Junio

New Forest, Hampshire

Sólo el azar la atrajo hacia su órbita. Más tarde pensaría que si no hubiese mirado hacia abajo desde el andamio en aquel preciso momento, si hubiera llevado a Tess directamente a casa y no al bosque aquella tarde, ella tal vez no habría entrado en su vida. Pero esa idea incluía la propia sustancia de lo que se suponía que debía pensar, que era una conclusión a la que sólo llegaría una vez que ya fuese demasiado tarde.

Era media tarde y el día estaba siendo muy caluroso. Junio generalmente descargaba torrentes de lluvia, y se burlaba así de las esperanzas de verano que cualquiera pudiese alentar. Pero este año el tiempo parecía anticipar algo diferente. Los días soleados en un cielo sin nubes prometían un julio y un agosto durante los cuales la tierra se cocería, y los extensos prados en el interior del Perambulation se tornarían marrones, lo que obligaría a los ponis del New Forest a adentrarse en los bosques en busca de forraje.

Estaba en lo alto del andamio y se preparaba para subir a la parte superior del tejado donde había comenzado a colocar la paja. La paja, al ser mucho más flexible y manejable que los carrizos que formaban parte del resto de los materiales, podía doblarse para crear el reborde. Algunos consideraban aquel dibujo festoneado y entrecruzado con palos de una manera decorativa el «detalle bonito» en una techumbre de paja. Para él era exactamente lo que era: el elemento que protegía la capa superior de carrizos de las inclemencias del tiempo y el daño de las aves.

Había llegado casi al final. Se estaba impacientando. Llevaban trabajando tres meses en ese enorme proyecto y había prometido empezar otro al cabo de dos semanas. Aún había que completar el acabado y no podía dejar esa parte del trabajo en manos de su aprendiz. Cliff Coward aún no estaba preparado para usar las herramientas adecuadas en el tejado de paja. Ese trabajo era fundamental para el aspecto general del techo y exigía habilidad y un ojo correctamente entrenado. Pero no se podía confiar en Cliff para que realizara un trabajo de este nivel cuando, hasta el momento, no había conseguido concentrarse en las tareas más sencillas, como la que se suponía que debía estar cumpliendo ahora, que era llevar otros dos fardos de paja hasta allí arriba, como le había indicado. ¿Y por qué no había llevado a cabo todavía esta tarea tan sencilla?

Buscar una respuesta a esa pregunta era lo que alteraba la vida de Gordon Jossie. Se volvió desde lo alto del tejado al tiempo que gritaba: «¡Cliff! ¿Qué coño pasa contigo?», y vio debajo de él que su aprendiz ya no estaba junto a los fardos de paja, donde se suponía que debía estar, anticipándose a las necesidades del experto instalado en las alturas. En vez de eso, Cliff había ido hasta la polvorienta camioneta de Gordon, que se encontraba a unos metros de distancia. Allí estaba Tess, sentada en posición de firmes y agitando alegremente su frondosa cola mientras una mujer -una desconocida que parecía una visitante de los jardines, teniendo en cuenta el mapa que sostenía en la mano y la ropa que vestía- le acariciaba la cabeza dorada.

– ¡Eh! ¡Cliff! -gritó Gordon Jossie.

El aprendiz y la mujer alzaron la vista.

Gordon no alcanzaba a ver su rostro con claridad a causa del sombrero que llevaba la mujer, de ala ancha, hecho de paja y que exhibía un pañuelo fucsia sujeto alrededor como si fuese una banda. El mismo color se repetía en el vestido, un vestido veraniego que dejaba al descubierto los brazos bronceados y las piernas largas igualmente bronceadas. Una pulsera de oro rodeaba su muñeca. Llevaba sandalias, sujetaba un bolso de paja debajo del brazo y la correa de cuero le colgaba del hombro.

Cliff contestó:

– Lo siento, estaba ayudando a esta señora.

– Lo siento, pero estoy completamente perdida -dijo la mujer, que se echó a reír. Luego añadió-: Lo siento mucho. -Hizo un gesto con el mapa que sostenía en la mano, como si intentara explicar lo que era obvio: se había alejado de los jardines públicos hasta llegar al edificio administrativo cuyo techo él estaba reparando-. Nunca había visto a alguien cubriendo un techo con paja -concluyó, quizás con la intención de mostrarse amable.

Gordon, sin embargo, no estaba de humor para mostrarse amable. Estaba irritado y necesitaba paz y tranquilidad. No tenía tiempo para turistas.

– Intenta llegar a Monet's Pond -gritó Cliff desde abajo.

– Y yo intento colocar un puto reborde en este techo -respondió Gordon, aunque su voz apenas era audible. Hizo un gesto hacia el noroeste-. Hay un sendero junto a la fuente. La fuente con ninfas y faunos. Al llegar allí debe girar a la izquierda. Usted cogió la derecha.

– ¿Sí? -contestó la mujer-. Bueno, eso es típico…, supongo.

Permaneció allí un momento, como si pensara que la conversación no había terminado. Llevaba gafas de sol y a Gordon se le ocurrió que el efecto general que producía la mujer era el de alguien famoso, tipo Marilyn Monroe, ya que sus curvas recordaban a esa actriz; no era como esas chicas delgadas como alfileres que uno solía ver. De hecho, al principio pensó que realmente podía tratarse de alguien famoso. Vestía como tal y se comportaba del modo apropiado: su expectativa de que cualquier hombre se mostraría más que dispuesto a dejar lo que estaba haciendo para conversar ansiosamente con ella lo demostraba.

– Ahora debería encontrar el camino sin problemas -le respondió brevemente.

– Ojalá eso fuese cierto -dijo ella. Luego añadió, en lo que a él le pareció un comentario un tanto ridículo-. No habrá ningún…, bueno, no habrá caballos allí, ¿verdad?

«¿Qué demonios…?», pensó Gordon. Entonces la mujer añadió:

– Es sólo que… les tengo bastante miedo a los caballos.

– Los ponis no le harán daño -contestó él-. Se mantendrán a distancia, a menos que intente darles algo de comer.

– Oh, yo nunca haría eso. -Aguardó un momento, como si esperase que Gordon dijese algo más, algo que él no tenía ninguna intención de hacer. Finalmente, añadió-: Gracias, de todos modos.

Y eso fue todo por su parte.

La mujer se alejó en la dirección que Gordon le había indicado y, mientras caminaba, se quitó el sombrero y lo hizo balancear sosteniéndolo con las puntas de los dedos. Tenía el pelo rubio, cortado como un gorro alrededor de la cabeza y, cuando lo agitó, volvió a acomodarse en su sitio con un tenue brillo, como si tuviera vida propia y supiese que eso era lo que debía hacer. Gordon no era inmune a las mujeres, de modo que pudo comprobar que su andar era elegante. Pero no sintió ninguna conmoción en la entrepierna y tampoco en el corazón, y eso le alegró. Imperturbable ante las mujeres, así era como le gustaba sentirse.

Cliff se reunió con él en el andamio, tras llevar en la espalda dos fardos de paja.

– A Tess le ha gustado esa mujer -dijo, como si fuese una explicación de algo o, quizás, en defensa de la desconocida-. Podría ser el momento de volver a intentarlo, tío.

Gordon observaba cómo la mujer se alejaba cada vez más.

Sin embargo, no eran la atracción o la fascinación por esa mujer el motivo de que Gordon la siguiera con la mirada. La observaba para comprobar si tomaba la dirección correcta una vez llegase a la fuente de las ninfas y los faunos. No fue así. Gordon meneó la cabeza. «Es inútil», pensó. Antes de que se diese cuenta estaría en el prado donde pastoreaban las vacas, pero quizá fuese capaz de encontrar a alguien que la ayudase al llegar allí.

Cliff quería ir a tomar unas copas cuando acabara el día. Gordon no. Él no bebía. Por otra parte, nunca le había gustado la idea de intimar con sus aprendices. Además, el hecho de que Cliff tuviese sólo dieciocho años convertía a Gordon en alguien trece años mayor y, la mayor parte del tiempo, se sentía como si fuese su padre. O se sentía como «debería» sentirse un padre, supuso, ya que no tenía hijos y tampoco el deseo ni la expectativa de tenerlos algún día.

– Voy a llevar a Tess a dar un paseo -le dijo a Cliff-. Esta noche no se quedará quieta si no descarga un poco de energía.

– ¿Estás seguro, tío? -preguntó Cliff.

– Creo que conozco bien a mi perra -dijo Gordon. Sabía que no se refería a Tess, pero le convenció la forma en que su comentario sirvió para cortar de raíz la conversación. A Cliff le gustaba demasiado hablar.

Gordon le dejó en la puerta de un pub en Minstead, una aldea escondida en un pliegue del terreno que estaba formado por una iglesia, un cementerio, una tienda, el pub y un grupo de viejas cabañas hechas de arcilla y paja situadas alrededor de un pequeño prado. Éste recibía la sombra de un viejo roble; cerca de él, pastaba un poni moteado. La cola recortada del animal había crecido desde el pasado otoño, cuando lo habían marcado. El poni no levantó la cabeza cuando la camioneta se detuvo ruidosamente no muy lejos de sus patas traseras. El animal vivía desde hacía tiempo en el New Forest, y probablemente sabía que su derecho a pastar allí donde le apeteciera era anterior al derecho de la camioneta a recorrer los caminos de Hampshire.

– Hasta mañana entonces -dijo Cliff, que se marchó para reunirse con sus colegas en el pub.

Gordon le observó cuando se alejaba y, por ninguna razón especial, esperó hasta que la puerta se cerró tras él. Luego puso nuevamente en marcha la camioneta.

Se dirigió, como siempre, a Longslade Bottom. Con el tiempo había aprendido que los hábitos fijos dotaban de seguridad. Durante el fin de semana podía escoger otro lugar para adiestrar a Tess, pero al acabar el trabajo de cada día prefería elegir uno cercano a donde vivía. También le gustaba el gran espacio abierto de Longslade Bottom. Y en los momentos en que sentía la necesidad de estar solo, le agradaba el hecho de que Hinchelsea Wood ascendiera por la ladera de la colina que se alzaba justo por encima de él.

El prado se extendía desde un aparcamiento irregular. Gordon avanzó por él entre las sacudidas de la camioneta. Tess, en la parte de atrás, ladraba con excitación al anticipar las carreras que le esperaban.

En un día agradable como aquél, el suyo no era el único vehículo asomado al borde del prado: media docena de coches se alineaban como si se tratara de gatitos amamantando, frente a la extensión de terreno abierto donde, a la distancia, podía verse pastando un rebaño de ponis, cinco potrillos entre ellos. Los ponis, acostumbrados tanto a la gente como a la presencia de otros animales, permanecían tranquilos ante los ladridos de los perros que ya correteaban por el prado. Pero en cuanto Gordon los vio a unos cien metros de distancia, supo que una carrera libre por la hierba cortada al ras no era aconsejable para su perra. Tess tenía una debilidad por los ponis salvajes del Forest. A pesar de que uno de ellos la había pateado, de que otro la había mordido, y de que Gordon la había regañado duramente una y otra vez, la perra se negaba a entender que su misión en la vida no era la de perseguir a esos pequeños caballos.

Tess ya estaba ansiosa. Gemía y se relamía por anticipado ante el desafío próximo. Gordon casi podía leer su mente canina: «¡Y también hay potrillos! ¡Malvados! ¡Qué divertido!».

– Ni se te ocurra -dijo Gordon y buscó la correa dentro de la camioneta. La sujetó al collar y luego soltó a Tess.

La perra se lanzó hacia delante plena de optimismo. Cuando Gordon tiró de la correa se produjo un intenso drama mientras Tess tosía y respiraba con dificultad. Gordon pensó, no sin resignación, que era un típico atardecer de paseo con su perra.

– No tienes el cerebro que Dios te dio, ¿verdad? -le preguntó. Tess lo miró, meneó la cola y sonrió como sonríen los perros-. Eso que haces puede que haya funcionado una vez -siguió-, pero ahora no te dará resultado.

Llevó a la golden retriever hacia el noreste, decididamente lejos de los ponis y sus potrillos. Tess fue con él, pero dispuesta a cualquier forma de manipulación que pudiese intentar. Miraba repetidamente por encima del hombro y gemía, obviamente con la esperanza de que su dueño cambiara de opinión. No lo consiguió.

Longslade Bottom comprendía tres áreas: el prado donde pastaban los ponis; una zona de arbustos hacia el noroeste, donde florecían brezos negros y morados; y un cenagal central, donde unos cojines amorfos de musgo absorbían el agua en movimiento mientras las flores de los tréboles de agua crecían en estallidos blancos y rosados de rizomas que emergían de las charcas poco profundas. Un sendero que nacía en el aparcamiento llevaba a los caminantes por la ruta más segura a través del cenagal y, a lo largo de este camino, las cabezas plumosas de los juncos lanudos formaban grandes matas de hierba en la tierra turbosa.

Gordon se dirigió en esta última dirección, donde el sendero que atravesaba el cenagal los llevaría colina arriba, hasta alcanzar Hinchelsea Wood. Cuando llegasen al bosque podría soltar a la perra. Los ponis estarían fuera de su vista y, para Tess, fuera de vista significaba fuera de su mente. Poseía esa admirable cualidad: podía vivir totalmente en el presente.

El solsticio de verano no estaba lejos, de modo que el sol aún estaba alto en un cielo sin nubes, a pesar de la hora del día. Su luz destellaba contra los cuerpos iridiscentes de las libélulas y sobre el brillante plumaje de los frailecillos que levantaban el vuelo cuando Gordon y la perra pasaban junto a ellos. Una ligera brisa trasladaba la rica fragancia de la turba y la vegetación descompuesta que la había creado. Toda la atmósfera estaba viva, desde la llamada áspera de los zarapitos hasta los gritos de los dueños de los perros en el prado.

Gordon mantuvo a Tess cerca de él. Comenzaron a ascender hacia Hinchelsea Wood y dejaron atrás el prado y el cenagal. Cuando pensó en ello, Gordon decidió que, de todos modos, el bosque era la mejor opción para un paseo vespertino. En los senderos que discurrían debajo de los árboles el aire sería fresco, con las hayas y los robles que exhibían todo su follaje veraniego, y los castaños dulces, que proporcionaban un resguardo adicional. Después de un día soportando el calor, cargando carrizos y fardos de paja hasta el tejado, Gordon estaba deseando tomarse un respiro del sol.

Soltó a la perra cuando llegaron a los dos cipreses que señalaban la entrada oficial al bosque y la observó hasta que desapareció entre los árboles. Sabía que acabaría regresando. Faltaba poco para la hora de la cena y Tess no era una perra que se perdiera sus comidas.

Él también continuó andando, con la mente ocupada. Aquí, en el bosque, nombraba los árboles. Había sido un estudioso del New Forest desde que llegó por primera vez a Hampshire y, después de una década, conocía el Perambulation, su carácter y su legado mejor que la mayoría de los lugareños.

Después de haber andado un trecho decidió sentarse en el tronco de un aliso caído, no muy lejos de un bosquecillo de acebo. Aquí los rayos del sol se filtraban a través de las ramas de los árboles, moteando un terreno de consistencia esponjosa después de años de abono natural. Gordon continuó con su costumbre de nombrar los árboles a medida que los veía y luego siguió con las plantas. Pero había muy pocas, porque el bosque formaba parte de la tierra de pastoreo y era visitado por ponis, asnos y gamos. En abril y mayo los animales disfrutarían de un auténtico banquete con los tiernos brotes de los helechos, moviéndose alegremente entre éstos y las flores silvestres, los alisos jóvenes y los brotes de las nuevas zarzas. Los animales, por lo tanto, convertían en un desafío la actividad mental de Gordon. Esculpían el paisaje de manera que caminar por el bosque, a través de los árboles, era una tarea muy simple y no el reto que implicaba recorrer un sendero sorteando la maleza.

Oyó los ladridos de la perra y prestó atención. No estaba preocupado, ya que reconocía los diferentes ladridos de Tess. Este era uno alegre, el que emitía para saludar a un amigo o a un palo lanzado en Hatcher Pond. Se levantó y miró en la dirección de la que provenían los ladridos. El sonido se acercó y, mientras lo hacía, alcanzó a oír una voz que lo acompañaba, la voz de una mujer. Poco después la vio aparecer entre los árboles.

Al principio no la reconoció, ya que se había cambiado de ropa. Había sustituido el vestido de verano, el sombrero de sol y las sandalias por unos pantalones caqui y una camisa de manga corta. Aún llevaba puestas las gafas de sol -él también, ya que el día seguía siendo soleado y luminoso- pero su calzado aún era completamente inadecuado para lo que estaba haciendo. Aunque había prescindido de las sandalias, las había reemplazado por unas botas de goma de caña alta, una elección muy extraña para un paseo en pleno verano, a menos que su intención fuese caminar a través del cenagal.

– Ya me parecía que se trataba del mismo perro. Es la cosa más dulce del mundo -dijo ella.

Podría haber pensado que le había seguido a Longsdale Bottom y Hinchelsea Wood, salvo por el hecho evidente de que había llegado allí antes que él. La mujer salía del bosque; él estaba entrando. Desconfiaba de la gente, pero se negaba a mostrarse paranoico.

– Usted estaba buscando Monet's Pond.

– Lo encontré -contestó ella-. Aunque no sin acabar primero en una zona de pastoreo de vacas.

– Sí -dijo él.

La mujer ladeó la cabeza. Su pelo volvió a reflejar la luz, como lo había hecho en Boldre Gardens. Él se preguntó, estúpidamente, si se habría hecho mechas. Nunca había visto un pelo con ese brillo.

– ¿Sí? -repitió ella.

Él balbuceó al responder.

– Lo sé. Quiero decir, sí, lo sé. Pude adivinarlo. Por el camino que tomó.

– Oh, de modo que me estaba observando desde ese tejado, ¿verdad? Espero que no se haya echado a reír. Habría sido muy cruel.

– No.

– Bueno, soy un desastre leyendo mapas y no mucho mejor con las indicaciones, de modo que no es ninguna sorpresa que volviese a perderme. Al menos no me topé con ningún caballo.

Él miró a su alrededor

– Este no es un buen lugar para pasear, ¿no cree? Sobre todo si no se le dan bien los mapas y las indicaciones.

– ¿En el bosque, quiere decir? Pero no me ha faltado ayuda. -Hizo un gesto hacia el sur y él pudo ver que estaba señalando hacia la cima de una colina distante donde se alzaba un enorme roble, más allá del bosque-. Cuando entré en el bosque mantuve ese árbol siempre a la vista y a mi derecha, y ahora que se encuentra a mi izquierda estoy bastante segura de que me dirijo hacia el aparcamiento. De modo que, como puede ver, a pesar de tropezarme con ese sitio donde colocan paja en los tejados y meterme en un campo donde pastan las vacas, no estoy completamente perdida.

– Ese árbol es de Nelson -dijo él.

– ¿Qué? ¿Quiere decir que alguien es el dueño de ese árbol? ¿Se encuentra en una propiedad privada?

– No. Es tierra de la Corona. Se llama el «roble de Nelson». Se supone que lo plantó él. Lord Nelson, quiero decir.

– Ah. Entiendo.

La observó más detenidamente. Acababa de hacer una mueca con los labios, y a él se le pasó por la cabeza que quizá no supiera realmente quién era Lord Nelson. Hoy había gente de esa edad que no lo sabía. Para ayudarla sin colocarla en una situación incómoda, dijo:

– El almirante Nelson hizo construir sus barcos en los astilleros de Buckler's Hard. Más allá de Beaulieu. ¿Conoce ese lugar? ¿En el estuario? Empleaban una enorme cantidad de madera, de modo que tuvieron que comenzar a reforestar el bosque. Es probable que Nelson no plantase ningún roble con sus propias manos, pero, de todos modos, el árbol está asociado a su nombre.

– No soy de aquí -dijo ella-. Aunque me imagino que ya se ha dado cuenta de eso. -Extendió la mano-. Gina Dickens. Ninguna relación. Sé que ella es Tess -añadió con una leve inclinación de la cabeza mirando a la perra, que se había instalado alegremente junto a Gina-, pero no cómo se llama usted.

– Gordon Jossie -dijo él, y le estrechó la mano. La suavidad del tacto le recordó cuan ásperas estaban sus manos por el trabajo. Y qué sucias, considerando que se había pasado todo el día en ese tejado-. Lo había supuesto.

– ¿Qué?

– Que no era de por aquí.

– Sí. Bueno, supongo que los lugareños no se pierden tan fácilmente como yo, ¿verdad?

– No es eso. Sus pies.

Ella bajó la vista.

– ¿Qué pasa con ellos?

– Las sandalias que llevaba puestas en Boldre Gardens y ahora eso -dijo él-. ¿Por qué se ha puesto esas botas de goma? ¿Piensa meterse en la zona del pantano o algo así?

Ella volvió a hacer ese gesto con la boca. Él se preguntó si eso significaba que estaba tratando de contener la risa.

– Usted es una persona de campo, ¿verdad?, de modo que pensará que soy tonta. Es por las víboras -dijo-. He leído que hay víboras en el New Forest y no quería toparme con uno de esos bichos. Ahora se reirá de mí, ¿no es cierto?

Él no tuvo más remedio que sonreír.

– Entonces, ¿espera encontrar serpientes en el bosque? -No aguardó a que le respondiera-. Están entre los matorrales. Se quedarán allí donde haya más sol. Podría ocurrir que se topase con una de ellas en el sendero que atraviesa el cenagal, aunque es poco probable.

– Veo que tendría que haberle consultado antes de cambiarme de ropa. ¿Ha vivido siempre aquí?

– Desde hace diez años. Vine desde Winchester.

– ¡Yo también! -Ella desvió la mirada en la dirección de donde había llegado y dijo-: ¿Puedo acompañarle durante un trecho, Gordon Jossie? No conozco a nadie en este lugar y me encantaría hablar con alguien, y puesto que parece inofensivo y está acompañado de la más dulce de las perras…

Él se encogió de hombros.

– Como guste. Pero yo sólo sigo a Tess. No necesitamos seguir andando. Ella entrará en el bosque y regresará cuando esté lista…, quiero decir, si prefiere sentarse en lugar de caminar.

– Oh, sí, mejor nos sentamos. A decir verdad, ya he caminado demasiado.

Él señaló el tronco donde había estado sentado cuando ella apareció entre los árboles. Se sentaron separados por una prudente distancia, pero Tess no se alejó, como Gordon pensó que haría. En lugar de eso, la perra se acomodó junto a Gina. Suspiró y apoyó la cabeza sobre las patas.

– Usted le gusta -dijo él-. Los lugares vacíos necesitan llenarse.

– Una gran verdad.

Parecía apesadumbrada, de modo que Gordon le hizo la pregunta obvia. No era habitual que alguien de su edad se mudase al campo. Los jóvenes acostumbraban a emigrar en la dirección opuesta.

– Bueno, sí. Fue por una relación que acabó «muy» mal. -Pero lo dijo con una sonrisa-. De modo que aquí estoy. Espero poder trabajar con adolescentes embarazadas. Eso es lo que hacía en Winchester.

– ¿De verdad?

– Parece sorprendido. ¿Por qué?

– No parece mucho mayor que una adolescente.

Ella deslizó las gafas de sol por el puente de la nariz y le miró por encima de los cristales.

– ¿Está coqueteando conmigo, señor Jossie? -preguntó.

Él sintió una ráfaga de calor en el rostro.

– Lo siento. No era mi intención…

– Oh. Lástima. Pensé que quizás sí lo era. -Se colocó las gafas en la parte superior de la cabeza y le miró abiertamente. Pudo comprobar que sus ojos no eran azules ni verdes, sino de un color intermedio, indefinible e interesante-. Se está sonrojando. Nunca había hecho sonrojar antes a un hombre. Es muy dulce. ¿Se ruboriza a menudo?

Gordon sintió que la sensación de calor aumentaba. Él no «tenía» esta clase de conversaciones con las mujeres. No sabía qué hacer con ellas: las mujeres o las conversaciones.

– Le estoy incomodando. Lo siento. No era mi intención. A veces gasto bromas. Es una mala costumbre. Tal vez pueda ayudarme a romperla.

– Gastar bromas no es malo -dijo él-. Estoy más…, estoy un poco confundido. Yo, principalmente…, cubro con paja los tejados.

– ¿Todos los días?

– Más o menos.

– ¿Y para divertirse? ¿Para relajarse? ¿Para distraerse?

Él hizo un gesto con la cabeza señalando a Tess.

– Hmmm. Entiendo. -Se inclinó hacia la perra y la acarició donde más le gustaba, justo en la parte exterior de las orejas. Si la retriever hubiese sido capaz de ronronear, lo habría hecho. Gina pareció haber tomado una decisión, ya que, cuando alzó la vista, su expresión era pensativa-. ¿Le gustaría ir a tomar algo conmigo? Como ya he dicho antes, no conozco a nadie en este lugar y usted «sigue» pareciéndome alguien inofensivo, y como «yo» soy inofensiva y como tiene una perra encantadora… ¿Le gustaría?

– En realidad, no bebo.

Ella enarcó las cejas.

– ¿No ingiere ninguna clase de líquidos? Eso no es posible.

Él sonrió, a pesar de sí mismo, pero no contestó.

– Pensaba tomar una limonada -dijo ella-. Yo tampoco bebo. Mi padre… Él bebía mucho, de modo que me mantengo alejada del alcohol. Eso me convirtió en una inadaptada en el colegio, aunque en el buen sentido, creo. Siempre me gustó ser diferente de los demás.

Luego se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones. Tess también se levantó y agitó la cola. Era evidente que la perra había aceptado la impulsiva invitación de Gina Dickens. A Gordon no le quedó más alternativa que hacer lo mismo.

No obstante, dudó un momento. Prefería mantenerse a distancia de las mujeres, pero ella no le estaba proponiendo una relación, ¿verdad? Y, por el amor de Dios, parecía bastante inofensiva. Su mirada era franca y amistosa.

– Hay un hotel en Sway -dijo él.

Gina pareció sorprendida y él se dio cuenta de cómo había sonado ese comentario. Con las orejas encendidas, dijo.

– Quiero decir que Sway está muy cerca de aquí y en el pueblo no hay ningún pub. Todo el mundo utiliza el bar del hotel. Puede acompañarme hasta allí y tomar algo conmigo.

La expresión de ella se suavizó.

– Creo que es usted un hombre realmente encantador.

– Oh, no creo que eso sea verdad.

– Lo es, de veras.

Echaron a andar. Tess caminaba delante de ellos y entonces, en un acto prodigioso que Gordon no olvidaría fácilmente, la perra esperó en el límite del bosque donde el sendero comenzaba a descender por la ladera de la colina en dirección al cenagal. Vio que Tess estaba esperando a que le sujetara la correa al collar. Ése fue el primer indicio. No era un hombre que buscase señales, pero ésta parecía indicarle lo que debía hacer a continuación.

Cuando llegaron a donde estaba Tess, él ajustó la correa en el collar y se la dio a Gina al tiempo que le preguntaba:

– ¿Qué quiso decir con ninguna relación? -Ella juntó las cejas. Gordon continuó-: Ninguna relación. Eso fue lo que añadió cuando me dijo su nombre.

Otra vez esa expresión. Era suavidad y algo más, y hacía que se mostrase cauteloso, aunque deseaba acercarse a ella.

– Charles Dickens -dijo Gina-. El escritor. No tengo ningún parentesco con él.

– Oh -dijo él-. Yo no… No leo mucho.

– ¿No? -preguntó ella mientras descendían por la ladera de la colina. Enlazó la mano a través del brazo de Gordon mientras Tess los guiaba-. Me temo que tendremos que hacer algo al respecto.

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