CAPÍTULO 10

ME ACERQUÉ A ALICE, QUE ESTABA DETRÁS DEL MOSTRADOR, y le pregunté:

– El hombre rubio de pelo largo, musculoso y con implantes en las orejas que estaba en aquella mesa. ¿Cuándo se marchó?

– Se marchó con la mayoría de los clientes, al entrar la policía -dijo ella, reflejando en su mirada seriedad e inteligencia.

– ¿Sabes su nombre?

– Donal -contestó.

– ¿Donald? -repetí, queriendo asegurarme.

Ella negó con la cabeza.

– No, él insistió mucho en que era Donal, no como ese pato estúpido, añadió. Es su opinión, no la mía. Yo adoro los clásicos de Disney.

El comentario me hizo sonreír, pero lo dejé pasar, e hice la siguiente pregunta.

– ¿Viene regularmente?

Asintió, haciendo que sus negras trenzas rebotaran.

– Sí, viene por lo menos una vez a la semana, a veces dos.

– ¿Cómo es?

Ella entrecerró los ojos y me miró.

– ¿Por qué quieres saberlo?

– Sígueme la corriente -dije.

– Bueno, es de esos hombres groseros hasta que quieren encandilar a una mujer; entonces es todo dulzura.

– ¿Ha intentado ligar contigo?

– No, yo soy demasiado humana. Sólo le van los duendes. Es muy insistente en eso.

– ¿Le gusta alguna clase especial de duende?

Otra vez, me dirigió esa mirada.

– Tan de pura sangre como pueda conseguirlas. Ha tenido bastantes citas con duendes diferentes.

– ¿Podrías darme algunos nombres?

La voz de Lucy se oyó a mis espaldas.

– ¿Y por qué quieres esos nombres, Merry?

Frost y Doyle se separaron para que yo pudiera ver a la detective. Ella me dirigió una mirada de sospecha que por comparación dejó la de Alice a la altura del betún, pero Lucy era una poli. Las miradas sospechosas eran su especialidad.

Ella bajó la voz.

– ¿Qué pasa, Merry? ¿Qué crees que has descubierto?

El intento de violación y la muerte del violador eran del dominio público, así que le comenté mis sospechas.

– ¿Realmente piensas que este Donal es el Donald que te describió tu cliente? -preguntó ella.

– Me encantaría tener una fotografía de él y ver si le reconocen. Debe ser muy fácil oír Donal y automáticamente añadirle una “d” al final porque así te suena más familiar, sobre todo si estás asustado.

Lucy asintió.

– Tiene sentido. Me ocuparé de conseguir a alguien que pueda obtener discretamente una fotografía.

– La Agencia de Detectives Grey estaría encantada de ayudar.

Ella negó con el dedo, señalándome.

– No, a partir de ahora, no tienes nada que ver con esto. Si son la misma gente, casi acabas muerta la última vez que fuiste detrás de ellos -y añadió, mirando a Frost y a Doyle. -Vamos, grandullones, ayudadme con esto.

– Me encantaría decirle que se mantuviera alejada de gente peligrosa -dijo Doyle-, pero ella ha dejado claro que su trabajo como detective implica un riesgo. Si no nos gusta, entonces podemos hacer que la custodien otros guardaespaldas y quedarnos en casa sentaditos.

Lucy arqueó las cejas hacia ellos. Frost asintió y dijo…

– Ya hemos tenido esta conversación antes, justo esta mañana, antes de acudir a la escena del crimen.

– La única carta, como tu dirías, con la que podemos jugar es el hipotético daño que se le podría ocasionar a los bebes que lleva, e incluso ésa, es una carta que debe ser jugada con mucho cuidado -dijo Doyle, dejando ver sólo el amago de una sonrisa como si el tema le divirtiera y enfureciera a la vez.

– Sí, ya me he dado cuenta. Parece femenina y toda suavidad, pero intenta moverla y es como intentar mover una pared de ladrillo. La pared no se mueve, y ella tampoco -comentó Lucy.

– Parece que conoces bien a nuestra princesa -dijo Doyle, y sus palabras sonaron tan secas que me costó un momento percibir el humor en ellas.

Lucy asintió, mirándome luego.

– Conseguiremos los nombres de quién salió con este tipo. Haremos que alguien controle la zona. Conseguiremos una fotografía y buscaremos a tu antiguo cliente. Y por “nosotros” quiero decir a la policía, ni tú, ni nadie más de tu agencia o de tu séquito -dijo, señalándome con el dedo como si yo fuera una niña obstinada.

– Tú me has usado como señuelo en casos donde podía haber habido mucho más peligro que el que pueda existir en comprobar una serie de hechos -dije.

– Antes no sabía que eras la Princesa Meredith, y no estabas embarazada -dijo levantando una mano ante mí antes de que yo pudiera hacer algo más que tomar aliento para protestar. -Que quede claro, antes siquiera de que pudiera llevarte a ver la escena del crimen, he tenido que oír serias advertencias de mi superior según las cuales yo no podía, bajo ninguna circunstancia, ponerte en peligro. Y que si algo te pasaba por participar en alguno de mis casos, sería mi culo el que iría al matadero.

Suspiré.

– Lo siento, Lucy.

Ella agitó la mano restándole importancia.

– Pero lo que más me importa, es que hace aproximadamente cuatro años que te conozco, y ésta es la vez que más feliz te he visto. No quiero que todo esto se vaya a la mierda porque me estés ayudando en un caso. No eres poli. No tienes que arriesgarte hasta ese extremo por un caso. Ése es mi trabajo.

– Pero esa persona está matando a mi gente…

Una voz estridente gritó…

– ¡No son tu gente! ¡Son míos! ¡Han sido míos durante sesenta años! – Ella gritaba esto último mientras se abría paso a empujones para acercarse.

Lucy debió hacer alguna seña porque los oficiales se movieron para detener su avance. La bloquearon hasta que sólo pude ver los destellos de luz y las puntas temblorosas de su corona de cristal.

– ¡Salid de mi camino! -gritó, pero ellos eran la policía y no se movieron.

Oí que alguien chillaba…

– ¡Gilda, no! -entonces uno de los polis se desplomó, como si sus rodillas no aguantaran su peso. No hizo ningún intento de sujetarse, dejando que fueran los otros oficiales quiénes impidieran que se estampara contra el suelo.

Un policía comenzó a gritar…

– ¡Tire la varita al suelo! ¡Tírela ahora!

Doyle y Frost aparecieron de repente frente a mí, alejándome de todo el jaleo. Doyle dijo…

– La puerta.

No le entendí al principio, y entonces Frost me llevó hacia una segunda puerta más pequeña que daba al exterior. Eché un vistazo hacia atrás, para ver a Doyle cerca de nosotros, haciendo frente a la policía y a Gilda. Protesté…

– La puerta está conectada a una alarma. El ruido podría empeorar las cosas.

La mano de Frost estaba en el picaporte cuando dijo…

– Aquí dice “Utilizar en caso de emergencia”. Y esto es una emergencia. -Entonces me tiró del brazo para obligarme a salir con el consiguiente estruendo de la alarma y Doyle siguiendo nuestros pasos. De repente nos encontramos en la acera bajo la brillante luz del sol, y el cálido, aunque no demasiado, aire del Sur de California.

Doyle me cogió por el otro brazo y nos mantuvo en movimiento.

– Las balas vuelan. No te quiero cerca de ellas.

Intenté liberarme de sus manos, pero para el caso, también podría haber tratado de quitármelas de encima haciendo palanca con una barra de acero.

– Soy detective. No podéis sacarme del caso sólo porque se pone un poco peligroso.

– Nosotros, antes que nada, somos tus guardaespaldas -dijo Doyle.

Dejé de andar, de forma que ellos tuvieran que pararse o arrastrar mis piernas y pies por el asfalto. Se detuvieron, pero sólo lo suficiente para que Doyle dijera…

– Cógela.

Frost me cargó en brazos y siguió alejándose de la policía y del posible motín de los duendes. El séquito de Gilda no se tomaría demasiado bien que su reina fuera detenida, pero… ¿qué más podrían hacer?

– Bien -les dije. – Ya habéis dejado claro vuestro punto de vista.

– ¿Hemos… qué? -preguntó Doyle, y entonces de repente estaba delante de nosotros. Me fulminó con la mirada, y pude sentir el peso de su cólera incluso a través de las gafas oscuras. -No creo que hayamos dejado claro nuestro punto de vista en absoluto, o habrías sido tú la primera en salir por aquella puerta.

– Doyle… -empezó Frost.

– ¡No! -dijo él, y nos señaló con el dedo a ambos. Con Lucy me había recordado a un niño al que regañan, pero había algo siniestro en Doyle cuando montaba en cólera. -¿Y si te hubiera dado una bala perdida? ¿Y si esa bala perdida te hubiera acertado en el estómago? ¿Y si hubiera matado a nuestros bebés porque tú simplemente no querías salir de en medio?

No supe qué decir ante eso. Sólo le miré. Él tenía razón, por supuesto que tenía razón, pero…

– No puedo hacer mi trabajo así.

– No -dijo él-. No puedes.

Entonces, de repente, noté cómo la primera lágrima se deslizaba por mi mejilla.

– No llores -me dijo.

Otra lágrima se unió a la primera. Luché por no enjuagármelas.

Su mano cayó a su costado y respiró hondo.

– Esto no es justo. No llores.

– Lo siento, no quiero hacerlo, pero creo que tienes razón. Estoy embarazada, maldita sea, no lisiada.

– Pero llevas al futuro de la Corte Oscura dentro de tu cuerpo. -Él se inclinó de forma que sus brazos rodearan a Frost y sus caras se tocaran, ambos mirándome a la vez. -Tú y los bebés sois demasiado importantes para arriesgarlo por esto, Meredith.

Me limpié las lágrimas, furiosa ahora por haber llorado. Lo estaba haciendo mucho últimamente. El médico me había dicho que era debido a las hormonas. Demasiadas emociones que no necesitaba en estos momentos.

– Tienes razón, pero no sabía que íbamos a terminar rodeados de policías armados.

– Si solamente evitaras meterte en situaciones en las que esté implicada la policía, te garantizaría el no acabar rodeada de policías con armas listas para disparar -dijo.

De nuevo no podía discutir su lógica, aunque quisiera hacerlo.

– Antes que nada, dejadme en el suelo; estamos llamando la atención.

Echaron un vistazo alrededor por encima del círculo que formaban sus brazos rodeándome, y sí, había gente mirándonos muy fijamente y cuchicheando entre sí. No tenía que oírlos para saber lo que estaban diciendo…

– ¿Es ella?

– ¿Es ésa la Princesa Meredith?

– ¿Serán ellos?

– ¿Ése es la Oscuridad?

– ¿Ése es el Asesino Frost?

Si no teníamos cuidado, alguien llamaría a la prensa y nos acosarían.

Frost me bajó, y echamos a andar. Un objetivo móvil siempre es más difícil de fotografiar. Traté de hablar en voz baja cuando dije…

– No puedo ignorar este caso, Doyle. Están matando a duendes aquí, en la única casa que nos queda. Somos nobles de la Corte; y los semiduendes nos observan, esperando a ver lo que vamos a hacer.

Una pareja nos siguió, la mujer dijo…

– ¿Usted es la Princesa Meredith? ¿Es usted, verdad?

Asentí.

– ¿Podemos hacerles una foto?

Se oyó un clic cuando alguien más usó su móvil para hacer una fotografía sin permiso. Si el móvil tenía conexión a Internet, la foto podría estar colgada en la red casi al instante. Teníamos que coger el coche y salir pitando de aquí, antes de que la prensa aterrizara.

– La princesa se siente indispuesta -dijo Doyle. -Tenemos que llevarla al coche.

La mujer tocó mi brazo y dijo…

– Oh, Sé lo duro que puede llegar a ser el tener un bebé. Yo tuve unos embarazos terribles. ¿No, querido?

Su marido asintió y dijo…

– ¿Sólo una foto rápida?

Les dejamos que hicieran una foto “rápida”, que rara vez era rápida, y luego nos alejamos. Teníamos que volver sobre nuestros pasos para llegar al coche. Pero el consentir una foto había sido un error, porque otros turistas quisieron más fotos y Doyle dijo que no, lo que no les sentó nada bien.

Pero ellos consiguieron la foto -decían.

Seguimos andando, pero un coche se paró en medio de la calle, una ventanilla bajó y apareció la lente de una cámara. Los paparazzi habían llegado. Aunque se parecía más al primer ataque de un tiburón. Primero te golpeaban para ver qué hacías y si eras comestible. Si lo eras , en el siguiente ataque usaban los dientes. Teníamos que salir de su vista y entrar en una propiedad privada, antes de que llegaran más de ellos.

Un hombre gritó desde el coche…

– ¡Princesa Meredith, mire hacia aquí! ¿Por qué está llorando?

Justo lo que necesitábamos, no sólo fotos sino también algún titular que dijera que estaba llorando. Se sentirían libres de especular el motivo, pero yo ya había aprendido que intentar explicarlo era peor. Nos convertimos en un objetivo móvil. Fue lo mejor que podíamos hacer hasta que el primer fotógrafo corrió por la acera, hacia nosotros, desde la dirección hacia la que nos dirigíamos. Estábamos atrapados.

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