Capítulo 39

A las diez y cuarto de la mañana, hora local, en el estado de Nueva Jersey se produjo el primer terremoto de la historia reciente. El epicentro tuvo lugar en Atlantic City, justo donde se elevaba el Pompeii Casino. Al principio, Jerry Bagger había entrado en erupción lentamente. El ambiente comenzó a caldearse cuando los cuarenta y ocho millones de dólares no aparecieron en su cuenta a las diez en punto. A las diez y diez, cuando le comunicaron que había cierta confusión sobre el paradero del dinero, incluso sus gorilas comenzaron a retirarse. Al cabo de cinco minutos, el rey de los casinos supo de boca de su asesor financiero, tras ponerse en contacto con El Banco, que no sólo no recibiría los ocho millones de intereses, sino que los cuarenta millones no regresarían a su cuenta porque El Banco no los había recibido.

Lo primero que hizo Bagger fue tratar de matar al asesor. Tal era su furia, que lo habría matado a golpes si los de seguridad no se lo hubieran impedido diciéndole que no sería fácil encubrir esa muerte. A continuación, Bagger llamó a El Banco y amenazó con ir en avión hasta allí para arrancarles el corazón uno a uno. El presidente del banco le retó a que lo hiciese ya que, según le dijo, un ejército con tanques y artillería custodiaba el edificio.

Le enviaron una copia de la contabilidad que indicaba que sí habían recibido las tres primeras transferencias, y que desde otra cuenta se había ordenado la transferencia de fondos que supusiesen un diez por ciento del total en un plazo de dos días. Luego esas sumas se habían enviado a la cuenta de Bagger, pero El Banco nunca había recibido una cuarta transferencia. Al examinar con atención el recibo electrónico que había recibido el Departamento de Transferencias de Bagger, se percataron de que no figuraba el código de autorización completo del banco, aunque era necesario realizar un análisis minucioso para hallar tan sutil discrepancia.

Nada más oír eso, Bagger atacó al desafortunado director del Departamento de Transferencias con una de las sillas de la oficina. Al cabo de dos horas, tras una meticulosa inspección, averiguaron que alguien había instalado un sofisticado programa espía en el sistema informático del casino, permitiendo así que un tercero controlase las transferencias del Pompeii. Al saber eso, Bagger pidió una pistola esterilizada y ordenó al director del Departamento de Informática que se presentase en su oficina. Sin embargo, el pobre hombre tuvo la brillante idea de huir de allí. Los hombres de Bagger le dieron alcance en Trenton. Tras un interrogatorio del que la CIA se habría enorgullecido, averiguaron que aquel hombre no había tenido nada que ver con la estafa y que lo habían engañado. Lo único que consiguió a cambio fue una bala en la cabeza, cortesía del mismísimo rey de los casinos. Esa misma noche, el cadáver acabó en un vertedero. Sin embargo, pese a aquel asesinato, el terremoto seguía rugiendo con furia.

– ¡Mataré a esa puta! -Bagger estaba junto a la ventana de la oficina, gritando esa amenaza una y otra vez a los transeúntes. Regresó al escritorio a toda prisa y sacó su tarjeta de visita. Pamela Young, International Management, Inc. Hizo trizas la tarjeta y, como un poseso, miró al jefe de seguridad.

– Quiero matar a alguien. Necesito matar a alguien ahora mismo, ¡joder!

– Jefe, por favor, tenemos que controlar la situación. El de contabilidad está en el hospital junto con el de transferencias, y te has cepillado al informático. Demasiado en un día. Los abogados dicen que será difícil que la policía no intervenga.

– La encontraré -dijo Bagger, mirando por la ventana-. La encontraré y la mataré lentamente.

– Así se hará, jefe -dijo el gorila para alentarlo.

– Cuarenta millones de dólares. ¡Cuarenta millones! -Bagger lo dijo como un poseso, y el fornido jefe de seguridad retrocedió hasta la puerta.

– La pillaremos, se lo juro, jefe.

Finalmente, Bagger pareció calmarse un poco:

– Quiero que averigües todo lo que puedas sobre esa puta y el cabrón que la acompañaba. Coge las cintas de las cámaras y consigue identificarlos. No es una estafadora de tres al cuarto. Y que los polis que tenemos en nómina vayan a su habitación para lo de las huellas. Llama a todos los timadores que conozco.

– Hecho. -El hombre se dispuso a marcharse.

– ¡Un momento! -dijo Bagger. El jefe de seguridad se volvió con indecisión-. Nadie sabrá que me han estafado, ¿queda claro? Jerry Bagger no ha sido víctima de una estafa. ¿Queda claro?

– Bien claro, jefe. Bien claro.

– ¡Pues en marcha!

El gorila salió de allí a toda velocidad.

Bagger se sentó junto al escritorio y observó la tarjeta de visita de Annabelle hecha trizas en la alfombra. «Así es como quedará -pensó-cuando haya acabado con ella.»


Загрузка...