UNA VOZ SE OYÓ A TRAVÉS DE LA PUERTA, AGUDA Y MUSICAL; nada más oír su voz me entraron ganas de sonreír.
– Bittersweet, mi niña, no tengas miedo. Tu hada madrina está aquí.
Bittersweet descendió en picado hacia el suelo otra vez.
– Gilda -dijo con voz insegura. Los zumbidos de abeja y el olor a dorada hierba estival estaban perdiendo intensidad.
– Sí, querida, soy Gilda. Tranquilízate y la agradable policía me dejará pasar.
Bittersweet se quedó suspendida sobre el suelo delante de los sorprendidos Wright y O’Brian. La pequeña hada se rió y los dos oficiales rieron con ella. Los semiduendes eran nuestra pequeña gente, duendes menores, pero muchos de ellos dominaban el encanto a un nivel capaz de rivalizar con el de los sidhe, aunque la mayoría de mi gente nunca lo admitiría.
Me encontré queriendo ayudar a Gilda a entrar en el cuarto. Eché un vistazo a los detectives para ver si el encanto estaba funcionado con ellos, pero no era así. Sólo parecían perplejos, como si escucharan una canción demasiado distante para entender las palabras. Yo podía oír la canción también, como si procediera de una cajita de música, o el tintineo de campanillas, o campanas, o… me protegí con más intensidad redoblando el muro en mi mente y aparté la cantinela a la fuerza. No deseaba sonreír como una tonta o ayudar a Gilda a traspasar aquella puerta.
Bittersweet se rió otra vez y el compañero de Lucy se rió también, nervioso, como si supiera que no debería hacerlo. Lucy le dijo…
– ¿Te dejaste el antiencanto en casa otra vez?
Él se encogió de hombros.
Ella se metió la mano en el bolsillo y le dio una pequeña bolsita de tela.
– Hoy traje una de más -dijo echando un vistazo en mi dirección como preguntándose si yo me lo tomaría como una ofensa.
– A veces… hasta yo llevo una protección -le dije, sin añadir en voz alta… -… generalmente, cuando estoy cerca de mi familia.
Lucy me dirigió una rápida sonrisa de agradecimiento.
Le susurré a Doyle y a Frost…
– ¿Sentís la persuasión de Gilda?
– Sí -afirmó Frost.
– Sólo está dirigido hacia los duendes -añadió Doyle -pero no tiene la precisión suficiente para apuntar sólo a Bittersweet.
Me giré para mirar detrás de mí a Robert. Él parecía estar bien, pero se nos acercó al echarle yo un vistazo.
– Sabes que los brownies somos duendes solitarios, Princesa. Estas cosas no nos afectan tan fácilmente.
Asentí. Ya lo sabía, pero de alguna forma toda la cirugía plástica que se había hecho en la cara me hacía pensar en él como si no fuera un brownie puro.
– Aunque que pueda rechazarla no significa que no lo sienta -dijo, temblando. -Ella es una abominación, pero tiene coraje.
Me sentí un poco alarmada cuando utilizó la palabra “abominación”. Ésta estaba reservada para los humanos que habían caído presas de la magia salvaje y habían sido convertidos en monstruos. Yo conocía a Gilda, y “monstruo” no era la palabra con la que yo la hubiera descrito. Pero sólo la había visto una vez, brevemente, cuando antes de volver a la Corte, vivíamos en Los Ángeles. Ella pensó que yo era otro humano con mucha sangre duende en mi árbol genealógico. Yo no era lo bastante importante o lo bastante aduladora para que ella se interesara por mí en aquel entonces.
Los detectives salieron del pequeño reservado. Robert nos hizo señas para que saliéramos primero. Le miré, y él susurró…
– Ella convertirá esto en una rivalidad entre reinas. Quiero que quede claro al lado de qué reina estoy yo.
Le susurré…
– No soy la reina.
– Lo sé, fue por culpa de algo alto, oscuro y atractivo, que lo dejaste todo por amor. -Sonrió abiertamente al decirlo y había algo del viejo brownie en aquella sonrisa; con unos dientes algo menos perfectos y una cara algo menos perfecta, hubiera sido una sonrisa más brownie, pero todavía era una sonrisa lasciva.
Me hizo sonreír.
– Sé de buena tinta que la misma Diosa regresó y os coronó.
– Exageraciones -dije. -Podemos hablar del poder del mundo de las hadas y de la Diosa, pero no hubo ninguna materialización física de la Deidad.
Él negó con la cabeza.
– Le estás buscando los tres pies al gato, Merry, si todavía puedo llamarte así, o prefieres… ¿Meredith?
– Merry está bien.
Él sonrió abiertamente hacia mis dos hombres, quiénes estaban concentrados en la puerta y en si se abría o no.
– La última vez que vi a esos dos, eran los perros guardianes de la reina -dijo, mirándome con aquellos perspicaces ojos castaños. -Algunos hombres se sienten atraídos por el poder, Merry, y algunas mujeres son más reinas sin corona, que otras que la llevan.
Como si eso fuera una señal la puerta se abrió y Gilda, el Hada Madrina de Los Ángeles, entró majestuosamente en la habitación.