CAPÍTULO 46

LLEGÁBAMOS CON VEINTE MINUTOS DE ANTELACIÓN cuando Rhys entró en la pequeña área de aparcamiento sin asfaltar. ¿Qué haces cuando llegas antes de tiempo al punto de encuentro con los secuestradores? ¿Sales? ¿Esperas? ¿Qué diría la Señorita Modales [35] sobre eso? Apostaba a que no lo explicaba en ninguno de sus libros.

Rhys salió primero, después Barinthus. Él me abrió la puerta y me dio la mano mientras salía. Llevaba una fina chaqueta sobre la falda y la blusa de verano para esconder la Lady Smith enfundada en la parte baja de mi espalda. Rhys y Barinthus llevaban los dos ligeras gabardinas para esconder sus armas, sus cuchillos y sus espadas, y Rhys, incluso llevaba una pequeña hacha a su espalda. Algunas de las armas eran, además, mágicas reliquias sagradas. Yo había dejado la mía en casa, porque la espada que había llegado a mis manos tenía sólo un propósito y era matar, y matar de una forma sangrienta. Nosotros intentaríamos fingir que estábamos aquí para otra cosa. Si al final resultaba que tenía que acudir la policía teníamos que poder asegurar que nuestra intención era rescatar a Julian y no matar a Steve y a su pequeña novia. Apostaba a que acabaríamos teniendo que matarlos, pero necesitábamos disponer de un margen de maniobra en caso de que algún vecino llamara a los polis.

Llegamos hasta la puerta como si fuéramos de visita. Casi nos parecía mal tocar el timbre de la puerta y esperar a que contestaran. Doyle nos había llamado en el coche para decirnos que no se habían arriesgado a atravesar las defensas por miedo a que asesinaran a Julian antes de que le pudieran rescatar. Así que cuando atravesáramos la puerta, Barinthus proyectaría la magia suficiente para hacer que se disparasen todas las defensas que tuviesen. Si lo cronometrábamos bien, Doyle y los demás entrarían en ese momento. Y confiaba en Doyle para cronometrarlo bien.

Rhys tocó el timbre. Me habían situado entre los dos. Había recibido órdenes para no dejarme ver hasta que Rhys me autorizara. No podía ver nada pero la puerta se abrió.

La impasible voz de Rhys fue mi primer indicio de…

– El cañón de un arma no es la forma más amigable de recibir a una visita.

– ¿Dónde está la princesa?

– Saluda al tipo, Merry.

Hice un gesto con la mano, saludándole por encima de los anchos hombros de Rhys.

– Muy bien, vamos dentro, pero si intentas algún tipo de magia, tu amigo estará muerto antes de que puedas llegar hasta él. Bittersweet está ahora con él.

No me gustó cómo sonó eso, pero seguí a Rhys a través de la puerta. En el momento que la atravesé las defensas llamearon sobre mi piel con una magia tan poderosa que me quitó el aliento por un momento. Nunca había sentido nada igual, ni siquiera en el mismo mundo de las hadas.

Barinthus entró el último e hizo lo que habíamos planeado. Hizo aflorar su magia proyectándola con fuerza para asegurarse de que las alarmas se dispararían. Pero no era ruido lo que estas alarmas hacían, era magia.

Rhys me mantuvo detrás de él, protegida por su cuerpo.

– Tu sistema de defensas es demasiado sensible para Barinthus. Cálmate, él era Mannan Mac Lir. Su magia es demasiada para confinarla dentro de estas defensas.

Si la apariencia física de Barinthus no hubiera sido tan malditamente espectacular, puede que no hubiera funcionado, pero era difícil clavar la mirada en un hombre de más de dos metros de alto, con el pelo de todos los matices de azul contenidos en todos los océanos del mundo, y ojos azules con pupilas elípticas como los de alguna criatura de las profundidades marinas y no comprender simplemente cuánta magia estaba delante de ti.

Bittersweet llegó zumbando desde el balcón que tenía vistas hacia el enorme salón abierto. Era una de las habitaciones más grandes que había visto alguna vez. La vi llegar por encima del hombro de Rhys mientras él y Barinthus intentaban convencer a Steve Patterson para que bajara el arma.

Llevaba en la mano un cuchillo ensangrentado casi tan grande como ella, y sólo con ver su mirada, me di cuenta de que en ese momento era Bitter, y no Sweet. Estábamos a punto de conocer a su Hyde, cara a cara.

– Viene por detrás, Rhys -dije en voz baja.

– Me preocupa la pistola -musitó él sonriendo entre dientes mientras intentaba apaciguar a Patterson.

Me volví para enfrentarla, y grité…

– Estoy aquí para ayudarte a poder hacer el amor con Steve. -Fue lo único que se me ocurrió decir que pudiera atravesar el deseo de matar que vi en su cara.

Eso hizo que se quedara suspendida en el aire batiendo furiosamente las alas. La sangre goteaba espesa de la punta del cuchillo increíblemente largo. El mango tenía que ser de madera o cerámica para que ella pudiera sujetarlo sin que se le resbalase.

– Están aquí para ayudarnos, Bitter. Te ayudarán a ser lo bastante grande para hacer todo lo que queremos.

Ella pestañeó otra vez como si pudiera oírle pero no fuera capaz de entenderle. Me pregunté si era demasiado tarde para la razón. ¿Habría avanzado su psicosis hasta el punto de que el deseo de matar era más importante para ella que el amor?

– Bittersweet -dijo él-, por favor, cariño, ¿puedes oírme? -Yo no era la única que se preocupaba por ella.

– Bittersweet -dije-, ¿quieres estar con Steve?

Su diminuta cara fruncía el ceño por la concentración y entonces, finalmente, asintió con la cabeza.

– Bien -le dije-. Estoy aquí para ayudarte a estar con Steve de la forma en que deseas estar con él.

Su rostro parecía estar vaciándose al mismo tiempo que se llenaba. La furia parecía ir abandonándola, al mismo tiempo que algo de su personalidad y cordura aparecía en sus ojos, en su cara. El cuchillo cayó de sus manos estrellándose contra el suelo, salpicando gotas de sangre que se estamparon contra mi falda. Hice lo que pude para no estremecerme. No era la sangre lo que me molestaba, sino el pensamiento de que era de Julian.

Bittersweet se miró las manos y el cuchillo caído en el suelo y gimió. Es la única palabra que se me ocurría para describirlo. Fue uno de los peores sonidos que alguna vez he oído provenir de alguien. Contenía desesperación y tormento y una absoluta desesperanza. Si es cierto que existe el infierno cristiano, así debían gemir las personas allí confinadas.

– Steve, Steve, ¿qué he hecho? ¿Qué me has dejado hacer? Te dije que no me dejaras hacerle daño.

– Bittersweet, ¿eres tú?

– Por ahora -dijo ella, y me miró. Había cansancio en su rostro-. Tú no puedes hacerme grande, ¿verdad?

– Podría, pero la diosa tendría que bendecirnos.

– No hay bendición aquí -dijo ella-. La Diosa ya no habla conmigo. -Aterrizó en el suelo y me miró. Estaba desnuda, pero llevaba tanta sangre encima que no había podido asegurarlo hasta que se acercó. ¿Qué le había hecho a Julian? ¿Estaban Doyle y los demás dentro de la casa? ¿Estaban rescatando a Julian?

Ella me tendió la mano. Me arrodillé, mientras Rhys decía…

– Merry, no creo que sea una buena idea.

– Deja el arma en el suelo -dijo Barinthus.

Los hombres siguieron con su baile a tres bandas por la posesión de la pistola, pero para mí el mundo se había reducido a la pequeña figura cubierta de sangre sobre la alfombra. Le ofrecí la mano y ella me rodeó un dedo con su mano diminuta. Intentó usar el encanto conmigo como hacía con algunos humanos, pero realmente no tenía poder suficiente. Era como si hubiera heredado de su padre la apariencia de semiduende, pero su magia fuera brownie. Era muy injusto.

– No se nos puede salvar -dijo.

– Bittersweet, ella te hará grande. Podemos estar juntos.

– Sé que hay algo terriblemente mal en mí -dijo ella, y estaba totalmente serena cuando lo dijo.

– Sí -le dije-. Creo que lograrías con facilidad que cualquier jurado aceptara la enajenación mental como eximente.

Ella sonrió, acariciando mi dedo, pero no era una sonrisa feliz.

– Ahora puedo ver dentro de esa otra parte de mi mente. Quiere hacer cosas terribles. No estoy segura de lo que he hecho y de lo que sólo soñé con hacer. -Ella me acarició otra vez-. Esa otra parte de mí quiere que la hagas grande, pero una vez que lo hagas ella va a arrancar a los bebés de tu cuerpo y a bailar sobre tu sangre. No puedo detenerla, ¿me entiendes?

La miré fijamente, tratando de tragar más allá del pulso que latía en mi garganta.

– Creo que sí.

– Bien. Steve no lo entiende. No quiere creerlo.

– ¿Creer el qué? -Pregunté.

– Que es demasiado tarde. -Ella sonrió con una sonrisa tan triste y cansada… y entonces sonrió de forma completamente diferente. Me mordió el dedo y yo reaccioné sacudiendo con fuerza la mano, enviándola a volar hacia el techo con mi sangre en su boca. Ella se lanzó a por el cuchillo en el suelo y un montón de cosas ocurrieron a la vez.

Steve gritó algo y la pistola se disparó. El ruido fue atronador en un cuarto cerrado, y yo me quedé medio sorda mientras la veía recoger el cuchillo y abalanzarse directamente sobre mí con esa malvada sonrisa en su cara. No intenté sacar la pistola para disparar a un blanco tan pequeño y tan rápido. Llamé a mis manos de poder, mi mano de carne y mi mano de sangre. Ella me cortó cuando, a propósito, dejé mi brazo izquierdo a su alcance mientras le tocaba las piernas con la otra mano, mi mano de carne. Un cuchillo voló desde arriba y la atravesó por la espalda, clavándola contra el suelo delante de mis rodillas.

Me giré hacia Rhys y Barinthus y encontré a Barinthus sangrando en el suelo. Rhys había sacado su pistola y apuntaba al otro hombre que estaba boca arriba en el suelo.

Doyle saltó desde el balcón desde donde había lanzado el cuchillo, aterrizando en cuclillas sobre las puntas de sus manos y pies. Se acercó a mí, quitándose la camisa para envolver con ella el brazo que me sangraba. Ya no me dolía, lo que probablemente significaba que era un corte profundo.

El cuerpo de Bittersweet estaba muerto antes de que mi magia comenzara a hacer girar su carne de dentro afuera. Acabó como una pelota de carne irreconocible enroscada alrededor del cuchillo. Una mano de carne en su pleno poder podía derretir un cuerpo hasta convertirlo en una masa y lo peor era que si la víctima era inmortal no moría. La podías detener, pero para matarla necesitabas una espada determinada. Me alegré de que ella hubiera muerto primero.

– Viviré. Ves a ver cómo está Barinthus -le dije.

Doyle vaciló, entonces hizo lo que pedí. Rhys comprobaba si Patterson tenía pulso. Se aseguró con una patada de que la pistola quedara lejos de su mano, pero cuando se giró y me vio mirando, negó con la cabeza. Patterson estaba muerto.

Oí sirenas. Los vecinos habían dado la alarma al oír los disparos. Era lo que nos faltaba, que alguien llamara a la poli.

Doyle ayudó a Barinthus a sentarse. El gran hombre hizo una mueca y comentó…

– Se me había olvidado lo mucho que duele recibir un tiro.

– No es mortal -dijo Doyle.

– Todavía duele.

– Creía que me echaste un discurso acerca de que es imposible herir al mar -le dije.

Él me sonrió.

– Si no lo hubiera dicho, ¿me habrías dejado venir?

Pensé en ello.

– No lo sé.

Él asintió con la cabeza.

– Ya es hora de que me comporte -dijo.

Cathbodua voló desde el balcón, su capa de plumas de cuervo parecía ser realmente un par de alas. Se arrodilló a mi lado.

– ¿Es grave?

– No estoy segura -le dije-. ¿Está Julian…?

– Vivirá y se curará, pero está herido. Usna está ahora con él -dijo, mientras hacía presión sobre el vendaje improvisado y Doyle hacía lo mismo sobre el costado herido de Barinthus. Para cuando la policía golpeó la puerta, Rhys ya había escondido la pistola y exhibía su licencia de detective a plena vista.

No nos dispararon, y no nos arrestaron. Ayudó el hecho de que estuviéramos heridos y de que yo fuera la Princesa Meredith Nic Essus. De vez en cuando no es tan malo ser una celebridad.

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