POR LA RAZÓN QUE FUERA, RHYS ERA EL ÚNICO QUE ESTABA despierto. Galen y Wyn dormían como si nada hubiera pasado. Los pétalos adornaban sus caras y cabellos, pero seguían durmiendo.
– Hay algo en tu cara -dijo Rhys, mientras alargaba una mano y la retiraba sucia y manchada de sangre fresca. -¿Te has hecho daño? -me preguntó.
– La sangre no es mía.
– Entonces… ¿de quién es? -preguntó.
– De Brennan.
– Del cabo Brennan, el soldado que curaste, ¿el que nos ayudó en la lucha?
– Sí -dije. Quería saber si Rhys me había visto soñar. Quería saber si mi cuerpo había permanecido aquí en la cama, o si había desaparecido, pero casi tenía miedo de averiguarlo. Pero tenía que saberlo.
– ¿Cuánto tiempo has estado mirándome?
– Sentí el toque de la Diosa. Ella me despertó, y te vigilé durante tu sueño, aunque si acabaste cubierta por la sangre de Brennan, quizás es que no estaba protegiendo la parte de ti que realmente tenía que proteger.
– ¿Por qué Galen y Wyn no se despertaron? -pregunté, con un tono de voz quedo como todo el mundo hace cuando hay alguien cerca durmiendo.
– No estoy seguro. Dejémosles dormir y hablemos en la sala de estar.
No discutí. Simplemente me deslicé de la sábana cubierta de pétalos y de la calidez de sus cuerpos. Wyn se acurrucó en el hueco que yo había dejado. Cuando él tocó a Galen, dejó de moverse y se adentró en un sueño más profundo. Galen ni se movió. No era ninguna novedad; tenía el sueño pesado, aunque no tan profundo como éste.
Me lo quedé mirando fijamente mientras Rhys recogía su pistolera, pistola, y una espada corta que por lo general llevaba enfundada a la espalda. Se había sacado las licencias de armas necesarias para llevar el arma aquí, pero la espada sólo le estaba permitida porque técnicamente todavía era el guardaespaldas de la Princesa Meredith, y algunas de las cosas que podían atacarme respetaban más una hoja afilada que una bala.
Él se aseguró de coger las armas, pero ni se molestó con la ropa. Me tomó de la mano, completamente desnudo, con sus armas en la otra mano.
Tomé una bata de seda que estaba tirada en el suelo. A veces tenía frío; Rhys rara vez lo tenía. Él, como Frost, habían sido antes deidades de algo más frío que una simple noche del Sur de California.
Dejó las armas en el mostrador de la cocina y encendió la luz que estaba sobre el horno, creando un pequeño resplandor en la oscuridad, en la tranquilidad de la casa. Encendió la cafetera, que ya estaba preparada para la mañana siguiente.
Le regañé…
– Sólo querías café.
Me sonrió.
– Yo siempre quiero café, pero creo que ésta puede ser una conversación muy larga, y yo también trabajé hoy.
– Sobre un caso de espionaje industrial mediante el uso ilícito de la magia, ¿verdad? -le pregunté.
– Sí, pero la Diosa no nos despertó para que habláramos sobre un caso.
Me ceñí la bata, atándola. Era negra y roja, estampada con flores verdes. Rara vez iba toda de negro si podía evitarlo. Era un color demasiado característico de mi tía Andais. Mi pelo había crecido lo suficiente como para tener que sacarlo del cuello de la bata y dejarlo caer por mi espalda.
Disfruté viendo a Rhys moverse desnudo por la cocina. Admiré la línea firme de su culo cuando se puso de puntillas para alcanzar las tazas del armario.
– El problema de convivir con un hombre de más de dos metros es que pone todas las cosas que tú sueles utilizar demasiado altas.
– Él no se da cuenta cuando lo hace -le dije , deslizándome en el taburete que estaba frente a la barra cerca del mostrador exterior.
Rhys bajó las tazas grandes, y se dio la vuelta con una sonrisa.
– ¿Mirabas mi trasero?
– Sí, y lo demás también. Me encanta verte moviéndote por la cocina con sólo una sonrisa.
Esto le hizo sonreír abiertamente otra vez, mientras colocaba tazas en la cafetera, que ahora hacía alegres ruiditos, lo que quería decir que el café estaba a punto de salir.
Se acercó hacia mí, con expresión solemne. Me miraba atentamente con su único ojo de anillos azules. Levantó la mano otra vez, para tocar la sangre y la arena de mi cara.
– Supongo que Brennan estaba herido.
– Un pequeño corte en la palma, y era la mano con la que sujetaba el clavo.
– Todavía lo llevaba puesto alrededor del cuello -dijo Rhys.
Asentí.
– ¿Te has enterado de los rumores que corren sobre los soldados que lucharon a nuestro lado?
– No -le contesté.
– Curan a personas, Merry. Imponiendo las manos.
Le miré.
– Pensaba que eso sólo sucedió esa noche, porque la magia feérica afloraba por todas partes.
– Por lo visto, no -dijo él. Estudió mi cara, como si buscara algo en concreto.
– ¿Qué? -pregunté, nerviosa bajo tan serio escrutinio.
– Nunca dejaste la cama, Merry. Te lo puedo jurar, pero Brennan te tocó físicamente. Lo bastante como para dejar sobre tu piel su sangre y la suciedad del sitio donde estaba, y eso me asusta.
Él se giró y comenzó a buscar algo en los cajones del mueble. Sacó algunas bolsas con auto cierre y una cuchara.
Debí de mirarle toda extrañada, porque él se rió entre dientes y explicó…
– Voy a tomar alguna muestra de esa suciedad y sangre. Quiero saber lo que puede encontrar un laboratorio moderno.
– Tendrás que dar explicaciones si quieres que lo pague la Agencia de Detectives Grey.
– Jeremy es un buen jefe, un buen duende, y un buen hombre. Me dejará hacerlo como parte de un caso.
No podía discutir nada de lo que dijo sobre Jeremy. Él había sido uno de mis pocos amigos cuando llegué por primera vez a Los Ángeles.
Rhys abrió una de las bolsas y deslizó la cuchara sobre mi mejilla, presionando con suavidad.
– No es exactamente la mejor manera de tomar una muestra. Si éste fuera un caso real, la parte contraría sostendría que el contenido de una bolsa que se puede abrir y cerrar puede contaminarse con cualquier cosa.
– No estaba pensando en eso cuando te toqué, así que mi piel también está ahí, y tienes razón sobre la forma de tomar la muestra, pero no es un caso verdadero, Merry -dijo Rhys, mientras con mucho cuidado raspaba un poco de suciedad depositándola en una de las bolsas abiertas. Fue tan suave que sentí sólo una leve presión.
Cuando acabó de recoger la muestra, cerró la bolsa. Tomó otra cuchara limpia y una bolsa nueva, y raspó otro poco de suciedad, aunque podría apostar a que en ésta había más sangre. Con esta segunda muestra se tomó más tiempo, y esta vez realmente raspó un poco mi piel. No dolió, pero podría haberlo hecho, si hubiera seguido haciéndolo durante más tiempo.
– ¿Qué esperas averiguar analizando esto?
– No lo sé, pero enseguida sabremos algo más si hacemos esto correctamente -dijo, abriendo cajones hasta que encontró un rotulador permanente en el cajón más cerca del teléfono. Escribió en las bolsas, las fechó, firmó con su nombre, e hizo que yo también las firmara.
El rico olor del café invadió la cocina. Siempre olía muy bien. Vertió café en una de las tazas, pero le detuve cuando iba hacerlo en la segunda.
– Nada de cafeína, ¿recuerdas?
Inclinó la cabeza hasta que sus rizos blancos cayeron hacia delante.
– Qué idiota. Lo siento, Merry. Pondré a calentar agua para un té.
– Debería de habértelo dicho antes, pero honestamente, el sueño me asustó.
Él llenó la tetera de agua y la puso sobre el fogón, luego volvió a mi lado.
– Cuéntamelo todo mientras esperamos a que hierva el agua.
– Puedes beberte el café -le dije.
Él negó con la cabeza.
– Me pondré otro recién hecho cuando tengas tu té.
– No tienes que hacer eso -le dije.
– Lo sé -dijo poniendo su mano sobre la mía. -Tus manos están frías. -Tomó mis manos en las suyas y las levantó hasta sus labios para depositar un suave beso en ellas. -Cuéntame el sueño.
Respiré hondo y se lo conté. Me escuchó, dejando oír ruiditos alentadores aquí y allá, y sosteniendo mis manos, cuando no estaba haciéndome el té. Cuando terminé de contar la historia, mis manos estaban un poco más tibias, y había una tetera de té reposando sobre el mostrador.
– Los viajes a través de un sueño o en una visión no eran nada inaudito para nosotros en un pasado ya lejano, pero una manifestación física hasta el extremo de que un seguidor pudiera tocarnos y tocarle o rescatarle del peligro, eso sí era realmente raro, incluso cuando estábamos en la flor de la vida como pueblo.
– ¿Cómo de raro? -le pregunté.
El temporizador de la tetera sonó, y él se acercó para darle al botón.
– Quisiera creer que hemos sido lo bastante silenciosos como para no despertar a nadie, pero programé el molesto temporizador de la tetera a propósito -dijo, utilizando unas pequeñas pinzas para sacar la bolsita de té de jazmín. -Nadie se ha despertado, Merry.
Pensé en ello.
– Doyle y Frost deberían de haberse levantado cuando pasamos por delante de la puerta de su dormitorio, pero no lo han hecho.
– Este timbre despertaría a los muertos -comentó Rhys, y pareció encontrarlo gracioso, ya que se rió de su propia broma, y moviendo la cabeza, puso un colador pequeño sobre mi taza antes de verter el té.
– No estoy segura de entender el chiste -le dije.
– Deidad de la muerte -dijo él, medio señalándose a sí mismo, mientras dejaba la tetera.
Asentí, como si eso tuviera mucho sentido, que no lo tenía, pero…
– Todavía no pillo el chiste.
– Lo siento, es una broma del gremio. Tú no eres una deidad de la muerte, así que no lo entenderías.
– Ya te vale.
Él me llevó la taza de té, luego se volvió para tirar el café que se le había enfriado y ponerse una taza del recién hecho. Tomó un sorbo, cerrando el ojo, y pareció satisfecho. Levanté mi té para poder oler el jazmín antes de saborearlo. Con algunos tés tan suaves, el olor era tan importante como el gusto.
– ¿Por qué piensas que nadie más se ha despertado? Quiero decir… Galen y Wyn han estado ahí mismo en todo momento.
– Creo que la Diosa no ha acabado contigo esta noche, y que hay algo que ella quiere que nosotros hagamos juntos.
– ¿Crees que es porque tú eres la única deidad de la muerte que tenemos aquí fuera?
Él se encogió de hombros.
– No soy la única deidad de muerte en Los Ángeles, sólo soy la única deidad de la muerte celta en Los Ángeles.
Le miré ceñuda.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Otras religiones también tienen deidades, Merry, y a algunos de ellos les gusta mezclarse con la gente y fingir ser personas.
– Lo haces sonar como si ellos no fueran de la misma clase de deidad que tú y los demás.
Él se encogió de hombros otra vez.
– Sé de una deidad en particular al que le gusta caminar en forma humana, pero también puede ser simplemente un espíritu. Si tú me ves caminar sin tener forma humana, es que estoy muerto.
– Entonces quieres decir que no sólo algo más que la magia actúa sobre los muertos, sino algo realmente como una deidad, un Dios con “D” mayúscula, como la Diosa y el Consorte.
Él asintió, sorbiendo su café.
– ¿Quién es? Quiero decir… ¿qué es? Quiero decir…
– ¡No!, no voy a decírtelo. Te conozco demasiado bien. Tú se lo dirás a Doyle y él no será capaz de resistirse a echarle una miradita. He hablado ya con la deidad en cuestión, y él y yo tenemos un trato. Le dejaré en paz y él nos dejará en paz a cambio.
– ¿Tanto miedo da?
– Sí y no. Sólo voy a decirte que prefiero no probar sus límites cuando todo lo que tenemos que hacer es dejarle en paz.
– No está haciendo daño a nadie en la ciudad, o… ¿sí?
– Déjalo en paz -dijo él, frunciendo el ceño. -Debería de haber mantenido mi gran bocaza cerrada.
Bebí unos sorbos de mi té, gozando del sabor a jazmín, pero francamente, el olor del café de Rhys dominaba el delicado perfume de las flores. Tomar un café habría sido agradable. Podría intentar tomarlo descafeinado.
– ¿En qué piensas tan intensamente? -me preguntó él con recelo.
– Me pregunto si podría conseguir café descafeinado y en cómo sabría.
Él se rió entonces, e incluso depositó un beso en mi mejilla.
– Deberíamos limpiarte.
Fue una vez más hacia el fregadero, y trajo un trozo de papel del rollo de cocina junto al fregadero. También llevó su taza de café para dejarla en remojo. Pero en el momento en que se acercó hasta mí con el papel de cocina, olí a rosas, no a jazmín.
– No -le dije-, no lo limpiaremos así.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó.
En ese momento supe la respuesta.
– El océano, Rhys, lo limpiaremos en el océano, en el lugar donde el agua encuentra la costa.
– Ése es un lugar intermedio -dijo-. Un lugar donde el mundo de las hadas y muchos otros sitios se encuentran con el mundo cotidiano.
– Puede ser -dije.
– ¿En qué estás pensando?
Respiré hondo y pude oler el jazmín otra vez más que las rosas.
– No estoy segura de lo que yo tengo en mente.
– Vale, entonces… ¿en qué está pensando la Diosa?
– No lo sé -le dije.
– Estamos diciendo eso mucho esta noche. Y no me gusta.
– A mí tampoco, pero ella es la Diosa. Más real que tu anónima deidad de la muerte.
– No vas a dejar pasar eso, ¿verdad?
– No, porque cuando te pregunté si él dañaría a la gente de aquí, tú no quisiste contestarme.
– Bueno, bajemos hacia el mar -y dejando su café, me tendió una mano.
– Igual que esto, vendrás conmigo sin saber por qué.
– Sí.
– Porque no quieres hablar más de la deidad de la muerte -contesté.
Él sonrió y asintió con la cabeza.
– En parte, pero la Diosa te ayudó a salvar a Brennan y a sus hombres. La Carroza Negra ha elegido una nueva forma que le permitió moverse por una zona de guerra. La Diosa cubrió nuestra cama de pétalos de rosa. Nunca había hecho algo así fuera del mundo de las hadas, o en noches donde la magia salvaje se desvanece. Los soldados curan a personas en su nombre. Creo que después de todo haré un acto de fe y creeré que ella nos quiere abajo entre las olas por alguna buena razón.
Me deslicé del taburete y puse una mano en la suya. Él agarró sus armas mientras avanzaba, y fuimos hacia las puertas correderas de cristal. Añadió, justo antes de dejar caer mi mano para abrir la puerta…
– Si echas agua de mar sobre la bata de seda la arruinarás.
– Tienes razón -le dije, y desatando el cinturón, la dejé caer al suelo.
Él me echó la mirada que me había estado dirigiendo desde que yo tenía aproximadamente dieciséis años, pero ahora la mirada contenía conocimiento y no sólo lujuria, sino también amor. Era una estupenda mirada.
– No creo que necesite la bata -comenté.
– El agua está fría -dijo.
Me reí.
– Entonces me pondré arriba.
– Pueden haber otros problemas causados por el frío.
– Ah, un problema provocado por el agua fría -dije, riendo.
Él asintió.
– Provengo de Deidades de la fertilidad, como bien sabes. Creo que puedo ayudarte a solucionar esa clase de problemas -le dije.
– ¿Por qué quiere la Diosa que la muerte y la fertilidad se adentren en el agua?
– No me ha dicho esa parte.
– ¿Va a hacerlo?
Me encogí de hombros.
– No lo sé.
Esto le hizo mover la cabeza, pero tomó mi mano en la suya y salimos al aire fresco de la noche y al olor del mar. Salimos para hacer lo que nos había dicho la Diosa sin saber por qué, porque a veces la fe es confiar ciegamente, incluso si una vez has sido adorado como Dios.