Se acercaron a la cámara, después de enseñarle a Annabelle la planta principal de la casa. Caleb no abrió la pequeña caja fuerte oculta tras el cuadro. No quería que nadie más viese el Libro de los Salmos. En cuanto Annabelle hubo visto la colección de libros, regresaron a la planta principal, donde ella recorrió las elegantes salas con más interés del que parecía.
– Entonces ¿ya había estado aquí? -preguntó Stone.
Annabelle lo miró, inexpresiva.
– No recuerdo haber dicho ni que sí ni que no.
– Bueno, usted sabía que Jonathan vivía en Good Fellow Street, así que lo supuse.
– Si la gente no supusiera tanto, las cosas les irían mejor. -Continuó mirando a su alrededor-. La casa no ha cambiado mucho -dijo, respondiendo así a la pregunta de forma indirecta-; pero, al menos, se deshizo de algunos de los muebles más feos, seguramente tras la muerte de su madre. No creo que eso hubiera sido posible hasta que «Elizabeth» dejara de respirar.
– ¿Dónde conoció a Jonathan? -le preguntó Caleb. Ella hizo como si no lo hubiera oído-. Tal vez mencionara su nombre, pero no lo recuerdo -insistió, ante la mirada de advertencia de Stone.
– Susan Farmer. Nos conocimos en el Oeste.
– ¿También se casaron allí? -intervino Stone.
A Stone le impresionó que ella ni siquiera se inmutase, pero tampoco respondió a la pregunta.
Stone decidió apostar fuerte. Sacó la fotografía del bolsillo.
– Nos informaron de que el matrimonio de Jonathan fue anulado. Puesto que no le gusta que la gente suponga nada, deduzco por el tono con el que se ha referido a Elizabeth DeHaven que ella fue la instigadora de esa decisión. Jonathan conservó la fotografía. La mujer guarda un gran parecido con usted. Los hombres no suelen guardar fotos de mujeres porque sí. Creo que su caso era especial.
Stone le entregó la fotografía. En esa ocasión, se produjo una reacción. Mientras Annabelle tomaba la fotografía, su mano, siempre firme, le tembló un poco y los ojos parecieron humedecérsele.
– Jonathan era muy atractivo -dijo con nostalgia-. Alto, pelo castaño y abundante y una mirada que te hacía sentir bien.
– Pues usted tampoco se conserva mal -añadió Reuben con magnanimidad, mientras se le acercaba.
Annabelle pareció no haberlo oído, pero hizo algo que no había hecho desde hacía mucho tiempo: sonrió de verdad.
– Esa foto la hicieron el día de la boda. Fue mi primer, y único, matrimonio.
– ¿Dónde se casaron? -preguntó Caleb.
– En Las Vegas… ¿dónde, si no? -respondió, sin dejar de mirar la fotografía-. Jonathan estaba allí por un congreso. Nos conocimos, nos caímos bien y acabamos casándonos. Todo eso en una semana. Una locura, lo sé. Al menos, eso le pareció a su madre. -Recorrió la sonrisa de Jonathan con el dedo-. Pero fuimos felices, una temporada. Incluso vivimos aquí con sus padres, después de casarnos, hasta que encontramos una casa para nosotros dos.
– Pues es una casa grande, la verdad -comentó Caleb.
– ¡Qué curioso!, entonces parecía demasiado pequeña-repuso lacónicamente.
– ¿También estaba usted en Las Vegas por el congreso? -le preguntó Stone en tono cortés. Ella le devolvió la fotografía y Stone se la volvió a guardar en el bolsillo de la chaqueta. -¿De verdad necesita saber la respuesta a esa pregunta?
– Vale. ¿Ha estado en contacto con Jonathan durante los últimos años?
– ¿Y por qué iba a decírselo?
– No hace falta que lo diga -intervino Reuben, mientras miraba a Stone enfadado-. De hecho, es algo personal.
A Stone le molestó el comentario traicionero de su amigo.
– Tratamos de averiguar qué le sucedió a Jonathan -dijo-y toda ayuda es poca.
– El corazón dejó de latirle y murió. ¿Tan raro es?
– El forense no supo determinar la causa de la muerte -explicó Milton-. Y Jonathan acababa de hacerse una revisión cardiológica en el Johns Hopkins. Al parecer, no sufrió un ataque al corazón.
– Entonces, ¿cree que lo mataron? ¿Quién iba a tener algo contra él? Por Dios, era bibliotecario.
– No se puede decir que los bibliotecarios no tengan enemigos -dijo Caleb a la defensiva-. Es más, algunos de mis compañeros de trabajo se ponen bastante desagradables cuando se toman un par de copas de vino.
Annabelle lo miró con expresión incrédula.
– Sí, claro. Pero uno no se carga a un bibliotecario porque lo haya multado por haber rebasado el plazo de préstamo de un libro.
– Quiero enseñarle una cosa -dijo Stone-. Está en el desván. -Una vez arriba, Stone explicó-: El telescopio apunta a la casa del vecino.
– Sí, al dormitorio del propietario… -añadió Reuben.
– Si no te importa, se lo explicaré yo, Reuben -lo interrumpió Stone. -Arqueó las cejas y miró a Annabelle.
– Oh, vale -repuso Reuben-. Adelante, explícaselo, Oliv… es decir, Frank, ¿no? ¿O era Steve?
– ¡Gracias, Reuben! -le espetó Stone-. Como he dicho, el telescopio apunta a la casa del vecino, que es el director de Paradigm Technologies, uno de los principales contratistas de Defensa del país. El hombre en cuestión se llama Cornelius Behan.
– Se hace llamar CB -añadió Caleb.
– Bien -dijo Annabelle lentamente.
Stone miró por el telescopio y observó el lateral de la casa de Behan, frente al jardín de la casa de DeHaven.
– Ahí está. -Le hizo una seña a Annabelle para que ocupara su lugar y ella ajustó el ocular.
– Una oficina o estudio -dijo.
– Exacto.
– ¿Cree que Jonathan espiaba a este tipo?
– Tal vez, o puede que viera algo sin querer que lo llevó a la muerte.
– Entonces ¿Cornelius Behan mató a Jonathan?
– No tenemos pruebas de ello, pero han pasado cosas muy raras.
– ¿Por ejemplo?
Stone titubeó. No pensaba contarle que lo habían secuestrado.
– Digamos que aquí hay bastantes interrogantes para seguir investigando. Y creo que Jonathan DeHaven se lo merece.
Annabelle lo observó durante unos instantes y luego volvió a mirar por el telescopio.
– Hábleme de ese tal CB.
Stone le hizo un breve resumen sobre Behan y su empresa. A continuación, le mencionó el asesinato del presidente de la Cámara, Bob Bradley.
Annabelle parecía escéptica:
– ¿No pensará que eso tiene que ver con Jonathan? Creía que los terroristas se habían atribuido el asesinato.
Stone le explicó lo de los contratos militares que Behan había ganado durante el régimen anterior.
– El predecesor de Bradley como presidente había sido acusado de prácticas poco éticas, por lo que no es descabellado conjeturar que Behan lo tenía metido en el bolsillo. Entonces llega Bradley con el propósito de hacer una limpieza a fondo y es posible que Behan no quisiera que se investigasen ciertas cosas. Así que Bradley tiene que morir.
– ¿Y le parece que Jonathan se topó con esa conspiración y tuvieron que matarle antes de que hablara? -Todavía no parecía convencida del todo.
– Tenemos a dos funcionarios gubernamentales muertos y Cornelius Behan es el común denominador y vecino de uno de ellos.
– Behan acudió al funeral de hoy -añadió Caleb.
– ¿Quién era? -preguntó Annabelle rápidamente.
– El tipo pelirrojo…
– Que se da demasiada importancia y tiene una mujer alta y rubia teñida que lo desprecia -acabó Annabelle.
Stone parecía impresionado.
– Eso sí que es una valoración rápida.
– Siempre me ha sido útil. Bien, ¿cuál es nuestro siguiente paso?
Stone la miró perplejo.
– ¿«Nuestro» siguiente paso?
– Sí, en cuanto me pongan al día y me cuenten todo lo que se guardan, tal vez podamos avanzar en serio.
– Señorita Farmer… -comenzó a decir Stone.
– Llámame Susan.
– Creía que habías dicho que no te quedarías mucho por aquí.
– Cambio de planes.
– ¿Puedo preguntar por qué?
– Puedes preguntarlo. ¿Quedamos mañana por la mañana?
– Desde luego -dijo Reuben-. Y, si necesitas un lugar donde…
– No lo necesito -replicó ella.
– Podríamos reunimos en mi casa -sugirió Stone.
– ¿Dónde está? -preguntó Annabelle.
– En el cementerio -explicó Milton.
Annabelle ni siquiera pestañeó.
Stone anotó la dirección y las indicaciones para llegar a la casita. Cuando Annabelle se dispuso a recoger la información, tropezó y se desplomó sobre Stone, y se agarró de su chaqueta para no caer al suelo.
– Lo siento -dijo, mientras cogía la fotografía que Stone se había guardado en el bolsillo. Instantes después, mientras la sacaba de allí, ocurrió lo que nunca había ocurrido. La mano de Stone le rodeó la muñeca.
– No tenías más que pedirla -le dijo en voz baja, de modo que sólo ella le oyó. Le soltó la muñeca y Annabelle se guardó la fotografía con disimulo mientras observaba, perpleja, la expresión adusta de Stone. Recobró la compostura y miró a los demás.
– Hasta mañana.
Reuben le tomó la mano y se la besó como los antiguos caballeros franceses.
– Ha sido un verdadero placer conocerte, «Susan».
Annabelle sonrió complacida.
– Gracias, «Reuben». ¡Oh!, desde aquí se ve perfectamente lo que supongo que es el dormitorio de Behan. Ahora mismo se lo está montando con una tía buena. Igual os apetece echar un vistazo.
Reuben giró sobre los talones.
– Oliver, eso no me lo habías dicho.
Annabelle observó a un Stone exasperado.
– No pasa nada, «Oliver», yo tampoco me llamo «Susan». Qué sorpresa, ¿no?
Al cabo de unos instantes, oyeron que la puerta de la entrada se abría y se cerraba. Reuben se dirigió rápidamente hacia el telescopio.
– Mierda, ya deben de haber acabado -se lamentó. Se volvió hacia Stone y dijo con reverencia-: ¡Joder, qué pedazo de mujer!
«Sí-pensó Stone-, qué pedazo de mujer.»Annabelle subió al coche, arrancó, sacó la fotografía y se frotó la muñeca en el lugar donde Stone la había sujetado. Aquel tipo la había pillado robándole en el bolsillo. Ni siquiera de niña, cuando su padre le había enseñado a desplumar turistas en Los Ángeles, la habían pillado in fraganti. Mañana sería un día muy interesante.
Se concentró en la fotografía. Parecía mentira, los muchos recuerdos que traía una imagen. Ese año había sido el único normal de su vida. Seguramente aburrido para algunas personas, pero a ella le había parecido maravilloso. Se había topado con un hombre que se había enamorado de ella sin motivos encubiertos, ni planes ocultos, ni para aprovecharse de ella para dar un golpe importante. Se había enamorado de ella, eso era todo. Un bibliotecario y una estafadora. Todo apuntaba a que saldría mal y había que ser tonto para no darse cuenta de ello.
Sin embargo, aquel coleccionista de libros le había robado el corazón. Al principio de la relación, Jonathan le había preguntado si coleccionaba algo. Annabelle le había dicho que no, aunque tal vez no fuera cierto, pensó ahora. Tal vez coleccionara algo. Tal vez coleccionaba oportunidades perdidas.
Observó aquella casa grande y vieja. En otra vida, tal vez habrían vivido allí con un montón de niños, ¿quién sabe? Quizás era mejor que eso no hubiera ocurrido. Seguramente habría sido una madre espantosa.
Pensó en lo más obvio. Jerry Bagger entraría en erupción dentro de dos días. Lo más sensato sería marcharse del país de inmediato, aunque había dicho que se reuniría con aquellos hombres al día siguiente. No tardó mucho en decidirse. Se quedaría hasta el final. Tal vez se lo debiera a Jonathan o a sí misma. Sin duda, le parecía el momento idóneo para poner fin a la colección de oportunidades perdidas.