Se reunieron en la casita de Stone aquella misma noche, y Annabelle y Milton les detallaron los pormenores del encuentro con los arquitectos. Confiando en su increíble memoria, Milton había dibujado un plano detallado de las ubicaciones de la sala antiincendios y del conducto de ventilación.
Caleb observó los dibujos con atención.
– Sé dónde está exactamente. Creía que era un trastero.
– ¿Está cerrado con llave? -preguntó Stone.
– Supongo que sí.
– Estoy seguro de que tengo llaves que servirán -repuso Stone.
Caleb parecía estupefacto:
– ¿Llaves? ¿A qué te refieres?
– Creo que se refiere a que piensa forzar la cerradura del trastero -dijo Annabelle.
– Oliver, no lo dirás en serio. Pese a no estar del todo convencido, dejé que te hicieras pasar por un investigador alemán para acceder a la cámara; pero no pienso robar en la Biblioteca del Congreso.
Annabelle miró a Stone con expresión de respeto.
– ¿Fingiste ser un investigador alemán? Impresionante.
– Por favor, no lo alientes -espetó Caleb-. Oliver, soy un empleado federal.
– ¿Y te lo hemos reprochado? -bromeó Reuben.
– Caleb, si no entramos en esa sala, no habrá servido de nada arriesgarse para conseguir los planos. -Stone señaló los dibujos-. Se ve claramente que el conducto de ventilación que va a la cámara también se encuentra en la sala antiincendios. Podemos comprobar ambas cosas a la vez.
Caleb negó con la cabeza.
– Esa sala da al pasillo principal del sótano. Suele haber mucha gente. Nos pillarán.
– Si nos comportamos como si tuviéramos motivos para estar allí, nadie se fijará en nosotros.
– Tiene razón, Caleb -dijo Annabelle.
– Yo también iré -añadió Reuben-. Estoy cansado de perderme lo más emocionante.
– ¿Y nosotros? -preguntó Milton.
– No puedo entrar rodeado de un ejército de personas -se lamentó Caleb.
– Seremos el equipo de apoyo, Milton. Todo plan necesita tener en cuenta las contingencias -dijo Annabelle.
Stone la miró con expresión extraña.
– De acuerdo, seréis el equipo de apoyo. Iremos esta noche.
– ¡Esta noche! -exclamó Caleb-. Por lo menos necesitaría una semana para armarme de valor. Soy un gallina. Empecé de bibliotecario en una escuela primaria, pero no aguantaba la presión.
– Puedes hacerlo, Caleb -le alentó Milton-. Hoy me sentía como tú, pero no es tan difícil engañar a la gente. Si soy capaz de enredar a unos arquitectos, seguro que tú puedes hacerlo en el trabajo. ¿Acaso te preguntarán algo que no sepas responder?
– Oh, no lo sé, ¿cómo puede ser que acepte hacer eso? -repuso Caleb-. Además, el edificio ya estará cerrando para cuando lleguemos.
– ¿Podríamos entrar con tu carné?
– No lo sé. Puede que sí, puede que no -respondió con evasivas.
– Caleb -dijo Stone con calma-. Tenemos que hacerlo.
Caleb suspiró.
– Lo sé. Lo sé. -Añadió con brusquedad-: Al menos, permitidme que me dé el gusto de fingir que me opongo.
Annabelle le puso la mano en el hombro y sonrió.
– Caleb, me recuerdas a alguien que conozco. Se llama Leo. Le gusta quejarse y lamentarse y se comporta como un cobardica, pero al final siempre se sale con la suya.
– Supongo que eso es un cumplido -dijo Caleb forzadamente.
Stone se aclaró la garganta y abrió uno de los diarios que había traído consigo.
– Creo que he averiguado, en parte, a qué nos enfrentamos.
Todos lo escucharon con atención. Antes de empezar a dar explicaciones, Stone encendió la radio portátil y sintonizó una emisora de música clásica.
– Por si han puesto micrófonos en la casa -dijo. Se aclaró la garganta de nuevo y les contó lo de la visita a la casa destruida de Bradley-. Se lo cargaron y luego volaron la casa por los aires. Al principio pensé que era para seguir recurriendo al subterfugio del grupo terrorista. Ahora creo que podría existir otro motivo: pese a su reputación de hombre honrado, Bob Bradley era un político corrupto. Y las pruebas de esa corrupción desaparecieron con la explosión.
– Imposible -dijo Caleb-. El criminal no era Bradley, sino su predecesor. A Bradley lo ascendieron a lo más alto para que hiciera una buena limpieza.
Stone meneó la cabeza.
– Por lo que he visto en Washington, el cargo de presidente no se consigue gracias a un programa basado en la anticorrupción, sino ganándose el respaldo de poderosos y cultivando alianzas con el paso de los años. De todos modos, el ascenso de Bradley fue inusual. Si el dirigente de la mayoría no hubiera sido acusado junto con el ex presidente, el cargo habría sido suyo. Pero la reputación de la dirección estaba tan manchada que Bradley tuvo que desempeñar el papel del sheriff recién llegado que viene a limpiar la ciudad. Y no me refiero a esa clase de corrupción.
»El cargo de presidente de Bradley -prosiguió-dejaba en un segundo plano su otro puesto importante, el de presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara. A Bradley se le habría informado de cualquier operación secreta llevada a cabo por las agencias de inteligencia estadounidenses, incluidas la CIA, la ASN y el Pentágono. Su gabinete y él habrían estado al tanto de secretos y documentos clasificados por los que nuestros enemigos matarían. -Stone pasó las páginas del diario-. Durante los últimos años ha habido numerosos casos de espionaje contra las agencias de inteligencia estadounidenses, algunos de los cuales han supuesto la muerte de agentes secretos, cuatro en el ejemplo más reciente, que la prensa identificó como enlaces del Departamento de Estado. Según las fuentes de Reuben, la realidad es mucho peor de lo que informan los medios.
– ¿Estás diciendo que Bradley era un espía? -preguntó Milton.
– Es una posibilidad.
– Pero, si Bradley cooperaba con los enemigos de Norteamérica, ¿por qué iban a querer matarlo? -preguntó Caleb.
– Hay dos posibilidades -respondió Stone-. Tal vez pidió más dinero a cambio de la información que proporcionaba y decidieron matarlo. O…
– O lo matamos nosotros.
Stone la miró y asintió. Los demás parecían perplejos.
– ¿Nosotros? ¡¿Nuestro Gobierno?! -exclamó Caleb.
– ¿Por qué matarlo? ¿Por qué no llevarlo a los tribunales? -quiso saber Milton.
– Porque habría que revelar todos los secretos -respondió Stone.
– Y tal vez la CIA y el Pentágono no quieran que la gente sepa que los malos les ganaron -añadió Reuben.
– La CIA no es famosa por su compasión -dijo Stone lacónicamente-. Ni siquiera el presidente de la Cámara se salvaría de su lista de objetivos.
– Pero, si nuestro Gobierno es responsable, ¿quiénes te secuestraron y torturaron, Oliver? -preguntó Milton.
Annabelle lo miró de hito en hito.
– ¿Te torturaron?
– Varias personas muy curtidas me interrogaron a fondo.
– ¿Te interrogaron a fondo? Trataron de ahogarte -le espetó Caleb-echándote agua.
Reuben le dio una fuerte palmada en la pierna.
– ¡Echándole agua! Por Dios, Caleb, eso es lo que hacen a los payasos en el circo. A Oliver lo sumergieron inmovilizado en el agua, y te aseguro que no es lo mismo.
– Respecto a tu pregunta, Milton, no sé cuál es el papel de mis secuestradores en todo esto. Si nuestro Gobierno asesinó a Bradley, no tiene sentido que les interesara saber qué habíamos averiguado. Ya lo sabían.
– Tendría sentido si la agencia que mató a Bradley lo hubiera hecho por su cuenta, y otra agencia tratara de estar al día -sugirió Annabelle-. Tal vez haya dos agencias enfrentadas.
Stone la miró con respeto.
– Interesante teoría; aunque, ahora mismo, no sabemos cómo nos afecta.
– ¿Todavía crees que tiene que ver con la muerte de Jonathan? -preguntó Annabelle.
– Cornelius Behan ha sido el denominador común desde el principio -dijo Stone-. La visita a la biblioteca y el interés en el sistema antiincendios consolida nuestras sospechas. Ese es el vínculo con Jonathan. Cornelius Behan. Y, para llegar al fondo del asunto, tenemos que averiguar cómo murió Jonathan.
– O sea, que tenemos que entrar de forma subrepticia en la Biblioteca del Congreso -se lamentó Caleb.
Stone le puso la mano en el hombro.
– Por si te sirve de consuelo, no sería la primera vez que allano un edificio gubernamental.