Capítulo 27

La habitación del hotel de Annabelle tenía vistas a Central Park y, por puro impulso, decidió salir a pasear por el parque. Se había vuelto a cambiar el peinado y el color de pelo. Ahora era una morena con el pelo corto y la raya a un lado, imagen que concordaba con la fotografía que Freddy le había preparado para el pasaporte. Llevaba la típica ropa de Nueva York, negra y elegante. Vagó por los senderos del parque, oculta tras un sombrero y unas gafas de sol. Varias personas la miraron con descaro, tal vez creyendo que era una famosa. Irónicamente, a Annabelle nunca le había interesado la fama. Siempre se había aferrado a la reconfortante sombra del anonimato, donde un estafador con talento encontraría una excelente salida profesional.

Compró una pieza de bollería salada a un vendedor ambulante y se la llevó a la habitación del hotel, donde se sentó en la cama y repasó los documentos de viaje. Leo y ella se habían separado en el aeropuerto de Newark. Freddy ya había salido del país. No les había preguntado a dónde irían. No quería saberlo.

Tras llegar a Nueva York, se puso en contacto con Tony. Como le había prometido, lo dispuso todo para que volara a París. A partir de ese momento, estaría solo, pero con una documentación excelente, aunque falsa, documentos de viaje y millones de dólares a su disposición en una cuenta. Le había lanzado una advertencia final: «No te habrá visto, pero Bagger sabe que necesitaba a un estafador experto en informática, y tú tienes fama de eso. Pasa desapercibido durante un año o más fuera del país. Y no vayas por ahí alardeando de dinero. Busca un lugar sencillo, atrinchérate, aprende el idioma y déjate llevar.»Tony le prometió que seguiría sus consejos.

– Te llamaré para decirte dónde acabo.

– No, no me llames -lo había prevenido.

Todavía le quedaban tres días para devolver el dinero de Bagger y darse cuenta de que lo habían timado. Annabelle daría la mitad de su dinero sólo por ver su reacción. Seguramente, lo primero que haría sería matar a sus informáticos y contables. Luego recorrería el casino, pistola en mano, cargándose a las personas mayores que estuvieran jugando a las tragaperras. Quizás interviniera un equipo del SWAT de Nueva Jersey y le hiciera un gran favor al mundo matando a aquel cabrón. Probablemente, no pasaría nada de todo eso; pero soñar era gratis.

La ruta de huida pasaría por Europa del Este y luego Asia. Tardaría un año, más o menos. El siguiente destino sería el Pacífico Sur, una islita que había descubierto hacía años y a la que no había vuelto por temor a que no le pareciese tan perfecta como la primera vez. En esos momentos, se contentaría con algo que fuese casi perfecto.

Su parte del botín estaba en varias cuentas de paraísos fiscales. Viviría de los intereses e inversiones durante el resto de la vida, aunque seguramente recurriría a la cuenta principal en alguna que otra ocasión. Tal vez se comprase un barco pequeño y lo gobernara ella misma. No daría la vuelta al mundo; le bastarían unas breves salidas por las calas tropicales.

Se había planteado si enviar a Bagger un mensaje triunfal, pero al final decidió que una bravuconada así no era digna de ella y de la estafa que había consumado. Que Bagger se pasase el resto de sus días especulando qué había pasado. La hijita de Paddy Conroy no figuraría entre los principales sospechosos, porque estaba segura de que Bagger ni siquiera sabía que Paddy hubiera tenido una hija. La relación de Annabelle con su padre había sido especial y, de joven, él nunca la había presentado como su hija en el mundo de la estafa. Leo y otros con quienes había trabajado habían acabado sabiendo la verdad, pero eso era todo.

Sin embargo, en esta ocasión su imagen había quedado grabada en numerosas cámaras del Pompeii Casino. Sabía que Bagger enseñaría esas fotos a todos los estafadores conocidos y les pagaría o incluso torturaría para que le revelaran su identidad. Todos los estafadores a los que conocía aplaudirían lo que le había hecho a Bagger, pero era posible que alguno dijera su nombre si Bagger lo amenazaba lo suficiente. «Bueno -pensó Annabelle-, que venga a por mí. Matarme le costará más de lo que cree.» En la lucha, no era el tamaño del perro lo que importaba, sino lo dispuesto que el perro estuviese a luchar. Irónicamente, no había sido su padre, sino su madre, quien le había dicho eso.

Pese a su vida delictiva, Tammy Conroy había sido una buena mujer, y la sufrida esposa de Paddy. Había sido camarera de bar antes de unirse al encantador irlandés, que se sabía infinidad de batallitas divertidas y cantaba cualquier canción con una voz que siempre apetecía escuchar. Paddy Conroy siempre era el protagonista de cualquier encuentro. Tal vez por eso nunca había llegado a ser un gran estafador. Los mejores timadores siempre pasaban desapercibidos. Eso a Paddy no le importaba, porque creía que la suerte, fuerza y sonrisa de irlandés siempre le salvarían. Y así había sido en la mayoría de los casos; aunque no habían salvado a Tammy Conroy.

Jerry Bagger le había disparado a bocajarro en la cabeza después de que se hubiese negado a delatar a su esposo. Paddy no le había sido tan leal a ella y había huido en cuanto Bagger había comenzado a cercarlo. Annabelle ni siquiera pudo acudir al funeral de su madre porque Bagger y sus hombres los esperaban en el cementerio. Eso había sido hacía muchos años, y Bagger seguramente todavía buscaba a su padre. Por diez mil dólares de mierda, cuando el tío se gastaba más en uno de sus trajes. Sin embargo, Annabelle sabía que en el fondo no era una cuestión de dinero, sino de respeto. La única manera de ganarse el respeto en el mundo de Bagger era dando cinco palizas por cada una que recibías. Y si alguien le robaba diez mil dólares o diez millones, Bagger le haría daño si le ponía las manos encima. Por eso, cuando Annabelle había delatado a los timadores del casino, también había llamado a la policía. Bagger no le rompería las rodillas a nadie si la policía estaba en el local. Si los timadores eran listos, se largarían rápidamente en cuanto hubieran cumplido condena o pagado la multa.

Bagger tal vez fuera una caricatura andante de un director de casino en una película mala sobre la mafia, pero lo que no resultaba tan divertido era el modo en que empleaba la violencia. Si estafabas en otros casinos, ibas a la cárcel. Bagger no funcionaba así. Sus métodos se remontaban a la época de Las Vegas, cuando a los estafadores insistentes se les destrozaban las rodillas y luego la cabeza. El que no hubiera sido capaz de aplicar esos métodos en los tiempos modernos había supuesto su destierro de la Ciudad del Pecado. Aunque no había cambiado por completo en Atlantic City, al menos había sido mucho más discreto.

En el caso de Tammy Conroy, un timo de diez mil dólares normalmente no habría supuesto la muerte; pero no se trataba de un caso sencillo, porque su padre y Bagger llevaban muchos años enfrentados. Paddy se mantenía bien alejado de los casinos de Bagger; sin embargo, enviaba a muchos equipos para que realizaran los timos por él, incluyendo incluso a su hija adolescente y a un Leo mucho más joven. Eso había supuesto estar a punto de acabar en el fondo del océano como pasto de los peces la última vez que habían ido a Atlantic City. No obstante, con el paso de los años Bagger había descubierto que Paddy era el origen de sus problemas en el casino. Finalmente, una noche se había presentado en casa de éste, bien lejos de Jersey. Pero Paddy no estaba. Dijeron que lo habían avisado y que se había largado. En cualquier caso, olvidó decírselo a su esposa.

No había pruebas que inculpasen a Bagger del asesinato, por supuesto, y tenía un millón de coartadas, por lo que en el caso no figuró ninguna acusación. Sin embargo, algunos timadores veteranos con información secreta con quienes Annabelle había hablado estaban convencidos de lo sucedido. Aunque hubieran presenciado los hechos, jamás testificarían contra Bagger.

Habiendo estado tan cerca de él durante la última semana, Annabelle se había planteado la posibilidad de matarlo de un disparo. Eso habría saldado una vieja deuda, pero también habría supuesto el final de su vida en libertad. No, así era mucho mejor. A su padre nunca le habían gustado los grandes golpes, ya que se necesitaba mucho tiempo y se corrían demasiados riesgos. Sin embargo, Tammy Conroy se habría dado cuenta del arte y de la perfecta ejecución de aquel golpe; y, si su madre estaba en el cielo, esperaba que viera desde las alturas a Jerry Bagger, en cuanto éste descubriera que lo habían estafado para que realizara un viaje delirante por cuyo pasaje había pagado cuarenta millones de dólares.

Cogió el mando de la tele y cambió de canal mientras se comía el bollo salado. Las noticias siempre eran iguales, todas malas. Más soldados muertos, más gente muñéndose de hambre, más personas suicidándose y matando a otros en nombre de Dios. Cansada de la tele, pasó al periódico. Era un animal de costumbres y se dio cuenta de que leía las noticias preguntándose cómo podría hilvanar los detalles para transformarlos en un golpe creativo y perfecto. Pero eso se había acabado, se dijo. Estafar a Bagger era la cumbre de su carrera; a partir de ahí todo sería cuesta abajo.

El último artículo que había leído la hizo erguirse tan rápido que el bollo y la mostaza se le cayeron encima de la cama. Observó con los ojos como platos la pequeña fotografía con grano que acompañaba la noticia de la contraportada. Era un breve homenaje a un destacado erudito y hombre de letras. No se mencionaba la causa de la muerte de Jonathan DeHaven, sólo que había fallecido de manera repentina mientras trabajaba en la Biblioteca del Congreso. Aunque había muerto hacía días, acababan de terminarse los preparativos para el funeral y el entierro sería al día siguiente en Washington. Annabelle no podía saber que el retraso se había debido a que el forense había sido incapaz de determinar la causa de la muerte. Sin embargo, dado que no había circunstancias sospechosas, se había dictaminado que había muerto por causas naturales y el cadáver se había entregado a la funeraria.

Annabelle cogió la maleta y comenzó a meter la ropa. Sus planes acababan de cambiar. Volaría a Washington para despedirse de su ex marido, Jonathan DeHaven, el único hombre que le había robado el corazón.


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