ESE MISMO DÍA ESTABA DE VUELTA EN LA OFICINA atendiendo a los clientes como si nada extraño hubiera pasado. Parecía que después de ver aquellos cuerpos ahorcados me debería haber tomado el resto del día libre, pero la vida no funcionaba así. Sólo porque una comience el día libre con pesadillas no significa que no se tenga que ir a trabajar. A veces ser un adulto responsable era una mierda.
Doyle y Frost estaban de pie a mi espalda preparados para la entrevista con el cliente. Nunca me permitían ver a nadie a solas. Yo ya había dejado de discutir sobre el tema. Era una batalla perdida, y a veces era de sabios no malgastar energía en las causas perdidas. Rhys tenía dos horas libres antes de tener que irse a un servicio de vigilancia, por lo que se encontraba sentado en una esquina de la oficina. Era parte de nuestra nueva consigna en vigor… “cuántos más guardias, mejor”.
Pero cuando vi cuál era el nombre que estaba en mi agenda me alegré de que todos estuvieran allí. El nombre del cliente era John MacDonald, pero el hombre que entró en la habitación era Donal, a quién yo había visto en el Salón de Té Fael el día que Bittersweet desapareció y Gilda derribó a un policía con su varita.
Todavía era alto y demasiado musculoso, con el pelo largo y rubio, y su encantador juego de implantes en las orejas para conseguir una elegante curva acabada en punta. La verdad, eran dignas rivales de las de Doyle, salvo que las de él eran negras y las de Donal eran de una palidez humana.
– La policía ha estado buscándole -le dije, con una voz que transmitía calma.
– Eso he oído -dijo él. -¿Puedo sentarme?
Rhys se puso en pie. Aunque no sabía quién era Donal, había percibido nuestra tensión.
– Después de que le registremos buscando magia y armas, sí -respondió Doyle.
Rhys puso al hombre contra la pared y le registró muy a fondo de arriba abajo.
– Está limpio -dijo Rhys. Parecía lamentar no haber encontrado nada que le diera excusa para tratarle con dureza, pero hizo su trabajo y dio un paso atrás.
– Ahora puede sentarse -comenté.
– Si pudiera colocar las manos donde siempre podamos verlas, mejor -añadió Doyle. Rhys siguió a Donal cuando éste fue hacia la silla y se situó detrás de él, junto a su hombro izquierdo.
Donal asintió con la cabeza como si se lo hubiera esperado, y luego se sentó en la silla dejando las manos extendidas sobre sus muslos.
Estudié su cara y me dije que mi pulso desbocado era una tontería, pero uno de los amigos de Donal casi me había violado, y casi había conseguido matarme. Había sido la magia de Doyle lo que me había salvado, pero había estado cerca, por no mencionar que habían tratado de robar una parte de mi esencia vital. Había sido un hechizo repugnante.
– ¿Si sabías que la policía te buscaba, por qué no te has entregado? -le pregunté.
– Ya sabes que yo formaba parte del grupo que trabajaba con Alistair Norton.
– Formabas parte de un grupo de gente que ayudaba a robar la esencia vital de mujeres con ascendencia feérica.
– No sabía lo que hacía ese hechizo. Sé que no me crees, pero la policía sí lo hace. Fui un estúpido, pero ser estúpido no me convierte en culpable.
– Ya que tu amigo trató de violarme no voy a ser muy comprensiva. Es por eso que suponía que antes preferirías acudir a la policía que a nosotros.
Sus ojos se movieron rápidamente mirando a Frost y a Doyle que estaban detrás de mí, y luchó para no echar un vistazo hacia atrás en dirección a Rhys.
– Puedes odiarme, pero entiendes la magia mejor que la policía y te necesito para que me ayudes a explicársela a ellos.
– Ya lo sabemos todo sobre tu amigo y lo que trató de hacerme, y que hizo con éxito con bastantes otras mujeres.
– Liam, mi amigo, también estaba implicado. La policía nunca lo averiguó porque es uno de sus magos. Si ellos se hubieran enterado, habría perdido la licencia para trabajar con ellos.
– Quieres decir que el Liam que nunca encontraron era uno de los suyos.
Él asintió.
– Pero su verdadero nombre no es Liam. Él siempre usaba ése cuando trataba con otros imitadores de sidhe, porque quería un nombre que mostrara su herencia.
– ¿Qué herencia? -inquirió Doyle.
– No sé si es verdad, pero su madre siempre le decía que él era el resultado de una sola noche con un sidhe. Es bastante alto, y su piel es más pálida que la de un humano normal, como la tuya -dijo él, mirándome. -Y la de él -continuó, señalando a Frost.
– ¿Qué edad tiene tú amigo? -le pregunté.
– Menos de treinta, como yo.
Sacudí la cabeza.
– Entonces su madre mentía o la engañaron.
– ¿Por qué?
– Porque soy el último niño nacido entre los sidhe y tengo más de treinta.
Donal se encogió de hombros.
– Sólo sé lo que él me dijo, y lo que su madre le dijo a él, pero él estaba obsesionado con el hecho de que era mitad sidhe. -Él se tocó los implantes de sus orejas. -Sé que yo lo finjo, pero no estoy seguro de que él lo haga.
– ¿Cuál es su verdadero nombre? -le pregunté.
– Si te lo digo, llamarás a la policía y aquí se acabará todo. Así que primero te lo explicaré y luego te daré su nombre.
Quise discutir, pero finalmente asentí.
– Escucharemos.
– Liam todavía deseaba controlar la magia duende para así poder ser lo bastante sidhe para hacer honor a su herencia, así que comenzó a tratar de diseñar un hechizo que pudiera robar la magia de otros.
– ¿Quieres decir su esencia, como hacía su otro amigo?
– No, no exactamente. Él quería magia, no la fuerza vital. Fui un ingenuo la vez anterior, o tal vez quise ser engañado, pero sabía que cuando Liam comenzó a decir esas cosas iba a ser algo malo. Encontró un modo de crear varitas que ayudaran a la gente a robar la magia de otros. No funcionaban con aquéllos que no tenían magia, pero estaban diseñadas para magos y otros duendes.
– ¿Dijiste varitas? -pregunté.
Sentí a Doyle acercarse aún más a mí, y Frost rodeó el escritorio para unirse a Rhys al lado del hombre, no como guardaespaldas sino más bien como carceleros.
Donal le echó a Frost una ojeada nerviosa, pero dijo…
– Sí, y he visto cómo trabajan. No es un robo permanente. Es como si la varita pudiera cargarse con magia, y esa magia funcionara como una batería. Luego ellos absorben ese poder, y la varita lo pierde.
– Entonces tienes que seguir recargándola -le dije.
Asintió.
– ¿Cómo roba el poder? -le pregunté.
– Tocándolos con ella, pero él tenía la teoría de que si los mataba, la varita podría absorber más poder. Parecía creer que si pudiera tomar el alma de la persona, toda su magia entraría en la varita.
– ¿Funcionó? -preguntó Doyle.
– No lo sé. Cuando comenzó a hablar como un loco corté toda relación con él. No quise saber ya nada más de él. Después de lo que pasó con Alistair, aprendí que a veces este tipo de gente no habla por hablar. A veces, las personas que uno piensa que son tus amigos realmente hacen cosas mucho más terribles que aquéllas de las que hablan. No alardean; a veces es sólo locura.
– ¿Por qué no fuiste a la policía? -le pregunté.
– ¿Y decirles qué? Apenas escapé sin cargos la última vez, por lo que cuando las cosas se ponen mal soy el primer sospechoso, pero además no estaba seguro de que él fuera a probar su teoría. No podía decirle a la policía lo que pensaba que él podría hacer; ¿y si nunca lo hacía? Él es uno de sus magos, por el amor de Dios. Ellos le creerían a él antes que a mí.
– Entonces vienes a nosotros porque tienes miedo de ir a la policía.
– Sí, pero es más que eso, vosotros entendéis la magia y el poder mejor que ellos. Ni siquiera sus otros magos están a vuestro nivel.
– ¿Qué te hizo cambiar de opinión? ¿Qué te hizo pensar que podrías hablar con nosotros? -inquirí.
– Los asesinatos de los semiduendes. Tengo miedo de que mi ex-amigo esté detrás de ellos.
– ¿Qué te hace pensar eso?
– Obtendría mucho poder de matar a un supuesto inmortal, ¿verdad?
– ¿Tiene tu amigo esa clase de poder?
– No, pero su novia sí lo tiene. Ella es una cosita pequeña y uno piensa que es inofensiva y linda. Un poco enferma, pero linda.
– ¿Ella está enferma, mentalmente enferma?
– Bueno, sí, pero lo que quiero decir es que es la relación la que está enferma. Quiero decir, ella es un semiduende y él es de mi tamaño.
– ¿Ella no es uno de los que pueden cambiar de tamaño? -le pregunté.
Él sacudió la cabeza.
– No, pero desea hacerlo, y por eso odia a todos los duendes que pueden disimular lo que son mientras que ella no puede hacerlo.
– ¿No tiene suficiente encanto para ocultarlo?
– Puede hacerse pasar por una mariposa, pero realmente no se maneja muy bien con el encanto, y las personas casi siempre pueden ver a través de sus ilusiones. He conocido a otros que eran mucho mejores que ella usando el encanto.
– Entonces la varita no era para él, era para ella -comenté.
Él asintió.
– Sí, y funcionó. La última vez que la vi, era mucho más poderosa. Ella usó el encanto conmigo, hizo que… la quisiera… que la viera… mucho más grande, pero ella no lo era. Yo… -Él estaba obviamente avergonzado.
Se inclinó sobre el escritorio, alargando una mano, suplicando…
– Hice cosas. Cosas que no quería hacer. -Él sacudió la cabeza. -No, no, no vas a creerme. Puedo verlo en tus ojos.
Quería que él nos contara todo lo que sabía, y yo le diría a la policía que él había venido voluntariamente. Teníamos permitido usar la magia para ayudar a nuestros clientes. ¡Qué demonios! ésa era una de las razones por las que nuestra agencia era conocida, y sabía que estaba justificando lo que iba a hacer después.
Me levanté para poder rodear el escritorio y tocar su mano.
– Está bien, sé lo que puede llegar a afectar el poder de un semiduende.
Él miró mi mano en la suya.
– ¿Puedo sostener tu mano?
– ¿Por qué quieres hacerlo?
– Porque estoy ciegamente enamorado de las hadas, soy un adicto a su contacto y sostener tu mano sería mucho más de lo que alguna vez pensé que podría llegar a hacer.
Estudié sus ojos. Había dolor allí y era real. Pensé en ello, y supe que cuanto más me tocara, más probabilidades habría de que nos lo contara todo. Si realmente era un adicto a las hadas, dejar que me tocara nos daría acceso a todos y cada uno de sus secretos. Acepté…
– Sí.
Tomó mi mano en la suya, y su mano temblaba como si el gesto fuera mucho más importante de lo que debería de haber sido. Frost le tocó en el hombro, pero en vez de tener miedo, Donal le miró como si el roce fuera maravilloso. Tenía que estar realmente mal.
– Mi terapeuta dice que estoy jodido porque miraba pornografía feérica cuando tenía doce años. Dice que por eso soy un adicto a las hadas, y todos mis intereses se centran en los sidhe, porque los vi brillar en la pantalla cuando mi sexualidad se estaba formando. -Dejó de mirar a Frost para mirarme a mí, y su mirada parecía atormentada. -Una vez que he visto cómo dos de vosotros iluminan una habitación, ¿cómo puede compararse cualquier humano?
Parpadeé hacia él.
– Lo siento. No sabía que algún sidhe hubiera hecho pornografía.
Rhys contestó…
– Aparecieron unos cuantos al mismo tiempo que Maeve Reed, pero no tenían su capacidad de interpretación.
Eché una ojeada hacia él.
– ¿Me estás diciendo que actualmente hay algún sidhe que actúa en películas pornográficas?
Él asintió.
– Infiernos, hay hasta un Glimmer porno.
– Royal lo mencionó anoche -le dije.
– Puedes apostarlo -dijo Rhys.
Le dirigí una mirada poco amistosa.
– Lo siento -dijo él.
Sostuve la mano de Donal y sentí su felicidad ante ese ligero roce. Ser adicto a las hadas era para un humano algo realmente terrible. Significaba que nada ni nadie podía satisfacer esa necesidad. Algunos humanos se habían consumido por la falta de nuestro contacto, aunque esta situación se daba, generalmente, con humanos que habíamos capturado e integrado en el mundo de las hadas, y que luego habíamos liberado o se habían escapado, porque nadie escapaba real y definitivamente del mundo feérico. Ocurría en tiempos lejanos, mucho antes de que yo naciera, pero el humano quedaba arruinado para tener una vida normal. Anhelando cosas que los humanos no podrían darle.
Entonces pensé en algo.
– Rhys, ¿cómo averiguaste lo del Glimmer porno?
– Cuando vimos la película de Constantine había algunos extras en la película que eran duendes.
– Por eso ella quería ser grande -aclaró Donal -Para poder tener relaciones sexuales con él. Ella fue una “chica cámara” durante un tiempo.
– ¿Qué hace una “chica cámara”?
– Trabajan en un sitio web donde puedes ver a semiduendes jugando consigo mismos, con otros semiduendes y a veces, incluso con humanos. Para acceder te suscribes como a cualquier página pornográfica.
– ¿Y eso hacía su novia para ganarse la vida? -le pregunté.
– Se conocieron a través de la web. Ella rompió las reglas saliendo con un cliente y la despidieron.
– Entonces una “chica cámara” es una semiduende.
– No sólo semiduendes, también humanas. Son sólo muchachas que uno puede pagar y que actúan representando tus fantasías -dijo Rhys.
Donal asintió.
– ¿Y cómo sabes tú todo esto, Rhys? -pregunté.
– Tengo una casa fuera del mundo feérico, Merry, ¿te acuerdas? Cuando a uno no le permiten tocar a alguien más, la pornografía es una cosa maravillosa.
Eché un vistazo a Doyle.
– Pensé que la reina no dejaba que los guardias se dieran placer a sí mismos.
– Ella impuso esa regla sólo a sus hombres de más confianza. Considerándolo ahora, creo que sólo a los hombres que ella pensó que podría volver a querer algún día.
– ¿Debería sentirme insultado? -preguntó Rhys.
– No, deberías sentirte feliz. Al menos tú obtenías una liberación.
Rhys asintió.
– Honrada y suficiente.
– ¿Los viste matar a alguien? -pregunté.
– No, juro que habría ido a la policía.
– ¿Entonces, por qué estás seguro de que ellos lo hicieron?
– Fue cuando averigüé quiénes eran los semiduendes que murieron. Ella odiaba a unos porque podían transformarse y jugar a ser humanos, y odiaba a otros porque eran más poderosos que ella, pero sólo a veces. Unas veces eran sus amigos, pero en otros momentos parecía odiarlos. Realmente se ganó su nombre.
– ¿Qué nombre? -le pregunté.
– Bittersweet. A veces ella se hacía llamar Sweet [30] y lo era, pero antes, en otros tiempos, ella se llamaba Bitter [31], y estaba medio loca.
Tuve uno de esos momentos en los que las cosas parecen encajan en su lugar, como si fueran un puzzle. Ella no era nuestro testigo, era uno de nuestros asesinos, pero… ¿por qué había perdido el tiempo? ¿Por qué no se marchó?
– Ella pretendió ser un testigo de los primeros asesinatos -comenté.
– Puede que no estuviera fingiendo -dijo Donal.
– ¿Qué quieres decir?
– Si hizo cosas malas como Bitter, y cuando volvió en sí era Sweet, estaría confusa. Ella te diría que nunca haría esas cosas horribles. Al principio pensé que actuaba, pero finalmente comprendí que ella realmente no lo recordaba.
– ¿Puede un semiduende ser un bogart? -preguntó Rhys.
– Pensé que sólo los brownies podrían ser como Jekyll y Hyde -dije.
– Ella era mitad brownie -aclaró Donal. -Dijo que era como Thumbelina [32], que su madre era de tamaño normal, pero que ella era del tamaño de su pulgar. Su hermana es de talla normal, pero se parece a una brownie.
Recordé el mensaje de Jordan cuando salió del sueño inducido por los calmantes.
– Thumbelina quiere ser grande.
– ¿Y su padre? -pregunté.
– Es un semiduende que puede cambiar de tamaño hasta casi llegar al humano. Ella tiene a un hermano así, también.
– ¿Cuál es el nombre de la hermana? -indagué.
Él nos lo dijo, pero no era el de nuestra víctima. Tuve otra idea.
– ¿Su madre y hermana se hicieron cirugía plástica para reconstruir sus caras?
– Parecen humanas, narices, bocas, y todo eso. Y los duendes se curan mucho mejor que los humanos, por lo que el resultado de la cirugía es realmente bueno.
– Así que su madre y hermana, aunque brownies, ¿pueden pasar por humanas?
Él asintió.
– Si su padre y hermano pudieran esconder sus alas, entonces también podrían.
– ¿Ella es la única que no puede efectuar el cambio? -pregunté.
Volvió a asentir, mientras comenzaba a frotar mis nudillos con su pulgar. Luché para no separarme de él, porque si era un adicto a las hadas, y se había convertido en eso sólo por ver esas películas, entonces, de alguna forma, toda su vida había sido arruinada por alguien de nuestro pueblo.
Miré a Rhys.
– ¿Has visto pornografía sidhe?
– Alguna -dijo él.
– ¿Podría bastar para hacer que un humano se convirtiera en adicto a las hadas?
– Sólo en el caso de que fuera impresionable, pero que fuera un crío empeoraría las cosas. -Él miró al hombre que estaba sentado en nuestra oficina y sólo asintió con la cabeza. Sí que lo creía.
– Danos el verdadero nombre de Liam -le pedí.
– ¿Me crees?
– Lo hago.
Él sonrió y pareció aliviado.
– Steve Patterson, y es sólo Steve, no Steven. Él siempre odiaba que su primer nombre fuera un apodo.
Retiré mi mano y él me dejó ir de mala gana.
– Tengo que llamar a la policía y darles el nombre.
– Lo entiendo. -Pero sus ojos se llenaron de lágrimas y se giró para mirar fijamente a Frost, quién todavía tenía la mano en su hombro. Era como si cualquier contacto que viniera de nosotros fuera mejor que ningún toque.
Llamé a Lucy y le dije todo lo que teníamos.
– ¿Crees que este Donal no estuvo implicado?
Le vi mirar fijamente a Frost como si éste fuera la cosa más hermosa del mundo.
– Sí, lo creo.
– Bien, te avisaré cuando tengamos a Patterson. No puedo creer que fuera uno de los nuestros. Los medios se van a poner las botas.
– Lo siento, Lucy… -pero yo ya hablaba al aire. Ella estaba ya de camino, preparándose para atrapar a nuestro asesino y nosotros estábamos abandonados aquí con Donal, quién había sido condenado a la temprana edad de doce años a querernos. ¿Quién iba a decirnos que nuestra magia también surtía efecto en las películas? ¿Y habría alguna cura para ello?