Al cabo de una hora estaban terminando la excelente cena que había preparado el chef personal de Bagger. Él tomó el vaso de bourbon, y Annabelle y Leo, el vino; después, se aposentaron en unos cómodos sillones de cuero junto a una parpadeante chimenea, de gas.
Bagger le había tomado la palabra a Annabelle e hizo que los cachearan para ver si llevaban micrófonos ocultos.
– Muy bien, ya tenemos la barriga llena y el hígado bien empapado de alcohol. Contadme -ordenó Bagger. Levantó un dedo-. Primero, qué os habéis propuesto; luego me habláis del dinero.
Annabelle se recostó en el asiento con la bebida en la mano y miró a Leo.
– ¿Recuerda el Irán-Contra?
– Vagamente.
– En algunas ocasiones se vela mejor por los intereses de Estados Unidos ofreciendo ayuda a países y ciertas organizaciones que no gozan del apoyo popular en el país.
– ¿Cómo? ¿Dando armas a Osama para que ataque a los rusos? -se burló.
– Es elegir un mal menor. Pasa continuamente.
– ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
– Tenemos dinero de fuentes muy discretas, algunas privadas; pero hay que valerse de ciertos artificios antes de poder utilizarlo -explicó Annabelle, dando un sorbo al vino.
– Quieres decir blanquear-dijo Bagger.
Ella sonrió de forma evasiva.
– No, quiero decir valerse de artificios.
– Sigo sin pillar la conexión.
– El Banco del Caribe. ¿Lo conoce?
– ¿Debería?
– ¿No es ahí donde deposita parte del dinero del casino? -intervino Leo-. Están especializados en hacer desaparecer el dinero, pero sale caro. Sin impuestos.
Bagger se había levantado a medias del asiento.
– Saber cosas de éstas forma parte de nuestro trabajo -dijo Annabelle-. No se lo tome como un asunto personal. No es la única persona de quien tenemos un archivo.
Bagger volvió a sentarse y observó el pelo de punta de Annabelle.
– No tienes pinta de espía.
– Pues precisamente de eso se trata, ¿no? -respondió ella amablemente. Se levantó y se sirvió otra copa de vino.
– A ver, ¿cómo sé que sois legales? Llame a quien llame, nadie ha oído hablar de vosotros. ¿En qué situación me coloca eso?
– El dinero mueve montañas, y las gilipolleces, no -sentenció ella mientras volvía a sentarse.
– ¿Y eso qué significa exactamente?
– Significa que llame a su asesor financiero.
Bagger la miró con suspicacia durante unos instantes, antes de coger el teléfono.
El hombre apareció al cabo de un minuto.
– ¿Sí, señor?
Annabelle extrajo un trozo de papel del bolsillo y se lo tendió.
– Entra en esta cuenta con el ordenador. Está en El Banco del Caribe. Es una contraseña de un solo uso junto con el número de cuenta. Luego vuelve aquí y dile al señor Bagger cuál es el saldo.
El hombre miró a Bagger y éste asintió. Se marchó y volvió al cabo de unos minutos.
– ¿Y bien? -preguntó Bagger con impaciencia.
– Tres millones doce mil dólares y dieciséis centavos, señor.
Bagger observó a Annabelle, por fin con respeto. Hizo señas a su asesor para que se marchara.
– Vale, ahora soy todo oídos -dijo, en cuanto se hubo cerrado la puerta.
– Para despejar las dudas de la gente, solemos hacer una o varias pruebas, según el caso.
– Eso ya me lo has dicho. ¿En qué consisten?
– Ingresa dinero en El Banco durante dos días en la cuenta que designemos; recibe los intereses y luego el dinero vuelve a su cuenta normal del banco.
– ¿De cuánto dinero estamos hablando?
– Lo normal es un millón. El dinero que transfiere se «mezcla» con otros fondos. Al cabo de dos días, usted se va con doscientos mil dólares de beneficio. Si quiere, puede hacerlo cada dos días.
– ¿Mezclado? ¿No te estarás refiriendo a los «artificios»? -dijo Bagger.
Annabelle alzó la copa.
– Aprende rápido.
Pero Bagger la miraba con mala cara.
– ¿Pretendes que ingrese un millón de pavos en una cuenta que tú designes y que espere dos días a que mi dinero más los intereses vuelvan a mí volando? ¿Me has visto cara de imbécil?
Annabelle se sentó a su lado y le tocó el brazo con suavidad.
– ¿Sabes qué, Jerry? Puedo llamarte Jerry, ¿verdad?
– Por ahora, te lo consiento.
– Durante los dos días en los que tu dinero está flotando por ahí, mi socio y yo permaneceremos en tu hotel bajo la estrecha vigilancia de tus hombres noche y día. Si el dinero no vuelve a tu cuenta con los intereses acordados como te estoy diciendo, podrás hacer con nosotros lo que quieras. Y no sé tú; pero yo, independientemente de que sea funcionaría o no, aprecio mi vida demasiado para renunciar a ella por un puñado de dólares que ni siquiera veré.
El la miró de arriba abajo, meneó la cabeza, se levantó y se acercó a la ventana para mirar por el cristal blindado.
– Ésta debe de ser la mayor locura que he oído en mi vida. Y yo estoy mal de la cabeza por escucharla siquiera.
– No es una locura, teniendo en cuenta cómo está el mundo. Hay que hacer cosas para proteger el país, con actos que no siempre son totalmente legales ni están bien vistos. ¿Qué ocurriría si el pueblo estadounidense supiera lo que pasó realmente? -Se encogió de hombros-. Pero mi trabajo no consiste en preguntar. Mi misión es asegurarme de que el dinero llega adonde tiene que llegar. A cambio de tu ayuda, recibes una prima extraordinaria, así de simple.
– Pero las transacciones se hacen por medios electrónicos. ¿Por qué hay que blanquear el dinero?
– Los dólares digitales también se pueden rastrear, Jerry. De hecho, es más fácil que con el dinero contante y sonante. Hay que mezclar los fondos con otras fuentes de dinero que no son del Gobierno. Todo se blanquea de forma electrónica, más o menos como limpiar las huellas dactilares de una pistola. Así, los fondos pueden ir adonde se necesitan.
– ¿Y dices que en Las Vegas ya están haciendo esto? O sea que, si llamo y pregunto…
Lo interrumpió:
– No te dirán nada porque han recibido órdenes de no hablar. -Se levantó y se colocó a su lado-. Esto supone un beneficio increíble para ti, Jerry, pero también tiene un inconveniente. Y voy a dejártelo claro, porque debes saberlo. -Annabelle lo llevó otra vez al sofá-. Si alguna vez ciertas personas se enteran de que le has contado a alguien este trato…
Bagger se echó a reír.
– No me amenaces, niña. El arte de la intimidación lo inventé yo.
– Esto no es intimidación, Jerry -repuso ella con voz queda y mirándolo de hito en hito-. Si le cuentas a alguien lo de este trato, irán a por ti. Unos hombres que no temerán a nadie que pudieras contratar para que te proteja. No se rigen por las leyes de este país, y matarán a cualquier persona que tenga relación contigo por remota que sea: hombres, mujeres o niños. Luego irán a por ti. -Se calló para que asimilara sus palabras-. Llevo mucho tiempo metida en esto y he hecho ciertas cosas que incluso a ti te sorprenderían; pero se trata de hombres con los que jamás querría encontrarme, aunque estuviera rodeada de un escuadrón de la unidad de militares de élite. No son la crème de la crème, Jerry. Son la escoria de la escoria. Y tu último pensamiento será sobre cómo es posible llegar a sentir tanto dolor.
– ¡Esos matones están a sueldo de nuestro Gobierno! No me extraña que estemos tan jodidos -explotó Bagger. Cuando tomó un sorbo del bourbon, tanto Annabelle como Leo se dieron cuenta de que la mano le temblaba un poco-. Así que por qué coño iba yo a…-empezó a decir Bagger.
Adelantándose a lo que iba a decir, Annabelle lo interrumpió:
– Pero ya he informado a mis superiores de que Jerry Bagger no hablará. Se limitará a recoger sus pingües beneficios y mantendrá la boca cerrada. No tiro dardos a nombres en la pared, Jerry. Los tipos como tú son perfectos para nuestros propósitos. Tienes cerebro, agallas, dinero, y no te importa jugar con armas de doble filo. -Miró a Bagger fijamente y añadió-: Odiaría tener que presentar la propuesta a otro casino, Jerry, pero mi misión está clara.
Al cabo de un minuto, Bagger sonrió y le dio una palmadita en la pierna.
– Yo soy tan patriota como el que más. Así que, qué coño, adelante.