Capítulo 31

Annabelle y el Camel Club se reunieron en la casita de Stone a las siete de la mañana.

– Bonito lugar -dijo ella mientras observaba el interior-. Y tienes unos vecinos muy silenciosos -añadió, señalando las lápidas que había al otro lado de la ventana.

– Hay algunos muertos cuya compañía es preferible a la de ciertos conocidos vivos -repuso Stone con sequedad.

– Lo entiendo perfectamente -dijo Annabelle en tono alegre mientras se sentaba frente a la chimenea apagada-. Manos a la obra, chicos.

Reuben se sentó junto a ella; parecía un cachorro enorme esperando que le rascaran las orejas. Caleb, Milton y Stone se sentaron frente a ellos.

– Este es el plan -explicó Stone-. Milton averiguará lo que pueda sobre Bob Bradley, tal vez nos sirva de algo. Iré a casa de Bradley, o a lo que queda de ella, para ver si encuentro algo. Reuben solía estar destinado en el Pentágono. Usará sus contactos allí para averiguar todo lo que pueda sobre los contratos militares de Behan que el predecesor de Bradley tal vez ayudó a aprobar.

Annabelle miró a Reuben.

– El Pentágono, ¿eh?

Reuben trató de fingir modestia:

– Y también tres incursiones en Vietnam. Medallas de sobra para decorar un puto árbol de Navidad. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de servir al país, ¿no?

– Ni idea -repuso Annabelle y se volvió hacia Stone-. ¿Qué hay de la muerte de Jonathan? ¿Cómo averiguamos si lo asesinaron?

– Tengo una teoría al respecto, pero habría que ir a la Biblioteca del Congreso y comprobar el sistema antiincendios. El problema es que no sabemos en qué lugar del edificio se encuentra. Al parecer, se trata de información confidencial y por eso Caleb no lo encuentra. Supongo que es para evitar que las personas no autorizadas lo saboteen, aunque eso fue precisamente lo que ocurrió. El edificio es tan grande que, aunque fuéramos sala por sala, tardaríamos una eternidad. También necesitamos ver la configuración del sistema de ventilación de la sala en la que se halló el cadáver de Jonathan.

– ¿Qué tiene que ver el sistema antiincendios con todo esto? -preguntó Annabelle.

– Tengo una teoría -se limitó a decir Stone.

– ¿No tendrá el arquitecto que diseñó el edificio los planos que indican el sistema antiincendios y los conductos de ventilación? -preguntó Annabelle.

– Sí-respondió Stone-. Aunque el edificio se construyó a finales del siglo XIX, se reformó en gran parte hará cosa de quince años. El arquitecto del Capitolio tiene los planos, pero no están a nuestra disposición.

– ¿Contrataron a una empresa privada para las reformas? -quiso saber Annabelle.

Caleb chasqueó los dedos.

– Pues sí, una de aquí, de Washington. Ahora lo recuerdo, porque el Gobierno fomentaba las sociedades público-privadas para estimular la economía de la zona.

– Pues ahí tienes la respuesta -dijo Annabelle.

– No te sigo -repuso Stone-. Los planos siguen sin estar a nuestro alcance.

Annabelle miró a Caleb.

– ¿Podrías conseguir el nombre de la empresa?

– Creo que sí.

– El único posible problema es si nos dejarán fotografiar los planos o no. Lo dudo mucho, y fotocopiarlos es impensable. -Mientras Annabelle reflexionaba en voz alta, los miembros del Camel Club la observaban estupefactos. Ella se percató de ello-. Lograré entrar en la empresa, pero necesitamos copias de los diseños si queremos localizar la sala antiincendios y los conductos de ventilación en el edificio.

– Yo tengo memoria fotográfica -dijo Milton-. Me bastará ver los planos una vez para memorizarlos.

Ella lo miró con escepticismo.

– He oído a muchas personas asegurar lo mismo y nunca funciona del todo.

– Te aseguro que en mi caso «funciona» -repuso Milton en tono indignado.

Annabelle cogió un libro del estante, lo abrió por la mitad y lo sostuvo frente a Milton.

– Vale, lee la página para tus adentros.

Milton la leyó y asintió. Annabelle le dio la vuelta al libro y observó la página.

– De acuerdo, Don Foto, empieza a largar.

Milton recitó la página de memoria, incluyendo los signos de puntuación, sin cometer ni un solo error.

Por primera vez desde que se habían conocido, Annabelle parecía impresionada.

– ¿Has estado en Las Vegas? -le preguntó. Milton negó con la cabeza-. Pues deberías probarlo algún día.

– ¿No es ilegal numerar las cartas? -preguntó Stone tras deducir rápidamente a qué se refería Annabelle.

– No, mientras no se emplee un medio mecánico o informático -respondió ella.

– ¡Vaya -exclamó Milton-, podría ser millonario!

– Pero antes de que te ilusiones demasiado, aunque no es ilegal si sólo usas el cerebro, si te pillan te darán una buena tunda.

– ¡Oh! -exclamó Milton, horrorizado-. Olvídalo.

Annabelle se volvió hacia Stone:

– Entonces ¿cómo crees que mataron a Jonathan? Y no me vengas con rollos o me largo.

Stone la observó en silencio y se decidió.

– Caleb encontró el cadáver de Jonathan. Y justo después se desmayó. En el hospital, la enfermera le dijo que se estaba poniendo mejor y que la temperatura le estaba subiendo, y no bajando.

– ¿Y? -dijo Annabelle.

– El sistema antiincendios de la biblioteca utiliza una sustancia llamada halón 1301 -explicó Caleb-. En las tuberías se encuentra en estado líquido, pero se convierte en un gas al salir por las boquillas. Extingue el fuego porque elimina el oxígeno del ambiente.

– Es decir, ¡Jonathan murió asfixiado! Por Dios, ¿me estás diciendo que la policía no se planteó esa posibilidad y comprobó si la bombona de gas estaba vacía o no? -preguntó Annabelle, enfadada.

– No había pruebas de que el sistema hubiera entrado en funcionamiento -repuso Stone-. No sonó la alarma y Caleb comprobó que funcionaba, aunque pudieron haberla desconectado y conectado de nuevo. Y el gas no deja rastro alguno.

– Además, el halón no pudo matar a Jonathan, al menos no con los niveles que se emplean para apagar incendios en la biblioteca. -Caleb añadió-: Lo comprobé. Por eso se utiliza en lugares en los que hay personas.

– ¿Adónde nos lleva todo esto? -preguntó Annabelle-. Parece como si dijerais cosas distintas. Fue el gas, pero no fue el gas. ¿Cuál es la correcta?

– Uno de los elementos que activa el sistema antiincendios es el descenso de temperatura en la sala -explicó Stone-. Caleb dijo que vio el cuerpo de Jonathan, sintió que se helaba y se desmayó. Creo que se heló por el gas, de ahí el comentario de la enfermera sobre que la temperatura le estaba subiendo a Caleb. Caleb seguramente se desmayó porque el nivel de oxígeno en la sala era muy bajo, aunque no lo bastante como para matarle ya que había entrado en la sala media hora después que Jonathan.

– Entonces resulta obvio que no fue el halón 1301 -dijo Annabelle-, sino otra cosa.

– Exacto, pero tenemos que averiguar el qué.

Annabelle se levantó.

– De acuerdo, tengo que empezar con los preparativos.

Stone se puso en pie y la miró.

– Susan, antes de que te impliques, quiero que sepas que hay personas muy peligrosas metidas en esto. Lo he vivido en mis propias carnes. Podría ser muy arriesgado para ti.

– Oliver, te seré sincera: me quedaría patidifusa si fuera más peligroso de lo que viví la semana pasada.

Aquel comentario lo dejó perplejo y se hizo a un lado.

Annabelle tomó a Milton del brazo.

– Vamos, Milton, pasaremos juntos un buen rato.

Reuben parecía desolado:

– ¿Y por qué Milton?

– Porque es mi pequeña fotocopiadora. -Le pellizcó la mejilla y Milton se sonrojó de inmediato-. Pero primero te buscaremos la ropa adecuada, el estilo adecuado.

– ¿Qué tiene de malo mi ropa? -preguntó Milton mientras se miraba el suéter rojo y los vaqueros, inmaculados y planchados.

– Nada -repuso ella-, salvo que no sirven para lo que necesitamos. -Señaló a Caleb-: Llama a Milton para darle el nombre de la empresa en cuanto lo averigües. -Chasqueó los dedos-. Vamos, Miltie.

Annabelle salió por la puerta a grandes zancadas. Milton, estupefacto, miró a los demás con expresión de impotencia.

– ¿Miltie? -farfulló.

– ¡Milton! -le gritó Annabelle desde fuera de la casita-. ¡Ya!

Milton salió corriendo.

– ¿Vas a dejar que se lo lleve? -le preguntó Reuben a Stone.

– ¿Y qué sugieres que haga, Reuben? -respondió Stone de forma cortante-. Esta mujer es un huracán y un terremoto a la vez.

– No lo sé, podrías… es decir… -Se desplomó en una silla-. ¡Maldita sea, ya podía tener yo una memoria fotográfica!

– Gracias a Dios que no la tienes -exclamó Caleb, indignado.

– ¿Y eso? -le preguntó Reuben acaloradamente.

– Porque entonces te llamaría «Ruby» y eso me pondría enfermo.


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