CAPÍTULO 23

ÉL SE SOSTUVO APOYÁNDOSE SOBRE SUS BRAZOS TAL COMO había hecho Ivi. Los dos eran demasiados altos para usar la posición del misionero conmigo. Brii se deslizó dentro de mí con más facilidad que Ivi, pero no porque fuera más pequeño.

– Diosa, ella está tan mojada y tan estrecha.

– No tan estrecha como antes de que yo tuviera mi turno -dijo Ivi, moviéndose lo suficiente para que yo pudiera verle por encima de los hombros de Brii. Él me miró mientras el otro hombre encontraba su ritmo y comenzaba a bailar a su manera entrando y saliendo de mí, su cuerpo bombeando encima del mío, mientras Ivi me sostenía para él.

Brii alzó una mano del suelo donde se sostenía por encima de mí, y puso sus dedos a un costado de mi cara.

– Quiero que me mires a mí mientras te hago el amor, Princesa, no a él -me dijo. Como si le hubiera insultado apartando la mirada, dejó claro que aunque prefería la gentileza, podía funcionar a otras velocidades. Comenzó a empujarse dentro de mí tan duro y rápido como podía, así que el sonido de la carne golpeando contra la carne, su respiración dificultosa y mis pequeños sonidos de protesta eran todo lo que el mundo podía contener.

Había pasado muy poco tiempo desde el buen trabajo de Ivi, y Briac consiguió que me corriera con rapidez. Un momento antes estaba cabalgando la ola del placer y al siguiente mi cuerpo se sacudía, esforzándose debajo de él, luchando por llegar al orgasmo, luchando contra las vides que me sujetaban, mi columna vertebral arqueándose, mi cuello lanzado hacia atrás mientras gritaba su nombre contra el cristal.

Briac montó mi cuerpo hasta que me quedé inmóvil, ciega y sin fuerzas bajo él, y entonces, sólo entonces, permitió que su cuerpo empujara por última vez, gritando sin palabras encima de mí. Sólo entonces se dejó caer sobre mí, también sin fuerzas, pero yo notaba su peso con agrado. Su corazón martilleaba contra mi cuerpo, su respiración era tan ruda que parecía que todavía estaba corriendo tan rápido como podía, aún cuando yacía encima de mí, demasiado exhausto para moverse, demasiado cansado para hacer algo más que deslizarse hacia un lado y así no sofocarme bajo su peso.

Cuando finalmente pudo moverse, salió de mí, haciéndome gritar de nuevo, a la vez que dejaba oír un sonido que parecía estar hecho de placer agudo mezclado con dolor.

Se quedó a mi lado, y cuando pude enfocar la mirada, pude ver sus ojos parpadear y cerrarse. Él habló con voz ronca y espesa…

– Diosa, eso se sintió tan bien, casi demasiado bien.

– Casi duele, ¿no?, después de tanto tiempo -dijo Ivi, y ahora le pude ver sentado en el sofá, lo bastante cerca para ver la función desde la primera fila.

– Sí -contestó Brii.

– Princesa, ¿puedes oírme? -preguntó Ivi.

Parpadeé hacia él y finalmente dejé escapar un jadeante…

– Sí.

– ¿Me puedes entender?

– Sí.

– Di algo además de sí.

Yo le dirigí una pequeña sonrisa y le dije…

– ¿Qué quieres que diga?

Él sonrió.

– Bien, en realidad me puedes oír. Pensé que habíamos conseguido que te desmayaras de placer.

– Ni de cerca -dije.

– Tal vez la próxima vez -añadió.

Eso me hizo mirarlo con un poco más de dureza, intentando prolongar la sensación de bienestar en la que había estado sumida hasta ahora. El amanecer había llegado por el este, así que ahora el cielo occidental estaba iluminado por una luz blanca. La noche se había desvanecido gradualmente durante toda la sesión de sexo.

– No creo que haya una próxima vez -contesté, y me di cuenta de que mi voz estaba ronca de gritar sus nombres.

Él sonrió más ampliamente, y sus ojos reflejaron ese conocimiento que contenían los ojos de un hombre después de que ha estado contigo en la más íntima de las formas.

– Tú nos ordenaste hacer el amor con otra persona tan pronto como fuera posible. No nos mandaste que nunca más hiciéramos el amor contigo.

No podía discutir eso, aunque me daba la sensación de que debería hacerlo, pero todavía no podía pensar con claridad. Mi cuerpo todavía se sentía flojo y líquido, como si sólo lo pudiera controlar a medias. No me había desmayado, pero no había faltado mucho.

Las vides comenzaron a relajarse cayendo de mis brazos y mis piernas, alejándose como si tuvieran músculos y mentes propias. Olí a flores, pero no eran rosas ni flores de manzano.

Miré más allá de Brii, donde todavía yacía apoyado contra el cristal. Había un árbol creciendo junto al cristal, a sólo unos metros de nosotros. Su corteza era blanca y gris, y se elevaba al menos tres metros por encima de nosotros. Estaba cubierto de botones en flor, blancos y rosados, y todo el cuarto olía a dulce, como él.

Peleé por incorporarme sobre los codos, lo justo para poder verlo desde una mejor perspectiva. Me di cuenta de que la corteza era del mismo color blanco grisáceo de la piel de Briac. Siempre había sabido que él era algún tipo de deidad vegetal, pero su nombre no me daba ninguna pista. Me quedé mirando fijamente el árbol florecido, para luego mirar al hombre que aparentemente estaba desmayado a mi lado.

– Es un…

– … cerezo -terminó Ivi por mí.

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