiento del sistema de ventilación se encuentra dos metros más allá del muro.

– Parece prometedor.

– Vamos a necesitar herramientas para poder entrar.

Hollis introdujo un nuevo compacto, y los altavoces de las puertas escupieron música dance de un grupo llamado Funkadelic.

– ¡No hay problema! -gritó para hacerse oír mientras el ritmo los empujaba a través de los inmensos paisajes.

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