Capítulo 68

Alex Ford y un ejército de agentes llegaron al cabo de un minuto. Sorprendentemente, Albert Trent seguía con vida, aunque estaba muy malherido. El fajo de documentos de viaje que llevaba en el bolsillo de su chaqueta había bloqueado parcialmente la bala. Se lo llevaron en ambulancia. Chambers hizo una exposición detallada de los hechos a la policía, contando todo lo que ya había explicado a los demás. Mientras se llevaban a Chambers, se dirigió a Caleb.

– Te ruego que cuides del Libro de los Salmos.

La respuesta de Caleb sorprendió a todo el mundo, quizás a él al que más.

– No es más que un libro, Monty o Vincent o quién diablos seas en realidad. Preferiría mil veces tener a Jonathan vivito y coleando que este montón de páginas viejas.

Levantó el inestimable Libro de los Salmos antes de introducirlo sin miramientos en la caja.

Ahora que la trama se había revelado, quedaba claro que la mayoría de las deducciones de Stone y los demás eran correctas. Brad-ley había sido asesinado porque estaba a punto de obligar a Trent a abandonar el gabinete del comité, con lo cual él y Seagraves no habrían podido continuar su aparentemente inocente relación; y Be-han había sido asesinado porque descubrió que habían matado a Jonathan con el CO2 robado de su empresa.

Gracias a las explicaciones de Chambers, también habían descubierto que uno de los hombres de Trent, que había conseguido un trabajo en Fire Control, Inc., había entrado en la cámara de la sala de lectura y había colocado una camarita en el tubo de ventilación con el pretexto de ajustar la boquilla del gas que estaba ubicada allí.

Annabelle y Caleb no lo vieron en la cinta que analizaron porque ocurrió un sábado, cuando la sala estaba cerrada, y la cámara no estaba grabando. Sin embargo, habían visto algo que por supuesto era mucho más importante: el juego de manos de Jewell English con las gafas, lo cual al final les había conducido a la verdad.

Habían apostado a un hombre en la sala de almacenamiento de halón del sótano para que esperara a que DeHaven entrara en la zona de la muerte. Por desgracia, el segundo día, había entrado en ella y su vida terminó antes de que pudiera contar lo que había visto. Chambers reconoció que había ido a la cámara más tarde y que había retirado el dispositivo de grabación.

Milton recitó las letras en clave a los representantes de la ASN, que descifraron el mensaje. Por lo poco que contaron a Stone y a los demás, el código se basaba en una fórmula de encriptación de siglos de antigüedad. Era fácil de descodificar con las técnicas para descifrar mensajes modernas y el enorme potencial informático, pero Seagraves sin duda supuso que nadie sospecharía jamás que Monty Chambers, Norman Janklow y Jewell English fueran espías. Además, todos los textos en clave modernos se generaban electrónicamente, con lo cual se necesitaban claves con números muy largos para que fueran seguros frente a las agresiones por la fuerza bruta y otros ataques informáticos, y no se habrían podido reproducir exactamente en un libro antiguo.

Trent se había recuperado de sus heridas y estaba muy ocupado hablando, sobre todo cuando le dijeron que el Gobierno intentaba a toda costa condenarle a pena de muerte. Entre otras cosas, explicó el importante papel que desempeñaba Roger Seagraves como líder de la red de espionaje. Ahora que conocían la implicación de éste, el FBI estaba investigando a todo aquel que tuviera relación con él, por remota que fuera; seguramente pronto detendrían a más gente.

También habían registrado la casa de Seagraves y habían encontrado la habitación con la «colección». Aunque aún no sabían lo que representaban los objetos, cuando lo supieran, las cosas se complicarían de verdad, porque muchos artículos pertenecían a las víctimas asesinadas por Seagraves mientras trabajaba para la CIA.

Stone habló largo y tendido con Ford, los miembros del FBI y los dos agentes de Washington con los que Caleb se había visto las caras en la biblioteca.

– Sabíamos que había una red de espionaje en la ciudad, pero nunca fuimos capaces de encontrar el núcleo. Por supuesto, jamás pensamos que la Biblioteca del Congreso estuviera implicada-dijo un agente del FBI.

– Bueno, nosotros jugábamos con ventaja -respondió Stone.

– ¿Qué teníais? -preguntó el agente sorprendido.

– Un bibliotecario muy bien formado que se llama Caleb Shaw -respondió Alex Ford.

Uno de los agentes le guiñó el ojo.

– Ya, Shaw. Es bueno, ¿verdad? Pensé que era un poco, bueno, nervioso.

– Digamos que su falta de coraje queda más que compensada por su… -dijo Stone.

– ¿Suerte? -le cortó el agente.

– Atención a los detalles.

Dieron las gracias a Stone por su ayuda y dejaron abierta la posibilidad de seguir cooperando en el futuro.

– Si alguna vez necesitas ayuda, dínoslo -dijo uno de los agentes del FBI, entregándole una tarjeta a Stone con un número de teléfono.

Stone se guardó la tarjeta en el bolsillo pensando: «Espero de veras no necesitar jamás ayuda tan desesperadamente.»Después de que la situación se calmara un poco, todos se reunieron en la casita de Stone. Ahí fue donde Caleb levantó el Libro de los Salmos y pidió a Annabelle que le contara la verdad.

Ella respiró profundamente y empezó la explicación.

– Sabía lo mucho que a Jonathan le gustaban los libros, y un día le pregunté qué libro tendría si pudiera escoger entre todos los libros del mundo. Me dijo que el Libro de los Salmos. Me informé sobre el libro y descubrí que todos estaban en poder de distintos organismos, pero había uno que parecía mejor que los demás.

– Deja que lo adivine. ¿ La Old South Church de Boston? -apuntó Caleb.

– ¿Cómo lo sabes?

– Es más fácil acceder allí que a la Biblioteca del Congreso o Yale, al menos eso espero.

– Bueno, el caso es que fui allí con un amigo mío y les dije que éramos estudiantes universitarios que estábamos haciendo un trabajo sobre libros famosos.

– Y le dejaron verlo -dijo Caleb.

– Sí, e incluso sacarle fotos y todo eso. Tengo otro amigo que es un genio haciendo falsi… quiero decir, muy manitas.

– ¿O sea que falsificó un Libro de los Salmos? -exclamó Caleb.

– Era una copia genial. Era imposible notar la diferencia -dijo Annabelle emocionada, aunque su expresión cambió cuando vio la mirada enfadada de su amigo-. Bueno, regresamos y pegamos el cambiazo.

– ¿Pegasteis el cambiazo? -repitió Caleb, enrojeciendo-. Es uno de los libros más singulares de la historia de este país, ¿y pegasteis el cambiazo?

– ¿Por qué no le diste a DeHaven la copia? -preguntó Stone.

– ¿Dar un libro falso al hombre al que amaba? Ni hablar.

– No puedo creer lo que estoy oyendo -confesó Caleb, dejándose caer en una silla.

Antes de que se pusiera aún más de los nervios, Annabelle se apresuró a contar el resto de su historia.

– Cuando le di el libro, Jonathan se quedó sorprendido. Por supuesto, le dije que se trataba de una copia que había hecho para él. No sé si me creyó. Creo que llamó a varios sitios para comprobarlo, y supongo que llegó a la conclusión de que no me dedicaba a algo del todo respetable.

– ¿En serio? Seguro que le pareció estupendo -espetó Caleb.

Annabelle le ignoró.

– Como la iglesia no sabía que su libro era falso y no faltaba ningún Libro de los Salmos, supongo que Jonathan finalmente pensó que le estaba contando la verdad. Estaba tan contento… Aunque sólo era un libro viejo.

– ¡Un libro viejo!

Caleb estaba a punto de explotar, pero Stone le puso la mano en el hombro.

– No marees la perdiz, Caleb.

– ¿La perdiz? -farfulló Caleb.

– Lo devolveré -explicó Annabelle.

– ¿Perdona? -dijo Caleb.

– Llevaré el libro y volveré a dar el cambiazo.

– No lo dices en serio.

– Lo digo muy en serio. Lo he cambiado una vez, así que puedo cambiarlo de nuevo.

– ¿Y qué pasará si te pillan?

Miró a Caleb con compasión.

– Soy mucho mejor ahora que entonces -dijo. Se dirigió a Milton-:¿Quieres ayudarme a hacerlo?

– ¡Claro! -exclamó Milton entusiasmado.

– ¡Te prohíbo rotundamente que participes en un delito tan grave! -exclamó Caleb furioso.

– Caleb, ¿quieres tranquilizarte? No es un delito grave porque vamos a devolver el libro auténtico, ¿no? -exclamó Milton.

Caleb empezó a decir algo y luego se calmó rápidamente.

– No, supongo que no.

– Me encargaré de los detalles -dijo Annabelle-. Sólo necesito que me des el libro, Caleb.

Annabelle alargó la mano para cogerlo; pero Caleb lo agarró, abrazándolo inmediatamente.

– ¿No puedo quedármelo hasta el día que lo necesites? -preguntó, pasando la mano por la cubierta.

– Le dijiste a Monty Chambers que no era más que un libro -le recordó Reuben.

Caleb parecía abatido.

– Ya lo sé. No he pegado ojo desde que lo dije. Creo que las hadas de los libros me han maldecido -añadió tristemente.

– Bueno -dijo Annabelle-. Por ahora, quédatelo.

Reuben miró a Annabelle esperanzado.

– Bueno, ahora que ya se ha acabado la diversión, ¿quieres salir conmigo algún día? ¿Esta noche, por ejemplo?

Annabelle sonrió.

– ¿Te importa que lo dejemos para otro día, Reuben? Aunque te agradezco la oferta.

– No será la última, señorita -respondió, besándole la mano.

Después de que los otros se marcharan, Annabelle se fue con Stone, que había ido a trabajar al cementerio.

Mientras estaba lavando una lápida, ella recogió las malas hierbas en una bolsa de plástico.

– No tienes que quedarte para ayudarme -le dijo-. Trabajar en un cementerio no es exactamente el tipo de vida que me imagino para alguien como tú.

Annabelle puso los brazos en jarras.

– ¿Y qué tipo de vida te imaginas para alguien como yo?

– Marido, hijos, una bonita casa en una zona residencial, formar parte de la AMPA, quizás un perro…

– Estas de broma, ¿no?

– Sí, estoy de broma. Bueno, ¿y ahora qué?

– Bueno, tengo que devolver el libro para que Caleb me deje tranquila.

– ¿Y luego?

Se encogió de hombros.

– No me gusta hacer planes de futuro.

Cogió otra esponja, se arrodilló y empezó a ayudar a Stone a limpiar el poste indicador de la sepultura. Más tarde, después de haber cenado lo que Annabelle había preparado, se sentaron en el porche a charlar.

– Me alegro de haber vuelto -dijo, mirando a Stone.

– Y yo, Annabelle -respondió Stone.

Ella sonrió al oír cómo utilizaba su nombre verdadero.

– Ese tío, Seagraves, te llamó un Triple Seis. ¿De qué iba eso?

– Eso fue hace unos treinta años -explicó Stone.

– Vale. Todos tenemos secretos. Bueno, ¿piensas marcharte de aquí? -le preguntó.

Stone negó con la cabeza.

– El «aquí» tiende a enganchar con el tiempo -se limitó a decir.

«Quizá sí», pensó Annabelle. Se sentaron en silencio a contemplar la luna llena.

Después de un viaje de cuatro horas en coche hacia el norte, Jerry Bagger contemplaba la misma luna por la ventanilla. Había pedido todos los favores que le debían y más, y había amenazado y pegado a más gente de la que recordaba, sin dejar de disfrutar ni un solo instante. Por eso estaba ahora más cerca de Annabelle, y ella bajaba la guardia y se desprendía de sus corazas. Pronto le llegaría el turno, y lo que le había hecho a Tony Wallace no era nada comparado con lo que quería hacer con ella. Al imaginarse cómo la mataba con sus propias manos siempre esbozaba una sonrisa. Volvía a tener el control. Bagger chupó satisfecho el puro y tomó un sorbo de bourbon.

«Prepárate, Annabelle Conroy, porque llega el malo de Jerry.»

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