27

A la mañana siguiente, Vicki se levantó temprano y preparó café y galletas para todos. Después de desayunar, salieron y Hollis examinó la furgoneta de Maya. Echó un litro de aceite en el motor y le cambió las matrículas por las del vehículo abandonado de un vecino. A continuación, rebuscó en los armarios y salió con unas cuantas botellas de agua, ropa extra para Gabriel, una larga caja de madera para esconder la escopeta y un mapa de carreteras que les mostraría la ruta hasta el sur de Arizona.

Maya sugirió que cargaran la moto en la parte de atrás de la furgoneta, al menos hasta que salieran de California, pero Gabriel rechazó la idea.

– Estás exagerando -le dijo-. En estos momentos debe de haber cientos de miles de vehículos circulando por las carreteras de Los Ángeles. No veo cómo podría localizarme la Tabula.

– El que realiza la búsqueda no es un ser humano, Gabriel. La Tabula puede acceder a las cámaras de vigilancia que hay en los postes de señalización. En estos momentos, hay en marcha un programa de escaneo que está procesando las imágenes y buscando la matrícula de tu moto.

Tras cinco minutos de discusión, Hollis encontró un trozo de cuerda de nailon en su garaje y lo utilizó para atar la mochila de Gabriel a la parte trasera de la moto. Aparentaba ser una forma natural de cargar con la mochila, pero de paso también ocultaba la placa. Gabriel asintió y puso en marcha el vehículo mientras Maya subía a la furgoneta, bajaba la ventanilla y hacía un gesto afirmativo a Hollis y Vicki.

En esos momentos, la joven ya estaba acostumbrada a los modales de los Arlequines. A Maya le resultaba difícil decir «gracias» o «hasta otra». Quizá su actitud se debiera al orgullo o fuera simple rudeza, pero para Vicki había otro motivo. Los Arlequines habían aceptado una pesada obligación: defender a los Viajeros con la vida. Establecer amistad con alguien que no fuera de su mundo podía incrementar la carga. Ésa era la razón de que prefirieran contratar mercenarios a los que podían despedir.

– A partir de ahora has de tener mucho cuidado -le dijo Maya a Hollis-. La Tabula ha desarrollado un sistema de rastreo de las transacciones electrónicas. También están experimentando con segmentados, animales modificados genéticamente para matar personas. Tu mejor estrategia consistirá en ser disciplinado y a la vez imprevisible. Los ordenadores de la Tabula tienen dificultades a la hora de calcular ecuaciones que incluyan elementos aleatorios.

– Tú ocúpate de enviar el dinero -contestó Hollis abriendo la verja-. No te preocupes por mí.

Gabriel salió el primero, y Maya lo siguió. La furgoneta y la moto bajaron lentamente por la calle, giraron en la esquina y se perdieron de vista.

– ¿Qué opinas? -preguntó Vicki-. ¿Crees que estarán a salvo?

Hollis se encogió de hombros.

– Gabriel siempre ha llevado una vida muy independiente. No sé si va a aceptar las órdenes de una Arlequín.

– ¿Y qué opinas de Maya?

– En el circuito de lucha de Brasil, te sitúas en medio del ring antes de un combate. Luego, el árbitro presenta a los contendientes y miras a los ojos a tu adversario. Hay gente que opina que la pelea se ha terminado en ese momento porque hay uno que está fingiendo ser valiente mientras que el ganador está mirando a través del otro.

– ¿Y Maya es así?

– Acepta la posibilidad de morir, y no parece asustarla. Ésa es una gran ventaja para un guerrero.

Vicki ayudó a Hollis a recoger la cocina y a lavar los platos. Él le preguntó si le gustaría acompañarlo a su escuela y recibir su primera clase de capoeira a las cinco de la tarde, pero Vicki rehusó y le dio las gracias. Era hora de regresar a casa.

Durante el viaje en coche no se dirigieron la palabra. Hollis no dejó de observarla, pero ella no le devolvió las miradas. Cuando aquella mañana se había ido a duchar, Vicki había cedido a la curiosidad y registrado el baño igual que un detective. En el cajón de debajo del lavamanos había encontrado un camisón limpio, un spray de laca para el pelo, compresas y cinco cepillos de dientes por estrenar. No esperaba que Hollis hubiera hecho voto de castidad, pero cinco cepillos de dientes, cada uno en su estuche, sugería una serie interminable de mujeres desnudándose y desfilando por su cama. Luego, a la mañana siguiente, Hollis las devolvería a su casa, tiraría los cepillos usados y vuelta a empezar.

Cuando llegaron a su calle cerca de Baldwin Hills, Vicki pidió a Hollis que aparcara en la esquina. No quería que su madre la viera en el coche y saliera corriendo de casa. Josetta supondría lo peor de Hollis: que la rebelión de su hija había sido causada por su relación secreta con aquel hombre.

Se volvió hacia él.

– ¿Cómo vas a convencer a la Tabula de que Gabriel sigue en Los Angeles?

– No tengo un plan preciso, pero ya se me ocurrirá algo. Antes de que Gabriel se marchara, grabé su voz en una cinta. Si lo oyen haciendo una llamada local supondrán que sigue en la ciudad.

– Y luego, ¿qué harás?

– Coger el dinero y adecentar mi escuela. Necesitamos un sistema de aire acondicionado porque el propietario del inmueble no quiere soltar la pasta.

Vicki debió de mostrar su decepción ante la mal disimulada actitud de fastidio de Hollis.

– ¡Vamos ya, Vicki, no te comportes como una meapilas! En las últimas veinticuatro horas no has sido así.

– ¿Y cómo es una meapilas?

– Haciendo siempre juicios morales. Citando a Isaac T. Jones a la mínima oportunidad.

– Sí, me olvidaba que tú no crees en nada.

– Creo en ver las cosas con claridad. Y me parece que está muy claro que la Tabula tiene toda la pasta y todo el poder. Hay más de una posibilidad de que localicen a Gabriel y a Maya. Ella es una Arlequín, así que no se rendirá. -Hollis meneó la cabeza-. Predigo que dentro de unas semanas habrá muerto.

– ¿Y no piensas hacer nada?

– No soy un idealista. Dejé la iglesia hace mucho. Tal como te dije, acabaré el trabajo, pero no voy a luchar por una causa perdida.

Vicki apartó la mano del tirador y se encaró con él.

– Dime, Hollis, ¿de qué te ha servido todo tu entrenamiento? ¿Para hacer dinero? ¿Eso es todo? ¿No deberías estar luchando por algo que ayudara a los demás? La Tabula quiere capturar y controlar a cualquiera que pueda ser un Viajero, y desean que los demás nos comportemos como robots, obedeciendo a los rostros que aparecen en la televisión y odiando y temiendo a gente que nunca hemos visto.

Hollis hizo un gesto de indiferencia.

– No digo que no tengas razón, pero eso no cambia nada.

– Y si se desencadena una gran batalla, ¿de qué lado estarás tú?

Vicki puso la mano en el tirador, dispuesta a marcharse; pero Hollis extendió la suya y se la acarició. Con un simple y suave tirón la atrajo hacia él, se inclinó y la besó en los labios. Fue como si la luz fluyera entre los dos y por un instante se fundieran en uno. Vicki se apartó y abrió la portezuela.

– ¿Te gusto? -preguntó él-. Reconoce que te gusto.

– Deuda No Pagada, Hollis. Deuda No Pagada.

Vicki corrió por la acera y acortó a través de un jardín vecino hasta la entrada de su casa.

«No te detengas -se dijo-. No mires atrás.»

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