CAPÍTULO 37

ME HABÍA VESTIDO PARA LA CENA, QUE SE HABÍA convertido en una ocasión semiformal, lo que significaba que iba demasiado arreglada para ir al laboratorio forense de la división mágica de la policía. Jeremy había telefoneado justo antes de que nos sentáramos para cenar porque había recibido la llamada de uno de los magos policiales para que fuera al laboratorio y diera su opinión sobre la varita mágica que le habían confiscado a Gilda. La que había hecho desplomarse a un policía dejándolo inconsciente durante horas.

Jeremy quería que algunos de nosotros la viéramos, porque pensaba que era de manufactura sidhe. Había propuesto que yo me quedara en casa y cenara tranquilamente porque realmente a quién necesitaba era a algunos de los guardias sidhe más viejos. Rhys había salido temprano para conocer su nuevo sithen, y Galen era, como yo, demasiado joven para saber demasiado acerca de nuestros más viejos artefactos mágicos. Pero resulta que éramos sólo nosotros tres quienes teníamos licencia de detectives privados. Los demás sólo podían acompañarnos como guardaespaldas. Los vídeos de los reporteros saliendo por la ventana habían salido en todas las noticias y colgados en YouTube, así que la policía estaba convencida de que yo no saldría sin un montón de guardias. Por lo tanto, salí “protegida” y Jeremy consiguió a los sidhe que quería para examinar la varita. La única pega fue que tuve que comer algo rápido en el coche, y que los altos tacones teñidos de color amarillo que llevaba puestos para hacer juego con el ceñido vestido amarillo, completado con enaguas para darle vuelo a la falda, no eran los zapatos adecuados para caminar sobre suelos de hormigón.

La varita descansaba en una caja de metacrilato. Había símbolos literalmente tallados en la caja. Ésta se utilizaba como un campo antimágico portátil de tal manera que si la policía encontraba algún artefacto mágico pudiera meterlo en la caja y anular su efecto hasta que los forenses encontraran una solución más permanente.

Todos estábamos de pie rodeándola y mirándola con fijeza, y por todos quiero decir a los dos magos de la policía, Wilson y Carmichael, y a Jeremy, Frost, Doyle, Barinthus (que se había unido a nosotros justo cuando salíamos), Sholto, Rhys, y yo. Rhys había interrumpido la exploración de su sithen para ayudar a resolver el crimen.

La varita todavía tenía sesenta centímetros de largo pero ahora eran sólo sesenta centímetros de pálida madera blanca y color miel, limpia y libre de todo los brillos que a Gilda tanto le gustaban, y que yo recordaba con claridad.

– No parece la misma varita -objeté.

– ¿Quieres decir que le falta la punta de estrella y el brillante recubrimiento externo? -preguntó Carmichael. Ella negó con la cabeza, haciendo que su cola de caballo castaña oscilara sobre su bata de laboratorio-. Una parte de las piedras tenían propiedades metafísicas que ayudaban a amplificar la magia, pero servían más que nada para hacerla más bonita y esconder esto.

Clavé los ojos en la larga pieza de madera, suavemente pulida.

– ¿Por qué esconderlo?

– No la mires sólo con los ojos, Merry -dijo Barinthus. Él sobresalía por encima de todos nosotros vestido con su larga gabardina de color crema. De hecho, llevaba un traje debajo del abrigo, aunque había pasado de la corbata. Era la mayor cantidad de ropas que le había visto llevar desde que llegó a California. Se había recogido el cabello en una cola, pero incluso recogido, su cabello seguía moviéndose demasiado comparado con el cabello de los demás, como si incluso estando aquí de pie, en este edificio ultra moderno, equipado a la última con el más sofisticado equipo científico rodeándonos, todavía hubiera alguna corriente invisible de agua jugando con su cabello. No lo hacía a propósito; supongo, o al menos eso parecía, que su pelo reaccionaba a la cercanía del océano.

No me gustó cómo lo dijo, sonó como una orden, pero lo hice, porque tenía razón. La mayoría de los humanos tienen que esforzarse para ver magia, hacer magia. Yo era en parte humana, pero de alguna forma también era completamente feérica. Tenía que protegerme todos los días, cada minuto, para no ver magia. Me había protegido cuidadosamente para entrar en esta área de los laboratorios forenses porque era la sala donde se guardaban los objetos mágicos realmente poderosos, aquéllos con los que no sabían qué hacer, o que estaban en proceso de desencantar o de descubrir una forma de destruirlos que no hiciera explotar nada más. Algunos objetos mágicos una vez activados son difíciles de destruir sin causar ningún daño.

Había levantado mis escudos porque no quería tener que abrirme paso entre toda la magia en la habitación. Las cajas antimagia impedían que los objetos encerrados en ellas funcionaran, pero no impedían que los magos pudieran estudiarlos. Era un bonito truco de ingeniería mágica. Aspiré profundamente, lo dejé salir, y dejé caer mis escudos muy ligeramente.

Intenté concentrarme sólo en la varita, pero por supuesto había otras cosas en el cuarto, y no todas ellas reaccionaban a simple vista. Algo en el cuarto gritaba… “Libérame de esta prisión y te concederé un deseo”. Algo diferente olía a chocolate, no, a un intenso dulce de cereza, tampoco, era como el olor de todo lo dulce y bueno, y con el olor estaba el deseo de encontrarlo y recogerlo para poder obtener toda esa bondad.

Negué con la cabeza y me concentré en la varita. La pálida madera estaba cubierta de símbolos mágicos. Serpenteaban sobre la madera, en resplandecientes amarillos y blancos, y aquí y allá con un poco de llameante rojo anaranjado, pero no era exactamente fuego, era como si la magia chispeara. Yo nunca había visto algo así antes.

– Es casi como la magia tuviera un cortocircuito -dije.

– Eso es lo que yo dije -dijo Carmichael.

Wilson dijo…

– Pensé que podría servir para obtener poder extra, como pequeñas piezas de batería mágica destinadas a aumentar el efecto del hechizo. -Era alto, más alto que todos los hombres excepto Barinthus, con un pálido pelo corto que iba del gris al blanco. Wilson apenas tenía treinta años. Su cabello había encanecido después de que hubiera hecho explotar una importante reliquia sagrada destinada a provocar el fin del mundo. Cualquier cosa verdaderamente capaz de provocar el fin del mundo era siempre destruida. El problema era que destruir algo tan poderoso no era siempre la profesión más segura. Wilson trabajaba en el equivalente mágico de la brigada de explosivos. Era uno de los pocos magos humanos en todo el país acreditado para eliminar grandes reliquias sagradas. Algunos de los otros especialistas en explosivos mágicos pensaban que Wilson había, literalmente, sacrificado una década de su vida junto con el color de su pelo original.

Él empujó hacia arriba las gafas con montura de alambre que resbalaban de su nariz. Realmente, seguía pareciéndose a un friki de la informática, y lo era, sí, pero un friki del estudio de la magia, y según los otros especialistas en magia, era el más valiente de todos ellos o un loco hijo de puta. Yo sólo citaba. El hecho de que sólo Wilson y Carmichael estuvieran todavía trabajando en ello y que el objeto estuviera en esta habitación implicaba que la varita había hecho algo desagradable.

– ¿El policía al que golpeó Gilda con esta varita murió o algo así? -Pregunté.

– No -dijo Carmichael.

– No. ¿Qué habías oído? -preguntó Wilson.

Ella le miró frunciendo el ceño.

– ¿Qué? -preguntó él.

Yo dije…

– Esta sala es sólo para aquellas cosas que asustan a la policía. Reliquias importantes, objetos diseñados para hacer cosas malas que no has averiguado aún cómo desencantar o destruir. ¿Qué hizo la varita de Gilda para ganarse un lugar aquí?

Los dos magos se miraron.

– Cualquier cosa que ocultéis -dijo Jeremy-, puede ser la llave para descifrar el poder de esta varita.

– Primero dinos qué ves -dijo Wilson.

– Os he dicho lo que pienso -dijo Jeremy.

– Tú dijiste que podría ser de fabricación sidhe. Quiero saber lo que algún sidhe piensa de eso -Wilson nos miró a cada uno de nosotros; su cara parecía muy seria ahora. Nos estudiaba de la manera en que estudiaría cualquier objeto mágico que le interesara. Wilson tenía a veces la inquietante tendencia de ver a los seres feéricos como otro tipo de objeto mágico, como si nos estuviera estudiando para ver cómo reaccionábamos.

Los hombres me miraron. Me encogí de hombros y dije…

– Los símbolos mágicos blancos y amarillos están reptando sobre la madera con esas extrañas chispas de rojo anaranjada. Los símbolos no son estáticos sino que parecen estar aún en movimiento. Eso es inusual. Los símbolos mágicos resplandecen a veces para el ojo interior, pero nunca se ven tan… frescos, como si la pintura todavía no se hubiera secado.

Los hombres que me acompañaban asintieron con la cabeza.

– Por eso es que pensé que podría ser una creación sidhe -dijo Jeremy.

– No lo entiendo -dije.

– La última vez que vi una magia permanecer tan fresca, era en un objeto encantado hecho por uno de los grandes magos de tu gente. Ocultan el corazón de la magia en un objeto hecho de metal, o en una vegetación viva que se mantiene fresca por el poder de la magia. Pero todo es ficticio, Merry. Sólo pretende esconder su esencia.

– Entiendo lo que dices, pero… ¿por qué lo hace eso un trabajo sidhe?

– Tu gente son los únicos que he visto alguna vez capaces de entrelazar la magia con algo tan fresco y vital.

– Nunca hemos visto nada capaz de hacer eso -dijo Wilson.

– ¿Qué la hace sidhe? -Insistí.

– No lo es -dijo Barinthus.

Le miramos.

Jeremy pareció un poco incómodo, pero miró al hombre alto y preguntó…

– ¿Por qué no es magia sidhe?

Nunca había visto a Barinthus parecer tan desdeñoso como en ese momento. Él no se llevaba bien con Jeremy. Al principio, había pensado que había algo personal entre los dos, pero luego me percaté de que Barinthus tenía algún prejuicio en contra de Jeremy, por ser éste un duende oscuro. Para Barinthus era un problema racial, como si un duende oscuro no fuera lo bastante digno para ser el jefe de todos nosotros.

– Dudo que pudiera explicarlo de forma que lo entendieras -dijo Barinthus.

La cara de Jeremy se oscureció

Me volví hacia Wilson y Carmichael y sonriendo, les dije…

– ¿Podríais disculparnos un momento? Lo siento, pero si sólo pudierais darnos un poco de espacio…

Se miraron el uno al otro, luego a la furiosa cara de Jeremy y a la arrogante figura de Barinthus, y se apartaron de nosotros. Nadie quiere estar junto a un hombre de más de dos metros diez de altura cuando está a punto de empezar una pelea.

Me volví hacia Barinthus.

– ¡Ya basta! -Exclamé, clavando un dedo en su pecho con la suficiente fuerza como para hacerle retroceder un poco-. Jeremy es mi jefe. Él nos paga la mayor parte del dinero que nos provee de ropa y alimentos a todos nosotros, incluyéndote a ti, Barinthus.

Él me miró desde arriba, y sesenta centímetros de distancia son suficientes para hacer que la arrogancia funcione muy bien, pero yo ya había aguantado todo lo que podía aguantar de este antiguo dios del mar.

– Tú no estás aportando ningún dinero. No contribuyes en una condenada cosa para el mantenimiento de las hadas aquí en Los Ángeles, así que antes de ponerte petulante con nosotros, yo pensaría en ello. Jeremy es más valioso para mí y para el resto de nosotros que tú.

Eso atravesó su arrogancia, y vi incertidumbre en su cara. La disimuló, pero estaba allí.

– Tú no dijiste en ningún momento que me necesitaras para contribuir de esa forma.

– Podemos estar viviendo gratis en las casas de Maeve Reed, pero no podemos continuar dejando que alimente a nuestro ejército. Cuando ella regrese de Europa puede que quiera recuperar su casa, todas sus casas. ¿Qué haremos entonces?

Él frunció el ceño.

– Sí, es cierto. Somos más de un centenar de personas, contando a los Gorras Rojas, y ellos están acampados en los terrenos de la finca porque en las casas ya no hay espacio para todos. No lo entiendes. Tenemos el equivalente a una corte del mundo de las hadas, pero no tenemos un tesoro real, o magia que nos provea de ropa y alimentos. No tenemos un sithen que nos aloje a todos y que simplemente vaya creciendo a medida que lo necesitamos.

– Tu magia salvaje creó un nuevo trozo de mundo de las hadas dentro de los límites de la tierra de Maeve -dijo él.

– Sí, y Taranis lo usó para secuestrarme, así que no podemos usarlo para alojar a nadie hasta que podamos garantizar que nuestros enemigos no lo pueden usar para atacarnos.

– Rhys tiene un sithen ahora. Más vendrán.

– Y hasta que sepamos que nuestros enemigos no pueden usar ese nuevo pedazo del mundo de las hadas para atacarnos, tampoco podemos trasladar a muchas personas allí.

– Es un edificio de apartamentos, Barinthus, no un sithen tradicional, -dijo Rhys.

– ¿Un edificio de apartamentos?

Rhys asintió con la cabeza.

– Apareció mágicamente en una calle moviendo dos edificios a fin de poder aparecer en el medio, pero parece un edificio de apartamentos de mala muerte. Es, definitivamente, un sithen, pero es como los viejos. Abro una puerta una vez y la próxima vez que la abro hay un cuarto diferente detrás de la puerta. Es magia salvaje, Barinthus. No podemos llevar a nuestra gente allí dentro hasta que sepa lo que hace, y qué planes tiene.

– ¿Es tan poderoso? -dijo él.

Rhys asintió con la cabeza.

– Así parece, sí.

– Más sithens aparecerán -dijo Barinthus.

– Tal vez, pero hasta que lo hagan, necesitamos dinero. Necesitamos a tantas personas como sea posible que aporten capital. Eso te incluye a ti.

– Tú no me dijiste que querías que aceptara los trabajos de guardaespaldas que él ofrecía.

– No le llames “él”; su nombre es Jeremy. Jeremy Grey, y él ha estado ganándose la vida aquí entre los humanos durante décadas, y esas habilidades son muchísimo más útiles para mí ahora que tu habilidad para hacer que el océano se levante y se estrelle contra una casa. Lo cual fue infantil, por cierto.

– Las personas en cuestión no necesitan guardaespaldas. Solamente quieren que yo esté cerca a la vista de todos.

– No, quieren que estés cerca y seas atractivo y atraigas la atención hacia ellos y sus vidas.

– No soy un monstruo para ser paseado ante las cámaras.

– Nadie recuerda esa historia desde los años cincuenta, Barinthus -dijo Rhys.

Un reportero había llamado a Barinthus “el Hombre Pez” por la membrana plegable que tenía entre los dedos. Ese reportero murió en un accidente de navegación. Los testigos oculares dijeron que el agua simplemente se elevó y golpeó contra la embarcación.

Barinthus nos dio la espalda, metiéndose las manos en los bolsillos de su abrigo. Doyle dijo…

– Frost y yo hemos protegido a humanos que no necesitaban protección. Hemos estado ahí parados y les hemos dejado admirarnos y que pagaran dinero por eso.

– Hiciste un trabajo y después te negaste a aceptar otro -le dijo Frost a Barinthus-. ¿Qué ocurrió para que luego te negaras?

– Le dije a Merry que era indigno de mí fingir el proteger a alguien cuando a quien debería proteger es a ella.

– ¿Intentó seducirte la cliente? -preguntó Frost.

Barinthus negó con la cabeza; su cabello se movió más de lo que debería haber hecho, igual que se movía el océano en un día de mucho viento.

– Seducción no es un término lo bastante explícito para lo que esa mujer intentó.

– Ella se propasó contigo -dijo Frost, y simplemente la manera en que lo dijo me hizo mirarle.

– Lo dices como si también te hubiera pasado a ti.

– Nos invitan a las fiestas para hacer algo más que protegerlos, Merry, ya lo sabes.

– Sé que quieren atraer la atención de la prensa pero ninguno de vosotros me dijo que los clientes se habían vuelto tan descontrolados.

– Se supone que nosotros debemos protegerte, Meredith -dijo Doyle-, no a la inversa.

– ¿Es por eso que tú y Frost habéis vuelto a ocuparos solamente de mi protección?

– Lo ves -dijo Barinthus-, vosotros también os habéis librado de eso.

– Pero ayudamos a Meredith con sus investigaciones. No hemos dejado de hacer fiestas para luego escondernos en el océano -dijo Doyle

– Parte del problema es que no has escogido un compañero -dijo Rhys.

– No sé qué quieres decir con eso.

– Yo trabajo con Galen, y nos cuidamos las espaldas el uno al otro, y nos aseguramos de que las únicas manos que nos tocan son las que queremos que nos toquen. Un compañero no sirve sólo para cuidar tu espalda en una batalla, Barinthus.

Esa arrogancia detrás de la que Frost se escondía volvía a aparecer en la cara de Barinthus, pero me di cuenta de que para él no era simplemente su versión de una cara en blanco.

– ¿Honestamente crees que nadie entre los hombres es digno de asociarse contigo? -Pregunté.

Él sólo me miró, lo cual supuse que era respuesta suficiente. Él miró a Doyle.

– Una vez habría estado encantado de trabajar con la Oscuridad.

– Pero no ahora que me he asociado con Frost -dijo él.

– Has escogido a tus amigos.

Me pregunté por un momento si Barinthus estaría enamorado de Doyle, o sus palabras sólo querían decir lo que dijo. El hecho de que nunca me hubiera dado cuenta de que fue algo más que un amigo para mi padre me había hecho cuestionar un montón de cosas.

– Está bien -dijo Rhys-. Tú y yo nunca nos hemos llevado bien.

– No importa -dije-. No es un descubrimiento. Si quieres quedarte aquí, vas a tener que contribuir de una forma real, Barinthus. Vas a comenzar por explicarle a Jeremy y a los amables magos de la policía el por qué ésa no es una magia sidhe. -Establecí contacto visual con él tan bien como pude teniendo en cuanta la diferencia de altura de sesenta centímetros. Supongo que con los tacones de ocho centímetros que llevaba era algo menos, pero seguía siendo el momento de estirar el cuello. Siempre es difícil mirar a alguien con firmeza cuando ése alguien es mucho más alto que tú.

Su cabello flotó a su alrededor, a todos nos dio la sensación de que se movía como si estuviera bajo el agua, aunque yo sabía que estaría seco al tacto. Era una nueva demostración de su poder creciente, pero yo ya había advertido que más bien parecía ser una reacción emocional.

– ¿Es eso un no, o un sí? -Pregunté.

– Intentaré explicarlo -dijo al fin.

– Muy bien, bueno, vamos a terminar con esto para que podamos volver a casa.

– ¿Estás cansada? -preguntó Frost.

– Sí.

Barinthus dijo…

– Soy un tonto. Puede que aún no se te note, pero estás embarazada. Debería estar cuidándote. En lugar de eso, estoy haciendo las cosas más difíciles para ti.

Asentí con la cabeza.

– Eso es lo que estaba pensando. -Hice señas a la policía y a Jeremy para que se acercaran. Nos reunimos todos de nuevo alrededor de la varita. Barinthus no se disculpó, pero comenzó a explicar…

– Si realmente fuera de manufactura sidhe no habrían llamaradas de poder. Si comprendo lo que son los cortocircuitos eléctricos, entonces eso es exacto. Los puntos resplandecientes blancos y amarillos indican los puntos donde la magia se debilita, como si la persona que hizo el hechizo no tuviera bastante poder para hacer una magia homogénea. Los puntos resplandecientes de un rojo anaranjado también indican, como dice el Mago Wilson, los puntos donde el poder aumenta. Creo que una de esas llamaradas de poder es lo que dañó al policía que resultó herido en un principio.

– Así es que si lo hubieras hecho tú, u otro sidhe, entonces las marcas mágicas serían iguales y el poder sería estable -dijo Wilson.

Barinthus asintió con la cabeza.

– No quiero parecer grosera -dijo Carmichael-, ¿pero no es cierto que los sidhe son menos poderosos ahora haciendo uso de la magia de lo que fueron en el pasado?

Hubo ese momento incómodo en el que alguien dice algo que todo el mundo sabe, pero nadie está dispuesto a discutir. Fue Rhys quién dijo…

– Eso sería cierto.

– Lo siento, pero si eso es cierto, entonces ¿por qué no podría ser esto de un o una sidhe, con menos control de su magia? ¿Tal vez es lo mejor que podía hacer ese mago?

Barinthus negó con la cabeza.

– No.

– Su lógica es válida -dijo Doyle.

– Has visto los símbolos; sabes para qué sirven, Oscuridad. Se nos prohíbe tal magia, y ha sido así desde hace siglos.

– Estos símbolos son tan viejos que no estoy familiarizada con todos ellos -dije.

– La varita está diseñada para cosechar magia -dijo Rhys.

Le fruncí el ceño.

– ¿Intentas decir que sirve para que tu propia magia se vuelva más poderosa?

– No.

Fruncí el ceño todavía más.

– Está diseñada para robar el poder de otras personas -dijo Doyle.

– Pero no puedes hacer eso -le dije-. No es que no estemos autorizados a hacerlo, sino que no es posible robar la magia personal de alguien. Es intrínseca a ellos, como su inteligencia o su personalidad.

– Sí y no -dijo él.

Comenzaba a estar cansada, verdaderamente cansada. Hasta el momento no había tenido ningún síntoma real de embarazo, pero de pronto estaba cansada, y también dolorida.

– ¿Puedo sentarme? -Pregunté.

Wilson dijo…

– Lo siento, Merry, digo, por supuesto. -Fue a traerme una silla.

– Estás pálida -dijo Carmichael, comenzando a tocarme la cara como cuando tocas la cara de un niño buscando si tiene fiebre, entonces se detuvo a medio movimiento.

Rhys lo hizo por ella.

– Estas fría, húmeda y pegajosa al tacto. Esto no puede ser bueno.

– Sólo estoy cansada.

– Tenemos que llevar a Merry a casa -dijo Rhys.

Frost se arrodilló a mi lado, estando sentada él quedaba casi a la altura de mis ojos. Puso su mano contra mi cara.

– Explícaselo, Doyle, y luego podremos llevarla a casa.

– Esta varita está diseñada para arrebatar la magia de otros. Merry tiene razón, la magia no puede ser robada permanentemente de alguien, pero la varita funciona como una batería. Absorbe magia de diferentes personas proporcionándole a su dueño más poder, pero éste tendría que cargarla con nuevo poder casi continuamente. El hechizo es astuto, y se remonta a la época anterior de nuestra propia magia, pero tiene las marcas de algo más que no es magia sidhe. Es nuestra magia, pero no sólo nuestra.

– Yo sé a lo que me recuerda -dijo Rhys-. A los humanos. Los seres humanos que fueron mis seguidores, y que podían llegar a ejecutar una parte de nuestra magia. Eran buenos, pero nunca pudieron llegar a nuestro nivel.

– Las marcas no están pintadas o esculpidas en la madera -dijo Carmichael.

– Si fuera magia sidhe, entonces podríamos rastrear los símbolos en la madera con sólo un dedo y nuestra voluntad, pero la mayoría de humanos necesitaban algo más real. Es como cuando nuestros seguidores vieron las marcas de poder que llevábamos en nuestra piel y pensaron que eran simples tatuajes, así que comenzaron a pintarse con glasto [26] para protegerse en los combates.

– Pero no funcionó -dijo Carmichael.

– Funcionó mientras nosotros conservamos nuestro poder -dijo Rhys-, y después, cuando lo perdimos, fue peor que inútil para la gente que debíamos proteger. -Rhys parecía tan infeliz. Yo había escuchado, tanto a él como a Doyle, narrar las historias de lo que les había ocurrido a sus seguidores cuando ellos perdieron una parte tan grande de su poder que ya no los podían proteger con la magia.

– ¿Hay algún humano que pudiera rastrear esos símbolos? -Pregunté. Sentarse había ayudado.

– Con nada más que la voluntad y la palabra, lo dudo.

– ¿Qué más podría usar él o ella? -preguntó Carmichael.

– Algún fluido corporal -dijo Jeremy.

Todos le miramos.

– Recordad, yo estudié algo de hechicería cuando los sidhe todavía eran tan poderosos. Cuando el resto de nosotros podíamos encontrar una muestra de vuestros encantamientos, los copiábamos usando fluido corporal.

– No hay nada visible en la madera. La mayoría de fluidos corporales dejarían algún rastro visible -dijo Carmichael.

– La saliva no lo haría -dijo Wilson.

– La saliva funciona -dijo Jeremy-. Las personas siempre hablan de utilizar sangre o semen, pero la saliva es buena, y es una parte igual de importante de una persona.

– No hemos ordenado hacer un frotis de la madera desde un principio, porque no estábamos seguros de cómo reaccionarían los hechizos -dijo Wilson.

– Quienquiera que lo hizo te ha dejado su ADN -dije. Me sentía mucho mejor. Me puse de pie, y vomité por todo el suelo del laboratorio forense.

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